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viernes, 20 de octubre de 2017

60 años en la literatura boliviana

Un libro marca el cambio de
ritmo de la literatura boliviana



Un río que crece. 60 años en la literatura boliviana, acaba de publicarse a propósito de los 60 años de la Asoban, entidad patrocinadora de este proyecto, en el que siete escritores trazan una descripción crítica y cronológica del acontecer en las letras nacionales entre 1957 y 2017.


Martín Zelaya Sánchez

La publicación casi providencial -por su enorme valor estético- de Cerco de penumbras (1958) y de Los deshabitados (1959), de Óscar Cerruto y Marcelo Quiroga Santa Cruz, respectivamente que, para nadie es desconocido, son dos de los principales hitos de las letras nacionales del siglo XX, se recapitula al inicio de Un río que crece. 60 años en la literatura boliviana, libro de reciente edición en conmemoración del 60 aniversario de la Asociación de Bancos Privados de Bolivia (Asoban), patrocinadora del proyecto.
“…las letras nos han fortalecido, alentado y esperanzado; nos han servido, en suma, para sobrevivir a las adversidades, levantarnos de las caídas y mantener la fe en un mundo mejor”, comenta Mariano Baptista Gumucio al inicio de “La irrupción de la subjetividad (1957-1967)” el capítulo que le corresponde en este trabajo que -acorde al aniversario de la entidad auspiciadora- se propone trazar un repaso exhaustivo, riguroso y crítico de la producción literaria nacional en las seis últimas décadas, sin que ello implique un lenguaje académico y especializado pues esa fue, precisamente, la única premisa que el editor, Gabriel Chávez Casazola, pidió respetar a los coautores.

“Se pidió expresamente a los autores -comenta Chávez en su introducción- que sus textos mantuvieran un tono coloquial y de crónica -sin por ello renunciar al rigor y a la valoración crítica imprescindibles-, ya que este libro tiene fines de divulgación e información para el lector no especializado; pero a la vez, ciertamente, busca despertar interés para que se realicen futuros estudios en profundidad con nuevas visiones, más amplias y menos enfocadas solo en una parte o visión del país y de su historia, como ocurría hasta hace poco; reduccionismo que los coautores de este libro -con los textos aquí recogidos, pero sobre todo, varios de ellos, con su propia obra- han demostrado que puede y debe terminar, ahora que nuestra literatura se torna multipolar y se expande geográfica y temáticamente como un río que crece…”.

Este libro tiene fines de divulgación, comenta el poeta, también autor del concepto de esta obra, y es ahí donde a modo de valorar el aporte de Asoban, hay que pecar de ambiciosos y pedirles que además de la bella edición de lujo lanzada en días pasados en el acto de celebración de su aniversario (formato de 30 x 25 cm, papel couché, tapa dura) es imprescindible una pronta edición popular para que el trabajo esté al alcance de la mayoría.
Vamos al contenido. Dividida en seis partes, una por cada decenio entre 1957 y 2017, Un río que crece cuenta con las firmas de Baptista Gumucio, Edmundo Paz Soldán (que analizó el periodo 67-77), Mónica Velásquez (77-87), Magela Baudoin (87-97), Martín Zelaya (97-07) y Giovanna Rivero (07-17).
Más allá de cierto riesgo de extrema heterogeneidad, la total libertad que los coautores tuvieron para desarrollar sus ensayos, permite contar con un corpus diverso, ecuánime y desprovisto de cualquier sesgo académico o de otro tinte. La mayoría, dadas las claras condiciones, optó por una lógica recapitulación cronológica de títulos publicados, lo que además de indagar en la obra como tal, da pie a una referenciación valorativa del autor.
Después de Cerruto y Quiroga Santa Cruz, Baptista Gumucio hace especial hincapié en otras dos obras cruciales de su periodo: Historia de la Villa Imperial de Potosí, de Bartolomé Arzáns, cuya edición definitiva la propició Gunnar Mendoza en 1965; y El Loco, de Arturo Borda, monumental como complejo texto de 1.676 páginas en tres volúmenes.
Más adelante, al concluir “Turbulencia y escritura (1967-1977)” en la que pasa revista a obras emblemáticos como Matías, el apóstol suplente, de Julio de la Vega y Tirinea, de Jesús Urzagasti, Edmundo Paz Soldán escribe:

“La década produjo algunos textos que hoy son considerados clásicos. Desde una posición muy precaria, los escritores nacionales habían escrito sin simplificaciones sobre esos años, buscando una renovación formal que se dio tanto en la poesía como en la narrativa, y también habían logrado articular algunos de los temas que serían fundamentales en el debate acerca del tipo de sociedad que aspiraba a ser la boliviana (el lugar de la mujer, la proyección identitaria, la incorporación de culturas tradicionalmente excluidas, etc.). El fin del siglo XX vería los intentos de resolver los temas articulados durante esa década”.

A continuación viene “Sobresaltos entre el silencio  (1977-1987)”, un trabajo en el que haciendo uso de un admirable estilo en primer persona, Mónica Velásquez escribe:

“Corrió 1977. Cesaron: la risa de Chaplin, la guitarra de Hendrix; Nabokov, autor de Lolita. Un excéntrico John Travolta enseña a bailar los sábados por la noche. La dictadura sigue campeando por el continente y es cada vez más difícil respirar. Todavía duelen en los ojos las marchas que, según se dice, harán cada jueves las madres de la Plaza de Mayo en Buenos Aires, buscando a sus desaparecidos, ¿los tenemos nosotros?
Este diciembre la huelga de mujeres mineras a la cabeza de Domitila Chungara no deja de exigirnos una palabra, un acto. Todavía andando con un aparatito que inventaron en el norte, llamado walkman, en el bolsillo, tratando de averiguar qué es eso de llevarse la música a otra parte. Todavía preguntando, la democracia qué será. Todavía con el Hijo de opa de Gaby Vallejo, el Guano maldito de Aguirre Lavayén, toda la colección que se mandaron Juan José Coy y Josep Barnadas, el Manchay Puyto de Taboada Terán, la poesía de Humberto Quino que, en su segundo libro, ya personal, arremete con todo el lenguaje de la calle y la protesta. Todavía en Navidad rezando por las causas Albó, Espinal, y las minas y las calles y el “nunca se sabe”, a diario. Todavía asombrados andan los de la academia con los ensayos de Roberto Prudencio y la incursión de un semiólogo que promete renovar nuestra crítica literaria, don Luis H. Antezana. Año nuevo que mientras retrocede en conteo de uvas, nos deja un sabor agridulce de la esperanza que esperamos y aún no llega. Y, a pesar de todo, retornan a su España: Alberti, Guillén y Aleixandre, ¿habrá patria para los que quieran volver?...”.

Y es que claro, otra característica fundamental del libro es la contextualización del quehacer de las letras bolivianas con la historia, la cotidianidad política y social, llena de sobresaltos y avatares, no pocas veces menos verosímiles que la mejor de las ficciones.
Completan Un río que crece: “Años de transformación (1987-1997)”, de Magela Baudoin; “Cambio de ritmo (1997-2007)”, de Martín Zelaya y “Descorriendo el tupido velo de la mediterraneidad (2007-2017)”, texto donde Giovanna Rivero concluye:

“…En definitiva, el compromiso con lo literario como la más cuidada prioridad es el cambio de paradigma que tanto nos hacía falta para seguir madurando. La personalidad literaria boliviana está tejida de heridas, complejos, sueños, insatisfacciones y una imaginación infinita que seguramente será la nave para surcar esos mares, aparentemente inalcanzables, que merecemos y que seguramente nos esperan”.





sábado, 26 de agosto de 2017

Toda la poesía de Zamudio

Poesía de Adela Zamudio


Vicky Ayllón, que junto a Mónica Velásquez trabajó en el estudio introductorio de la obra poética de la “Alondra del Tunari”, resume los elementos y rasgos centrales de esta crucial recuperación para nuestra literatura



Virginia Ayllón

La colección Letras Fundacionales de Plural editores, dirigida por Leonardo García Pabón, ha dedicado parte de sus esfuerzos a la recuperación y estudio de la obra de Adela Zamudio.
Este recorrido se inició en 1999 con la publicación de su novela Íntimas y continuó en 2011 con sus Cuentos completos. Ahora publica su Poesía, completando con ello lo principal de la obra de la “Alondra del Tunari”. De este modo, en la obra de esta autora solo restan los ensayos, algunas obras de teatro y otras didácticas.
El volumen de Poesía de Adela Zamudio fue trabajado conjuntamente con la poeta y crítica literaria Mónica Velásquez, lo que redundó en la calidad del trabajo, cuyo criterio fundamental fue centrarnos en los tres libros de poesía publicados en vida de la autora, considerando que ella seleccionó sus poemas a ser publicados:

·                    El Misionero (poema religioso). Cochabamba: Imprenta de El Heraldo, 1879.
·                    Ensayos poéticos: de Adela Zamudio (boliviana). Buenos Aires: Jabobo Peuser, 1887.
·                    Ráfagas (poesías). Paris: Ollendorf, 1914.

