sábado, 15 de agosto de 2015

Semblanza

Manuel por Manuel

A cerca del escritor, del lector, del político, crítico, editor… Manuel Vargas, el homenajeado por la FIL 2015.

 
Manuel Vargas. (Foto: Rodrigo Quiroga)
Martín Zelaya Sánchez

Esta no es una entrevista a Manuel Vargas. Si bien esa fue la intención en un inicio, al final asumí que de ninguna manera podría hacerle preguntas tan buenas como para lograr la calidad de “respuestas” que hallé en una decena de textos suyos de los que finalmente decidí extraer los siguientes párrafos que condensan,-creo y espero- el pensamiento, creatividad y trayectoria de este narrador boliviano.
Aprovechando que, en el marco de la XX Feria Internacional del Libro, la Cámara Departamental del Libro de La Paz distinguirá hoy a Vargas con un reconocimiento a su trayectoria literaria, echemos mano, entonces, a extractos tomados de su columna “El último mestizo” que publica mensualmente en LetraSiete, de alguna entrevista concedida a este medio, y también de una ponencia que el autor preparó hace algunas semanas para las II Jornadas de Literatura Boliviana.

Manuel por Manuel
No pierde oportunidad el autor de Andanzas de Asunto Egüez para recalcar que nació y creció en el campo –Huasacañada, Vallegrande y Tupiza, respectivamente- y que por ello lo bucólico está ligado para siempre con su obra… con su destino.
“Lo rural era mi respiración. He tenido que pasar años en la ciudad para poder aprender a respirar otra clase de noches, otra clase de aires y sonidos, y espacios diferentes. Ahora más o menos me da lo mismo”.
¿Cómo ves al Manuel escritor de hace 20 o 30 años en relación al de hoy –le pregunté hace algunos meses-; escribirías ahora lo mismo que escribiste entonces?
“Uno. Soy exactamente el mismo. Dos. No podría hacerlo con la inocencia y la ignorancia de esos tiempos. De pronto digo: pero si ya pasé los 60, qué más me puede pasar. Pero, por otra parte, tengo que olvidarme de todo y pensar que siempre estoy comenzando. En realidad, siempre estoy comenzando, aprendiendo, hasta que escriba, o se escriba -¡vaya pretensión!- el último cuento. Por lo menos quisiera que así sea”.
El llamado de la naturaleza, aún en la caótica metrópoli paceña y décadas después, se impuso finalmente y desde hace ya casi un lustro Manuel se fue a la periferia de La Paz.
“El lugar donde vivo se encuentra a 15 minutos, a pie, de la orilla de la ciudad. Esa orilla está bien definida: un puente precario donde acaba el asfalto y el agua potable y el alcantarillado, y comienza una subida empedrada, flanqueada por una quebrada que se vuelve río en tiempo de lluvias. Al lado derecho hay una gran peña, donde asoman vizcachas y por donde vuelan nubes de pajaritos diminutos”.

Lecturas
Una vez Manuel escribió que terminó de enamorarse del universo de las letras en una larga convalecencia durante su adolescencia, cuando una muy guapa jovencita se quedó asombrada de él porque vio la pila de libros que había leído, acumulada a un lado de la cama de hospital.
“…Y así como me ocurrió, muchos años después, con Franz Kafka, desde los 11 años me dediqué a rastrear TODO lo que estuviera relacionado con el mundo clásico griego. Me sonaban a música celestial los nombres de Atenea, Partenón, Pericles, Apolo, Zeus… ¿Cómo siempre sería el Olimpo?, ¿más grande y azul que el mogote que cuidaba mi rancho vallegrandino? ¿Y eso de la ambrosía de los dioses, tenía que ver con la ambrosía que ya comenzaba yo a probar al pie de las vacas (leche con licor blanco azucarado) de mi tierra de origen? De ahí ha tenido que venir mi interés por los cuentos populares bolivianos. O por los mitos y toda la así llamada tradición oral, sembrada y en sazón por todos los rincones de mi país.
Y luego vinieron Dostoievski y otros rusos, Hemingway y otros estadounidenses, y Kafka, claro, y Poe, y hasta los del boom…

