jueves, 28 de agosto de 2014

Letra sincrónica

Políglotas, demonios, locos y payasos

Este texto inicia una serie de tres entregas en la que el autor reflexionará sobre nuestra visión de “los otros”. Primero van los diablos, luego vendrán los fantasmas y finalmente los extraterrestres.



Alan Castro Riveros 

El políglota romántico
A mitad del siglo XIX, un viajero francés que hace pesquisas arqueológicas en los alrededores del lago Titicaca se encuentra con un anciano abandonado a la miseria que vende velas de sebo.
El francés no se sorprende de los andrajos del pobre diablo, sino de que habla siete idiomas, le da datos de etnógrafo sobre el sur del lago Titicaca, lo invita a descansar en su pocilga (sobre dos pieles de carnero y un poncho de lona) y le ofrece una charla sobre filología y otra -aún más erudita- sobre el socialismo del harnero colectivo en el plan civilizatorio del Inca Manco Cápac.
Ante la presencia de semejante políglota, el viajero francés piensa -con vacilante temor- que se ha topado con el mismo diablo en persona. Sin embargo, fuese lo que fuese, aquel deslumbrante anciano andrajoso era don Simón Rodríguez, maestro y amigo del Libertador Simón Bolívar, primer ministro de Educación de Bolivia, autor de Sociedades americanas, fabricante de velas en el pequeño poblado de Azángaro en Puno, etc.
Esta fantástica imagen del diablo en persona es recordada por José Lezama Lima en El romanticismo y el hecho americano. En tal ensayo Simón Rodríguez encarna la esencia del romanticismo americano en los entretelones de la gesta independentista, acompañado por el empolvado Francisco de Miranda y el prófugo fray Servando.

Sartalasarta portalacarta
El estrafalario demonio que aparece en el segundo capítulo de Felipe Delgado viste harapos parecidos a los de Simón Rodríguez en sus últimos días. El modelo de Saenz incluye levita mal hecha, colgandijos, medalla de lata, pantalón destruido por los vaivenes de la cola y todo cubierto por una espesa capa de polvo. Ambos tienen la misma facha, pero no hablan el mismo lenguaje.
Mientras Simón Rodríguez habla fluidamente siete idiomas, el demonio de Felipe Delgado habla uno que se reduce a cuatro exclamaciones: ¡Génesis! ¡Némesis! ¡Sartalasarta! y ¡Portalacarta! El primer diablo es amable; el segundo, energúmeno. Entonces, ¿sólo su facha los hace colegas?
Basta intercambiar a los diablos de escenario para probar que los andrajos son insuficientes para encarnar lo siniestro. Si ponemos al energúmeno gritando ¡Sartalasarta! en un pueblo perdido de Puno, el viajero francés se pasa de largo con o sin velas. Si dejamos a Felipe y su abuela charlando con un viejo velero desaliñado en un salón de la calle Santa Cruz, asistimos a una escena normal de la narrativa paceña.
En ambos casos, de vuelta a sus escenarios originales, el diablo se revela por el habla: lo extraño se comunica de forma humana o lo humano de forma extraña. El viajero francés piensa en el diablo en cuanto ve aparecer el lenguaje en un paisaje incivilizado. El pequeño Felipe ve a la bestia vociferando y ensuciando un salón amoblado por la civilización. El viajero francés revive el nacimiento del lenguaje; Felipe siente la amenaza de su desaparición.
           
La divina máscara de la locura
Si dejamos al velero en la calle Santa Cruz, le permitimos deslumbrar en aymara, hablar sobre el Illimani y la rebeldía esencial de todo socialismo; si dejamos, en fin, que adorne la solapa de su saco con una cebolla en el ojal, tenemos a Arturo Borda.
Simón Rodríguez conocía los gestos y gestas de la divina máscara de la locura tanto como el autor de El Loco. Más allá de la quema de papeles, del Caserón del Pobre, del estigma o de la secreta rebelión de la indigencia, el Loco comparte la fama de chiflado con el maestro de Bolívar.
De uno se dice que espantaba colegialas y arrastraba una lata por la calle. Del otro se dice que mostraba las verijas en clases de anatomía y que sirvió un banquete para Antonio José de Sucre en orinales de loza. La fama de loco que tenía Rodríguez llevó a sus defensores a la escritura de un fantástico mamotreto titulado Espejo de Justicia: Esbozo psiquiátrico social de don Simón Rodríguez, un esbozo que ocupa el volumen de una guía telefónica y media.
Los defensores de estos magníficos locos comparten un discurso. Manuel Amunátegui respalda a Rodríguez diciendo que “los genios más sublimes han sido perseguidos; sus intenciones, mal interpretadas; sus trabajos, menospreciados”.
Carlos Medinacelli habla sobre la conciencia artística de Borda, “que se desnuda frente a todo el mundo, libre de todo prejuicio y sin importarle nada la befa o el escarnio de las gentes honestas". (Si intercambiemos las citas de ambos libros, nadie lo nota.)
El Loco, con su desenfreno, renuncia a todo tipo de determinación social y formal, empezando por el nombre propio. Su libro podría haber sido firmado por el Inca Yahuar Kjuno, por Adam O'Landhiöm o por Arturo Borda.
Simón Rodríguez, por su parte, renunció a apellidarse Carreño como su padre, sin importarle ser considerado hijo expósito. Luego, exiliado en Europa, se hizo llamar Samuel Robinson, habló en un inglés natural, se hizo pasar por un librepensador revolucionario nacido en Filadelfia y confió a sus amigos que había tomado el nombre del tío Sam y del personaje de Defoe.

Ruperto
El demonio de Felipe Delgado no sólo es andrajoso, también es ridículo y grotesco: con enorme corbata de rosón, con unas tiras de todo color en ambos costados, nada dignos del demonio, pero sí de un payaso. Es un demonio que puede dar un coletazo sin querer y luego limpiarse la nariz con la cortina.
Por su parte, Simón Rodríguez fue el único capaz de producir un larguísimo ataque de risa en el otro maestro de Bolívar, Andrés Bello. Se sabe que el inusual ataque en el circunspecto gramático se debía a la seriedad con la que Rodríguez describía un banquete que había dado en La Paz para el vencedor de Ayacucho. Para tal efecto había empleado una colección de orinales de loza arrendados de una locería.
Y si hablamos de diablos-payasos, ninguno más entrañable que Ruperto, el dueño de las tinieblas que mete bulla y cae dormido en la última novela de Jesús Urzagasti, Un hazmerreír en aprietos.
Ruperto tiene más de payaso que de desarrapado, pero eso no le quita un pelo de diablo. El tipo con rulos largos, camisa colorada, saco azul y pantalones amarillos no sólo sabe dar volteretas en una colchoneta; son famosas sus fechorías entre intelectuales, holgazanes, mineros y artistas, siempre expuestos a acuerdos de dudosa filiación.
Sin embargo, pese a las artes de Ruperto, el hazmerreír sin nombre que protagoniza la novela de Urzagasti se siente inmune a los trucos del alborotador, a quien mira con curiosidad y simpatía.

“Para qué vanagloriarse de éxitos pasados, cuando se sabe que el poder absoluto nada puede frente a la indefensión total”, reflexiona el hazmerreír.

Parhelio

Alimañas de la fauna cartularia

Ismael Sotomayor acuñó la frase “alimañas de la fauna cartularia” que sirve de pretexto para estas reflexiones.