En total, 39 poemas aparecieron en estos tres libros, los que conforman el núcleo de la poesía de Zamudio. En las siguientes y póstumas antologías se incluyeron diez poemas más atribuidos a la autora:

·                    Peregrinando: (poesías). Editorial La Paz, 1942.
·                    Poetisa, educadora, polemista. Cochabamba: Honorable Alcaldía Municipal; Editorial Canelas, 1977. Este libro, además, fue la base para la edición venezolana de la poesía de Zamudio en 2006.

Hemos prestado especial atención a estos diez poemas atribuidos a la autora debido a dudas sobre al menos alguno de ellos. En ese sentido, la búsqueda de originales nos llevó al Archivo y Biblioteca Nacionales de Bolivia y al archivo de José Torrico Laserna, descendiente de Adela Zamudio. Ambos archivos guardan originales manuscritos de poemas o partes de poemas publicados y, además, de seis poemas inéditos. De cualquier modo, el volumen mantiene un apartado de “poemas atribuidos” que consigna aquellos de los que no hemos encontrado los originales. El volumen también incluye algunos poemas encontrados en revistas.
En este mismo orden, un aporte central del volumen es la publicación íntegra del poema religioso El Misionero, publicado en 1879, pero firmado por Soledad con fecha de enero de 1878. El poema consta de cinco cantos, de los cuales los cantos primero, segundo y quinto fueron publicados en Ensayos poéticos (1887) y luego en 1977 en Poetisa, educadora, polemista. Ello quiere decir que los cantos tercero y cuarto ya no se difundieron y este poema llegó fragmentado a los lectores hasta hoy ya que, además, no hay noticia de la reedición del poemario.
El estudio introductorio de la obra poética de Zamudio se divide en dos partes; la primera aborda la contradictoria recepción de esta obra que vacila entre el persistente homenaje a la autora a la vez que la escasa lectura de su obra. Asimismo, analiza los acercamientos de la crítica literaria a su escritura. La segunda incide en algunos sentidos de su poesía: naturaleza y paisaje, anhelo de muerte, poesía religiosa, poemas narrativos, feminismo, etc.
El análisis detallado de este conjunto poético indica que algunos sentidos comunes se asientan en la lectura de fragmentos de la obra lo que parece corresponder a la fruición de buscar una veta social en la poesía zamudiana. Así, por ejemplo, el anticlericalismo de Zamudio, expresado en su poema Quo Vadis, oculta el profundo enfrentamiento de la autora, más que con la institución religiosa, con el cristianismo mismo, expresado en varios poemas religiosos, sin duda poco leídos. Lo mismo, los poemas específicamente feministas son solo cuatro, y aunque han producido mucha letra, buena y mala, a favor y en contra, es bueno indicar que la poesía de Zamudio que bien se puede calificar de feminista porque alude a ese pensamiento, es más compleja que la sola denuncia de vulneración de los derechos de la mujer y se extiende, por ejemplo, a la imputación a la ideología del amor romántico.

Finalmente, Adela Zamudio es sin duda uno de nuestros iconos culturales más importantes y es una poeta referente en la historia de la poesía boliviana. Su legado en cuanto actitud es importante: el poeta como lucidez de su tiempo, como crítica de su sociedad y como lector de sus circunstancias. Su poesía inaugura lo que será luego la poesía social; su manera de configurar el mundo femenino, en relación con el masculino, abrió puertas para que escritoras como Yolanda Bedregal, María Virginia Estenssoro o Hilda Mundy transgredieran luego ciertos arquetipos, hasta heredarnos otro sitio para lo femenino en nuestro imaginario. Si por sus temas esta poética deja oír una época y una sensibilidad; por su manejo de lo lírico y lo narrativo permite explorar variadas formas poéticas. Alejarla de los homenajes para leerla y situarla en nuestro mapa literario es el deseo de esta re-edición de su obra poética, quede en los ojos lectores recibir la posta.

martes, 22 de agosto de 2017

Antología de cuentos de Oruro

Descubriendo y redescubriendo

Prólogo de Memoria y mañana, la antología de cuentos de Oruro publicada y presentada por la Fundación Cultural del Banco Central de Bolivia en la pasada FIL La Paz.



Martín Zelaya Sánchez


Este libro es, a la vez, un redescubrimiento y un descubrimiento. De la inmensa altiplanicie de cultivos y socavones, al Oruro urbano, distópico de un futuro probable. De lo rural-costumbrista, a lo urbano-individualista y disperso. De la pampa al cemento. De la memoria al mañana.
No sé si se puede decir que la cuentística orureña es incipiente. No es prolija ni alcanzó cimas como la poética, claro está, pero tampoco brilló por su ausencia en diferentes etapas históricas y literarias. Prueba de ello es que en esta compilación están representados casi a cabalidad los diferentes niveles y categorías inherentes a la literatura boliviana, léase tendencias y preferencias estilísticas y temáticas; está, además, el hecho de que la cronología de las fechas de nacimiento de los autores –que da orden y estructura a este libro- abarca prácticamente todas las décadas del siglo pasado y la última del siglo XIX
Veamos en detalle estos y otros tópicos, a modo de justificar la selección de estas 17 piezas de 17 narradores, cuentistas que nacieron en Oruro o, en algunos casos, vivieron y produjeron gran parte o la totalidad de su obra en esta ciudad.

De los autores
¿Quiénes escribieron y escriben prosa en Oruro? En este punto toca decir que la invitación de la Fundación Cultural del Banco Central de Bolivia para preparar esta compilación dio pie -investigación mediante: leer y releer decenas de libros, antologías, compilaciones; indagar en anaqueles y estantes de bibliotecas públicas y privadas, y, en algún caso, en trabajos mediados por procesadores digitales de texto, a falta de las fuentes originales de algunos relatos publicados en ya desaparecidas revistas artesanales, impresas y online- a varios descubrimientos y redescubrimientos.
Redescubrimos a consolidados narradores cuya obra, con el paso de los años, se fue perdiendo de vista: Antonio José de Sainz y Rafael Ulises Peláez, por citar dos ejemplos; y “descubrimos” a dos noveles autores cuya aún breve obra augura buenos tiempos: Lourdes Reynaga y Sergio Gareca (este último, reconocido ya como poeta).
En el medio, se encuentran escritores de trayectoria como Carlos Condarco Santillán y Cé Mendizábal, y otros multipremiados y de generación intermedia, tal el caso de Benjamín Chávez y Vadik Barrón.

Del estilo (y su “lugar” en la literatura nacional)
En El toro de Carlos Condarco Santillán y El cuadro, de Cé Mendizábal, se reconoce a dos maestros del estilo: tradicional, con una pluma que recoge lo mejor del romanticismo y el modernismo, uno; prolijo, fluido, destacado cultor de la prosa contemporánea, diríamos, el otro.
A partir de ello, cabe señalar que los cuatro o cinco primeros antologados cultivan lo que se vino a llamar lenguaje clásico “cultivado” o “académico” de la primera mitad del siglo pasado; mientras que por la mitad (Calizaya, Mendizábal) ya se empieza a notar la evolución estilística tendiente a una liberación de dogmas formales, lo que da como resultado naturalidad y verosimilitud de diálogos y descripciones.
Ya hacia el final, los autores nacidos en los 70 y 80 destacan por el humor y la simpleza –que no desprolijidad- de su prosa cada vez más mundana.

