Manuel por Manuel
A cerca del escritor, del lector, del político, crítico, editor… Manuel Vargas, el homenajeado por la FIL 2015.
Martín
Zelaya Sánchez
Esta
no es una entrevista a Manuel Vargas. Si bien esa fue la intención en un
inicio, al final asumí que de ninguna manera podría hacerle preguntas tan
buenas como para lograr la calidad de “respuestas” que hallé en una decena de
textos suyos de los que finalmente decidí extraer los siguientes párrafos que
condensan,-creo y espero- el pensamiento, creatividad y trayectoria de este
narrador boliviano.
Aprovechando
que, en el marco de la XX Feria Internacional del Libro, la Cámara
Departamental del Libro de La Paz distinguirá hoy a Vargas con un reconocimiento
a su trayectoria literaria, echemos mano, entonces, a extractos tomados de su
columna “El último mestizo” que publica mensualmente en LetraSiete, de alguna
entrevista concedida a este medio, y también de una ponencia que el autor
preparó hace algunas semanas para las II Jornadas de Literatura Boliviana.
Manuel por
Manuel
No
pierde oportunidad el autor de Andanzas
de Asunto Egüez para recalcar que nació y creció en el campo –Huasacañada,
Vallegrande y Tupiza, respectivamente- y que por ello lo bucólico está ligado
para siempre con su obra… con su destino.
“Lo rural era mi
respiración. He tenido que pasar años en la ciudad para poder aprender a
respirar otra clase de noches, otra clase de aires y sonidos, y espacios
diferentes. Ahora más o menos me da lo mismo”.
¿Cómo
ves al Manuel escritor de hace 20 o 30 años en relación al de hoy –le pregunté
hace algunos meses-; escribirías ahora lo mismo que escribiste entonces?
“Uno. Soy
exactamente el mismo. Dos. No podría hacerlo con la inocencia y la ignorancia
de esos tiempos. De pronto digo: pero si ya pasé los 60, qué más me puede pasar.
Pero, por otra parte, tengo que olvidarme de todo y pensar que siempre estoy
comenzando. En realidad, siempre estoy comenzando, aprendiendo, hasta que
escriba, o se escriba -¡vaya pretensión!- el último cuento. Por lo menos
quisiera que así sea”.
El
llamado de la naturaleza, aún en la caótica metrópoli paceña y décadas después,
se impuso finalmente y desde hace ya casi un lustro Manuel se fue a la
periferia de La Paz.
“El lugar donde
vivo se encuentra a 15 minutos, a pie, de la orilla de la ciudad. Esa orilla
está bien definida: un puente precario donde acaba el asfalto y el agua potable
y el alcantarillado, y comienza una subida empedrada, flanqueada por una
quebrada que se vuelve río en tiempo de lluvias. Al lado derecho hay una gran
peña, donde asoman vizcachas y por donde vuelan nubes de pajaritos diminutos”.
Lecturas
Una
vez Manuel escribió que terminó de enamorarse del universo de las letras en una
larga convalecencia durante su adolescencia, cuando una muy guapa jovencita se
quedó asombrada de él porque vio la pila de libros que había leído, acumulada a
un lado de la cama de hospital.
“…Y así como me
ocurrió, muchos años después, con Franz Kafka, desde los 11 años me dediqué a
rastrear TODO lo que estuviera relacionado con el mundo clásico griego. Me
sonaban a música celestial los nombres de Atenea, Partenón, Pericles, Apolo,
Zeus… ¿Cómo siempre sería el Olimpo?, ¿más grande y azul que el mogote que
cuidaba mi rancho vallegrandino? ¿Y eso de la ambrosía de los dioses, tenía que
ver con la ambrosía que ya comenzaba yo a probar al pie de las vacas (leche con
licor blanco azucarado) de mi tierra de origen? De ahí ha tenido que venir mi
interés por los cuentos populares bolivianos. O por los mitos y toda la así
llamada tradición oral, sembrada y en sazón por todos los rincones de mi país.
Y
luego vinieron Dostoievski y otros rusos, Hemingway y otros estadounidenses, y
Kafka, claro, y Poe, y hasta los del boom…
¿Ser escritor?
