sábado, 25 de abril de 2015

Nota de apertura

Libro-lectura-lector. Aproximaciones
y guiños al universo literario

Maximiliano Barrientos, Rodrigo Hasbún, Liliana Colanzi y Gary Daher se unen a otros escritores internacionales en una reflexión sobre libro y lectura. ¿Qué mejor manera de celebrar el Día Internacional del libro?

  
Martín Zelaya Sánchez

El 23 de abril -antes de ayer- se recordó el Día Internacional del Libro. Hace justo 20 años a los señores de la Unesco se les ocurrió institucionalizar esta fecha por una feliz triple coincidencia que, al final, resulta que ni es feliz ni es coincidencia.
En 1616, “ese día”, fallecieron (por eso no es feliz) Miguel de Cervantes, William Shakespeare y el Inca Garcilaso de la Vega; ese es el argumento, pero… a fin de cuentas resulta que no. El autor del Quijote murió a últimas horas del 22 y lo enterraron el 23, y el genio creador de Hamlet sí murió el 23 de abril, pero del calendario juliano, que correspondió al 3 de mayo de ese 1616 en el gregoriano; es decir, 10 días después que su par español.
Muy aparte de este enredo vale, cómo no, celebrar al libro como objeto o sujeto, como vehículo, canal y mensaje, como impulso y cenit de transformación y evolución. Y claro, de paso a la lectura, el verbo: el acto de leer; el vicio, costumbre, necesidad; el don.
Partiremos con Piglia, promediaremos con Piglia y terminaremos con Piglia. ¿Qué es un lector? Se pregunta el maestro argentino en uno de los capítulos de su celebrado El último lector. “Primera cuestión -se responde-: la lectura es un arte de la microscopia, de la perspectiva y del espacio (no solo los pintores se ocupan de esas cosas). Segunda cuestión: la lectura es un asunto de óptica, de luz, una dimensión de la física”.
Esto me recuerda a un querido amigo, Edwin Guzmán, que hace ya más de tres lustros, cuando era mi profesor en la universidad dijo que la única manera de escribir bien era antes sentarse a leer, leer, leer y leer, y que por eso “para ser buen escritor, hay que tener buenas nalgas”.
Y eso me recuerda –también- otra valiosa enseñanza de Jesús Urzagasti: “tienes que trabajar (se refería al oficio de escritor) hasta que te caguen las palomas”.
Sobre la lectura -rebuscando en mi biblioteca- encontré algunas interesantes reflexiones. Dice Javier Marías en el ensayo Mi libro favorito de Literatura y fantasma: “escribir es, en suma, la forma más perfecta y apasionada de leer, y seguramente por ese motivo los adolescentes, que suelen disponer de tiempo, se toman la molestia de transcribir a veces el poema que tanto les ha gustado: volverlo a escribir es no solo una manera de apropiarse de él, de asumirlo y de suscribirlo, sino también la mejor manera de leerlo, la más cabal, la más alerta, la  más segura”.
Más de una vez he citado en artículos anteriores este párrafo del enorme Sergio Pitol: “uno, me aventuro, es los libros que ha leído, la pintura que ha visto, la música escuchada y olvidada, las calles recorridas. Uno es su niñez, su familia, unos cuántos amigos, algunos amores, bastantes fastidios. Uno es una suma mermada por infinitas restas”. (El arte de la fuga).
Ya promediando, otra vez Piglia: “el lector adicto, el que no puede dejar de leer, y el lector insomne, el que está siempre despierto, son representaciones extremas de lo que significa leer un texto, personificaciones narrativas de la compleja presencia del lector en la literatura. Los llamaría lectores puros; para ellos la lectura no es solo una práctica, sino una forma de vida”.
Y para ver cómo vamos por casa, les pedí un par de párrafos sobre este tema a algunos escritores bolivianos. Liliana Colanzi escribió: “entro a los libros como ladrona… buscando qué saquear. Y Maximiliano Barrientos: “la lectura de ficción es una experiencia tan íntima como el sexo”.
Antes de cerrar lo de leer-lectura y pasar a lo de libro, el otro día, revisando una vieja entrevista que le hice a Eduardo Galeano, vi que después de varias preguntas, le pedí al uruguayo que escriba breves frases de descripción-concepto sobre algunas palabras que le plantee:

Lector: “Yo fui muy amigo de Julio Cortázar, pero no coincido con él en aquella definición del ‘lector hembra’, en el sentido de lector pasivo. Primero, porque ahí a Julio se le escapó el machista que todos tenemos adentro, y segundo porque el acto de lectura, cuando es verdadero, es una comunión donde las palabras van y vienen y terminan perteneciendo, también, a quien las recibe”.

Libro: “Cuando el libro vale la pena, está vivo y respira. Uno lo siente respirar cuando lo apoya en la oreja”.

Ya que lo mencionamos, Cortázar dijo: “los libros van siendo el único lugar de la casa donde todavía se puede estar tranquilo”. Y ya que mencionamos al Cronopio, por qué no a su gran amigo el Gabo, quien en una entrevista con Darío Arizmendi sostuvo: “los escritores siempre pensamos que el libro es como nosotros pensamos que debe ser y no como piensan los otros que debe ser”.
Dos más antes de cerrar. El cochabambino Rodrigo Hasbún describe: “libros: artefactos peligrosos, maquinitas misteriosas” y el gran Augusto Monterroso en El autor ante su obra de su libro La vaca: “en los últimos años, un libro mío recién publicado que se desliza de mis manos en la alta noche, es lo único que se ha interpuesto entre mi mujer y yo”.
Prometí cerrar con Ricardo Piglia, y lo hago; pero antes les invito a leer, en recuadros adjuntos en estas páginas, las definiciones-cavilaciones de cuatro narradores bolivianos.
“La pregunta ¿qué es un lector? es, en definitiva, ‘La’ pregunta de la literatura. Esa pregunta la constituye, no es externa a sí misma, es su condición de existencia. Y su respuesta -para beneficio de todos nosotros, lectores imperfectos pero reales- es un relato: inquietante, singular y siempre distinto”.
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Artefactos peligrosos

Rodrigo Hasbún

Los libros (cuando están bien hechos) son artefactos peligrosos: derrumban certidumbres, atentan contra la velocidad de los tiempos, nos acercan a otras formas de mirar y sentir y nos ayudan a ahondar en nuestras propias maneras de mirar y sentir. Son maquinitas misteriosas que ofrecen la posibilidad de transformar nuestro entendimiento de los otros y nuestra percepción de las cosas, de multiplicar la realidad, de ordenarla o desordenarla, de volverla aún más compleja de lo que ya es.
Prefiero leer en papel y es lo que hago la mayor parte del tiempo, pero a veces también recurro a los libros electrónicos y últimamente he escuchado unos cuantos audiolibros. En contra de los prejuicios que la rodean, esta última me pareció una experiencia fascinante. Es un formato que me devolvió con toda su contundencia al acto primigenio de la narración, a la escena fundamental de alguien compartiendo una historia en voz alta.
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Entro a los libros como ladrona

Liliana Colanzi

Como buen dinosaurio del siglo pasado, aprendí a leer en el libro tradicional y esa circunstancia marcó mi experiencia de lectura. Pero no tengo ninguna nostalgia por la época anterior a internet en la que los libros viajaban de manera lentísima o simplemente no viajaban.
El libro electrónico ha permitido un acceso a la lectura que habría sido imposible con las limitaciones materiales del libro tradicional. El libro electrónico es barato, no pesa nada y tiene el don de la ubicuidad: ¿qué más se le puede pedir?
¿Experiencia de lectura? Cuando era chica era muy prolija con mis libros; ahora no tengo ningún problema con marcarlos, subrayarlos, escribir cosas en los márgenes. Entro a los libros como ladrona, buscando qué saquear.
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Sobre la lectura

Maximiliano Barrientos

Siempre entendí a la lectura de ficción literaria como una experiencia, no como un medio de abstraerse a ésta. Es una experiencia de índole tan íntima como lo puede ser el sexo o la enfermedad, y por lo tanto está ligada a una forma de percibir y de construir la realidad.
Leemos para construir nuestra subjetividad con elementos más finos que los que nos otorga el sentido común. Es también una forma de consolación, de salir del aislamiento engañoso de la conciencia. Como toda experiencia esencial, nace de una necesidad profunda, de una sed.
La lectura no sale a tu encuentro, es el lector, desesperado por la condición en la que se encuentra, el que busca en la lectura lo que está ausente en el cuerpo. Esa es una de las razones por las que veo con suspicacia las campañas de promoción a la lectura, presiento que el contagio que quieren provocar es artificial y no está ocasionado por esta búsqueda. La relación que tengo con la lectura es la misma que tendría con el cristianismo si hubiera tenido un espíritu religioso.
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El reino de lo interior

Gary Daher

El libro es la huella de las búsquedas de otros hombres. Y como tal hay huellas confusas, huellas brillantes y huellas oscuras. Es muy interesante recibir información a través de los libros, pero más hermoso es que estos te provoquen, te saquen de tu comodidad, te lleven a despertar a la realidad.