De los temas y escenarios
Ya hablamos del cómo, hablemos del qué. Un indígena de apariencia frágil y andrajosa, pero socarrón a toda prueba, que porfía hasta el final por ahorrarse unos centavos (Regateo); un despechado y resignado enamorado que escribe una conmovedora carta para exorcizar su amor no correspondido (Para Blanca Coaquira. Donde quiera esté su reino), y una niña artista destinada a vagabundear con su padre en un Oruro del futuro y casi apocalíptico (La casa Pettenkofer).
Bien pueden estos tres ejemplos marcar tres vertientes o sendas. Siguiendo lo cronológico, una vez más, valga reparar en que el costumbrismo: motivos rurales, mineros y de la Guerra del Chaco u otras lides, marca la primera parte. Poco a poco, gana la dispersión, los temas íntimos o de estricto dominio del narrador y/o protagonista, que generalmente se desenvuelve en la urbe; todo esto, tal cual como discurrió la historia literaria boliviana general.

De la procedencia
En cuanto al origen de los autores, la gran mayoría, claro está, son orureños de nacimiento, aunque más de uno emigró muy joven y desarrolló su obra en otras regiones (Mendizábal, Vargas); hay un par de casos de autores que, habiendo nacido en otras regiones, pasaron gran parte de sus días en Oruro (Sainz, Urquieta) y dos (Chávez, Vadik Barrón), que coincidentemente reconocen no ser de Oruro “por error”, pues llegaron a ésta a pocos meses de nacidos, se formaron y vivieron en esa ciudad y se identifican públicamente como orureños.
En cuanto a la procedencia de estos relatos (ver anexo al final) hay, lógicamente, cuentos publicados en libros de los autores, otros tomados de antologías premiadas, un par de compilaciones o anuarios y uno solo inédito aún, pero pronto a publicarse, y que fue incluido en razón a méritos estéticos, claro, pero además porque cierra -temática y estilísticamente- el círculo abierto por Sainz y su parábola El diamante. Nos referimos a La casa Pettenkoffer de Sergio Gareca.
Si en El diamante prima la impronta antigua de escribir con lenguaje exquisito y subordinar la trama a un mensaje o aporte moral (algo clásico hasta inicios de 1900), en la pieza de Gareca se abre un espacio aún pendiente de exploración: la literatura fantástica, premonitoria y en la que, sin menospreciar lo estético, se enfatiza en la propuesta como conjunto: historia, provocación, posicionamiento.

La arbitrariedad es inherente a cualquier antología, lo saben todos. Esperemos, dicho esto, que de esta propuesta pueda, sino descubrirse algo, al menos redescubrirse, rescatarse. 

domingo, 18 de junio de 2017

Artículo

“El paso no, del Dios, sino la huella...”



Apuntes preparados por la autora, de cara al conversatorio sobre literatura homosexual en Bolivia que se desarrollará esta semana.


Virginia Ayllón 

Para Isabel

Tal vez lo primero que viene a la mente es que después de la infantil, la indígena, la regional, la femenina, ¿ahora le toca a la literatura homosexual? Es decir, ¿seguimos el sino social e histórico de la literatura?
La hipótesis del peso de la historia en la literatura, especialmente en la narrativa, es más grave si se la piensa como el crítico cubano-norteamericano Roberto Gonzales Echevarría, para quien la novela en general y la latinoamericana en particular, se ha construido persiguiendo “la verdad”; es decir se ha construido en una intención no literaria. Siendo esto verdad, en la mayoría de los casos, creo que menos mal “la literatura resiste”, especialmente la poesía. Si no creyera en eso, grave sería mi vida.
La guía biográfica y crítica de escritores latinoamericanos en temas gay y lesbianos, de 1994, consigna dos entradas para Bolivia. La primera es para la novela Erebo, de Pablo Gumiel, publicada en 1955, cuyo valor sería precisamente ser el primer texto contemporáneo que trata abiertamente la homosexualidad. La segunda corresponde a Los papeles de Narciso Lima Achá, de Jaime Saenz, publicada en 1991. Sobre esta última, el editor considera que Narciso vive su homosexualidad como camino de conocimiento y trascendencia metafísica; que Saenz sitúa el amor homosexual masculino como la primera experiencia de conocimiento, con peso específico en el desarrollo del sujeto poético. Dice, además, que Los papeles de Narciso Lima Achá es uno de los textos más iluminados de la poética de Saenz y quizá la clave para comprender su universo.
Ahora bien, en otro texto, David William Foster, editor de esa guía, afirma que mientras las novelas norteamericanas sobre temas gay se concentran en el conflicto interno de los personajes, las novelas latinoamericanas, en cambio, se construyen desde la marginalidad; es decir desde el (famoso) sino social e histórico. No creo estar muy de acuerdo con esta afirmación, sobre todo si pienso en Sor Juana Inés de la Cruz, Nestor Perlongher, Gloria Anzaldúa, Manuel Puig, pero especialmente en Severo Sarduy.
Cobra (1972), que forma parte de su trilogía junto a Colibrí (1984) y Cocuyo (1990), es, sin duda, una de las novelas más hermosas que he leído. En mi recorrido feminista he oído hablar con mucho facilismo de escritura y cuerpo, porque, así como es una clave, muy sencillo ha sido convertir esa dupla en vacío eslogan.
Para Sarduy, sin embargo, escritura y cuerpo ha sido el jeroglífico a descifrar en una escritura febrilmente transgresiva y hedónica. En una linda lectura del escritor chileno Bartolomé Leal, Cobra es entre otros, un objeto de culto, envenena las letras, es un himno al travestismo, el que perturba y el cultural… Cobra colapsa.
Pero ni Cobra ni Sarduy podrían explicarse al margen del trabajo del escritor, de sus traducciones al francés de la obra de Manuel Puig, Lezama Lima, Reinaldo Arenas, Sergio Pitol, o Vázquez Montalbán. Pero sobre todo no podrían explicarse sin tener en cuenta su apego y estudio de la obra de Lezama Lima y su amistad intelectual con Roland Barthes.
Solo así se puede comprender al Sarduy creador del neobarroco americano -junto a Lezama Lima, Carpentier, Cabrera Infante y Virgilio Piñera- que viniendo de Cuba se ha remozado con la obra del argentino Juan José Saer, la uruguaya Marossa di Giorgio y la chilena Diamela Eltit. 
Claro que escritura y cuerpo es la obra de Sarduy (no el todo, la huella: El paso no, del Dios, sino la huella…, primer verso de uno de sus sonetos), pero como cuerpo él sabía que la letra con sangre entra:

La letra con sangre entra...

La letra con sangre entra
como el amor. Mas no dura
en el cuerpo la escritura,
ni con esa herida encuentra
paz el amante. Se adentra
en el cuerpo deseoso
y más aumenta su gozo
con su mal. Alegoría
de nuestra postrimería:
jeroglífico morboso.



domingo, 21 de mayo de 2017

Artículo

De la novela y de la serie Pequeñas mentiras



Los casos en que la película adaptada -o, en este caso, la serie de TV- superan al libro original, son tan escasos como especiales. He aquí un reciente ejemplo.