Y
la historia -para resumir y seguir la estela fragmentaria- nos dice que ya muy
leído Vargas llegó a vivir a La Paz apenas pasados los 20 y luego de un
peculiar paso por el Seminario. Se metió a la carrera de literatura y al poco
tiempo empezó a publicar relatos en Presencia Literaria.
Los
libros –cuentos y literatura infantil… solo después novelas- vinieron poco a
poco y su calidad y valía le dieron un destacado sitial en la narrativa
boliviana de fines del siglo XX.
Con
todo, pasados ya los 60 años, Manuel pone los pies en la tierra, y advierte que
a ser escritor, hay innumerables opciones mejores… mejores para las
expectativas mundanas, corrientes.
“…He decidido
escribir respondiendo a las preocupaciones de un joven de 15 años. Bah, los
poetas populares ya lo dijeron: subir a la altura del niño, que tiene todo por
delante y sin embargo está en la luna. ¿O nosotros los sabihondos somos los que
estamos en la luna? Y el joven me dice: don Manuel, ¿qué debo hacer para
escribir? Yo quiero ser escritor, ¿cómo me puedo inspirar?”.
“Y no tengo la
valentía de decirle que no piense sonseras, que huya de esos malos deseos, que
se dedique por ejemplo a estudiar para ser algo en la vida y no para ser
nadies. No tengo el valor de decirle que ser escritor es un camino de sudores y
sufrimientos (puesto que para los goces no se necesita ser alfabeto o
profesional), y que lo peor que te puede pasar es caer en el abismo de la fama
y la gloria”.
Política
No
solo de libros vive el hombre, y al fin de cuentas, como todos, Manuel es
también un animal político que no deja pasar la ocasión para difundir su
postura.
“…A través de una novela del cubano
Leonardo Padura, me enteré de la ocurrencia de Joseph Stalin de construir su
palacio detrás del Kremlim moscovita. Y lo comparé con el gusto y el entusiasmo
del presidente Evo Morales para construir también palacios y otras enormidades,
pese a quien pese”.
“Ahora acabo de
leer Tengo
miedo torero, la novela de Pedro Lemebel
y me entero que Pinochet igualmente construyó en Valparaíso un nuevo Palacio
Legislativo para su país. Es que a ciertos poderosos, parece que todo les queda
chico y necesitan demostrar su poder a través de este tipo de construcciones.
Les llaman faraónicas. Pero sin gusto, sin estética ni necesidad. ¿Será por esa
llamada ley de la compensación?”.
Viscarra
Además
de su obra propia, Vargas incursionó con éxito en la labor editorial. Hace más
de tres lustros creó Correveidile, casa editora que entre las decenas de libros
de su catálogo –que incluye a autores nacionales y extranjeros- tiene dos
grandes logros: la revista Correveidile,
todo un referente del cuento boliviano en sus más de 30 números, y el que está
considerado como uno de los mayores descubrimientos de la literatura boliviana
de los años 90: Víctor Hugo Viscarra.
Sobre
el autor de Borracho estaba pero me acuerdo, y sobre las polémicas en cuanto a
la legitimidad de su prisa, comenta Manuel:
“Y
cómo son las cosas. A un doctor de tierra adentro se le ha ocurrido decir, en
más de un medio impreso, que Viscarra no existe. Que quien ‘se los escribió’
sus libros es un casi desconocido Manuel Vargas, su callado editor. Pero yo no
le respondí al tiro para que no crezca el escándalo (o el nombre de ese asiduo
lector de páginas amarillas venido a comentarista)”.
“Todo esto es
muy contradictorio, seguramente como todo texto abogadil. Dicen, por un lado,
que Viscarra es un mal escritor, y un impostor. ¿Y si es que yo ‘corregí’ sus
libros, por eso llegó a ciertos niveles de aceptación del público? ¿Pero como
es al mismo tiempo malo, en realidad soy yo el mal escritor? Ya me estoy
poniendo susceptible”.
“… Y siempre
dije (y esto ya va en serio y no en sirio) que si Viscarra tiene un valor que
nadie le puede discutir, es que sus libros son auténticos (aunque seguro que, tras
las críticas ya señaladas, esto les parecerá chistoso). Auténticos porque, a
diferencia de muchos de sus colegas, él escribía de lo que sabía y de lo que
vivió, y no ‘sacaba’ los temas de sus bolsillos o de sus elevadas lecturas”.
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