 
Ismael Sotomayor.
Rodolfo Ortiz

La palabra “rescate”, como todas las palabras de todas las lenguas, muda su sentido conforme mudan sus hablantes y con ellos las historias de las que provienen. Rescate era para los colombinos como Cortés una forma de transacción comercial estratégicamente ejercida y que  también disfrazaba una forma de robo descarado. “Y luego que los vieron venir los naturales de la tierra se pusieron en manera de batalla fuera de su pueblo para defender la entrada, y el capitán los llamó con una lengua e intérprete que llevaba y vinieron ciertos indios a los cuales hizo entender que él no venía sino a rescatar con ellos de lo que tuvieran y a tomar aguaje”, dice en su famosa carta de 1519. Los estudiosos arguyen que este vocablo, además de su ancestral sentido teológico, de resurrección, no tenía sino el atrevimiento de fomentar el “intercambio” de oro por preseas. De cualquier manera, no es este el sentido que quisiera enfatizar ahora, aquí, en esta página escrita en la segunda década del siglo XXI y a casi un siglo del hundimiento del Lusitania, donde la palabra “rescate” bajaba a los abismos del océano Atlántico Septentrional. En mi escueto perímetro vital esta palabra se halla íntimamente ligada, hay que reconocer, a la fauna cartularia, y claro, a las leyendas que la circundan, pues habría que enfatizar que tales leyendas no son los membretes aferrados a las cosas sino una peste que se propaga por ellas. No hay pureza de la imagen, acotaría de soslayo, pues ¿qué leo cuando leo “Gavilán Katari más veloz que el puma” en la ventana trasera de un minibús o cuando miro a un perrito regando una llanta sin su papá? “Mucho promete el nombre”, decía Gracián no falto de ironía, y el gran Vallejo, más ducho que Barthes, escribió: ¿Qué se llama cuanto heriza nos? / Se llama Lomismo que padece / nombre nombre nombre nombrE.
Sin duda, todo “padece nombre” y esta fatalidad puede llegar a ser excesiva como la prosa de Pizarnik o discreta como los últimos poemas de Roberto Echazú, pero ese (no) más allá del lenguaje, ya nos previno Blanchot, Celan, Beckett, Michaux, et al., es la marca contra natura que pagamos por fijar la vista en algo. Y con esto, creo, volcamos la idea de lo real hacia ese “magma barroso” de la experiencia sensible a la que nos conduce el dominio de las leyendas al interior, por ejemplo, de la fauna cartularia de una ciudad y, por ende, de sus cementerios.
Toda imagen supone un nombre encubridor, aunque la supongamos real, desnuda, intocada por la lengua. De fierro,/ de encorvados tirantes de enorme fierro tiene que ser la noche,/ para que no la revienten y la desfonden/ las muchas cosas que mis abarrotados ojos han visto,/ las duras cosas que insoportablemente la pueblan, escribe Borges hablando del insomnio en 1936. Pienso que en esa tensión entre real y acumulación que proponen esas líneas es donde Borges sitúa algo que refuerza la idea anterior: la operación de la memoria como condena implacable y, junto a ella, la del olvido como acción insostenible desde el lenguaje. Bastaría caminar de la mano de Bloom por la ciudad de Dublín, quiérase también por La Paz, para entrever que es el mundo de la acumulación, la interferencia, la superposición, aquello que desovilla nuestras horas de insomnio por calles, recovecos y habitaciones.
“¿Por dónde se ensancha la inmensa ciudad?”, preguntaba Kafka, quizás a sí mismo, o tal vez al cuarto propio de su lengua, acaso a un lector “a venir”. La frase despunta en uno de sus Cuadernos azules de 1917, como un aerolito llegado de la inmensidad de sus noches de insomnio, entreveradas de lecturas y restos diurnos en Praga. En esa frase comprendemos que ver lo múltiple sin desorden puede ser el anhelo de quien mira una ciudad hasta el fondo. Sin anhelo (Kafka habla también de “capacidad intuitiva”) caeríamos en la arrogancia de una escritura que actuaría sin memoria e inmersa en el cinismo del caos fragmentario. Esto mismo plantearía una distinción importante: por un lado, la proliferación de escritores vanguardistas cuya desmemoria abundaría hasta la petulancia; por el otro, en un rescoldo menos visible, el sustrato de lectores vanguardistas que siempre estarían reinventando nuevos modos de leer. Kafka sin duda pertenece a los segundos. Y lo interesante de esta práctica es que el oficio intensivo y muchas veces aislado de estos sujetos se consume en esa dorsal que significa escribir el silencio de una lectura. Aquello que Lezama a su manera sugería cuando nombraba el plutonismo.
Comparto la atracción por este tipo de lectores anacrónicos y “rescatistas”, si vale el término, que se agitan por un  “a venir”  de ciertos modos de leer que vuelcan caminos. ¿No agradecemos a Benjamin el fervor por expandir los espacios de acumulación de lo leído cuando precisamente ejerce, al escribir, la insoslayable teoría de su arte de citar sin comillas? Son lectores vanguardistas porque leen, para júbilo de sus lectores futuros, desde un fuera de lugar y una orfandad articulada al fracaso de sus escrituras. Y esto los hace únicos, porque leen con la certeza de que la memoria es antes que nada interferencia, torsión, encubrimiento.
Absoluta en Borges, involuntaria en Proust o imprevisible en Urzagasti, esta memoria fue también sentida por Ismael Sotomayor y Mogrovejo. Urzagasti contaba que su padre le enseñó que “la memoria empieza con la mano”, Sotomayor y Mogrovejo nos enseñó que esa mano es antes que nada una mano amiga de las “alimañas de la fauna cartularia”, expresión esta última que aparece una sola vez y para siempre en su libro inédito Cachivaches de antaño.
Uno podría imaginar a Gabriel René Moreno como el primer guardador de rebaños de las letras bolivianas. Un lector arconte y recibidor, se podría decir. Sin embargo, no asentiría en promover la idea de que Moreno inició un modo de leer que sigamos practicando. Sí estaría más tentado en imaginar a Ismael Sotomayor escamoteando sus papeles, los de Moreno en este caso, y a hurtadillas. Esta alimaña de la fauna cartularia, que con simpleza también se autodefine como “aficionado a inquirir las cosas del pasado”, se cuela en todas las bibliotecas que encuentra y allí se queda eras y eternidades. Confuso, a solas, muerde, huele, devora; o acaso baila, llora y se revuelca, hasta hacerse azotar con cañería.
Un lector alimaña que se inventa a sí mismo con el ropaje de sus pergaminos es un lector que viste el íntimo ropaje de su ciudad. Alguien que, como Sotomayor, en cada palabra murmurada deja oír la acumulación de las hablas y con ellas deja ver los orificios suspensos, boquiabiertos, de sus habitantes. “Nadie como él para conocer la ciudad de La Paz; su pasado y su presente –y aun su futuro, si se quiere. (…) con algo así como un metro cincuenta de estatura y con una bien proporcionada joroba, era dueño del mundo”, Saenz dixit

Cafetín con gramófono

La revista Don Quijote

Reseña de una singular publicación literaria surgida en un contexto de cambios y renovaciones.


Omar Rocha Velasco

1949 fue un año agitado para el país, algunos historiadores hablan de una auténtica guerra civil, lo cierto es que el terreno para la revolución, que advendría unos años después, se iba abonando.
Debido a la declaración de una huelga y a la toma de rehenes a cargo de mineros que trabajaban en Siglo XX, Llallagua y Uncía, todos centros mineros pertenecientes a Simón I. Patiño, en mayo del 49, Mamerto Urriolagoitia, Presidente interino, ordenó una intervención que derivó en la muerte de centenares de mineros, hecho que se ha bautizado como la “masacre de Siglo XX”.
Luego se dieron una serie de levantamientos en Santa Cruz, Cochabamba y Sucre protagonizados por el Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR); éstos fueron sofocados con violencia extrema.
Es en este contexto que hizo su aparición, en agosto de 1949, en La Paz, la revista El Quijote. Estuvo a cargo de un grupo de escritores cuyos seudónimos -obviamente era complicado firmar con el nombre propio- fueron: Carlos Lazarsa, Francisco Perro, Mario de Béjar, Armando Sánchez Fernández, Raúl de Béjar (poeta fusilado por la reacción feudal, vale decir, por los traficantes de la Guerra del Chaco), Froilán Mantilla e Iván Tarki.
En la lectura del manifiesto que aparece, “a lanzarda limpia”, en el número inicial destaca lo siguiente:

·                    Plantearon una “revolución” artística y literaria sin adscribirse a ninguna corriente o método de creación vigente. Confiaron en sus impulsos más que en un camino trazado: “Soltamos amarras. Abrimos la exclusa…”. No se asumieron ni modernistas ni vanguardistas (aunque el hecho de escribir un manifiesto es claramente vanguardista).
·                    Su actitud es crítica con el medio, “deseamos superar el ambiente”, decían, se sintieron sometidos, privados, usaron muchas imágenes referidas al encierro, al molde del que querían salir y del que no se consideraban parte. Profesaron la libertad guiada por la inconformidad.
·                    Manifestaron una clara adscripción ideológica que prefiguraba la lucha contra la “burguesía feudal” y un apego por el socialismo propio de la época.
·                    Se concibieron como marginales, al margen de todo circuito de difusión y divulgación tanto de los “conservadores” como de los “vanguardistas”, no tenían cabida en periódicos, revistas, salones ni teatros. Sus acciones no estaban condicionadas por buscar un público que los aplaudiera, no quisieron caer en “los mares de la popularidad barata”.
·                    Imaginaron a un Quijote con los pies sobre la tierra, uno que no confundiera molinos con gigantes, ni tampoco sucumbiera ante ningún embate. Este Quijote debía tener excelente vista y luchar por la revolución social, sin dejarse seducir por “espaldarazos” o apoyos financieros que los desviarían del camino.
·                    Creyeron en Lautraemont y Breton, les gustaba “Freud aliado a Marx, y Trotsky en compañía del abate Coignard”. 
·                    Se reconocieron en dos escritores bolivianos que en 1949 eran difíciles de considerar -he aquí un gran mérito-; se trata de Carlos Medinaceli y Arturo Borda. Estos “hermanitos mayores”, como los llamaron, ocuparon un lugar de privilegio en esa rebeldía y no barbarie (valga la aclaración), que llevó a estos escritores a la publicación de El Quijote.


Seguramente muchos de los que arriban figuran se dejaron llevar por ímpetus de la post Revolución del 52 y cayeron en aquello que cuestionaban de sus contemporáneos: “señoritos mimados que están al servicio de la más repugnante reacción”, sin embargo, algunos de los planteamientos sí hicieron carne.

Patio interior

Cuando dos más dos siguen siendo cuatro


¿Será que tenían cierta razón Platón y otros que abjuraron y denostaron las artes o la escritura literaria?, se pregunta el autor.



Juan Cristóbal Mac Lean E.

Habíamos estado tanteando, hasta ahora y aquí mismo, sobre las relaciones entre poesía y filosofía, poesía y pensamiento, pero ello como una manera, en el fondo, de tener una idea o noción más clara del lugar de la poesía. La filosofía sabe muy bien cuál es el suyo, mientras que el de la poesía es vecino, siempre, de una esencial zona de indeterminación.
La propia pregunta de “qué es la poesía” es muy difícil o ya directamente imposible de responder, por muchas definiciones que haya tenido o ido adoptando. La filosofía, a su vez, no deja de darse y de dotarse de respuestas sobre su propia naturaleza. Todo el tiempo, en efecto, aparecen nuevos libros de filosofía dedicados a definir la filosofía, a nuevamente decir qué es.
Pueden haber muchas respuestas en torno, muy variadas y hasta opuestas, pero, eso sí, todo dentro de un mismo territorio, acotado éste, para abreviar, por la producción de conceptos y el trabajo de la razón.
Es cierto que muchos poetas lanzan definiciones de la poesía, son poetas de la poesía (los románticos alemanes e ingleses, Char, Wallace Stevens, etc.) pero parece, también, que no  fuera esencial para la poesía interrogarse sobre qué es ella misma.
Muy bien puede prescindir, en efecto, de tomarse a sí como tema. E incluso, el solo hecho de que lo haga quizás es sólo algo relativamente reciente, aproximadamente datable (otra vez los románticos, luego Mallarmé, Valéry…). En todo caso, el lugar de la poesía siempre estuvo acompañado de un aura de duda o de incertidumbre y ello quizá empezó a ocurrir, sobre todo, tras el célebre maltrato que recibió de parte de Platón.
Tema de múltiples aristas en el propio Platón que, aparte de haber estado él mismo cerca de ser un poeta, aquí y allá también hizo tempranos elogios de la poesía. Por ejemplo en el Fedro, bastante anterior a La República, donde lanzó los mayores vituperios contra los artistas, se encuentra éste párrafo (245 a), que además contiene una crítica sobre buena y mala poesía (con la obvia salvedad de que nuestro concepto de la poesía, como el de música, es muy distinto al de Platón):
“Pero hay una tercera clase de posesión y de locura adivinatoria: la que de las Musas viene. Si se apodera de alma delicada y pura, la despierta, la embriaga de odas y de toda clase de poesía (…) Mas quien se llegare a las puertas de la poesía sin estar tocado de locura de Musas, confiado en que la técnica le bastará para ser poeta, es un fracasado, aparte de que la poesía de quien es poseso de sí mismo palidece frente a la de quien está poseso de Musas”. (UNAM 1945, traducción de García Bacca).
El poeta, pues, como poseso o poseído, es aquí bien tratado, cosa que no ocurrirá en otras partes, donde pasa todo lo contrario. Queda mucho por pensarse de tales devaneos e inclusive, hay que preguntarse si en el fondo Platón, en su rechazo al arte, o lo que en ese momento se consideraba como tal (poetas y dramaturgos incluidos), no dejaría de tener razón en algunos aspectos.
Si bien congelamos de momento esa inquietante pregunta, es muy interesante, en todo caso, notar cómo, en esta zona de ambivalencia en que para el propio Platón se sumergía el asunto, ocurre que algunos grandes autores están, en el fondo o de hecho, de su lado.
Iris Murdoch, en el precioso librito[i] que le dedica al tema, divisa a algunas de estas almas puritanas, como lo dice, y bastante afines a Platón -en éstas y otras cosas. En medio de su bello recorrido por los textos platónicos, Murdoch dice que se detendrá en otros grandes puritanos, que estarían de acuerdo con Platón en su expulsión de los artistas o por lo menos de ciertos artistas. Ellos son, dice inicialmente, Tolstoi y Kant. Pero, al albur de las argumentaciones, se van colando también Freud, Wittgenstein, Kierkegaard…
Todos ellos, en efecto, detestan la falta de seriedad de las obras, de imputabilidad en los autores, la carencia de objetivos razonables, la ausencia de claridad moral y demás taras que rodean o rasmillan esa actividad en que se dan gatos disfrazados en vez de reales liebres, ello cuando no crean, en su lector o espectador, una desazón poco clara, exaltada y donde se relaja la vigilancia de las razones, se da pie sin más a sinrazones.
Para Tolstoi (el último Tolstoi, el que llegó a abjurar de sus propias obras), y como lo dice él mismo, “los sentimientos que transmite el poeta son malvados”. De su propio caso, escribe al final: “La escritura, en particular la literaria, es francamente nociva para mí desde un punto de vista moral”.
Y ocurre que se le hace venias, al arte, considerándolo un misterio iluminado y complejo, cuando la realidad es más simple y seria, desdeña toda grandilocuencia, no se estremece ante los grandes efectos y excesivas iluminaciones, juegos de colores.
Tolstoi detestaba la ópera y, de haber conocido por ejemplo el proyecto totalizante de Wagner, sin duda que lo hubiera odiado con todas sus fuerzas. Se trata, en fin, de sombras (errantes) que se presentan envueltas en embrujos y es necesario hacerse a un lado, no caer engatusado.
¿Pero por qué esa actitud de Tolstoi? Hay que recordar que él mismo, aún antes de emprender con Guerra y paz y luego Anna Karenina, había tenido una actitud desconfiada y ambivalente hacia el arte. Y ya en sus últimos años, signados por su entrada en religión, su particular relación, del todo anti eclesiástica, con la figura de Cristo, su tenaz querer devenir-campesino en Yasnya Polyana, transformaron esa inicial desconfianza en un abierto repudio.
En su hermoso Tolstoi o Dostoievski (ERA, 1968) George Steiner analiza ese difícil juego entre un Tolstoi artista, que él mismo procuraba aplacar, al que no se entregaba, aunque justamente de él provienen las páginas más significativas de sus libros, y que estaría siempre en pugna con otro Tolstoi puritano y moralista, atenido nada más que a los hechos, sobrio y penetrante, abarcándolo todo.
Se dice que Guerra y paz es una obra que pertenece a la épica, pero a la épica tal como la entendió Hegel, es decir la épica como “la totalidad de los hechos”. Y los hechos, tomados en su justo y desnudo filo, a la luz tolstoiana, no son materia de delirios poéticos o superposiciones alegres.
“La tragedia particular de Tolstoi -dice Steiner- fue que llegara a considerar su genio poético como corrupto y como agente de traición”. De ahí el sarcasmo con el que Tolstoi exclama: “Me asombra que esos señores no quieran reconocer que, hasta ante la muerte, dos más dos siguen siendo cuatro”.
De ese hombre absolutamente completo, que lo había hecho y visto todo en este mundo, dice Stephen Crane, en una cita estremecedora rescatada por Steiner: “El objetivo de Tolstoi es, supongo –creo- hacerse bueno. Tarea incomparablemente quijotesca para emprenderla cualquier hombre. No tendrá éxito; pero logrará más de lo que él mismo puede saber, y así es que cuando llegue al punto más cercano al éxito estará proporcionalmente ciego: tal es el precio de esta clase de grandeza”.
Esa misma ceguera, no podemos dejar de preguntarnos nosotros, ¿sería la causante de su desdén y desconfianza ante el arte, la poesía? Es fácil decir que es así, que era por ceguera que Tolstoi desdeñaba y hasta despreciaba el arte. Pero, antes de afirmarlo apresurada y alegremente, debemos aún atender, como se verá, a algunos serios reparos ante semejante afirmación…




[i] Iris Murdoch. El fuego y el sol. Por qué Platón desterró a los artistas. Fondo de Cultura Económica, México 1982.