Virginia Ayllón

Hace poco se ha difundido la primera temporada de Pequeñas mentiras (Big Little Lies), serie dirigida por el canadiense Jean-Marc Vallée.
La serie tienen como base la novela del mismo nombre de la escritora australiana Liane Moriarty, ganadora de varios premios, como el de la categoría “Ficción de la red social Goodreads” (2016), que premia a través de la votación del público. Las novelas de Moriarty (El secreto de mi marido, Lo que Alicia olvidó) han sido publicadas en español por Suma de Letras, sello editorial de Santillana. Seguramente el tiempo hará un juicio sobre la obra de la australiana, por ahora muy celebrada por el americano Stephen King.
La novela acude a algunos elementos “típicos” de la literatura feminista, más bien cercano al tipo de libros de self-esteeming, para un público (tal vez el del Norte) ávido de estos textos. Me apoyo en dos textos sobre la llamada “violencia de género” a los que la autora indica haber recurrido para su novela.
Pero también afirma haber recurrido al testimonio de varias mujeres quienes posiblemente hayan sufrido de este tipo de violencia. Estos testimonios parecen ser la base de una de las estrategias narrativas de Moriarty, quien intercala varias voces sobre los hechos, a modo de chisme, o de varios modos de ver un mismo suceso (algo así como el efecto Rashomon). Junto a ello, el secreto y la memoria (o el olvido, que es lo mismo) son los hilos de este thriller, ahora convertido en serie mediante guion de David Kelley. Parece entonces que a Kelley se debe el trascendental cambio en el final de la serie que modifica sustancialmente el de la novela.
Ciertamente, el final de la serie convierte en “femenino” el secreto que en la novela es una confidencia en la que participan las protagonistas y sus parejas.
Nada menor esta transformación que “levanta” la serie y debilita la novela. Y es notorio que este despunte de la serie tome una estrategia escritural muy femenina, más bien ideológica que propiamente textual. Me refiero a que desde Safo -con una cúspide en las escritoras decimonónicas, pasando por las narradoras de ciencia ficción, hasta las más contemporáneas como Eltit, incluyendo, claro está a las bolivianas- las escritoras parecen reflexionar en torno a una pregunta clave ¿y cómo sería un mundo en que no fuéramos las siempre ninguneadas, siempre agredidas? Y a partir de ella crean una serie de mundos en los que el centro es la, digamos, “cofradía femenina”; esa en que las dolidas construyen espacios de complicidad férrea, más allá de la justicia, humana o divina, que para el caso es igual.
Aquí debo repetir, no me queda otra, este verso de Emily Dickinson que concentra tal asunto: “Hay una alborada no vista por los hombres― / Cuyas doncellas en el más remoto prado / Conservan su Mayo Seráfico― / Y durante todo el día, en bailes y juegos, / Y cabriolas que nunca nombraría―/Emplean su fiesta”.
Y ese es precisamente el final de la serie, provocándome, en mi caso, claro está, una especie de sensación reconfortante, ante el deslucido final de la novela que se cae porque sea en la ficción, sea en la vida real, es sabido que el secreto “entre géneros” no funciona o funciona poco.
Tal vez Nicole Kidman y Reese Witherspoon, actrices, pero también productoras de la serie hayan tenido algo que ver en este cambio. Pero como no entiendo de cine y no sé si los o las productoras pueden meter sus narices en el guion, me quedo con afirmar la lucidez de ese señor Kelley.


lunes, 15 de mayo de 2017

Artículo

Radio Comala


Los ecos eternos y únicos de Pedro Páramo y Juan Rulfo.



María José Navia / Escritora y académica (Chile)

Dicen que Juan Rulfo era un radioaficionado. Que llamaba a sus amigos, a horas extrañas, diciéndoles que estaba en Comala. Así lo cuenta, al menos, Fernando Benítez en Inframundo, the Mexico of Juan Rulfo. Una anécdota, quizá, un detalle. Pero en mi cabeza, esa siempre ha sido la puerta de entrada a esa novela inmensa que es Pedro Páramo (1955). La voz que lo anuncia todo ya desde el comienzo. La voz que pide, que llama a unos oídos bien alertas.
“Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo”.
(Vine a Comala, sí. Vine porque me dijeron. Es más: “mi madre me lo dijo”).
Según el académico Rubén Gallo, en su libro Mexican Modernity, a partir de los años 20 se empieza a masificar la radio en México, algo que llega a impactar en la vida cotidiana mucho más que la máquina de escribir, también importante por esos tiempos. Dice Gallo que, a diferencia de ésta, que fue asumida por las élites intelectuales, la radio fue entrando en cada uno de los hogares mexicanos, sin importar el nivel de escolaridad de sus habitantes. De pronto había voces nuevas, voces distintas, circulando por el espacio familiar. Voces que provenían de lugares remotos. Voces, tal vez y también: muertas. Voces capaces de atravesar paredes. Voces que entraban por los oídos, dejando un poco de lado el imperio de la vista.
Me gusta la imagen: un Rulfo que toma la máquina de escribir, la hace volar, y ahí quedan las ondas de radio. Tal vez por eso, cuando enseño Pedro Páramo en la universidad donde trabajo, les pido a los estudiantes que cierren los ojos. Y recito de memoria. Porque la primera página de esa novela se ha transformado en un lugar querido. Un lugar terrible también al que hay que volver siempre.
“No vayas a pedirle nada, exígele lo nuestro. Lo que estuvo obligado a darme y nunca me dio… El olvido en que nos tuvo, mi hijo, cóbraselo caro”.
Es solo la primera página y ya tenemos a una madre y su voz de gigante. Esa madre que le entrega, a su hijo, “sus ojos para ver” y le anuncia que en Comala la escuchará más nítidamente (mientras que la foto, la única que carga de ella, se va desintegrando).
Pedro Páramo se instala en la literatura latinoamericana como una caja de resonancia, una cámara de ecos multidireccional. Hacia el pasado, y en otras lenguas, está esa Tierra baldía de T.S.Eliot (y en Comala también nos enseñan eso del “miedo en un puñado de polvo”), o ese recorrido de Leopold Bloom en la novela Ulises. En esta última también hay un hijo en busca de un padre y una mujer que delira contando sus secretos. Solo que en lugar de germinar (“bloom”) tenemos lo duro y seco de la piedra y el páramo.
Pero hay ecos también hacia adelante. Ecos deslumbrados y ecos freak. Como la relectura o reescritura de Cristina Rivera Garza en su reciente y maravilloso libro Había mucha neblina o humo o no sé qué, en que se vuelve a las condiciones materiales de la escritura y a la importancia del acto lector en relación a la obra de Rulfo. Afirma Rivera Garza, con ese deseo furioso que provocan en nosotros algunos libros, los mejores libros: “Tuve que reescribirlo porque no conozco otra manera de decir quiero vivir dentro de ti.” Y también: “Su legado dice, sobre todo: la realidad es extraña y está fragmentada en mil pedazos”.
Pero también hay ecos pop y ahí también la voz de Rulfo se oye clarito. Estridente. En otra frecuencia. Me refiero a la novela Mantra, del escritor argentino Rodrigo Fresán. En ella, el autor explora Ciudad de México desde distintos personajes y formas (la segunda sección es una particular y caótica enciclopedia) hasta que, al final, llegamos a una reescritura de la novela de Rulfo en clave postapocalíptica en la que un androide va en busca de su “Computadora Madrecita” (O, en sus palabras: “Yo vine al D.F. -vine a las ruinas de lo que alguna vez fue el D.F. y que ahora es Nueva Tenochtitlán del Temblor- porque me dijeron que ahí vivía mi Padre Creador, que aquí vivía Mantrax”). Mantra vuelve a Pedro Páramo para rescatar o resaltar su lado zombie: el de los muertos que no callan, que no pueden callar, que no deben callar. Y que a veces entonan canciones tristes. Para continuar el eco.
Hace poco leí Los niños perdidos (un ensayo en cuarenta preguntas) de la escritora mexicana Valeria Luiselli y nuevamente despertó la voz de Juan Preciado: el hijo que cruza en busca de su padre y encuentra la muerte. Luiselli se detiene en la pesadilla de esos niños que arriesgan su vida para reunirse con sus familias o buscar un mejor futuro, en esas voces que hay que traducir, que a veces también hablan en murmullos. Y Pedro Páramo se siente, otra vez, de una vigencia (y urgencia) tremenda. Los ecos siguen, se repiten, no se apagan.
Este mes se cumplen cien años del nacimiento de Juan Rulfo y su conmemoración ha estado rodeada de otros murmullos, otros rumores. De la imposibilidad de celebrar e incluso decir el nombre de este autor. Yo no sé nada de fundaciones, pero sí sé que Juan Rulfo no solo fundó un mundo sino que una constelación, una galaxia, donde el tiempo y la vida se mueven a una velocidad distinta, ese lugar donde las ondas, y las voces que cargan, no mueren nunca, trayendo cada vez un nuevo mensaje urgente.