Ahora, que el libro puede ir montado en un medio electrónico, en un documento encuadernado, o como se hacía en la antigüedad en rollos de papiro, eso no tiene más importancia que la hedonista. Sin duda, preferiré el libro de papel, mucho más entrañable. Tocarlo, olerlo, marcarlo con un lápiz, todas esas son experiencias tridimensionales cercanas al placer de los sentidos básicos.
De ahí que el acto de leer esté sustraído a las condiciones en que libro venga, el acto de leer es un proceso de comunicación en su más alto sentido. Si el libro provoca, nos permite penetrar en nosotros mismos, nos permite descubrir el interior y pintarlo con los nuevos colores con que se expande nuestra consciencia. Pero la riqueza de todo libro reside no en el libro, que provoca, sino en el lector que, armado de la espada que le presta, penetra en el reino de lo interior y se busca con decisión.


Lector al sol

La literatura del futuro


Sebastián Antezana ejercita una lúcida y contundente declaración pública de intereses literarios.



Sebastián Antezana

La literatura que me interesa no tiene un orden establecido ni inflexible de lectura. No necesariamente tiene un principio, no necesariamente tiene un final, no tiene una dirección correcta. Lo que tiene, lo que produce, es la sensación de un adentro y un afuera, un arriba y un abajo, un entrar y salir de uno o varios espacios pero sin seguir una trayectoria lineal ni una progresión cronológica.
La literatura que me interesa no tiene más exigencias (formales y temáticas) que las literarias, no presenta espacios que demanden ser cubiertos ni vacíos que deban quedar anónimos. En ella, el primer espacio flexible, vulnerable, es siempre el de la página, el de la escritura, el del lenguaje. El primer espacio modificable es el del blanco y el negro y las demás impresiones de la luz, el del vacío y las palabras y lo que se cuece en el medio.
En ella lo horizontal se escribe como vertical, en ella se juega con los márgenes (escribiendo fuera de ellos), con las llamadas a pie de página (que son siempre una forma de controlar la mirada lectora), con los índices (que obligan a un desplazamiento de orden puramente sucesivo). Es, por ejemplo, el caso de Mark Danielewski y su fantástica novela La casa de hojas.
No hay reglas fijas ni arbitrariedad en la literatura que me interesa, la que considero la literatura del futuro, esa que mezcla lenguajes escritos con otros como el pictórico, el plástico, el sonoro o el virtual. Es el caso de Roque Larraquy y su breve pero fascinante Informe sobre ectoplasma animal.
No hay verticalidad ni sinsentidos en la literatura que me interesa, no hay órdenes ni desordenes indiscutibles, sino una constante apertura de brechas que movilizan nuevas concepciones de lo literario, lo histórico, lo político y lo estético; opciones felizmente subversivas que optan por ámbitos indeseables por el mercado y la rutina social, como los “espacios inútiles” o los espacios agotados en y por la escritura. Es el caso de Georges Perec y sus pequeños y enigmáticos libros Especies de espacios y Tentativa de agotamiento de un lugar parisino.
En sociedades aburguesadas y controladas desde el Estado, como las latinoamericanas del siglo XXI, los términos de la escritura literaria se repiten hasta volverse una fórmula: en ella tiene preeminencia casi absoluta la trama, el relato de una sucesión de hechos más o menos concatenados que crean un todo orgánico; lo tiene también el afán por obtener productos bien escritos, legibles, traducibles, que no pongan en riesgo el lenguaje sobre el que están instituidos o, que si lo hacen, que lo hagan de tal forma que no pierda su capacidad de dictar la estructura de la experiencia y de hacer de esa experiencia algo fácilmente transmisible; y lo tiene, quizás más que cualquier otra característica, el orden administrativo de la narrativa: la ecuación de introducción, nudo y conclusión.
La literatura que me interesa, cuando no se plantea frontalmente contra este modelo, busca alternativas, apuesta por la narrativa como un terreno de desconcierto, de construcciones no lineales, apuesta incluso por la intransmisibilidad de la experiencia o la incomprensión como otras formas que asume lo literario. Es el caso de Juan Goytisolo y su clásico Juan sin tierra.
La literatura que me interesa está consciente de que las revoluciones no son para ella sucesos extraños a nivel histórico ni a nivel estilístico. Reconoce su carácter de convención, de producto trascendental de la esfera pública, el hecho de que es una construcción que funciona como red articuladora de los lenguajes psicológico y social, e intuye que la esfera pública (aquella donde las personas adquirimos nuestra primera dimensión política) no sería tal sin ella.
La literatura que me interesa es profundamente militante, asume el lenguaje como una herramienta estético-ideológica y el literario como un campo de acción político-ficcional. Esta literatura no se corre de la lectura crítica de la realidad, del realismo y de lo real (tres referencias en tres niveles distintos), y asume el género de la crítica como una más de sus posibilidades, otro de sus modos. Es el caso de Alison Spedding y su parteaguas De cuando en cuando Saturnina.
Contra lo formulaico, contra lo dogmático, presentando alternativas al poderío del nercado idiotizante y como herramienta política, la literatura que me interesa, la que creo que es la literatura del futuro, ya existe hoy.

Quizás no es la más consumida pero se consume, quizás no es la más practicada pero se practica. Como instancia de resistencia, como agente desestabilizador y crítico, como aparato capaz de producir propuestas estéticas renovadoras en el lenguaje y en varios discursos, está viva y a nuestro alcance. En lo personal, creo que vale la pena apartar el grano de la paja y leerla, leerla, leerla.

Letra sincrónica

Los fantasmas del lenguaje paceño

De bolivianismos, etimologías y las siempre vigentes añejerías de Ismael Sotomayor.



Alan Castro Riveros

Tarjar
Todo lenguaje vivo es imprevisible. Cualquier rato nos topamos con una u otra palabra que alguna vez escuchamos de nuestros mayores, y esa palabra regresa después de años como si fuese algo indecisamente nuevo y extravagantemente real.
Si decidimos tratar un par de días con la palabra resucitada, es seguro que dejará florecer sus nervios para aparecer de pronto conectada a ese pequeño tejido de palabras que cada quien considera su lengua secreta.
Por ejemplo, el otro día me acordé de la palabra “tarjar”. Siempre escuché esta palabra en boca de mi abuelo -quien la pronunciaba al hacer el arqueo (otra palabra de aire paceño) en la tienda de abarrotes que atendía junto a mi abuela.
La cosa es que “tarjar” es uno de los bolivianismos que figura exclusivamente como tal en el Diccionario de la Real Academia de la Lengua. El bolivianismo tiene dos significados: borrar lo escrito y compulsar una lista.
En cambio, la palabra castellana (en extinción) tiene el sentido de señalar en la tarja (calculadora primitiva) lo que se va sacando fiado, o lo que se cuenta. En castellano: sacar o contar; en boliviano: borrar y compulsar. (Habrá que añadir que, etimológicamente, la tarja es una moneda castellana.)
Mi abuelo usaba la palabra tarjar con los dos significados del bolivianismo al mismo tiempo: borrar y compulsar. Él manejaba la calculadora y mi abuela tarjaba números en su cuaderno, o sea, tachaba los números que ya habían sido calculados a tiempo de cotejar (compulsar) los resultados con el abuelo. Se notaba que ambos habían trabajado en la banca estatal. Y si pasamos de este último dato a la etimológica moneda tarja -con una parada en el arqueo- se dibuja una constelación.
En primer lugar, es inquietante que, aunque tarjar siempre haya sido tachar en mi imaginación, yo haya conocido la palabra en una tienda donde mis abuelos hacían cuentas -cosa que relaciona a la palabra con el sentido de su homófono castellano. Pero, ¿qué ha cambiado? Mientras una sirve para contar todo lo que entra y sale de un lugar, la otra sirve para descontar y revisar lo que se ha contado. Más allá de la contaduría, mientras en la primera tarja está la rutina del cálculo, en tarjar siempre queda abierta la posibilidad sincrónica de una relectura y una reescritura crítica.
Por otro lado, es importante que hayan quedado esas líneas horizontales (las muescas) como fantasmas de aquellas inscripciones lineales en las tarjas calculadoras de antaño. Gracias a eso, ahora tarjar es solo trazar una línea por el centro de una palabra (dejarla legible) y no borronearla con una (más violenta) tachadura.
           