Etc.

Una observadora que roba diálogos


Reseña e introducción de Chimamanda Ngozi Adichie, una joven y muy talentosa escritora nigeriana.



Carlos Decker-Molina 


Cuando llegué a Estocolmo, había un boliviano que lucía una cabellera larga y, sin tener rasgos pronunciadamente indígenas, se hacía llamar El Indio.
El apelativo le abrió la puerta de bares y salas de baile. Estaba claro que su exótica identidad era el señuelo para atraer, sobre todo, a suecas rubias.
Pasó el tiempo y en la primera apertura democrática El Indio volvió a Bolivia. La cabellera larga, su indigenismo, acentuado en Suecia como publicidad de un producto, no le sirvió de nada. Vuelto al exilio sueco, tras el golpe de García Meza, contó que no tuvo la valentía que le sobraba en Suecia para hacer alarde de esa parte de su identidad.
Otro boliviano llegó con su familia y acompañado de su “sirvienta”, un oficio, una función o un empleo inexistente en Suecia que había eliminado el servilismo. El primer problema fue compartir mesa y vivienda (que no sea el cuartucho del patio) con la sirvienta.
Estas dos referencias me sirven para introducir a la escritora nigeriana Chimamanda Ngozi Adichie que en su último libro (Americanah) toca estos temas que podríamos resumirlos en tres palabras: raza, clase e identidad.
Chimamanda es nigeriana, pero la novela Americanah bien podría ser boliviana o de otro país latinoamericano parecido.
La producción de la nigeriana no es muy grande, tiene cuatro libros traducidos al español (la conocí en versión sueca): La flor púrpura (Grijalbo), Medio sol amarillo (Mondadori), Algo alrededor de tu cuello (Random House - cuentos y relatos) y Americanah (Random House).
De este conjunto sobresale como su obra maestra Medio sol amarillo que cuenta la guerra de Biafra a través del relato de dos hermanas gemelas que eligen diferente. Es una novela que relata una gran historia mientras que Americanah consigue que el lector cambie la manera de ver el mundo sin necesidad de someterse a una obra maestra.
Americanah tiene brillo literario, sin iluminar. Como Medio sol amarillo, nos acerca al tema actual de la identidad nacional tan entreverada con conceptos como identidad, clase, nacionalidad, raza y etnia, sobre todo en Europa, llena de afuerinos, su importancia deviene porque no es fácil escribir una novela con conceptos más próximos a la sociología.
En EEUU, la raza es un término vigente que clasifica a la gente por el color de su piel, es decir es un racismo no biológico (porque éste no existe), diríamos que es administrativo pues en él se integra el concepto hispanic como si fuera raza.
El título de la novela, Americanah, con esa hache final, hace referencia al apodo que se emplea en Nigeria para referirse a los inmigrantes retornados de EEUU, una forma de ridiculizar sus nuevas costumbres.
Ifamelu, la protagonista de la novela, no renuncia a su identidad africana durante su estancia en EEUU; es más, es desde la distancia cuando más se convence de la importancia de sus raíces.
Nosotros que salimos masivamente a Europa en los años dictatoriales, aprendimos que aparte de bolivianos o chilenos somos latinoamericanos. Los bonaerenses que califican de “cabecitas” a los “bolitas” pasaron, en Suecia, a ser los svartskallar (cabezas negras) o invandrare (inmigrantes). Los argentinos y uruguayos, a pesar de sus antepasados europeos, fueron igualados, por la imprecación, con nosotros que lucimos (lucíamos) cabelleras negras y proveníamos de países indo-mestizos.
La importancia del tema “racial” se presenta en Americanah de una manera natural, elude los estereotipos, y las relaciones de la protagonista con hombres blancos y negros se presentan normales como son en la vida real.
Todos sabemos que la vida es complicada, la autora nigeriana solventa esa complejidad de manera efectiva debido a su prosa sencilla y natural. Esa frescura le permite formular críticas tanto a la cultura occidental, sobre todo estadounidense, como a la nigeriana evitando el maniqueísmo que para muchos escritores suele tener un atractivo por su facilidad pedagógica.
Una cita de Americanah: “En EEUU existe el racismo, pero, los racistas están perdidos. Pertenecen al pasado. Creen que el racista es el malvado blanco que se ve en las películas que reproducen la lucha por los derechos humanos y civiles. Pienso que las maneras de expresar el racismo han cambiado. Es decir, si ya nadie lincha a otro no quiere decir que no haya racistas. Se necesita que alguien diga que los racistas no siempre son monstruos, son padres con familias a las que quieren, es gente común que paga sus impuestos. Por eso, alguien debe tener la función de juez que decida quién es racista y quién no. Quizá es hora de eliminar la palabra y encontrar algo nuevo, por ejemplo, el síndrome de la “razafobia” que puede clasificarse por sus síntomas que pueden ir de suave a grave”, escribe Chimamanda con ironía.
La obra de la nigeriana es un extraordinario aporte a la literatura universal. Los lectores que aún no la conocen la pueden aprender a identificar por su bien elaborado texto (muy difundido en las redes sociales, en su versión en inglés) titulado: “El peligro de una sola historia”, dicho en 2011 en ocasión de una video- conferencia.
Dijo, entre otras cosas: “Siempre he pensado que es imposible compenetrarse con un lugar o una persona sin entender todas las historias de ese lugar o esa persona. La consecuencia de la historia única es ésta: Roba la dignidad de los pueblos, dificulta el reconocimiento de nuestra igualdad humana, enfatiza nuestras diferencias en vez de nuestras similitudes”.
En algunos lugares de América Latina existe la tendencia de remplazar la historia única por otra nueva que también se asume como única, cuando somos producto de ambas o más historias.
Chimamanda Gnozi Adichie nació en 1977 en Enugu (Nigeria) y radica entre Lagos, Londres  y Nueva York. Estuvo en Estocolmo en el Festival de Literatura del Museo de Arte  Moderno en 2013 cuando dijo a la prensa: “Mi escritura se inicia en la realidad. Soy una observadora, oigo y robo diálogos que escucho a mí alrededor”.
Miré su cabellera tan africana y pensé en Ifamelu, el personaje principal de Americanah: “Amo la cabellera que Dios me ha dado”. En EEUU los afroamericanos hacen “planchar” sus cabelleras para occidentalizarse; los latinoamericanos se hacen llamar El Indio en Suecia, pero les da vergüenza en su propio país; muchas mujeres morenas se tiñen de rubias… hay mucho que pensar al respecto.





Libros

Los fragmentos y el todo

Texto leído en la presentación de la novela El orden del mundo, del uruguayo Ramiro Sanchiz, en la pasada Feria del Libro de La Paz.