Espero que Rulfo no siga el destino de su protagonista. Que a él no, que a él nunca lo maten los murmullos. Que siga transmitiendo, siempre, desde (radio) Comala.

Artículo

Obra reunida de Hilda Mundy: Aclaratoriamente…



Cuando hay debate, en literatura, generalmente quiere decir que se está leyendo, y partir por ahí es esperanzador. Con este artículo -que responde a uno de similar detalle y extensión aparecido en LetraSiete el 22 de enero pasado-, suman ya al menos media docena de textos en repercusión de Obra reunida de Hilda Mundy, trabajado por Rocío Zavala para la BBB, y Bambolla Bambolla…, edición de Rodolfo Ortiz para La Mariposa Mundial. Remito al referido texto para seguir al detalle el “ida y vuelta” del debate: http://letrasietebolivia.blogspot.com/search?q=Hilda+Mundy+consideraciones


Rocío Zavala Virreira

La presencia ahora contundente de una escritora víctima de menosprecio y olvido -tanto por parte de la autoridad literaria como de su propio círculo íntimo, hecho que aceleró la dispersión y la desaparición de sus textos- es una presencia paradójica hecha de las ausencias y los rasgos efímeros de una materia textual pensada para la prensa en su intrínseca fragilidad. Más aún si hablamos de un proyecto poético relacionado con la heteronimia y la anonimia. Esta inestabilidad editorial y referencial, apreciada y trabajada por Hilda Mundy, no se acabará con tres o más libros. Estos aparecerán, felizmente, para ratificar el carácter inaprensible del texto mundyano.
En fondo, son dos las cuestiones esenciales que aborda este artículo: aspectos de la historia de mi investigación, por una parte; y por otra, la edición de Obra reunida (OR) de Hilda Mundy (Biblioteca del Bicentenario de Bolivia, 2016).
Cada publicación tiene sus objetivos, y los de una colección -cuánto más los de una biblioteca nacional- responden a formatos que se sobreponen a la voluntad de autores o responsables. Y la BBB, en su afán de llegar a los más con nuestras mejores obras, ha privilegiado aspectos que están al margen de polémicas, en este caso relacionadas a textos redescubiertos de un corpus y a su cotejo con otro corpus.
Los corpus nuevos, la disponibilidad o no de archivos, son temas densos y controvertidos por lo arriba dicho; temas que merecen desarrollo en marcos de discusión académica, pero nunca así como Rodolfo Ortiz dejó ver el 22 de enero pasado en este medio en su artículo sobre OR, a saber: una voluntad de revelar una situación incomprensible; de reparar errores de una edición imprecisa mediante la puesta en escena (publicitaria) de la verdadera precisión; de hablar de falta de rigor para iluminar el verdadero rigor y el único trabajo in situ; de atribuirse el traje de profesor de legitimidades e ilegitimidades al descubrir brillantemente que había que visitar los archivos apropiados en colecciones hemerográficas.
Al margen de ataques desmedida e inapropiadamente chilladores que solo denigran a su autor, aprovecho algunas de sus aseveraciones para hacer varias aclaraciones necesarias. Pero antes de entrar en materia, como lo escribí en OR, este libro tiene un antecedente disponible (Zavala, 2013); a este trabajo académico me referiré, siempre que sea necesario para defender mi autoría, esclarecer dudas, equivocaciones o intentos de tergiversación.
Rodolfo Ortiz debe saber que quien insiste, con la altura que emana de su artículo, en cotejos referenciales con pretendidos fines de rigor investigativo, debe ser mínimamente riguroso y no abundar en inexactitudes.

Investigación
En primer lugar, se equivoca Ortiz al afirmar que el corpus con el que he trabajado se constituye de una mayoría de fotocopias y fotocopias de fotocopias. De un corpus de 118 textos, 50 pertenecen a los fondos del Centro Documental de la Mujer “Adela Zamudio” (CDMAZ-CIDEM), otros cuatro son fotocopias (fechadas y con nombre del periódico) que recibí en persona de los investigadores Fabrizio Cazorla y por Marlene Durán en Oruro. Los 64 textos restantes fueron reproducidos personalmente de la prensa original, in situ, si se quiere.
Los archivos consultados a lo largo de mi investigación están detallados en mi tesis (2013: 499-500). A la lista de los 12 fondos de archivo relativos a Bolivia, debo añadir tres omisiones (lástima; no me olvidé sin embargo de nombrar a sus propietarios o responsables): en La Paz, la biblioteca de Valentín Abecia Baldivieso y la de la Academia Boliviana de la Lengua; y en Oruro, los archivos de La Patria (mencionados no obstante, puntualmente, por los específicos y rotundos vacíos que encontré con respecto a los años de la guerra y la inmediata posguerra del Chaco [Zavala, 2013: 40]). Esta lista no comprende, obviamente, otras bibliotecas que solo visité, o las entrevistas con personalidades que me procuraron o fotocopiaron documentos valiosos. Fueron, pues, 15 los archivos consultados en Bolivia: Oruro, La Paz y Sucre. La lista de archivos de OR (p. 56) es distinta: se trata de las colecciones de donde provienen los 118 textos redescubiertos en mis investigaciones.
Con respecto a la investigación en el CDMAZ-CIDEM, facilitada por Mary Marca y Lourdes Peñaranda (entonces directora y bibliotecaria responsable, respectivamente), fotografié los textos de unas fotocopias de muy mala calidad contenidas en un fólder cuyo origen no pudieron darme razón. Intenté, naturalmente, indagar sobre la constitución de tal fólder y consecuentemente sobre los originales, sabiendo que Sonia Montaño, fundadora del CIDEM, menciona una copia de los escritos de Hilda Mundy depositada por su hija Silvia Mercedes Ávila[1]; conociendo además la historia que me contó Guido Orías (yerno de Mundy) sobre la maleta perdida de la escritora. Intenté incluso contactar a Montaño por internet, pero no tuve respuesta.
Los documentos de una tesis de doctorado (esto debe saberlo todo doctorando) y de toda investigación, son de distinta índole: principales, secundarios, originales o derivados (las clasificaciones son diversas). Única condición: explicitar dicha índole para marcar los límites del tratamiento documentario. Hecho: (Zavala, 2013: 40-44). La presentación que hago de los archivos del CDMAZ-CIDEM es exhaustiva y habla no sólo de su carácter derivado sino también de una confección que recorta, además del título del periódico en que aparece el texto, la fecha y a veces hasta el texto mismo. En cuanto a OR, esta explicación aparecía en nota de pie de página y fue enviada a los editores. Lamentablemente la quitaron y no lo vi.
En todo caso, pese al estado del fólder, encontrarlo fue una maravilla, y trabajar con él fue de enorme utilidad, especialmente por las 11 Vitaminas y, cómo no, por los textos de Dum dum. Ya me había resignado a no ver un solo texto de este semanario, tras haber investigado en estadías repetidas durante dos, tres o cuatro años en los archivos indicados. Toda publicación teórica se enmarca en las fechas explícitas de sus referencias: entre 2002 y 2012 ninguna biblioteca ni pública ni privada de los 15 archivos consultados tenía un solo ejemplar original de Dum dum. Lo mismo en cuanto a El Fuego, con una excepción: mi corpus tiene un ejemplar que pude fotografiar de un original perteneciente a Fabrizio Cazorla. Ahora aparecen archivos otrora no disponibles; por eso existe algo que se llama bibliografía y que sirve para decir: he trabajado con esto y no con lo otro.
Con relación a los archivos de Oruro, espacio faltaría para detallar las dificultades allí encontradas para acceder a la documentación, especialmente en la hemeroteca de la Biblioteca Municipal “Marcos Beltrán Ávila” (cf. Zavala, 2013: 39-40). Ahí indico que tras dos estadías de investigación (limitadas por las fechas de vacaciones universitarias en Francia), plagadas de dificultades en dichos archivos, fue solo en una tercera estadía, mediante una credencial (difícilmente obtenida) firmada en agosto 2007 por el alcalde de Oruro que se me permitió acceder personalmente para buscar esos archivos que no estaban en consulta libre. Solo a partir de entonces mi corpus, especialmente con relación al diario La Mañana, se enriqueció sólidamente y mi tesis pudo tomar los caminos que la definieron. Si la situación ha cambiado en Oruro, si los archivos se hallan disponibles, es una estupenda noticia para todos. No fue el caso durante los años de mi investigación.