Los fantasmas de Ismael Sotomayor
Las palabras que llegan a la ciudad son casi siempre lejanas y nacen de una gambeta, una reducción o un malentendido. Lo importante es entender qué clase de bailoteos han hecho nuestros mayores y qué tipo de cosas imaginamos ahora al escuchar ciertas voces que repetimos.
Si podemos detenernos en la genética de una sola palabra por tiempo indefinido, imagínense lo que es posible leer en Añejerías paceñas -un libro de 400 páginas llenas de vocablos que retornan y retornan. Allí, Ismael Sotomayor despliega la precisión incisiva del lenguaje paceño para quien quiera adentrarse en su inalterable vitalidad.
En las fantásticas páginas de Añejerías paceñas convergen episodios históricos de tradición oral o documentación escrita, relatos que detallan las costumbres de determinadas zonas y tiempos de La Paz, leyendas fantasmagóricas que contaban las abuelas, y hasta el detalle más o menos minucioso de la variaciones que han sufrido los símbolos paceños. Los relatos de fantasmas, en particular, son los más lúcidos que se han escrito en Bolivia. Por eso, voy a detenerme brevemente en un par de ellos.
El primero al que me voy a referir es el relato Fantasma de Jaén, que además es una leyenda citadina conocida por grandes y chicos, aunque sea de oídas. Ismael Sotomayor tiene una versión importantísima de este relato en sus Añejerías -una versión muy distinta a la que generalmente conocemos.
En el relato se hace referencia a muchas de las historias que circulaban sobre el fantasma de la calle Jaén y cómo se fue corriendo la voz: Se habló -como de costumbre- que por esa región de la ciudad existía tapado, que su dueño (algún ánima en pena), perseguía salvación eterna y más otras y variadas sandeces. (p. 252, ed. de 1987)
Sin embargo, lo crucial de la versión de Sotomayor es la revelación final de que tal fantasma solo era un joven seminarista que había decidido burlarse de todos los crédulos, en complicidad con sus compañeros de seminario. ¡Qué policía, ni qué plátanos! Había que reventar al aparecido, diciéndole: ¡Zamarro, díscolo, insolente, sepa usted que si aquí no hay valentía, en cambio hay buena gente! (p. 253)
Esta idea de fantasma es muy parecida a la que teníamos cuando, de niños, jugábamos a las apariciones. ¿Acaso ése no es precisamente el fantasma? Aquel que se disfraza de desaparecido. Es interesante que la historia que ahora conocemos de la calle Jaén no sea ésta que Ismael Sotomayor ha escrito, sino una variante de las muchas otras y variadas sandeces en las que los fantasmas y los vecinos nunca se encuentran.
En otra añejería llamada Almas en pena se relata la vida de una mujer virtuosa que recibe a las almas del Purgatorio y les da pan, dinero, azúcar o lo que le pidan, siempre y cuando sean almas penitentes probas. Cada noche una decena de estas almas penitentes se acercaba a la ventana de la matrona para decirle: “Mamita, solicito un quinario”, “Mamita, requiero de una limosna” o “Mamita, solicito un vestido”.
Como cada alma tenía su turno y la noticia de la virtud de la mujer crecía, en cierto momento la fila de fantasmas se hizo tan larga que la pobre señora no pudo atender a todos. Así que llegó a un acuerdo con la abadesa del monasterio del Carmen (que obviamente era clariaudiente), para que los últimos fantasmas de la fila pudiesen también ser atendidos. Aunque las almas en pena se iban renegando (porque preferían a la virtuosa), dice Sotomayor que nunca hubo verdadero descontento.

Los fantasmas de Ismael Sotomayor son más reales mientras más sobrenaturales, más un gesto preciso que un estigma invisible. El trato con ellos no es cosa de otro mundo, porque guardan acciones específicas e interpelantes, ajenas a cualquier acusación de inexistencia. Aquí, las almas hacen y deshacen como si no hicieran nada y eso los diferencia de otros fantasmas, ajenos a la pluma de Ismael Sotomayor y al lenguaje más potente.

Patio interior

Prisma del mundo visible


Lacoue-Labarte, la música y la invención del yo. Continúa la serie de ensayos sobre el romanticismo.



Juan Cristóbal Mac Lean E.

El problema, decía Lacoue-Labarthe al final de la anterior entrega, no es que estemos o no en el “fin del arte” como a Hegel le vino en gana llamar a un desenvolvimiento de las formas, los sucesos o las obras que no se atenían a su dibujo, su cuento de las hadas absolutas de la Historia.
En cualquier caso, desde entonces el “arte” de hoy mismo lleva tal dictamen en su espalda, así como la poesía nunca logra desprenderse de su expulsión de la República platónica. Que esas son las dos puñaladas, que más o menos por la espalda, se le clavó para siempre al arte, a la poesía: la de Platón, primero, la de Hegel, luego. Pero, en cuanto a la “muerte del arte” la cuestión sería más bien, y Lacoue-Labarte tiene el valor de plantearlo, si no será más bien al revés de lo que se trata: de que por primera vez, el arte sea posible.
Lo dice, como recordarán, hablando a propósito de eso asaz indefinido o a la chiripa designado como romanticismo alemán, romanticismo de Jena, primer romanticismo, Frühromantik
Eso que se cocía, puerta a puerta con Hegel y, contra lo que él consideraba, en absoluto se dedicaba a “realizar,” definitiva e históricamente, cualquier supuesta muerte del arte, cuando lo que hacía era más bien reinventar el arte, sacudir el arte, devolverlo de una vez y para siempre a su raíz más profunda, es decir la vida. La vida verdadera, donde ya no hay ni arte, pues todo es arte: allá donde estar vivo es el arte mayor.
Pero ahí solo el poeta llega a estar así de vivo, de tan hecho uno solo con la vida. No en vano Novalis, esa fulguración enorme de la poesía, llega a confesar esto en una carta: “en mi filosofía de la vida cotidiana he llegado a la idea de una astronomía moral… e hice el interesante descubrimiento de la religión del mundo visible”.
Ese “interesante descubrimiento”, sin embargo, pareciera en un momento como opuesto a una de las fuentes esenciales en las que abrevó el romanticismo y que, en su momento, determinaron su andadura. Esa fuente esencial, no importa cuán aceptada, creída, refutada o transmutada luego, se manifestaba en el fenómeno Fichte, que a poco de deslumbrar a toda Alemania con un solo gran libro, que sonó como un platillo filosófico, y que parecía escrito por Kant, fue a parar, a dar clases, lecciones, aún repartir panfletos de sus propios escritos… en Jena. Donde lo escucharon, asistieron a sus vislumbres y retumbes, quienes de momento nos interesan, es decir los miembros de aquella especie de “célula” –no hay mejor palabra para comprenderlos- de lo que luego fue tachado de “romanticismo”, idealismo, etc.
¿Y qué decía Fichte? Aquí sólo nos interesa destacar una cosa, sin que nos aventuremos a explicar nada ni meternos en terriblemente difíciles derroteros filosóficos. Por caminos que aquí no seguiremos, y para los que además somos incompetentes, a Fichte se le dio, de una forma jamás antes imaginada (aunque por cierto en las huellas de Kant, que sí supo o fundó algo de tal barbaridad), que todo estaba en el Yo y en ninguna otra parte era cualquier cosa más verdadera, real, etc. Adentro de uno, y en ninguna otra parte, puede algo encontrar su verdadera condición, su definición mejor… Y un adentro reflejado en sí mismo hasta el infinito de su condición finita, etc.
Pero vamos: para explicar mejor y más fácil la invención del Yo, hagamos la prueba de remitirnos a la música en estos términos: en la música de Bach el Yo simplemente no existe. La música crea, obedece, a una estructura impersonal, trascendental -en otro sentido del que luego adquirió la palabra- indiferente como un río aunque por cierto capaz de captar las turbulencias del mismo río, pero en todo caso tan colectiva como anónima, tan rigurosamente puntual y matemática como ordenadamente múltiple e infinita.
La gran música del romanticismo (digamos Schubert, Schumann, Brahms), en cambio, está saturada por el yo, no se acoge ya a ninguna forma prescrita, impersonal (social, académica, religiosa), y se adentra, en cambio, como ningún otro intento humano lo hizo antes, en las profundidades del sí mismo, en su vibración primera, es decir el sentimiento en su acepción más esencial…  ¿pero sentimiento de qué? 
Habremos de decir, paradójicamente, que se trata de un sentimiento impersonal… pero propio de quien acude a encontrarlo, arrebatarlo, despersonalizarlo profundamente, pues en ese sí mismo se ha hallado todo… la hoja que cae, la danza que convoca, la llegada del invierno, lo escondido para siempre, lo descubierto sin apelación…[1]
¿Y cómo responder a eso o, es más, ¿cómo crear en sí mismo las condiciones de respuesta-responsabilidad ante la inagotable, vertiginosa y amada transfiguración del alma en lo que al alma atañe?
El camino está en el arte, pero a estas alturas la misma palabra arte se ha hecho multifacética, pues puede querer decir poesía, puede querer decir novela en el fabuloso sentido que le dieron, puede ser fragmento, es literatura pero también es crítica, crítica de arte. Sobre sus formas de realización en la nueva libertad que ha hallado (en parte gracias a esa herencia, en línea directa de Kant y que más tarde resumiría Benjamin Constant, acuñando la expresión de “arte por el arte”), Novalis, otra vez, es muy claro.
En las líneas siguientes, incluso parecería estar diseñando el programa extremo de una escritura venidera y que, más de 200 años después, conocemos bien: “relatos parecidos a sueños, sin coherencia [lógica], pero con asociaciones, como los sueños, -poemas únicamente armoniosos para el oído, hechos de hermosos vocablos, -pero sin significación ni coherencia, -tan sólo unas cuantas estrofas inteligibles, -deben ser como fragmentos de las cosas más diversas. La verdadera poesía puede tener, a lo sumo, un sentido alegórico en su conjunto, y producir, como la música, un efecto indirecto”.
Y esto, en el prisma Novalis, se entrecruza también con otros reflejos, otras luces que iluminan el “mundo visible”. Sin embargo, aunque se está ante un movimiento siempre inacabado, absoluto, tampoco se puede, ni se debe exponerlo todo, pues “muchas cosas son demasiado delicadas como para que se piense en ellas, y muchas más aún, como para que se hable de ellas”. Por eso, quien se ejercite en aclarar las cosas, debe también saber ocultarlas, oscurecerlas…