Mauricio Murillo

Quiero empezar hablando de un concepto que probablemente ustedes conocen bien, es el de las cajas chinas. En narración se llama así a las historias dentro de historias que (ya que una está dentro de otra y así sucesivamente) extienden la primera narración para meter al medio otras. Más o menos es como una frase que tiene en su construcción otra frase entre paréntesis en la que hay otra entre corchetes y en esta última otra entre llaves. Algo así.
La idea, entonces, es que una narración no solo da el pie a otra, sino que es el marco en el que ésta se inscribe. Bien, hago referencia a este recurso porque en El orden del mundo de Ramiro Sanchiz hay un juego parecido. No creo que sea el de cajas chinas, sino algo más complejo e interesante.
La historia de la novela comienza simple y se va extendiendo en la trama pero también en el tiempo de la memoria. Lo que se relata en El orden del mundo es breve, aunque hay que hacer una precisión: lo que pasa en la novela es breve, pero gracias a la memoria y a las posibilidades, lo que se relata abarca muchísimo, abarca el mundo.
Como Ramiro lo marca en la nota final del libro, hay una novela latente en estas páginas, una lineal, una que es más convencional, que también sería muy buena, que no se enroscaría tanto en sí misma, una de las características más notables de El orden del mundo, de esa novela que nos quedó y que tenemos, esa otra que publicó editorial El Cuervo.
No es mi objetivo resumir la trama del libro, algo que ustedes mismos podrán hacer al terminar la novela. Me interesa marcar algunos rasgos que han despertado mi curiosidad como lector y que, por lo tanto, me han hecho disfrutar El orden del mundo.
El lenguaje que utiliza Ramiro en esta novela está muy bien trabajado. Las oraciones largas y compuestas construyen un espacio intricado que sintetizan el mundo en breves páginas. Desglosarlas, sin explicarlas, es el oficio que tendrá el lector. De este modo, es una novela desafiante, en el mejor sentido de la palabra.
Ramiro no tiene una actitud paternalista frente a su lector, sino que lo reta a entrar en esa comunión que es la lectura para marcar una suerte de duelo. Si bien el libro tiene muchas descripciones de teorías, el lector no necesita conocerlas, no está aquí la dificultad, sino en enfrentare a una obra que no da el lenguaje por sentado y que sabe que el otro, el del otro lado, el que la activa, el lector no es un pelotudo y que, además, no necesita saberlo todo, el universo es muy basto y es necesario narrarlo.
Las enumeraciones también matizan el lenguaje usado en El orden del mundo: a veces, para hablar del mundo, es necesario fragmentarlo, detenernos en sus detalles, hablar de lo que lo resume. Al describir los mecanismos internos de las máquinas también se describe de alguna manera el mecanismo interno del mundo.
Y ahí está la Isla de la Basura, lugar al que el narrador llega luego de que su helicóptero cae en el mar. En la isla el narrador permanece poco tiempo (al igual que la narración), pero ésta es el lugar al que todo llega. La isla es el espacio donde la basura del mundo se reúne, donde los deshechos de todos los mundos chocan y forman una geografía. Todas las líneas temporales, imagina el narrador a partir de lo que una mujer le dice, confluyen en la Isla de la Basura. El océano, en todas las realidades paralelas, es el mismo, es el cuerpo donde el tiempo y el espacio nadan y flotan.
Así, en la novela de Ramiro lo fragmentario (de la novela, de la realidad, de las concepciones propias sobre lo que vivimos, del pasado, etc.) constituye un todo.
Cada pieza solo puede ser tal al acoplarse a otra. Solo se puede construir máquinas con las partes de otras máquinas. El narrador de la novela, al momento de erigir una catedral hecha de basura, reflexiona que siempre estuvo en la isla, por lo tanto, la isla es el mundo y el mundo, un laberinto.
Hay una reflexión fundamental sobre las vidas posibles que tenemos y cómo, el narrador, tiene a la isla como horizonte. Federico Stahl, el nombre del narrador (nombre clave para la obra ficcional de Ramiro), intuye los otros Stahl que existen y las vidas que llevan, analizando distintas posibilidades.
Hay un Stahl que terminó su doctorado, otro que es músico, otro que se dedicó a reunir aviones viejos. La isla, de este modo, es la que permite la reflexión al momento de hablar de un vórtice.
El orden del mundo es una novela atípica que no busca instaurar respuestas, sino preguntas, pero que no se queda en la mojigatería de pensar que no se puede tomar una posición frente al mundo desde la escritura, así que instaura una realidad ficcional que, de alguna manera, interpela al lector. Ya lo dije, en el conflicto que es la lectura es donde podremos re-semantizar el universo y poder darle sentido o sinsentido a lo que dure ese momento.

Luego de leer la novela, cabe suponer que en alguna realidad existe algún Mauricio Murillo que está presentado la más reciente novela de Ramiro Sanchiz. Es muy parecida a lo que está pasando acá. Ustedes miran a un escritor boliviano leer un papel, atienden un poco a lo que dice, no entienden mucho, se ríen por pena, casi nada es distinto, pero en algún momento, todos, o la mayoría, notan algo, algo sutil, algo oscuro y ominoso que no pueden describir pero que saben que está ahí. En ese momento algo sucede. Nos vemos en la Isla de la Basura. Que disfruten el libro. 

Desde la butaca

El cumpleaños de Líber

Homenaje al célebre dramaturgo y gestor cultural argentino boliviano.


Lupe Cajías

El pasado 19 de agosto, el libertario Líber Forty cumplió 95 años que festejó en su hogar cochabambino tomando mate con artistas, dramaturgos, gestores culturales, periodistas y amigos que durante décadas gozaron su palabra lúcida y plácida.
Aunque él rechaza los homenajes, las alabanzas y mis artículos sobre su trayectoria- y por ello me excuso de inicio-, es una esperanza colectiva recordar que aún existen seres humanos que han vivido casi un siglo con los mismos ideales de los años mozos, el amor por la cultura como instrumento de liberación, y con iniciativas para promover la ternura entre la humanidad.

De Tupiza a San Pedro
Líber es hijo de un militante ítalo argentino anarquista que, como muchos otros, tuvo que escapar de Argentina, perseguido por sus actividades sindicales. La madre era una luchadora ama de casa. Tenían una librería, uno de los oficios más preciados por los anarquistas (gráficos, libreros, imprenteros, bibliotecarios) porque el contacto con las letras impresas fomenta el conocimiento y la difusión de las ideas revolucionarias.
Para Tomás, como para su hijo, facilitar la circulación de libros, folletos, panfletos, era parte central de una opción de vida que une la estética del arte con la ética de la opción por los desterrados.
Líber aprendió a leer y escribir en su tierra de adopción, Tupiza, localidad que desde el siglo XIX se distinguió como centro cultural con la publicación de novelas, poemas, investigaciones y ensayos históricos, biografías y obras de teatro.
El recuerdo de esas primeras letras lo acompañó siempre, mientras luchaba en otros países o vivía como “croto”- aquellos mendigos que no piden limosna y hacen de la contemplación el mayor ejercicio de la libertad-, similar a los sufies.
Al retornar a su pequeña patria encontró en la estación de Sud Chichas el aviso del Club The Strongest para la presentación de una obra de teatro. La complicidad con otro ácrata, Alipio Medinaceli, floreció en la etapa más dulce de la vida de Líber, la fundación del elenco teatral Nuevos Horizontes.
Después, Líber vivió en la zona de San Pedro en La Paz fomentando veladas literarias radiales con otros compañeros y ahí conoció a jóvenes inquietas por la poesía como Chela Pando y Beatriz de la Vega. Empezó su trabajo de gestar espacios culturales en los sindicatos urbanos y rurales, que recién comenzaban a organizarse en el país, a fines de los años 40.