El libro de la BBB
En cuanto a la edición de OR: la limitación del espacio que se me impuso alteró mi proyecto presentado en abril de 2015. Primera aclaración: mi proyecto comprendía dos elementos fundamentales: el archivo iconográfico de los 118 textos de mi corpus y un cuadro con detalle bibliográfico y comentarios de los textos redescubiertos. Mi voluntad manifiesta en este sentido desmiente cualquiera de las tantas especulaciones torpemente insinuadas o emitidas.
Segunda aclaración: los sistemas y formatos de la BBB, definidos colectiva e institucionalmente, me dejaron al margen de muchas decisiones formales. Por ejemplo, incluir Cosas de fondo y Pirotecnia, aunque después vi la importancia de ofrecer, en un solo volumen y a un público no necesariamente especializado, una lectura lo más compendiosa posible de esta obra. Cuestión de objetivos. Otros aspectos, como la ortografía modernizada, requerían para mí mayor discusión.
Es sabido que el autor o responsable de libros recopilatorios en colecciones institucionales no puede controlar todo. Si bien es cierto que el trabajo entró en imprenta estando yo presente en el país, tras un trabajo mancomunado -intenso y muy agradable, por cierto- con la BBB, mi supervisión no contempló omisiones sobre las que no se me consultó. Es importante decirlo claramente porque establecer la existencia de tales referencias es desbaratar todo intento de denigración que al señalar mi trabajo está señalando también el trabajo de equipos altamente calificados, como los de la BBB.
Obra reunida debió publicarse en 2015, apareció un año después por reestructuraciones institucionales en la BBB. Pero el proyecto no cambió: la BBB me contactó en razón de un trabajo académico reconocido en 2013. Yo no tenía ni interés ni necesidad de correr detrás de otras publicaciones o apariciones; de estas me enteré cuando mi trabajo ya estaba emprendido. ¿Y desde cuándo hay que preocuparse por publicaciones ajenas antes de publicar? La difusión plural del conocimiento es algo que solo puede inquietar a los enemigos del conocimiento.

Textos de dudosa autoría y enmiendas
Respecto a la inclusión de la selección de textos Dum dum en OR (la misma selección de mi tesis): ni atribuye firmas inexistentes ni es arbitraria. Primero: esta inclusión se presenta bajo el signo de la hipótesis, afirmándose repetidamente que ciertos seudónimos que aparecen en las páginas encontradas de Dum dum pueden o no pertenecer a la autora. Es decir: hipótesis, es decir: suposición verificable o no. Hablo, por ejemplo, de “un paisaje (hipotético) de diez nombres de pluma diferentes, […] susceptible de modificarse con investigaciones posteriores” (trad. Zavala, 325-326). Segundo: esta inclusión se basa en un estudio sobre el universo paratextual mundyano (Zavala: 313-338). OR no trata (falta de espacio) de la paratextualidad, pero el cuadro enviado a los editores detallaba claramente la cuestión de las firmas: heteronimia y anonimia, es decir, explicitación de casos hipotéticos.
Otra inexactitud: la cuestión del cha-cha-cha en el texto Vitaminas que habla de los bailes de moda. Es un texto sin fecha: el archivo de origen no la contiene. Por eso se habla de hipótesis. Ortiz transcribe “A cha-cha”, tal como yo misma escribí en mi trabajo, solo que los editores lo enmendaron erróneamente y no lo vi. Lo corregiremos.
Hubo enmiendas pertinentes. Por haber leído, revisado, estudiado los textos de Mundy, y como todo investigador que ha trabajado con la prensa de los años 20, 30, 40, sé que los errores de composición tipográfica eran entonces moneda corriente. Existen escritos de la autora a los que les falta toda una línea, los hay con texto volcado, etc. Sé también que Mundy, al utilizar extranjerismos de todo tipo -principio vanguardista- sufría también la “corrección” de editores, cajistas, etc. En cuanto a una referencia concreta de Ortiz: he desarrollado ampliamente el tema del mundo del espectáculo sin nunca utilizar la idea del cha-cha-cha. Esta hipótesis solo pretendía, en caso de verificación, reforzar la idea de que  Mundy no se calló en 1936. Y esto lo he probado debidamente en mi trabajo.
Ortiz cita “al azar” el Brandy cocktail que aparece con fecha del 07.12.34; proviene del fólder CDMAZ-CIDEM y el mal recorte le quitó aparentemente un numerito al día 7, es decir que se trata del 17 o del 27. Lo mismo para el Brandy cocktail sin día, de diciembre 1934: mal recorte. En cuanto a los dos errores de fecha (mi tesis contiene las fechas precisas), se subsanarán sin perjuicio ni del libro de la BBB ni de los estudios mundyanos.
En cuanto al El Fuego, y al cuento Excombatiente, la nota bibliográfica que envié a los editores es: El Fuego, Oruro, s/nº, 24 de marzo 1936, p. 4. La referencia incompleta y errónea en OR (p. 252) no me corresponde. La abreviación de las referencias fue decisión de los editores. Yo envié referencias bibliográficas exhaustivas que figuraban en pie de cada uno de los textos. Respecto a la firma: si la trascribí es porque figura en mis fuentes. Si Ortiz “dudaría en atribuírselo a Hilda Mundy”, debería comenzar a dudar de su análisis lexical: mi archivo lo invalida. La escritura mundyana es heterogénea y diversa, un ensayo permanente que es elogio de la contradicción.
En cuanto a La Retaguardia: se equivoca otra vez Ortiz al ver errores donde no los hay. En la página 143 de OR que cita, figuran los meses de los textos publicados de Hilda Mundy (esto lo hicieron los editores, pero no es erróneo). Nadie habla de la aparición de La Retaguardia. Otro error de Ortiz: el número 1 de ese periódico es del 22 (y no del 20) de febrero de 1934, como explico en OR (p. 24). Fotocopié, in situ, el número entero de los Archivos nacionales de Sucre ya en el año 2004.
El proyecto de la BBB responde a objetivos específicos que perduran al margen de polémicas que poco tienen que ver con intereses literarios, y a pesar de eventuales problemas de coordinación entre sus múltiples actores. Aligerar y abreviar referencias bibliográficas del corpus, sintetizar datos técnicos relativos a los archivos, fue lo que –entiendo- primó en el trabajo de los editores. Si bien las omisiones, errores u olvidos -relativos a un corpus de textos redescubiertos y por redescubrir- tienen su importancia en el caso paradigmáticamente atípico de Hilda Mundy, el libro de la BBB cumple ampliamente con sus objetivos: llegar a un público grande que leerá y seguirá leyendo, en un volumen único, unos escritos necesarios.
En cuanto a mi trabajo de investigación, las referencias exhaustivas existen y están disponibles. Obra reunida viene de un trabajo que dialoga con investigaciones precedentes, citándolas como debe ser o debatiendo con ellas con el respeto de rigor en marcos académicos. Lo que no cupo en OR por limitación de espacio o de objetivos, se publicará en otros medios. Lo referencialmente enmendable, para mí como autora del estudio y editora responsable, puede y debe hacerse. Es mínimo y no altera lo esencial de este libro como parte de una colección privilegiada por sus alcances y su perdurabilidad.





[1] Artículo “Cosas de fondo”. Consultado en 2004 en www.fempress.cl/base/precursoras/cosasdefondo.htm,

domingo, 7 de mayo de 2017

Artículo

Augusto Céspedes: crónicas
desconocidas, cartas y fotografías


Al cumplirse 20 años de la muerte de uno de los más destacados escritores bolivianos del siglo XX –autor de la esencial Sangre de mestizos-, conversamos con el historiador e investigador Mariano Baptista Gumucio, quien prepara un libro con las crónicas completas que el Chueco escribió desde el Chaco y otras inéditas, publicadas años después. Compartimos además cartas que cuatro escritores le escribieron y algunas singulares fotografías.