[1] Pero siempre debe matizarse la presencia de esos reconocidamente románticos con la figura de Beethoven, quien es para muchos quien dio verdaderamente el paso más allá, más allá aún de Kant, por ejemplo en sus dos últimas sonatas para piano (ver para esto, en Thomas Mann, las páginas del Doctor Faustus dedicadas a estas sonatas, la 31 y la 32), o también está la aseveración de Lacoue-Labarthe, para quien son los últimos cuartetos de Beethoven los que estarían a la altura de Holderlin). 

Cafetín con gramófono

Boletín del Conjunto Nuevos Horizontes (II)


El autor continúa con su reseña histórica y descriptiva del impreso del grupo Nuevos Horizontes.



Omar Rocha Velasco

El Boletín del Conjunto Teatral Nuevos Horizontes se publicó en Tupiza entre julio de 1956 y agosto de 1961, los responsables fueron Cecilio del Callejo, secretario de redacción y Arturo Martínez, secretario administrativo.
Como órgano de difusión este boletín sirvió para dar a conocer las actividades del grupo, publicar obras de teatro, interactuar con la comunidad de forma directa, hablar sobre el “teatro en el mundo”, publicitar y recibir noticias del ámbito cultural en Bolivia, sin embargo, es muy importante preguntarse sobre cuál era la concepción de teatro que tenían, qué era lo que propugnaban como arte y cómo se manifestaba eso en las páginas de ese boletín, que el mismo Liber Forti imprimía en su linotipia y que llegó a 50 números en cinco años. Aquí algunas ideas al respecto.
Creían en la universalidad del teatro y del arte en general, la idea fuerza era que a través del teatro se podía lograr un cierto acercamiento entre los seres humanos. Se esforzaron mucho por llegar a los niños y a los jóvenes (el boletín muestra un recorrido que da a conocer los afanes por visitar colegios, por organizar grupos, por presentar y discutir obras en espacios estudiantiles, etc.), si ellos vivían y se educaban en esas “formas universales” que solo el teatro podía otorgar, las cosas podían cambiar.
Un recuadro aparecía cada cierto tiempo en el boletín, recordando al público y a los responsables para quienes trabajaban: “[trabajamos] para esa humanidad futura que palpita a nuestro lado: los niños (…)”.
La concepción del estatuto universal del teatro hizo que el boletín recoja en sus páginas obras, reseñas, reflexiones y noticias de diversa índole y procedencia; un claro ejemplo de concretización de estas ideas acerca del teatro está en un recuerdo que Liber Forti relata a Juan Manuel Fajardo en una de las pocas entrevistas que dio:
“(…) te doy un dato, un muchacho cordobés Pablo Jiménez, que hizo el Primer Festival Internacional de Teatro en Caracas, preparó una obra de Ionesco, y se vino de gira por las minas de Bolivia, y qué crees, me dice: ‘El mejor público para Ionesco, son los mineros bolivianos, sí, el teatro del absurdo; encuentran un punto común y se cagan de la risa, se ríen de las situaciones absurdas que plantea la obra; se ríen, no se mortifican, es el niño, la ingenuidad del niño, la pureza del alma y lo recalcitrante del análisis del problema’. Obras que se dicen para ‘entendidos’, provocan espontáneas reacciones”.
Ionesco en las minas, he ahí un ejemplo de la concreción de la idea general de la universalidad del teatro.
Una de las rúbricas que guió el accionar del grupo Nuevos Horizontes fue “por el arte y la cultura para el pueblo”, en efecto, esta concepción se alejaba insistentemente del arte “elitista” y para elegidos.
Si se había optado por “hacer” teatro había que hacerlo con y junto a obreros, empleados y estudiantes. La idea era que no se podía ser indiferente ante los problemas sociales que aquejaban a Bolivia y el mundo. El teatro se concebía como una especie de “caja de resonancia” en la que se recogía y se amplificaba “el drama, ternura y esperanza del pueblo”.
Por eso era una expresión artística fundamental. En el boletín número cinco esta idea se expresa a través del artículo “El arte es el pan del alma”, firmado por R. González Pacheco: “[el arte] es el sueño sin el cual no hay vida humilde que aliente. Nace del desinterés y solo pueden gozarlo los desinteresados. (…) Y parar la obra, plantarla. Y si el burgués no la paga, que no la pague. Que nuestro salario no es de sucios y hediondos pesos, sino de ideal y de ensueño. ¡Abajo el burgués!”.
El arte era una forma de ejercer la libertad propia del ser humano, esa libertad que se perdía por acción del Estado, la burguesía y el fascismo. Las formas de organización tenían que ver con  la asamblea, la reunión, la resolución consensuada. El posicionamiento político era el del anarquismo, como corriente de pensamiento y métodos organizativos, que busca el cambio social.
La idea era luchar, difundir y “enamorar” a la gente de la libertad, quienes promueven esa libertad son los anarquistas a través del teatro. En este marco, uno de los aspectos fundamentales del boletín fue dar a conocer la labor realizada por Liber Forti, asesor cultural de la Federación de Mineros de Bolivia, parte fundamental de la Central Obrera Boliviana.
El empeño mayor en esos años fue lograr que cada sindicato minero tenga su radioemisora y, además, lograr que se cree y consolide el Sindicato de Trabajadores del Arte, también afiliado a la COB. El sindicato era la única forma de organización que expresaba lo que el pueblo -en este caso los mineros- quería.
Este boletín (y la revista Horizontes que merecerá otro espacio en esta columna) es el testimonio de uno de los gestos más auténticos del arte en Bolivia. Sin mayores aspavientos es uno de los pocos casos en los que la distancia entre lo que se piensa, dice y hace es mínima, algo muy difícil de conseguir.
Termino con unas palabras de Lupe Cajías, estudiosa del grupo Nuevos Horizontes, que da testimonio de una visita a Tupiza: “Quedan las últimas huellas de la casa, el piso de ladrillo maltratado y los empapelados rotos. Tiene dos patios y al fondo la famosa sala La caverna. Con su piso de piedra conservaba en 1992 los últimos vestigios de afiches y un letrero enmohecido, casi cincuentenario: ‘Nuevos Horizontes de Tupiza presenta El zoológico de cristal, de T. Williams’ (abajo casi roto y no se descifran las borrosas letras). Al lado oeste, un letrero roto, en el cual solo se distingue la palabra ‘Horizontes’ en rojo y amarillo (…)”.

Este fragmento hace que sea inevitable hablar de la ruina y su doble función simbólica: en efecto, por un lado la ruina es resto, imagen de lo ido y lo perdido; sin embargo, por otro lado, es edificación y por tanto esperanza. El que edifica cumple, la ruina es un vestigio de edificación, un atisbo de grandeza, de posibilidad y horizonte.

Etc.

Los escritores hiperproductivos y el Nobel


“¿Será que los autores de obra prolífica, y hasta excesiva están destinados a no recibir nunca el máximo galardón de las letras?”.