Asesor cultural de la COB
Hace algunas semanas decía el Presidente uruguayo, José Mujica, en Santa Cruz que la principal tarea del revolucionario es no caer en la misma mentalidad de acumulación y derroche del capitalista -así se tengan muchos ingresos económicos-, y más bien cambiar el mercantilismo por una visión humanista y respetuosa por la naturaleza. Con su vida cotidiana, aún dentro del poder, Mujica muestra que es posible ser austero y sencillo.
Líber fomentó entre los proletarios la importancia de unir a la lucha por mejores salarios con la lucha personal por ser libre de ataduras materiales, abiertos al saber y al arte, esencia que distingue al ser humano de otros mamíferos.
Él siempre decía que los dirigentes que llegaron al combate desde la poesía o desde el teatro eran menos susceptibles al clientelismo, a la corrupción, a la ambición.
Encontró campo propicio entre los mineros, entonces obreros ilustrados que daban horas libres a la lectura colectiva de autores rusos como Máximo Gorki, y otros escritores sociales y vanguardistas. Con Nuevos Horizontes recorrió los campamentos desde Catavi a Villamontes y comprobó que el público de escasos recursos económicos entendía perfectamente complejos temas como los expuestos en Un tranvía llamado deseo.
Con su impulso, la Federación de Trabajadores Mineros de Bolivia, convocó en
1963 y hasta los años de la represión militar, a congresos culturales, donde aquellos rudos y belicosos obreros pedían clases de ajedrez, mejores películas en los cines de sus localidades, programas culturales para su red de emisoras…
Ningún otro movimiento sindical tuvo esas características en América Latina y quizá en ninguna otra parte del mundo. Juan Lechín y Víctor López apoyaron siempre esas iniciativas gloriosas de la época de oro del proletariado boliviano.
Durante décadas, Líber fue además Asesor Cultural de la Central Obrera Boliviana (COB) y redactó muchos de sus manifiestos y comunicados, en los que es posible encontrar su huella porque junto a la protesta no deja de mencionar la necesidad del abrazo fraterno.

Incansable gestor
Después de la crisis de los años 80, Líber estuvo en diferentes países del mundo. Retornó a sitios que lo habían acogido en las épocas de exilio como Tacna en Perú o París en Francia.
También visitó su natal Córdoba, donde aún viven su hermana y otros familiares. Volvió a Bolivia y volvió a Tupiza y finalmente estableció su vivienda (un dormitorio y muchos libros) en Cochabamba.
A lo largo de estos lustros no dejó de publicar la revista Teatro y de proyectar diferentes espacios para la cultura. Son generaciones y generaciones de artistas que lo han buscado para encontrar su consejo, su apoyo. Aunque él identificó al Teatro de los Andes como su heredero, siempre respaldó a decenas de jóvenes dramaturgos.
           
El amor libre
Como seguidor de ácrata español-paraguayo Rafael Barret, siempre difundió la idea del amor libre, no en su sentido de libertinaje o falta de compromiso, sino en el profundo significado de que el amor, si es amor de verdad, solamente puede ser libre.
Durante buena parte de su vida, fue su compañera la radialista Ana Santiago. Viudo, se unió a Nuria, editora española. Ahora, nonagenario enamorado, comparte sus tardes con Gisela Derpic, exprefecta de Potosí y alma sensible que alivia estos años de vejez.

La fea nota
Lastimosamente, pese a todos los homenajes de Tupiza a Forty, por algún proyecto materialista, el municipio destruyó la famosa casa de la calle Bolívar, donde funcionó Nuevos Horizontes y la sala de espectáculos, que estrenó la más moderna escenografía de artes escénicas en Bolivia.

El consuelo es que el ministro de Culturas, Pablo Groux, anunció a los residentes tupiceños en La Paz que el Estado reparará de alguna forma ese estropicio.

jueves, 21 de agosto de 2014

Nota de apertura

Un Cronopio y una boliviana. Historia de una correspondencia

Julio Cortázar, de puño y letra. Cuatro postales y dos cartas inéditas que el autor de El perseguidor envió a la paceña Rosario Santos. Una revelación de sus últimas horas, y algunas historias poco conocidas del maestro de la literatura universal, a pocas horas de la celebración de su centenario.


Martín Zelaya Sánchez

Tengo en mis manos cuatro tarjetas simples, comunes… cuatro viejas postales como las que por miles de millones circulan -circularon sobre todo antes de la tiranía de la web- por el mundo entero… y casi no aterrizo de asombro: son cuatro postales que alguna vez tocó Julio Cortázar, las escribió a mano, las firmó, y las envió con mucho cariño a su amiga boliviana.
En las páginas 273 y 274 del libro Cortázar de la A a la Z, un álbum biográfico, se muestran fotografías (en anverso y reverso) de algunas postales nunca antes publicadas que Julio Cortázar envió a Ricardo (¿familiar?, ¿amigo?).
No se consignan, no obstante, en el precioso libro publicado en febrero de este año, las postales que el Cronopio envió a la paceña Rosario Santos.
Hace algunos años, en otro medio escrito, me tocó revelar algunas de las cartas que Julio (así firmaba, siempre a pluma aunque la carta hubiese sido redactada a máquina) le envió a su “querida bolivianita”, y ahora, por gentileza de la otrora destacada gestora cultural y directora de la revista Review de Nueva York, reproducimos el texto de cuatro tarjetas postales que recibió de su dilecto amigo -“con quien en una ocasión paseamos del brazo a orillas del Sena”, recuerda sonriendo- entre 1976 y 1979.
Es esta, creo, una manera de aportar, con un granito de arena, aunque sea, a las conmemoraciones que por estos días proliferan en el mundo entero debido a que el próximo 26 de agosto se cumple el centenario del extraordinario autor argentino.

Recuerdos
Doña Rosario Santos volvió a recibirnos en su departamento en Sopocachi, como aquel enero de 2009, y esta vez, con mayor confianza y amabilidad, mostró su “archivo Cortázar” en el que guarda celosamente una veintena de cartas, la mayoría a máquina aunque acentuadas y firmadas a mano; una sola a pulso (ver imágenes) y las referidas cuatro postales.
Además, hay algunos afiches de presentaciones y lecturas -en inglés todos- de la época en la que ella organizaba eventos para el Center of Interamerican relations -hoy American Society- en la Gran Manzana, ocupación que, entre 1970 y 1985,  le permitió codearse con muchos de los grandes autores del boom, pero sobre todo con artistas plásticos latinoamericanos.
“Julio era un ser humano muy cálido, abierto a conversar con amigos y con la gente que lo saludaba…porque siempre tenía mucha curiosidad por conocer a gente nueva”, recuerda Rosario, mientras revisa las postales.
“Luego de conocerme, y de que trabamos amistad, tenía muchas ganas de conocer Bolivia, decía que conocía a muy pocos bolivianos… lastimosamente nunca pudo llegar”.
En una carta fechada el 27 de octubre del 76 en Nairobi (que ya fue publicada en la referida nota de 2009) Julio le dice a Rosario:
“¿Y ves que tu carta llegó a Nairobi? Eso sí, después de extraños itinerarios… Espero que al inspector que abrió el sobre le haya gustado la preciosa foto a orillas del Sena, y haya podido admirar lo bien que se te ve tan chiquita a mi lado, y con el fondo del Sena y del Louvre en la otra orilla”.
Casi como si hiciera referencia a ese paseo de la mano de su amiga boliviana, En Cortázar de la A a la Z, se reproduce una entrevista grabada en la que el Cronopio dice: “Caminar por París –y por eso califico a París como ‘ciudad mítica’- significa avanzar hacia mí”.
Sin más preámbulos, vámonos con las postales inéditas:


31/3/6
Querida Rosario, gracias por tu mensaje tan cariñoso. Me tranquilizas y me das una gran alegría, porque sé que ya nos veremos aquí o allá, siempre. No te escribo una carta porque ya salgo para Costa Rica y Cuba. Te enviaré noticias apenas pueda. Tengo aquí excelentes referencias de la novela de Skármeta, pero no puedo escribir largo sobre eso. A mi vuelta si quieres. Hasta siempre, con todo cariño.

Julio

* Postal aparentemente enviada desde Palermo, Italia y que muestra en reverso una escena de un cuadro de la Entrada de Jesús en Jerusalén, de la Capilla Palatina.
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25/9/78

Mi querida Rosario, recibí tu postal de España. Yo también anduve por allá (solamente Barcelona, siempre bella y animada). Te imagino de regreso a Nueva York. Yo cancelé mi viaje a California porque las condiciones de trabajo no eran buenas. Me quedaré en París hasta diciembre y después ya se verá. He pasado un año muy duro pero estoy ya del otro lado y soy feliz con Carol, que me trajo paz y cariño. Dos cosas que también te deseo, junto con el afecto de siempre de

Julio

* Postal que en el reverso muestra una imagen de La anunciación, del Altar de Avia del Museo de Arte de Cataluña, Barcelona.
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5/2/79

Querida bolivianita:
¿No te llegó mi carta? La mandé a tu casa. Tal vez se cruzó con la tuya, pero por las dudas te repito que aceptaba la publicación del texto sobre mí. Y ahora te digo que también acepto que publiques mis líneas sobre Luisa. Me dará un gran placer, puedes estar segura.
Besos,

Julio

* Postal con la imagen de La Virgen María y el Niño Jesús (Sano di Pietro, 1300) del oratorio de San Bernardino en Siena, Italia.