Martín Zelaya Sánchez

En el Diccionario Histórico de Bolivia, dirigido por Josep Barnadas, se lee que Augusto Céspedes Patzi nació en 1904 y falleció en 1996. No obstante en la mayoría de los sitios web -Diccionario Cultural Boliviano y Wikipedia, entre otros- se consigna su fecha de muerte en mayo de 1997. Eso sí, para no dejar de enredar la labor de rastreo -pues no en pocos lugares se lee que nació en 1903- hay dos distintas fechas de fallecimiento, el 9 y el 11 de mayo. Pero bueno, fue hace 20 años –casi, casi- y por eso ahora vamos a recordar al Chueco Céspedes.
Y para eso -no debería sorprender a nadie-, nos sumergimos una vez más en los archivos de Mariano Baptista Gumucio. Aparte de su investigación para Evocación de Augusto Céspedes (2000), Baptista nunca dejó de seguir el rastro del autor de Sangre de mestizos, acaso uno de los mejores libros de cuentos de la literatura boliviana -está en el top tres sin lugar a dudas. Es así que entre más de un par de proyectos en manos sobre el Chueco, don Mariano tiene listo ya para meter a imprenta Augusto Céspedes en El Universal y La Calle, un libro que además de contener en su totalidad a Crónicas heroicas de una guerra estúpida (1975) complementa varios artículos publicados entre 1932 y 1935 durante la corresponsalía del cochabambino en el conflicto bélico con Paraguay. Pero además, recoge valiosas columnas y crónicas publicadas en los años siguientes en el diario La Calle.

Difusión
“Hace un año, poco más, poco menos -cuenta Baptista- encontramos en los archivos de la familia los recortes de los diarios y algunos manuscritos. Así pudimos cotejar fechas, completar lo que había quedado afuera de Crónicas heroicas…, pese a ser seleccionado inicialmente por el mismo Céspedes, y la publicación ya está asegurada gracias al financiamiento de Jorge Núñez del Prado. Menciono su nombre porque quiero destacar su mecenazgo”.
Ya hace varios años don Mariano logró armar varias carpetas de fotografías originales, recortes y manuscritos de Céspedes y tiene en mente armar un museo del autor. Mientras tanto, comparte en estas páginas algunas cartas inéditas. No aún las firmadas por el Chueco, por lo pronto, algunas dirigidas a él por personalidades como, Augusto Guzmán, Thiago de Mello, Adolfo Costa du Rels y René Zavaleta Mercado.
No somos un país que suela reconocer a sus escritores con justicia. De cuando en cuando hay emprendimientos aislados -reediciones, recopilaciones de inéditos, etc.- y por eso esta próxima edición de las crónicas periodísticas del Céspedes se antoja más que oportuna.
“Ojalá usted o alguien más se animara a hacer una biografía del Chueco”, le comento a don Mariano mientras fotografío sus fotografías. “Ojalá…”, me responde sonriendo.
 
El Chueco con Mercedes Sosa en La Paz (1985).
93 años
Una biografía per se es un trabajo monumental, si es que se la hace seriamente, como debe ser. Los escollos son demasiados, como acabamos de ver en el caso de Augusto Céspedes, tan solo por las fechas imprecisas de su nacimiento y deceso en libros y portales web. (Claro que esto es fácilmente subsanable con una consulta directa a la viuda o revisando los archivos de don Mariano con más detenimiento).
De todas maneras, no resistimos la tentación de intentar al menos un boceto de perfil, una suerte de sinopsis de pocos párrafos como esas que aparecen en las contratapas o solapas de las biografías. Baptista Gumucio rastrea -en la introducción del libro que esperemos tener en librerías en pocos meses- algunos detalles de su vida particular..., de los 93 largos y agitados años que vivió el autor de El metal del diablo.  


“…Pablo Céspedes [su padre] había fallecido en 1920, dejando a Augusto de 16 años, con sus tres hermanas menores, Yolanda, Agar y Ayda, con quienes la naturaleza fue generosa en sus dones, concediendo a Augusto, en cambio, un cerebro privilegiado, pero un aspecto físico que distaba mucho del canon griego de belleza. En vista de que no había porvenir alguno en Cochabamba para la familia, Adriana Patzi Iturri [la madre], resolvió probar suerte en La Paz, con sus 4 hijos y consiguió, en el reducidísimo mercado de trabajo que ofrecía el país a las mujeres en esa época, un empleo en el Correo, desde donde sacó adelante a su prole con esfuerzos indecibles”. (…)
“Habría que acudir a Freud y sus teorías del inconsciente para tratar de entender el ánimo de Augusto y la relación con su madre y sus hermanas en esos años de estrecheces económicas en La Paz y cómo le caería la noticia del matrimonio de su madre, cuando la recibió ya de corresponsal de guerra en el Chaco a sus 29 años. (…)
En alguna otra página Augusto se refiere a su padre, liberal y regente de un colegio de Cochabamba, calificándolo de excelente periodista, pero eso es todo. (…)
“A quien siempre Augusto amó fue a su tío Manuel (Man Césped) fallecido al inicio de la Guerra del Chaco, visitándolo en su lecho de agonía. Por lo menos cinco artículos salieron de su pluma elogiando la vida y obra del hermano de su padre. Queda claro en todo caso que fue determinante la influencia sobre el joven Augusto de mujeres fuertes y corajudas como su madre y sus hermanas y de las parejas y dos esposas que tuvo a lo largo de su vida, algunas de las cuales han quedado retratadas en su obra literaria”. (…)

Para cerrar, volvemos al DHB donde, bajo la dirección de Barnadas, en la entrada sobre Céspedes, J.W. Knudson escribe: “Como muchos otros escritores en el mundo, hizo su aprendizaje como reportero en los propios diarios; pero a diferencia de la mayoría de ellos, se mantuvo en las filas del periodismo a pesar de la fama adquirida en los predios literario e historiográfico. Empezó ganándose la atención nacional con sus despachos desde el frente chaqueño para El Universal: estos reportajes iniciaron un nuevo concepto de lo inmediato en la prensa del país y, aunque no aparecieron reunidos hasta mucho después en el volumen Crónicas heroicas de una guerra estúpida, constituyeron el embrión de Sangre de mestizos…”.
Con René Zavaleta Mercado.



Y luego, como sabemos, Augusto fue político de cepa; un dandy; un hombre de mundo que conoció a políticos de primer nivel y artistas icónicos de todo el mundo; que viajó por los cinco continentes en misión diplomática o emenerrista; un agudo y cáustico columnista de prensa; y claro, un dotado narrador que luego de escribir un cuento y un libro capitales para las letras bolivianas -El pozo y Sangre de mestizos- tuvo una larga y dispar bibliografía en la que más allá de su intencionalidad ideológica, no se puede evitar reconocer un trazo privilegiado. Por eso la pregunta de siempre es: “¿y si el Chueco se hubiera dedicado de verdad a la literatura…?”.

domingo, 30 de abril de 2017

Artículo


El Aparapita da un salto al audiovisual

Elías Blanco da un paso más en su proyecto enciclopédico –tiene más de 2.400 fichas biobibliográficas de personalidades de la literatura, las artes y la cultura bolivianas- y lanza en YouTube el “Canal de Aparapita” en el que desde hace ya algunos meses circulan cortos audiovisuales sobre personalidades, obras y símbolos culturales bolivianos. 


Martín Zelaya Sánchez

Víctor Hugo Viscarra como personaje y escritor desde la óptica de su amigo y editor Manuel Vargas. El famoso poema Claribel de Franz Tamayo, en la voz de Gian Franco Pagliaro. Homenajes y perfiles de Alfredo La Placa, Edmundo Camargo, Blanca Wiethuchter, Sergio Suárez Figueroa o Lindaura Anzoátegui. Pero además, entrevistas, opiniones y reflexiones en torno a símbolos de la cultura boliviana, como las Alasitas, el kusillo, o el pepino. Y, claro, música y poesía: interpretados o leídos por sus creadores o, en el caso de artistas de otra época, por compositores y poetas contemporáneos. El repositorio de Elías Blanco Mamani, acaso uno de los más completos y actualizado en cuanto a la literatura, las artes y la cultura boliviana se refiere, da un importante paso para consolidar y mejorar su servicio: llega al formato audiovisual.
No es una novedad del todo, pues hace ya algunos meses Elías empezó a subir a la web los cortos que desde hace varios años produce -no falta casi a ninguna actividad ligada a las letras y las artes en La Paz, casi siempre cámara en mano-, y muchos ya tienen 500, 1.000 y hasta 5.000 visualizaciones. El medio elegido es YouTube donde hace pocos días subió su video número 50, razón por la que decidió hacer el lanzamiento oficial del “Canal del Aparapita”. Quien quiera acceder a este archivo desde el conocido portal, debe buscar “Elías Blanco Mamani” o “Museo del Aparapita”.
 