Carlos Decker-Molina

Stephen King (El resplandor) es un escritor que toma vacaciones solo tres días al año: en su cumpleaños, en el 4 de julio (día nacional de EEUU) y en Navidad. De los 362 días restantes, destina cuatro horas a escribir en su computadora, otras tantas a leer, y el resto del tiempo -salvo las horas de sueño y descanso- se ocupa de quehaceres administrativos.
Este esquema funcionó incluso en los 80, su periodo de cocaína, Valium y whisky. Hoy tiene solo el vicio de fumar tres cigarrillos al día. En una entrevista en Paris Review dice que su escritura puede ser considerada una suerte de “drogadicción”.
Ha escrito tantos libros que no los recuerda, en 2014  presentó dos novelas: Mr. Mercedes y Revival, pero tiene más novelas escritas con el pseudónimo de Richard Bachman. Su obra cumbre -según el autor- es La torre oscura compuesta de siete volúmenes.
Graham Greene (Nuestro hombre en La Habana) tiene una producción menor a la de King, pero es, innegablemente, uno de los escritores más metódicos; él mismo relató alguna vez: “en 20 años escribí 500 palabras al día, cinco días a la semana. Cuando la cuota del día estaba lograda le ponía punto final no importaba que en mitad de una frase. Un enredo amoroso, con una joven, debía tener su culminación luego del mediodía y, no importaba la hora en que retornaba a mi habitación (porque siempre dormí solo), tenía que leer la producción del día. La gran parte de la creación se lleva a cabo en el subconsciente y en esa profundidad se escribe la última palabra antes de hacerlo en el papel”.
Estos fragmentos reveladores sobre escritores hiperproductivos los leí en una revista sueca especializada llamada Vi Läser (Nosotros Leemos), que reproduce episodios de un libro de Göran Everdahll que me condujeron a una pregunta con una respuesta tentativa.
Los escritores que figuran en el texto de Everdahll no recibieron el Premio Nobel de Literatura: Graham Greene fue nominado varias veces pero no fue galardonado, ¿será que la hiperproducción literaria, para los académicos suecos, es sinónimo de mediocridad?
No hay respuesta, pero la realidad nos muestra que, tal vez sin el adjetivo, la hiperproducción no se premia con el Nobel.
A propósito, este mes de abril es uno de los más importantes en el proceso de elección del Premio Nobel de 2015. Una comisión, que está reunida desde enero, pasa una lista a los académicos justo en abril, se trata de una nómina preliminar compuesta por 15 o 20 nombres.
Los académicos aprueban o modifican y el “papel” con los nombres vuelve a manos de la Comisión que sigue deliberando hasta fines de mayo, aligera la nómina y la devuelve con solo cinco nombres, pero todavía la Academia puede modificar o añadir.
En el verano sueco (junio-agosto) leen la producción literaria de los cinco candidatos siempre  que no los hayan leído antes, lo que casi siempre ocurre, porque hay nombres que se repiten durante años como el de Joyce Carol Oates por ejemplo (no sé si llega su nombre a la lista de cinco, pero supongamos) que es una escritora súper creativa, y una de las más celebradas en el mundo anglosajón.
Personalmente, he leído algunas novelas suyas. Suelo sugerir La hija del sepulturero como introducción a su literatura porque es una novela impactante donde aparece el exilio y sus traumas, la identidad y la persecución a los judíos, pero hay otra, más liviana, inspirada en Marilyn Monroe, titulada Blonde que fue muy bien comentada por el Times.
Hay que admitir que una es la literatura que gusta al lector y otra la que se premia; una amiga que tiene un taller de escritura creativa me dijo: nunca compres al ganador, los mejores están detrás. Y Oates, me atrevo a decir, no recibirá el Nobel.
Tiene más de 40 novelas (su última traducida al español es Carthage, 2014), 26 libros de cuentos, 10 libros de poesía, 9 dedicados a niños y jóvenes, 16 libros de referencia, 10 piezas de teatro, además es una activa profesora universitaria, escribe reseñas literarias y es redactora de antologías. Tiene 75 años y dice: “mis libros crecen como hongos en la oscuridad” y piensa seguir escribiendo.
Y volviendo al Nobel de 2015… tiene una gran novedad. Pues en la reunión anual de mitad de año asumirá la secretaría permanente, por primera vez desde 1786, una mujer. Eso quiere decir que Sara Danius será la encargada de decir el nombre del ganador del Nobel de Literatura 2015.
Personalmente escuché una vez a la Danius en una conferencia y presentación de su libro sobre James Joyce; es filósofa, tiene una tesis sobre la teoría crítica del marxista Fredric Jameson, pero,es también profesora de estética y crupier diplomada, aunque ahora ya no se la ve por los casinos.


sábado, 18 de abril de 2015

Entrevista

“Bolivia es parte de mí, vaya donde vaya”

Recuperamos parte de una conversación vía correo electrónico, sostenida con Eduardo Galeano en julio de 2008, y que originalmente fue publicada en el suplemento literario Fondo Negro.



Martín Zelaya Sánchez

En uno de los encuentros ceremoniosos, casi fetichistas-enfermizos (largas horas de fugaces relecturas-hojeadas) con mi biblioteca me topé con tres tomos de Eduardo Galeano: Amares, El libro de los abrazos y Días y noches de amor y de guerra.
Recordé entonces lo bien que me llevaba con el uruguayo y su universo literario-histórico -creo que es imposible desligar ambos términos al comentar su obra- a mediados de los 90.
“Llega al mercado el abuelo de Juana, -escribe en Amares- muy triste porque hace mucho tiempo que no sueña. Juana lo lleva de la mano y lo ayuda a elegir sueños, sueños de mazapán o de algodón, alas para volar durmiendo, y se marchan los dos tan cargados de sueños que no habrá noche que alcance”.
Hojeando, releyendo trozos, recordando portadas y contraportadas y disfrutando de las ajaduras y anotaciones -que en eso consisten mis frenesís bibliómanos- hallé ese y otros trozos del autor de Memorias del fuego.
“Yo sentía las lastimaduras que Florencia iba a sufrir a lo largo de los años y hubiera querido que Dios existiera y no fuera sordo, para poder rogarle que me diera todo el dolor que le tenía reservad”.
Otros tomos, otras memorias entre el desorden de mis libros, me recordaron por qué había dejado de lado tanto tiempo a Eduardo. Como él también pregona y recomienda, hay que seguir viviendo y probando, y avanzando.
Fue entonces grande la casualidad que pocos días después el autor se ganó un reconocimiento del Mercado Común del Sur (Mercosur) a su trayectoria literaria, y que lo nominaron al Premio Príncipe de Asturias.
Pero fue más aún la buena coincidencia, que pude, sin tanto esfuerzo como había imaginado, dar con su correo electrónico.
Amable pero sin tiempo, Galeano demoró poco más de tres semanas en responderme, no sin antes un simpático intercambio de breves mails de coordinación.

- ¿Qué detalles y características nos puede comentar de Espejos, su último libro?
- He querido contar la historia de los nadies, de los ninguneados, pero esta vez me atreví a intentarlo sin hacer caso de las fronteras del mapa ni del tiempo: cuento cosas desconocidas, o muy poco conocidas, sin que me importe ni un poquito los lugares ni los momentos.
Hay episodios de las Américas, pero también de muchos otros lugares, de hace siglos o milenios. Como digo en la contratapa: para que los anónimos tengan nombre: los hombres que alzaron los palacios y los templos de sus amos; las mujeres, ignoradas por quienes ignoran lo que temen; el sur y el oriente del mundo, despreciados por quienes desprecian lo que ignoran; los muchos mundos que el mundo contiene y esconde; los pensadores y los sentidores, los curiosos, condenados por preguntar, y los rebeldes y los perdedores y los locos lindos que han sido y son la sal de la tierra.

- El libro de los abrazos, Días y noches de amor y de guerra, Mujeres..., como tantos otros títulos suyos, tienen la característica de estar formados con brevísimos capítulos, fragmentos, extractos que, en torno a anécdotas históricas, conforman una sola unidad. ¿Cómo concibe este estilo, es un sello suyo, es influencia de algún otro escritor... cree que escribir de esta manera facilita la lectura de gente poco experimentada en la lectura?
- No sé si facilita la lectura, y no lo hago por eso. Me gusta escribir cortito, decir mucho con poco, y tampoco lo hago porque me resulte más fácil. Al revés: cada brevísima página es el resultado final de muchas páginas arrojadas al cesto de la basura.
Hace poco, al final de una lectura de Espejos en Ourense, un viejo gallego me dijo: “Qué difícil ha de ser escribir tan sencillo”. Y así es, pero vale la pena. En América Latina la inflación palabraria hace tanto o más daño que la inflación monetaria. Es como si algunos intelectuales razonaran así: “Ya que no podemos ser profundos, seamos complicados”.

- En Bolivia la mayoría de sus libros circulan en ediciones piratas. Hace unos meses leí una declaración suya de que le interesa tanto que su escritura llegue a la gente, que no condena del todo a la piratería por facilitar ese fin. ¿sostiene esa idea, qué reflexiona al respecto?
- Yo trabajo con editoriales independientes, pequeñas, que están fuera del gran circuito comercial, y les hacen daño las ediciones piratas. No puedo estar a favor de eso, aunque sí comprendo que la piratería ayuda a poner libros al alcance de bolsillos casi vacíos.

