Mostrando entradas con la etiqueta Comentario. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Comentario. Mostrar todas las entradas

miércoles, 12 de octubre de 2016

Comentario

Víscera con víscera para entender

Una invitación a la lectura de La pasión según G.H., de Clarece Lispector.




Jorge Patiño Sarcinelli 

Hace trescientos cincuenta millones de años, mucho antes de que el hombre apareciera sobre la tierra, existía ya la cucaracha. Trescientos millones de años después de que el hombre haya desaparecido, ella existirá todavía. El hombre es un instante en la vida de la cucaracha.
En todos estos millones de años la cucaracha no ha cambiado nada; no lo necesita. Mientras el hombre se reconoce imperfecto y anhela el cambio, la cucaracha ha encontrado la forma de ser que le asegura ese prodigio de supervivencia entre las especies, ha logrado la perfección, una cima ínfima y despreciable de la perfección. La cucaracha es lo eterno, la evolución que se burla del hombre. Él responde con un asco profundo de quien rechaza su ser elemental.
En La pasión según G.H. una mujer encuentra una cucaracha en un cuarto en el fondo de la casa, la aplasta y se pasa por los labios la blanquecina pasta visceral que sale del bicho. El punto de partida de la novela de Clarice Lispector es el deseo de entender. Comienza así:
“…estoy buscando, estoy buscando. Estoy tratando de entender. Intentando dar a alguien lo que vivi…”.
Son muchos los caminos del tratar de entender; Clarice toma uno inesperado, el del encuentro de una mujer con una cucaracha, en el fondo del ser.
“Así como hubo el momento en que vi que la cucaracha es la cucaracha de todas las cucarachas, así quiero de mí misma encontrar en mí la mujer de todas las mujeres”.
La pasión según G.H. es una novela -así lo quiere la autora- que dura un largo e intenso instante y se desarrolla en el espacio sin límites de las elucubraciones de G.H., una mujer. Reina de reinas, bruja de brujas, mujer de mujeres. La esencia de ser mujer llevada a su grado extremo. Mujer que divaga, llega al límite de la narración y crea. “Voy a crear lo que me sucedió. Solo porque vivir no es narrable”.
Lo que nos sucedió no sucedió hasta que no encontremos el lenguaje que lo cree. Vivir no es narrable porque entre la vida y la palabra hay un abismo. “El lenguaje es mi esfuerzo humano. Por destino tengo que ir a buscar y por destino vuelvo con las manos vacías. Pero vuelvo con lo indecible. Lo indecible solo me será dado a través del fracaso de mi lenguaje”.
Del fracaso del lenguaje surge uno nuevo, en el que se podrá decir lo indecible, en el que se puede hablar del otro, del más allá, de lo que ya no es uno. “Vi. Sé que vi porque no di a lo que vi mi sentido. Sé que vi porque no entiendo”.
Impresionante lucidez de quien admite que para entender realmente algo, es necesario darle el sentido que le pertenece, renunciando al propio. Pero el desafío es enorme y la lucidez no basta. La búsqueda, cuando encuentra su límite, debe crear. Hay que encontrar un camino que lleve al límite más profundo, al encuentro con el otro más otro que hay, para someter al ser y al lenguaje a la prueba más extrema.
Dice Lispector en una entrevista: “Yo, de repente, percibí que la mujer G.H. iba a tener que comer el interior de la cucaracha, y temblé de susto”.
Para dar al encuentro la dimensión de lo profundo esencial, es necesario matar y comer al otro, encontrarse cuerpo a cuerpo -víscera con víscera si es posible- con el ser más asqueroso de la creación, la cucaracha.
“Santa María, madre de Dios, os ofrezco mi vida a cambio de no ser verdad aquel momento de ayer. La cucaracha con la materia blanca miraba. No sé si ella me veía, no sé lo que una cucaracha ve. Pero ella y yo nos mirábamos, y tampoco sé lo que una mujer ve. Pero si sus ojos no me veían, su existencia me existía -en el mundo primario donde yo había entrado, los seres existen a los otros como un modo de verse. Y en ese mundo que yo estaba conociendo hay varios modos que significan ver: un mirar al otro sin verlo, un poseer al otro, un comer al otro, un apenas estar en un rincón y el otro estar allí también: todo eso también significa ver. La cucaracha no me veía directamente, ella estaba conmigo. La cucaracha no me veía con los ojos, pero con el cuerpo. Yo la veía entera, la cucaracha”.
Cuerpo, ojos; patas de cucaracha en los ojos. Alas secas en la boca, como una lengua rígida, álala; gusto a tierra amarga. Es el momento del encuentro. En todo el cuarto, en todo el mundo, el aire está muerto con olor pungente a cucaracha. Sin embargo, esos trazos de muerte cucaracha son la vida que queda, la única vida que queda. Es necesario sorber de ella con todas las fuerzas.
“Entonces, nuevamente, un milímetro grueso más de materia blanca se exprimió hacia afuera. […] Sus dos ojos estaban vivos como dos ovarios. Ella me miraba con la fertilidad ciega de su mirar. Ella fertilizaba mi fertilidad muerta. ¿Serían salados sus ojos? Si yo los tocase -ya que cada vez más inmunda yo gradualmente quedaba- si yo los tocase con la boca, yo los sentiría salados.
Yo ya había probado en la boca los ojos de un hombre y, por la sal en la boca, había sabido que él lloraba. Pero, al pensar en la sal de los ojos negros de la cucaracha, súbitamente retrocedí nuevamente, y mis labios secos retrocedieron hasta los dientes: los reptiles que se mueven sobre la tierra. En medio de la reverberación parada del cuarto, la cucaracha era un pequeño cocodrilo lento”.
Y hay más:
“Y es que no te conté todo.
No conté que, allí sentada e inmóvil, yo todavía no dejaba de mirar con gran asco, sí, todavía con asco, la masa blanca amarillada por encima del parduzco de la cucaracha. Y yo sabía que mientras tuviese asco, el mundo se me escaparía y yo me escaparía. Yo sabía que el error básico de vivir era tener asco de una cucaracha. Tener asco de besar un leproso era yo equivocando la primera vida en mí -pues tener asco me contradice, contradice en mí mi materia.
Entonces aquello que, por piedad por mí, yo no quería pensar, entonces lo pensé. No pude impedirme más, y pensé lo que en realidad ya estaba pensando.
Lo que era peor: ahora tendría que comer la cucaracha pero sin la ayuda de la exaltación anterior, la exaltación que hubiese actuado en mí como una hipnosis; y yo había vomitado la exaltación. E inesperadamente, después de la revolución que es vomitar, yo me sentía físicamente simple como una niña. Tendría que ser así, como una niña que estaba sin querer alegre, yo iba a comer la masa de la cucaracha.