¿Quién es Ninoshka Méndez? –se oye entonar, y se reconoce claramente la voz de Elías- / Es mi amor -¿pero quién es…? / -¡Buscadla! / Indentificad su claro nombre…”.
Es el video dedicado a Julio de la Vega, en el que acompañan a la lectura de este poema -uno de los más conocidos del autor cruceño- la música de Vivaldi de trasfondo y una serie de imágenes de pinturas de Herminio Pedraza, Martha Cajías, Alfredo Loayza y José Moreno. Blanco tiene un sustancioso archivo, sabe aprovecharlo y sabe, larga experiencia empírica de por medio, la importancia de la propiedad intelectual y el derecho de autor: cada corto finaliza con un repaso a los créditos en generador de caracteres. Claro está que brinda gratis su cuantioso material, y claro está que el mínimo esfuerzo en retribución debe ser citar la fuente: Diccionario Cultural Boliviano, o Museo del Aparapita.
“Hoy en día contamos con un archivo fotográfico de más de cien mil imágenes digitalizadas, una biblioteca especializada en cultura boliviana con 2.500 volúmenes, una hemeroteca también especializada en publicaciones bolivianas y un archivo de recortes y catálogos”, comenta. Todo está concentrado en el Museo del Aparapita que abrió en abril de 2012 -¡acaba de cumplir cinco años!- en su propiedad en Villa San Antonio. “El 95 por ciento de este material -continúa- está vaciado en el Diccionario Cultural Boliviano, blog que comencé a alimentar en 2010, y que fue presentado oficialmente en 2012, en la inauguración del museo”.
¿Quién no acude una y otra vez a este portal? Pocos creadores bolivianos tienen su entrada en Wikipedia, así que generalmente cuando uno pone el nombre de un pintor, narrador, cantautor, cineasta, etc., el buscador de Google arroja en primera línea este sitio: elías-blanco.blogspot.com que la noche del martes, al cerrar esta nota, tenía 2.156.573 visitas. “Alberga hasta 2.400 reseñas biográficas, la mayoría con fotos y en los últimos meses el flujo diario de ingresos es de alrededor de 2.000”.

Con esta base de datos, Blanco empezó hace ya varios años a publicar libros especializados en biobibliografías de cultores de la literatura y las artes nacionales, organizados por regiones y disciplinas, luego, como acaba de contar, decidió compartir su patrimonio mediante el museo y ahora consolidar su salto a la web.
“El objetivo central es presentar a los protagonistas de nuestra literatura y arte a través del video que, creemos, es un formato adecuado para llegar a diferentes públicos. Está claro que internet es la mejor herramienta para abrir toda esta información al mundo”.

- ¿Cuál es la característica básica de los videos, qué variedades de audiovisuales tienes en mente?
- Básicamente que tienen que ser cortos sobre personajes, obras o hechos de las artes y la cultura bolivianas; lo demás, depende del tema: en el caso de los poetas, por ejemplo, se trata de que -si está vivo- el mismo autor lea sus poemas, y enmarcar todo con información biobibliográfica básica; con escritores clásicos y de otras épocas, como Raúl Botelho Gosálvez, por citar alguno, enriquecemos su biografía con entrevistas a estudiosos de su obra; con los músicos rescatamos sus temas o piezas más reconocidos, ya sea interpretados por ellos mismos o por otros. Creo que la estructura es dinámica, en el caso de Simeón Roncal, por ejemplo, recurrimos a una interpretación de la banda de los Colorados de Bolivia en la Plaza Murillo.

- ¿Cuáles son los más vistos hasta el momento?
- El más vistos y a la vez el más artesanal (editado en 2014) es la lectura del poema Claribel de Franz Tamayo a cargo del cantautor argentino Gian Franco Pagliaro. El corto está matizado con imágenes de pintores y dibujantes bolivianos. Otras producciones con notable éxito son la canción No le digas, de Jaime Saenz, interpretada por la Orquesta de Cuerdas del Conservatorio Nacional de Música, y la breve narración que hace Edgar Ávila Echazú sobre la historia de Tarija.

“Detrás de los aprendidos gestos del tránsito peculiar, del perfil de tu melancolía, de tu augusta frondosidad, habita una ojiva innombrable…”. Lee Elías el poema Los graves epitafios de los muertos, en el corto dedicado al escritor Sergio Suárez Figueroa.

En el homenaje a la poeta y académica Blanca Wiethüchter, además de una completa reseña de su vida y obra y apreciaciones de escritores como Humberto Quino, Vicky Ayllón, Mónica Velásquez y Luis Antezana J., se aprecia una emotiva serie de fotografías -tomadas por Fernando Medinaceli- centradas en un juego de ajedrez entre Blanca y su esposo, el compositor Alberto Villalpando. El video, uno de los mejor estructurados, se inicia con la lectura de Blanca de uno de sus poemas; un llamado a la nostalgia para quienes recuerdan la inigualable entonación de la autora al leer su obra poética: “Si tú te mueres primero, amor / ¡ay!, si tú te mueres primero / si eso ocurriría / ya no habría árbol que tocara el cielo / ni puerta que mirara al campo / y la calle se truncaría / con el solo andar de mis pies…”.

René Antezana, Roberto Choque, Luis Ramiro Beltrán, Melchor María Mercado, Gilberto Rojas, José Eduardo Guerra y Eliodoro Aillón, por solo mencionar a unos pocos. Son 50, y están a solo un par de clics en la web, en el “Canal del Aparapita”.
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Una gesta enciclopédica

“Todo nació por la mi gran admiración de la obra de Jaime Saenz”, cuenta Elías Blanco, cuando le pedimos rememorar el origen de este su proyecto de largo aliento que en 18 años de avance -“fue allá por el año 1989”-, hoy se plasma en un portal, una colección de 17 publicaciones, un museo y, ahora, un canal de cortos en YouTube.
El embeleso por Saenz y su universo -su ficción, su La Paz reinventada, sus personajes (el aparapita, claro)- lo llevaron a indagar cuanto pudiera y donde pudiera sobre el autor de Felipe Delgado. “Así comenzó la búsqueda -continúa su relato- y acumulación de información y datos que fue creciendo sin que casi me diera cuenta. El primer logro fue el libro Jaime Saenz, el ángel solitario y jubiloso de la noche, impreso en 1998; luego vinieron las biografías que fuimos agrupando por departamentos de Bolivia; después los diccionarios de poetas y novelistas y de extranjeros en la cultura boliviana. Pasados los años, hoy contamos con 17 libros publicados:

1.  Existencias insurrectas. La mujer en la cultura boliviana (con Pilar Contreras, 1997)
2. Jaime Saenz, el ángel solitario y jubiloso de la noche (1998)
3. Enciclopedia gesta de autores de la literatura boliviana (2004, 2005)
4. Orureños en la cultura boliviana (2006)
5. Chilenos en la cultura boliviana (2007, 2010)
6. 200 poetas paceños (2009)
7. Tarijeños en la cultura boliviana (2010)
8. Argentinos en la cultura boliviana (2010)
9. Alemanes en la cultura boliviana (2010, 2013)
10. Potosinos en la cultura boliviana (2010, 2012)
11. Diccionario de poetas bolivianos (2011)
12. Paceños en la cultura boliviana (2011, 2014)
13. Diccionario de novelistas bolivianos (2012)
14. Cruceños en la cultura boliviana (2012)
15. Cochabambinos en la cultura boliviana (2012)
16. Benianos en la cultura boliviana (2012)
17. El himno paceño en su sesquicentenario (2013)