- Hace unas semanas le dieron una distinción del Mercosur, fue finalista en el Premio Príncipe de Asturias de las Letras... ¿qué piensa de los premios y reconocimientos literarios?
- Sí, acabo de recibir el título de primer Ciudadano Ilustre del Mercosur. Estoy muy emocionado y muy orgulloso. Vanidoso, no: orgulloso. Me alegra, y mucho, el reconocimiento recibido de la región del mundo más entrañable para mí, este sur del sur, aunque yo soy patriota de muchas patrias y creo que los mapas del alma no tienen fronteras.
De todos modos, no sería del todo sincero si no aclarara que los premios más premios están en los abrazos de la gente, y no en las medallas ni en los diplomas. Como decía José Martí, “todas las glorias del mundo caben en un solo grano de maíz”.

- Cuál es la relación de Eduardo Galeano persona y Eduardo Galeano escritor con Bolivia, y qué opina de la actual etapa de cambio político, social, cultural…?
- Bolivia es parte de mí. Está en mí, vaya donde vaya, ande donde ande; y yo estoy en Bolivia sin estar estando. Me parece fundamental el proceso que encabeza Evo Morales. No solo para Bolivia, sino para el mundo entero, que está enfermo de racismo aunque siga siendo una enfermedad rara vez confesada.

Dicho sea de paso, te cuento que en Bolivia tuve, hace ya muchos años, mi bautismo de fuego como escritor. Llevaba yo un buen tiempo en Llallagua, y había llegado la hora de partir. Nos pasamos toda la noche bebiendo, chicha al principio, después singani, con mis amigos mineros. Y cuando ya estaba por sonar la sirena que convocaba al socavón, me rodearon y me obligaron: “ahora, hermanito, dinos cómo es el mar”. Yo sabía que ellos, condenados a la muerte temprana y a la soledad de la geografía, nunca iban a ver el mar. Y yo tenía la obligación de encontrar palabras que fueran capaces de mojarlos…

Artículo

Galeano: miente la muerte

Crónica del último encuentro (y también del primero) entre el autor y el genial escritor uruguayo.

 
Una selfie tomada por Gumucio, hace unos años en Montevideo.
Alfonso Gumucio Dagron

La última vez que estuve con Eduardo Galeano fue en La Paz, el lunes 15 y martes 16 de julio de 2013, cuando llegó invitado por la Universidad Andina Simón Bolívar, que le otorgó en Sucre un reconocimiento.
Me avisó que llegaba al Hotel Radisson al final de la tarde y le propuse cenar juntos en mi restaurante favorito de la zona sur, pero se retrasó dos horas porque la ciudad estaba enloquecida con los festejos del día siguiente, el aniversario de La Paz, y al final llegó como a las 10 de la noche, cansado de tanto viaje y bochinche, acompañado por José Luis Gutiérrez Sardán, rector de la UASB. 
Así que a esa hora cenamos ahí mismo, en el restaurante del hotel. Ambos pedimos un wok de pollo con verduras, que él acompañó con un whisky con hielo. Me hizo mucha gracia cuando le pregunté si había probado la carne de llama y respondió que él no podría comerse a un animalito que tenía la mirada de Gina Lolobrigida y el caminar de Sofía Loren.
Me habló de su nieta Lila, de seis años, a la que adoraba, y sacó una de esas libretitas minúsculas y maravillosas que siempre llevaba en el bolsillo donde anotaba todo con letra menuda, para leerme unas frases de la nieta. Cuando nació, el padre de Lila escribió un mensaje a la familia: “Llegó para enseñarnos todo de nuevo”.
Helena me había escrito en la mañana para recomendarme que lo cuidara, pues estaba frágil debido al tratamiento oncológico: “te ruego que veas que no se canse, que haga todo despacito, comer poquito y beber nadita. ¿Tal vez que se compre sorojchi pills?”. No fue necesario decirle nada a Eduardo, pues se sentía muy cansado y me dijo que se iba a acostar inmediatamente después de la cena.
Le entregué mi libro Cruentos, que acababa de publicar, y lo acompañé a su cuarto, pero la llave no abría la puerta así que lo cambiaron de la habitación 831 a la 813, con vista al Illimani.
Galeano me dijo que su paso por La Paz era breve, dos noches y un día, y que solamente vería a dos amigos: a Evo Morales y a mí. Tenía cita con el Presidente a las cuatro de la tarde del día siguiente en la casa presidencial.
En la mañana del 16 de julio se fue con Gutiérrez Sardán a comprar unas carteras de cuero que le había encargado Helena. Esa noche volvimos a cenar en el hotel y pidió nuevamente el wok de pollo con verduras. Apenas me vio me dijo muy serio: “Por tu culpa no he podido dormir”.
Luego sonrió con picardía y comentó que el último cuento del libro, Descenso (escrito a cuatro manos con Carlos D. Mesa), que tiene por tema el fútbol, lo había mantenido en vilo hasta la última página porque no veía cómo los dos ejes narrativos se iban a juntar al final.
Me contó que durante dos horas y media había hablado con Evo de muchos temas, entre ellos de fútbol, una pasión que tenían en común. Recordó que cuando Evo lo visitó la primera vez en Montevideo estaban ambos sentados en unas sillas de jardín en casa de Galeano, hablando de fútbol tan entusiasmados que de pronto la silla de Evo colapsó y el Presidente boliviano se fue al suelo.
No pasó nada grave, pero Eduardo me decía que podía haber dado lugar a titulares sensacionalistas si Evo hubiese salido lastimado: “Presidente boliviano herido en casa de Eduardo Galeano”.
Estábamos allí en el restaurante del hotel conversando a solas. Me contó que su gira por Estados Unidos, para la presentación de la edición en inglés de Los hijos de los días había salido muy bien.
Katherina se unió a nosotros unos minutos pero tuvo que regresar al salón del primer piso donde cerca de mil personas asistían a una cena organizada por el alcalde Luis Revilla por el aniversario de la ciudad.
Me pareció una curiosa paradoja que todo ese mundo de la sociedad paceña (políticos, diplomáticos, intelectuales) que festejaba unos metros sobre nuestras cabezas, ignorara que en el restaurante casi desierto del hotel estaba el gran escritor uruguayo.
Siguió su camino a Sucre a la mañana siguiente. Durante esos días intercambié con Helena once mensajes para mantenerla al corriente y tranquilizarla. Eduardo prefería mantener desconectado el teléfono celular que Helena le había dado. Detestaba los celulares y no quería sentirse controlado, ni siquiera por el cariño de Helena.
Como todo lector de mi generación, los libros de Eduardo Galeano son esenciales en mi biblioteca. Lo he leído con admiración por la calidad de su prosa, por su humor, por su ingenio y por supuesto por esa sensibilidad social a flor de piel. Eduardo, el sentipensante, es un cronista-poeta que con su estilo sabe trascender lo descriptivo, para encantar al lector con imágenes inolvidables.
En un encuentro anterior, en Montevideo, el 2010, me regaló su libro Espejos, una historia casi universal, con una ocurrente dedicatoria: “A ver si te ves, Alfonso”. Sus dedicatorias venían siempre acompañadas de algún dibujo simpático. Esta vez, era la cabeza de un chanchito con una flor en la boca.
Conocí a Galeano bastante tarde en su vida y en la mía. Fue en septiembre de 1989 en Panamá, durante el Encuentro Latinoamericano de Cultura y Educación Popular organizado por Raúl Leis, presidente del Consejo de Educación de Adultos de América Latina (CEAAL). Estuvimos toda la semana allí con colegas de varios países latinoamericanos.
Tres meses después se produjo la invasión de Panamá por Estados Unidos y los bombardeos de los aviones gringos destruyeron el barrio donde se encontraba el lugar donde nos habíamos reunido y alojado.
La impresión que tuve de Eduardo durante esa semana fue la de un hombre sencillo, que no hacía gala de sus conocimientos ni de su estatura de intelectual mundialmente reconocida desde la publicación de Las venas abiertas de América Latina en 1971. Desbordaba simpatía con sus frases y sensualidad con sus camisas moradas o violetas, abiertas hasta el segundo botón para mostrar el vello del pecho. Era sin duda un hombre seductor físicamente y por su manera de ser. 
Así lo vi también en otros encuentros, en La Habana, en Montevideo y en otras ciudades donde coincidimos. Y cuando él no me encontraba me dejaba alguna nota, siempre con un simpático dibujo.
En estos días me escribió sin palabras nuestra amiga común Alejandra Adoum, quien conocía a Eduardo desde hace mucho tiempo. Quiero cerrar esta nota con el título de su mensaje: “Miente la muerte”, algo que Galeano dijo a la muerte de Juan Gelman.