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S/F (75)

Querida Rosario: Se me ocurre que una bicicleta y una …. (ilegible) como éstas te quedarían muy bien para tus paseos por Central Park.
Si te decides, puedo enviarte los modelos adecuados. ¿Estás bien, entras con buen pie en el 75? Yo tengo la gripe pero no es nada grave. Me hubiera gustado (¿?) para las fiestas en New York, lo que es mi manera de decirte otra cosa que comprenderás.
Besos,

Julio

* Postal que muestra el cuadro Nos elegantes bicyclettes, en el que, claro, se ve a una joven montando una bicicleta.


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Apoyo 1

Más cartas desconocidas

En 2009 Rosario Santos me envió fragmentos de algunas cartas de Julio Cortázar, confesando que se reservaba el derecho de compartir otras de tono personal y privado.
De todas maneras, sin atentar contra la intimidad de los amigos (de Julio y su “querida bolivianita”) accedí ahora a un par más de misivas que no se hicieron públicas en febrero de ese año.
Además, para quienes deseen leer la nota publicada el 15 de febrero de 2009 en el suplemento Fondo Negro, entonces a mi cargo, la publicamos completa en el blog de LetraSiete, (letrasietebolivia.blogspot.com) junto con imágenes y escaneos.
Van entonces las dos cartas inéditas:

Berkeley, 20 de noviembre de 1980

Querida Rosario:
Te agradezco mucho tu llamada del otro día, y a la vez lamento no haber podido ser más explícito y poder charlar un rato largo contigo, porque me pasaron tu llamada a la oficina donde yo estaba reunido con algunos estudiantes para discutir cuestiones sobre sus “papers”. De todos modos creo que pudimos verificar los dos que estábamos muy bien, por lo menos en tu caso te sentí en pena forma y me alegré mucho.
Mañana nos vamos del país a bordo de un barco sueco, como creo que ya te deje, es un viaje de 20 días que me permitirá descansar de estas fatigas universitarias que han sido bastante intensas. Lo he pasado muy bien, y tuve un diálogo excelente con mis estudiantes; desde luego que la literatura solo fue una parte de ese diálogo, porque el interés por los problemas latinoamericanos era muy grande entre los asistentes, y por mi parte cada día creo más que mi deber es dar toda la información posible sobre los que se ignora o se quiere ignorar en este país (y en tantos otros, por cierto). En suma, que ha sido un trabajo duro pero lleno de satisfacciones. (…)
Qué tontería que hayamos estado al mismo tiempo en Zihuatanejo y no nos hayamos encontrado. Me parece increíble porque Carol y yo vivíamos en uno de los bungalows de “Las Urracas”, al borde de la playa, y tanto ella como su hijo y yo nos pasábamos largas horas en el agua o tomando sol en la arena. Muchos latinoamericanos me reconocieron (aunque por cierto, fueron discretos y no invadieron nuestra tranquilidad) y me resulta difícil imaginar que hayamos podido estar tan cerca sin vernos.
Te hice enviar un ejemplar de mi libro de cuentos, espero que lo hayas recibido, aunque con el correo mexicano ya se sabe… En todo caso, dime si no recibes nada, y te mando un ejemplar desde París; estaremos allí a mediados de diciembre.

Julio

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París, 5 de enero de 1982

Querida Rosario:
Muchas gracias por tus líneas (fechadas el 7 de noviembre, pero que solo recibo ahora) y por el simpático cheque azul. Estos pequeños cheques que uno no espera en absoluto, son siempre muy agradables de recibir sobre todo a comienzo de año, pues tienen algo de mensaje favorable.
Pude haberte escrito antes, ya no sé cuándo lo hice por última vez, pero estuve muy enfermo el verano pasado y todavía tengo que cuidarme bastante. Te lo digo para explicarte por qué no he ido a Puerto Rico como estaba prometido, ya que los médicos me prohibieron salir de París y solo dentro de un par de meses, espero, tendré carta blanca para reanudar algunos viajes. Me dolió mucho no ir a Puerto Rico (estoy en deuda con ellos desde hace muchos años) pero espero arreglar alguna cosa para el otoño próximo.
Como puedes ver, estoy lejos de poder visitar Nueva York hasta un futuro poco preciso. Entre tanto, espero que tu trabajo siga muy bien, que te diviertas lo más posible con él, que es la única cosa que justifica el trabajo en este mundo. Yo he vuelto a escribir un poco después de ese verano tan duro, Y creo que hacia agosto o septiembre saldrá una antología de poemas con textos en prosa y otras cronopiadas. Me divierto haciéndolo, y a la vez soy más severo que nunca.
Gracias otra vez por tus líneas, y un abrazo cariñoso de tu siempre amigo.
Julio
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Apoyo 2

De un Julio a otro Julio
Julio Silva y Julio Cortázar

Si ponen en el Google “Julio Cortázar Julio Silva”, encontrarán miles de referencias a la entrañable amista del autor de Rayuela con el destacado artista plástico franco argentino que, además de ser su confidente y cómplice de proyectos y sueños, le ayudó a concebir-diseñar La vuelta al día en ochenta mundos y Último round.
Pero no hay en ningún portal referencia de la muy emotiva carta -que abajo transcribimos- en la que Silva le comenta a Rosario Santos sobre  los últimos días de Cortázar. Tampoco hay la imagen de los julios que acompaña esta nota, aunque sí otras tomadas en la misma secuencia. ¿Cómo obtuvo esta instantánea doña Charo?

Sábado 18 -f- 84

Querida Rosario, esta mañana recibí tu carta que mi corazón sabía que estaba volando para aquí, te contaré todo cuando se irá calmando el recuerdo, triste mortaja el recuerdo. Su primera esposa Aurora Bernárdez lo asistió hasta su partida, los amigos, Tomasillo, Saul, …(ilegible) y yo lo veíamos por turnos para no cansarlos. Estaba lleno de proyectos, pero…

Yo salgo con la flia para Marruecos una semana, vuelvo el domingo 26 f, te escribiré largo, largo… Te abrazo tanto, tu amigo Julio (Silva). 

Nota especial

Cartas inéditas y memorias: Julio Cortázar de puño y letra

Nota originalmente publicada en Fondo Negro en 2009, recuperada exclusivamente para la edición digital de LetraSiete


Martín Zelaya Sánchez



Como siempre, lo más terrible es la lucha contra el olvido -le dice Julio Cortázar a su amigo, el poeta cubano José Lezama Lima, en una carta fechada el 2 de enero de 1974-; la gente se cansa hasta de las peores tragedias y pasa a otros temas”. El gran Cronopio se refiere al entonces reciente golpe de Estado de Augusto Pinochet en Chile.

“Mi querida Rosario. Me diste una gran alegría con tu carta tan tuya. Sé muy bien que estoy en deuda contigo, una gran deuda imperdonable; pero si te hago una mera síntesis de lo que ha sido mi vida en estos meses, comprenderás mi silencio…”.

El 3 de agosto de ese mismo año, el autor de Historia de cronopios y de famas le escribió estas líneas a Rosario Santos, una agente y gestora cultural boliviana a quien había conocido meses antes en Nueva York, Estados Unidos.
“Fui a recibirlo al aeropuerto, -cuenta ella- porque no hablaba inglés muy fluidamente. Congeniamos muy bien y lo primero que me dijo era que quería conocer la bohemia de la Gran Manzana. Esa misma noche nos fuimos a un par de cafés a oír jazz”.
El jueves 12 de febrero se cumplieron 25 años de la muerte del genial escritor argentino 1. Decenas de homenajes de todo tipo se organizaron en el mundo; los más, en el Buenos Aires que tanto amó y en la vieja París que le catapultó al mundo.
Desde la sala de su casa en Sopocachi, inundada de obras de arte de grandes artistas sudamericanos como Mario Toral (Chile), Omar Rayo (Colombia), Antonio Amaral (Brasil) y la paceña María Luisa Pacheco, la amiga boliviana de Julio Cortázar nos obsequia los recuerdos de una intensa amistad, ergo: veladas de tertulia y jazz, intercambio de lecturas, arte y emprendimientos culturales y sociales.
Diez años de frecuente carteo entre Nueva York, París y decenas de destinos del cosmopolita autor; la imagen de un paseo por las márgenes del Sena; extractos de cartas dirigidas a su “querida bolivianita”, a máquina y en puño y letra; y -otra joya- un poema inédito (o casi) que el poeta chileno Gonzalo Rojas -Premio Cervantes 2003- dedicó a Cortázar a poco de su fallecimiento y envió a Rosario, en ese entonces (febrero de 1984) editora de la revista estadounidense Review, dedicada a la literatura y artes latinoamericanas.