¿Ser escritor?
Y la historia -para resumir y seguir la estela fragmentaria- nos dice que ya muy leído Vargas llegó a vivir a La Paz apenas pasados los 20 y luego de un peculiar paso por el Seminario. Se metió a la carrera de literatura y al poco tiempo empezó a publicar relatos en Presencia Literaria.
Los libros –cuentos y literatura infantil… solo después novelas- vinieron poco a poco y su calidad y valía le dieron un destacado sitial en la narrativa boliviana de fines del siglo XX.
Con todo, pasados ya los 60 años, Manuel pone los pies en la tierra, y advierte que a ser escritor, hay innumerables opciones mejores… mejores para las expectativas mundanas, corrientes.
“…He decidido escribir respondiendo a las preocupaciones de un joven de 15 años. Bah, los poetas populares ya lo dijeron: subir a la altura del niño, que tiene todo por delante y sin embargo está en la luna. ¿O nosotros los sabihondos somos los que estamos en la luna? Y el joven me dice: don Manuel, ¿qué debo hacer para escribir? Yo quiero ser escritor, ¿cómo me puedo inspirar?”.
“Y no tengo la valentía de decirle que no piense sonseras, que huya de esos malos deseos, que se dedique por ejemplo a estudiar para ser algo en la vida y no para ser nadies. No tengo el valor de decirle que ser escritor es un camino de sudores y sufrimientos (puesto que para los goces no se necesita ser alfabeto o profesional), y que lo peor que te puede pasar es caer en el abismo de la fama y la gloria”.

Política
No solo de libros vive el hombre, y al fin de cuentas, como todos, Manuel es también un animal político que no deja pasar la ocasión para difundir su postura.
“…A través de una novela del cubano Leonardo Padura, me enteré de la ocurrencia de Joseph Stalin de construir su palacio detrás del Kremlim moscovita. Y lo comparé con el gusto y el entusiasmo del presidente Evo Morales para construir también palacios y otras enormidades, pese a quien pese”.
“Ahora acabo de leer Tengo miedo torero, la novela de Pedro Lemebel y me entero que Pinochet igualmente construyó en Valparaíso un nuevo Palacio Legislativo para su país. Es que a ciertos poderosos, parece que todo les queda chico y necesitan demostrar su poder a través de este tipo de construcciones. Les llaman faraónicas. Pero sin gusto, sin estética ni necesidad. ¿Será por esa llamada ley de la compensación?”.

Viscarra
Además de su obra propia, Vargas incursionó con éxito en la labor editorial. Hace más de tres lustros creó Correveidile, casa editora que entre las decenas de libros de su catálogo –que incluye a autores nacionales y extranjeros- tiene dos grandes logros: la revista Correveidile, todo un referente del cuento boliviano en sus más de 30 números, y el que está considerado como uno de los mayores descubrimientos de la literatura boliviana de los años 90: Víctor Hugo Viscarra.
Sobre el autor de Borracho estaba pero me acuerdo, y sobre las polémicas en cuanto a la legitimidad de su prisa, comenta Manuel:
“Y cómo son las cosas. A un doctor de tierra adentro se le ha ocurrido decir, en más de un medio impreso, que Viscarra no existe. Que quien ‘se los escribió’ sus libros es un casi desconocido Manuel Vargas, su callado editor. Pero yo no le respondí al tiro para que no crezca el escándalo (o el nombre de ese asiduo lector de páginas amarillas venido a comentarista)”.
“Todo esto es muy contradictorio, seguramente como todo texto abogadil. Dicen, por un lado, que Viscarra es un mal escritor, y un impostor. ¿Y si es que yo ‘corregí’ sus libros, por eso llegó a ciertos niveles de aceptación del público? ¿Pero como es al mismo tiempo malo, en realidad soy yo el mal escritor? Ya me estoy poniendo susceptible”.

“… Y siempre dije (y esto ya va en serio y no en sirio) que si Viscarra tiene un valor que nadie le puede discutir, es que sus libros son auténticos (aunque seguro que, tras las críticas ya señaladas, esto les parecerá chistoso). Auténticos porque, a diferencia de muchos de sus colegas, él escribía de lo que sabía y de lo que vivió, y no ‘sacaba’ los temas de sus bolsillos o de sus elevadas lecturas”.

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