Entrevista

“Que solo queden las palabras
que de veras merecen existir”

El periodista Mario Castro publicó en su libro Lo que el viento no se llevó (Editorial 3600) un entrevista con Eduardo Galeano, lograda en diciembre de 1994. Reproducimos un fragmento.



Mario Castro

Toda introducción respecto de la creatividad literaria y la profundidad de sus investigaciones casi es innecesaria dada la trascendencia de su obra. Es sabido que Eduardo Galeano con Las venas abiertas de América Latina se ha convertido en un escritor con fervientes seguidores.
Sus obras posteriores: Vagamundo, La canción de nosotros, Días y noches de amor y de guerra, Palabras andantes, no apartaron al autor de su tema fundamental: la historia cotidiana política y social de Latinoamérica.

- ¿Qué interesa más a Eduardo Galeano la historia o la realidad presente?
- Todo para mí es una exploración de la realidad, sobre todo de la realidad latinoamericana y esa realidad tiene mil dimensiones y simplemente he ido intentando penetrar en ellas. Yo pienso que la diversidad de los temas es justamente la que enriquece esta suerte de intención de polifonía, porque a mí me interesa recoger las voces perdidas, despreciadas, las voces ignoradas, multiplicarlas dentro de mí y devolverlas a la gente.

- ¿Se trata de un poder establecido o de otros factores, para que existan esas voces ocultas o mudas?
- Hay una cultura del poder, esa cultura dominante que nos condena a escuchar las voces bobas, que hablan sin decir. Son eco de voces ajenas… y yo siempre he intentado hacer como de campana de resonancia de las otras voces, no por aplicación de ningún postulado ideológico sino por una simple razón de perogrullo, de sentido común; yo creo que esas otras son las voces que sí tienen algo que decir en su capacidad de belleza, su capacidad de delirio, su capacidad de asombro que caen arrinconadas por culpa de un sistema elitista.

- Podría decirse que usted tiene un compromiso con quienes no tienen modo de expresión, un compromiso contraído de un modo espontáneo. ¿Cómo se puede sintetizar esa responsabilidad?
-  Es la búsqueda de un lenguaje “sentipensante”, es decir de un lenguaje que ate la razón y el corazón que están divorciados en el discurso dominante. Pues yo quisiera recuperar esa perdida unidad del ser humano a través de un lenguaje que sienta y piense a la vez.
Siempre he tenido intención de síntesis en la que he ido progresando con el tiempo, las ganas de decir mucho con poco, que solo queden las palabras que de veras merecen existir, las que son capaces de trasmitir electricidad de vida.

- En un análisis valorativo, ¿cómo estima Memorias del fuego?
- Fue una tentativa de profundización de Las venas… o sea que después de escribirla yo sentí que había otros aspectos de la realidad, porque Las venas... es básicamente un libro de economía política, y la realidad es por suerte asombrosamente diversa y loca; se manifiesta de tan múltiples maneras que valdría la pena intentar el rescate del pasado, no para rendirle homenaje como pasado muerto, sino para celebrarla como vida viva, esa posibilidad que el escritor tiene de contar algo que ocurrió y si cuenta bien eso que ocurrió, vuelve a ocurrir cuando quien lo cuenta lo cuenta.

- Esta obra estaba concebida en tres volúmenes. ¿Hay algo para agregar?
- Escribí tres tomos. Al principio yo creí que iba a ser un libro solo, pero se convirtieron en tres: una historia de América del Norte al Sur contada en episodios breves… mil historias.  De esos momentos mágicos que la realidad elige para decirse; ella es la mejor poeta de sí misma, pobrecito de mí si quisiera competir con ella. No aspiro más que a ser su cronista o su traductor. ¿Dónde podría uno encontrar señora tan prodigiosa como ella, tan capaz de horror y de hermosura como es la realidad?

- Uno de tus más recientes libros es Las palabras andantes ¿Cuál sería la condensación de esta obra?

- Recoge historias contadas por amigos, cosas que me ocurrieron y también delirios de la imaginación que no son menos reales que esas crónicas de la realidad, porque la realidad no solo es real en un tiempo de vigilia sino también cuando ella duerme o se hace la dormida. 

Parhelio

[Titubear entre briznas.
Nuevas notas sobre Sergio Suárez Figueroa]

El autor, director de La Mariposa Mundial, cuenta los felices azares y revelaciones que siguieron a la publicación de la Poesía completa de Suárez Figueroa.


La firma de Sergio Suárez Figueroa.
Rodolfo Ortiz

El 26 de marzo se presentó en la Chopería de Sopocachi el libro Poesía completa de Sergio Suárez Figueroa. Días antes, los diarios locales favorecieron este memorable encuentro y celebración de un poeta, y al hacerlo, favorecieron también lo que en años fue vedado a los editores de este libro; el encuentro a viva voz con la familia de este incomparable músico y escritor. La anotación de algunos ecos de viva voz y subsiguientes pesquisas, sin más aparataje que el de completar, que el de ir completando los vericuetos de la vida y la obra de Suárez Figueroa, es lo que describo a continuación.
Cierta ingratitud en la publicación de un libro radica en la domesticación del piélago de voces que muchas veces llega ser parte constitutiva de su hechura. Este fue el primer escollo que se intentó salvajizar, por así decir. La Poesía completa de Sergio Suárez Figueroa es un libro por el cual no se deja de transitar en abismo. No me refiero a la mala leche de ir encontrando errores por aquí y por allá en un trabajo siempre perfectible. (La otra tarde, valga el paréntesis, un joven historiador me paró en la calle para decirme que encontró no sé qué errata en el texto introductorio de Alan Castro, a lo que respondí con un falso puchero que ojalá haya comprendido, aunque lo dudo). Si se meditara acerca del devenir de un libro se enloquecería también en devenir. Pues si de erratas se hablara, la primera nos sonríe en la segunda línea de la nota Liminar que acompaña este macabro y luminoso libro. Una errata que con cierta polifonía trae la memoria contagiosa de Urzagasti que insistía en titular la segunda publicación de Suárez Figueroa con el adjetival “Bajo” y no con el adverbial “Como”, hasta que unas primas de Alan Castro dieron con el incunable ejemplar de 1961 en la Biblioteca del Congreso de Washington. Ya en la primera línea de este breve libro descubrimos que Urzagasti se equivocaba, pero sus fascinantes elucubraciones seguro que no. En los sueños te hallas como la grave niebla del pánico, dice la línea, sin embargo, insistiría en que la errata de Urzagasti y la del libro Poesía completa ya vuelan por sí solas ampliando las afinidades de su basural. Tal el encanto en los siempre conjeturales títulos que no se conocen de este escritor, como la obra El bar de las ventanas que lloran, que en otra parte se nombra como El mar de las ventanas angustiadas, para citar solo un ejemplo.
Entonces, nos acercamos a una obra que alcanza la fascinante magnitud de titubear entre briznas, pues una escritura que preserva sus erratas más que a sí misma sugiere que toda palabra es deudora aunque haya perdido la memoria de sus orígenes. Y esta dinámica de la repetición y de la huella de algo que erra y que es imposible de abolir, es el terrible motor que Suárez Figueroa fraguó en su escritura.
Pero quisiera volcar este texto hacia lo que sugerí en un inicio. No solamente nombrar un libro de libros inhallables de un escritor a la vez inhallable, si no y fundamentalmente ahora, hablar alrededor de un libro que murmura la historia de su composición y de su personaje. Opero, entonces, a partir de “algunos ecos de viva voz y subsiguientes pesquisas”, como había sugerido, con el afán de ir completando la “Cronología” que se presenta en los prolegómenos de este tesoro escondido llamado Poesía completa.
¿Cuándo, dónde, nació Sergio Suárez Figueroa? Aquel memorable 26 de marzo, Percy Suárez López, hijo de Sergio y Ligia, llegó a la Chopería con dos maravillas en miniatura de su padre. La Cédula de Identidad y Extranjería (Cuarta Categoría) emitida en la República de Bolivia el 26 de septiembre de 1949 en La Paz (9 cm x 6 cm) y el Carnet de la Corporación Publicitaria Oruro, más pequeño todavía (6.5 cm x 4.5 cm), emitido en la ciudad de Oruro el 19 de julio de 1946. En este segundo documento Sergio Suárez se registra “en calidad de concertista” con el nombre de Sergio Figueroa (tal como firmó el poema más antiguo que se conoce publicado en la revista SED de Buenos Aires en 1943) y aparece en una fotografía a los 24 años de edad junto a su guitarra y pisando misteriosamente un Sol disminuido o quizás un Sol 7 con 9 alterado. El cotejo parcial de la información que guardan estos valiosos documentos nos remite a las siguientes rápidas precisiones sobre su origen y su fin.
Sergio Suárez Figueroa, hijo de Eduardo Suárez y María Figueroa, nace el 28 de febrero de 1922 en El Cerro, Montevideo-Uruguay. De profesión músico, y con estatura de 1.69 mts., ingresó al país por Oruro el 5 de marzo de 1945 en un tren de carga donde trabajó de mesero en el coche comedor.
En Oruro se alojó casualmente al frente de la casa de Ligia López de Auza, de quien se enamoró ipso facto y con quién se casó ese mismo año, en 1945. Ligia o “Lugia” (como le decían en su familia) era orureña, profesora de sociales y declamadora. Llegó a ser Superintendente de los Colegios de Bolivia y fundó la Escuela “Sergio Suárez Figueroa” en la avenida Periférica de La Paz. Ella y algunos familiares reconocen que nunca se animó a declamar los poemas de su esposo, aunque en silencio fue quien recopiló y resguardó toda su obra. Diez Astete en 1988 le pregunta acerca de los escritos de Suárez Figueroa, “¿Ha pensado usted reunir y publicar sus obras completas…?”, y doña Ligia le responde sin vacilar: “Lo estoy haciendo; será una realidad, será en justicia una reparación que le debemos y que, humilde pero firmemente creo nos interesa a todos los bolivianos”.
Sergio Suárez fue enfermero en Argentina y gracias a esta experiencia logró trabajar en el Hospital de Oruro. Pero dadas las desventuras un poco sangrientas en aquel recinto, sus nuevos amigos le consiguieron un cargo en la Biblioteca de la Universidad de esa misma ciudad. Durante este periodo escribe en el periódico La Patria una columna titulada “Perfiles” con el pseudónimo de Quasimodo y el ámbito cultural en el que ya empezaba a inmiscuirse le favoreció el encuentro con poetas, músicos y periodistas de la ciudad del Pagador, entre los cuales habría que mencionar a Carlos Mendizábal Camacho, padre del conocido vate Cé Mendizábal.