Ese enorme niño eterno
Además de haber concebido algunos de los cuentos más perfectos de la historia de la literatura en español, de haber revolucionado el estilo convencional de hacer novela con Rayuela (1963), y de ser punta de lanza del boom de las letras latinoamericanas junto con Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa, Julio era un frenético lector y escritor de epístolas.
No en vano sus Cartas 1969-1983, recopiladas por Alfaguara, ocupan tres gruesos tomos, 1.838 páginas, casi un millar de misivas a familiares, amigos, escritores, editores, periodistas y lectores.
No incluye esta publicación la correspondencia con Rosario, inédita, casi secreta; guardada en el baúl y la memoria hasta que un cuarto de siglo de ausencia le parecieron suficientes. Y demasiado.

“Acabo de volver de Viena —continúa contando Julio a su amiga— donde pasé un mes trabajando, y esta tarde salgo para Venecia donde la Bienal organiza una serie de actos de solidaridad con Chile”.

Santos es la autora de The Fat Man From La Paz (1996), una de las más divulgadas antologías en inglés de relatos de autores bolivianos. Entre 1970 y 1985 trabajó en el Center of Interamerican Relations -hoy American Society- en el que promovió, difundió y organizó diferentes expresiones artísticas destinadas a dar a conocer a creadores latinoamericanos en Estados Unidos.
“El 74 yo estaba de asistente del Departamento de Literatura, y cuando tocó organizar una reunión del PEN, en pleno contexto de dictaduras e intelectuales exiliados, decidimos enfocar el encuentro a que escritores norteamericanos conocieran a los de América Latina”.
Luego de recibir a Julio, se fueron de paseo. “Me acuerdo que tardó tanto en salir que pensé que había perdido el vuelo. Lo que pasó fue que lo detuvieron en inmigración y le hicieron un duro cuestionario porque su nombre ya figuraba como activista contra las dictaduras”.
A la par que a Julio le fascinaba la enorme Nueva York y su inabarcable vida cultural, Rosario -como todos quienes lo trataron- no dejó de percibir, deslumbrada, ese extraño halo que se le atribuye a Cortázar. “Sí, como todos dicen, parecía un niño, pese a ser tan alto. Un niño por su mirada inocente, su carisma y mística; un niño con una cultura y sabiduría impresionantes…”.

Idas y vueltas
Después de varias décadas de vivir y trabajar, siempre en arte y literatura, Rosario volvió a su La Paz natal y sólo ahora, a tono con la efeméride, decide compartir este pequeño gran tesoro: las memorias de una amistad con uno de los mayores exponentes de la literatura universal del siglo XX.

“Dentro de diez días salgo para Caracas. Tremendo viaje para asistir a otro congreso, esta vez de periodistas de izquierda en defensa de Chile. Ya te darás cuenta del descalabro que este tipo de vida provoca en mi correspondencia personal”.

En 1975, la Feria del Libro de Fráncfort, Alemania -aún hoy la más grande del mundo-, estuvo dedicada a América Latina y fue la consolidación europea de los libros y autores del boom, y abrió además camino otros escritores posteriores.
“Ahí nos encontramos por segunda vez, y pudimos charlar con más calma. Recuerdo además haber compartido mucho con Manuel Puig, una persona maravillosa, y otros escritores y editores, como la española Carmen Balcells -famosa representante de grandes autores-”.

“En mi próxima carta espero darte detalles concretos sobre nuestra reunión. Por el momento sólo sé que será en marzo del próximo año en Nueva York. Me alienta mucho lo que me dices sobre el deseo de colaborar y participar que tiene mucha gente en los Estados Unidos…”.

Viajero infatigable, Julio no pasó jamás por Bolivia. “‘Algún día voy a llegar a tu país, ya vas a ver’, me repetía cada vez que nos encontrábamos”.

“Mándame unas líneas, yo vuelo a París a fines de octubre y esperaré allí tus noticias. Entonces sé que podré escribirte una larga carta”.

París, México, y Nueva York varias veces más. Años de encuentros y correspondencia. “La última vez que lo vi fue en diciembre del 83, a dos meses de su muerte. Llegó a Estados Unidos para un congreso de derechos humanos y, como siempre, me llamó apenas aterrizó. Fuimos a desayunar y al verlo me impactó su rostro muy agotado, demacrado y triste; pensé que era porque pocos meses antes había muerto Carol (Dunlop, su segunda esposa)”. Era eso y más.
Julio no dejaba de repetir, aquellos días, que había hecho un gran esfuerzo para viajar. Su dolor y angustia eran grandes, pero no tanto como su conciencia y responsabilidad social. Entonces andaba pregonando y defendiendo la revolución sandinista en Nicaragua.
“Hizo su ponencia en casa, en mi máquina de escribir. Al despedirse me dijo que pasando el Año Nuevo iba a hacerse unos chequeos médicos. Luego supe que al llegar a París se internó en una clínica y no salió nunca más”.
Ya internado en París, el 28 de diciembre, el innovador novelista, original inventor de híbridos textos de prosa poética -a caballo entre ensayo, parodia, poesía y crónica-; activista social riguroso, amante y erudito del jazz y el blues, e insuperable cuentista, le escribía a su amigo Jean L. Andrew. “Sigo enfermo y no puedo escribirte largo. Te agradezco tus páginas sobre lo que viste en Argentina. Pienso volver en marzo y quedarme dos meses para ir un poco al interior. Me reciben con mucho amor y no se enojan por lo que dije en las entrevistas. Se creen ya ‘en democracia…’”.
Nunca más volvió.

* 1 Esta nota fue publicada el 15 de febrero de 2009.
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Adiós a Julio Cortázar

Gonzalo Rojas

Ha el corazón tramado un hilo duro contra lo arbitrario del aire, ha hilado la Espera que ya está ahí, a un metro, ha del rey pacientemente urdido la túnica, la desaparición.

Lo ha en su latido palpitado todo: el catre último, atlas las bellísimas nubes, éste pero no otro amanecer. Lo aullado aullado está. Nubes, interminablemente nubes.

Es que no se entiende. Es que este juego no se entiende. Ha el Perseguidor después de todo echádose largo en lo más óseo de su instrumento a nadar Montparnasse abajo, a tocar otra música.

Ha fumado su humo, solo contra las estrellas, ha reído.

21-II- 84

Querida Rosario

Un fuerte abrazo

Gonzalo Rojas

* Escribió esto último el reconocido vate chileno con plumafuente negro, al pie del mecanuscrito de este poema que dedicó al Cronopio.

“Había conocido a Gonzalo muchos años antes en Nueva York —comenta Rosario— y a poco de la muerte de Julio me llamó y me dijo que acababa de escribir este poema. Lo publicamos en el Review que salió poco después y, que yo sepa, no apareció nunca más en otro libro”.
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Un paseo por el Sena

(Carta de Cortázar a Rosario Santos)

Nairobi, 27 de octubre de 1976

Querida bolivianita,

Te escribo desde Nairobi, en el piso 18 del Conference Center donde se lleva a cabo la reunión de la UNESCO. Desde mi ventana se ve un inmenso panorama. El centro de la ciudad a mis pies. Es grande y animada; llena de flores y de mujeres que parecen antílopes y gacelas, y más allá las interminables planicies que imagino llenas de leones y de elefantes…

¿Y ves que tu carta llegó a Nairobi? Eso sí, después de extraños itinerarios que dejaron sus huellas en el sobre. El más impresionante dice Kenya Police/Security Checked. Espero que al inspector que abrió el sobre le haya gustado la preciosa foto a orillas del Sena, y haya podido admirar lo bien que se te ve tan chiquita a mi lado, y con el fondo del Sena y del Louvre en la otra orilla.