El lector comprenderá que a estas alturas debo detener estos apuntes, y claro, saltar al final. Sergio Suárez Figueroa murió un martes de ch’alla en la ciudad de La Paz cinco días antes de cumplir 46 años, el 23 de febrero de 1968. Ahora sabemos que no solamente escribió cuatro libros de poemas y otros tantos de teatro, sino que dejó una obra dispersa imprescindible, y lo que es más deslumbrante, una obra inédita que, acabamos de enterarnos, conserva desde hace casi cuarenta años su familia. Su estudio y recomposición son ya un “tránsito infernal maravillado” en el que nos comenzamos a perder. 

La palabra teleférica

Tres veces albricias

Más que la entusiasta reseña de un libro, esta es una celebración de la Poesía completa de Sergio Suárez Figueroa.



Juan Pablo Piñeiro

Albricias, albricias, tres veces albricias. La Poesía completa de Sergio Suárez Figueroa ha sido publicada. Debemos esta gran noticia a la implacable pasión de Rodolfo Ortiz y Alan Castro, quienes trabajaron durante mucho tiempo para editar este libro publicado por la editorial La Mariposa Mundial.
Recuerdo que hace muchos años justamente  La Mariposa Mundial tuvo el acierto de publicar El tránsito infernal y el peregrino, el cuarto libro de poemas de Sergio Suárez Figueroa, en el dossier de uno de los primeros números de la revista.
Ese dossier de inmediato adquirió un lugar privilegiado en muchas bibliotecas. Yo lo pude disfrutar mejor gracias a la sensible lectura de Fernando Ballivián, un amigo poeta, ya que  más allá de leerlo como poesía, lo leía como una guía, como un itinerario, como un viaje… es decir como poesía.  Como se debe leer poesía.
La tarea de recuperar los poemas de Sergio Suárez Figueroa fue verdaderamente titánica. Especialmente para acceder a una copia del poemario Como la grave niebla del pánico, cuya existencia era ignorada por muchos conocedores y cuyo título era confundido por los pocos que sabían del libro.
Alan Castro, después de hacer varias averiguaciones, logró convencer a una prima suya que vive en Estados Unidos de perseverar con paciencia hasta obtener una copia del libro que se encontraba, cómo no, en la Biblioteca del Congreso.
Ahora el libro se encuentra transcrito en la Poesía completa, para fortuna de todos nosotros. Este poemario publicado en 1961 puede leerse como la primera parte de un tríptico muy interesante, conformado además por Siete umbrales descienden hasta Job y el ya citado El tránsito infernal y el peregrino.
Creo que todos los seguidores de la poesía boliviana pueden establecer un diálogo entre este libro y Visitante profundo de Jaime Saenz publicado en 1964. En verdad uno puede establecer un diálogo entre toda la obra poética de ambos creadores y encontrar en las diferencias, las luces y las sombras que adornan cada uno de esos caminos.
Y es natural, porque Saenz y Suárez Figueroa eran amigos y por lo mismo eran conscientes del recorrido poético de cada uno. Lo que llama la atención es el capítulo que le dedica Saenz a su amigo en Vidas y muertes. Llama la atención porque justamente el poeta paceño no habla casi nada de la poesía de Suárez Figueroa. El retrato se concentra más en la faceta política de este, e incluso llega a afirmar que el autor había nacido el 9 de abril de 1952, junto con la Revolución Nacional.
Y seguramente puede llegar a ser cierto lo que dice, no por nada cuentan los editores en el prólogo de la Poesía completa, que fue Saenz quien aprovechando que trabajaba para identificaciones ayudó a su amigo a conseguir un carnet de identidad en el que se lo identificaba como boliviano.
Con esto logró que Suárez Figueroa naciera en dos países, Uruguay y Bolivia. Naturalmente el poeta cruceño uruguayo era un ferviente seguidor de la revolución y Saenz tiene mucha razón en lo que dice. Pero aún así, es llamativo que se detenga tan poco en su labor poética o incluso en su talento para la música.
Sobre todo si uno compara el texto dedicado a él con el que dedica a otros poetas que ambos frecuentaban, como Arturo Borda o Antonio Ávila Jiménez. Pero bueno, por algo será.
Sergio Suárez Figueroa nació en Uruguay y llegó bastante joven a un país que después determinaría su lugar de nacimiento en Santa Cruz de la Sierra. Tenía un gran talento para la música que se manifestaba en su dominio de la guitarra. Además de eso era poeta. Por eso el arquetipo que aglutina su bitácora poética es Orfeo.
Aquel hombre que engendró en sí mismo las dos tareas más importantes que se ha trazado la humanidad. Por eso Orfeo se transforma en su propio viaje. Para mí es muy importante saber que Suárez Figueroa vivió mucho tiempo en El Alto, obviamente antes de que se convierta en otra ciudad.
El Alto, así como La Paz, es una ciudad única. Lo que conmueve y admira de esta ciudad única es que todos sus habitantes están acostumbrados a luchar. Vivir en El Alto es difícil, pero es difícil para todos los que viven en El Alto. El transcurrir diario está lleno de obstáculos y necesidades, y por lo mismo de solidaridad. La gente es combativa y rebelde, y por eso siempre marcará la agenda política del país, y seguramente en unos años también marcará la agenda poética de nuestra literatura.
Y todo esto se debe a una sola cosa, en El Alto las cosas se ven de otra manera. Se ven desde otra perspectiva. Especialmente la ciudad de La Paz ,que vista desde El Alto puede llegar a adquirir la forma de un descenso infernal, un descenso como el del poeta Suarez Figueroa que se transforma en Orfeo para escribir su bitácora en este mundo.
Tiene mucha razón Alan Castro al afirmar que el poema El arte de alquilar una casa es una especie de ars poética de Suárez Figueroa. Uno siente como si su poesía fuera eso, el tránsito de un peregrino en el interior de la casa que le ha tocado habitar. Una casa que está llena de detalles, de historias y principalmente de luces y de sombras.
Una casa que el creador reconoce porque sabe que ya ha estado ahí. Y lo sabe porque “no ha limpiado su cadena”. El que la limpia no aprende. Sergio Suárez Figueroa aprende. Por eso sabe que esas voces que lo visitan, esas voces que lo convierten en clariaudiente, esas voces que lo quieren derribar están ahí presentes, discutiendo sobre su alma hasta la llegada de la madrugada, por una sola razón. Porque el poeta no pertenece a las sombras, puesto que si así fuera, las furias diarias de nuestra miseria humana no se molestarían en tratar de quitarle la cordura.
Esa revelación luminosa se convierte en la certeza con la que Suárez Figueroa ilumina su camino. Se convierte en la fuerza con la que el poeta y músico palpa los abismos de su propio infierno. Un infierno que se parece a la ciudad de La Paz y un tránsito infernal que se parece a la luz. Albricias, albricias, tres veces albricias.