Entonces avancé”.

Comentario

Sin distinciones de clase, lejos,
en el país de la libertad

Como una “novela sociológica” por y desde distintas perspectivas, califica la autora de este texto a La isla trasnochada, de Diego Loayza y Mario Murillo.


Erika J. Rivera

“Sin distinciones de clase, lejos, en el país de la libertad” son palabras reiteradas en la novela satírica de Diego Loayza y Mario Murillo titulada La isla trasnochada (Plural, 2016), una obra que despierta un claro interés sociológico.
En ella se entrecruzan varios personajes y temáticas en un determinado espacio, articulados por un horizonte en común: una nueva vida muy lejos, fuera de nuestra realidad convulsionada. En el desarrollo de esta sátira surgirá todo lo contrario a la idea de una comunidad con un objetivo en común. El texto describe las miradas de los individuos que poseen los mismos acomplejamientos de siempre, aunque creen ser la élite absoluta de la sociedad boliviana. La novela nos muestra cómo los privilegiados tratan a los otros, es decir a los no privilegiados como si estos últimos fueran distintos e indignos de pertenecer a su grupo social.
Este texto expresa la tensión de nuestra sociedad escindida entre el mundo moderno como paradigma civilizatorio y nuestra realidad cotidiana. La trama se centra en cómo los diferentes estratos se enfrentan a esta realidad: desde la violencia hasta el aislamiento que sin soluciones estructurales simplemente nos llevan a la decadencia y aniquilación de nuestra existencia como sujetos íntegros.
Esta novela es una interesante propuesta para preguntarnos qué tipo de sociedad estamos construyendo. Los autores nos presentan como personaje central a Janvier Rocha, quien refleja lo que hoy podríamos llamar el parámetro de un ejecutivo exitoso: el ideal de todos los que persiguen este modelo de vida. Janvier [sic] posee un cuerpo esculpido, es un individuo sin barriga, algo muy importante en nuestro tiempo. Este personaje representa los ideales de progreso y el individuo que es capaz de llevarse el mundo por delante porque está hecho para la eficiencia y la eficacia en un mundo de mercado con valores frívolos y consumismo superfluo. Para ese estrato social este personaje representa el amor propio y el reforzamiento de la autoestima: gente aparentemente inconformista con metas elevadas que busca el éxito sin tapujos.
La novela nos provoca una repulsión ética, nos conmueve y nos interpela tal vez cuestionando nuestra cotidianidad superficial sin importar la edad, la profesión o el estrato social. Muchos de los problemas son intergeneracionales y domésticos y forman parte de la cotidianidad que debemos enfrentar como reflejo del tiempo y el espacio que nos ha tocado vivir.
Después de cinco capítulos de presentación de los personajes, sus gustos, sus antecedentes laborales y sociales bajo su aislamiento voluntario en aras de un destino mejor, los miembros de la pretendida élite de los modernos se dedican a despilfarrar sus recursos en fiestas bacanales, esperando la llegada de un hipotético convoy que los llevará a un mejor destino.
La novela nos muestra que cuando se trata de asumir responsabilidades realmente serias, no existe ninguna comunidad exitosa, porque nadie quiere ensuciarse las manos. He ahí a los escogidos, los finos, los privilegiados, que son pintados como parásitos, inútiles y sucios, que en su elocuencia creen que solo están hechos para faenas administrativas, logísticas y ejecutivas mientras se hunden en la mugre y la basura.
Es el despliegue de la total decadencia porque llegan a convivir hasta con las ratas. Es, en el fondo, un estrato social parasitario que solamente genera basura a través de un consumo masivo y superfluo. No quieren ensuciarse las manos porque ellos se consideran superiores, y así terminan conviviendo en la suciedad.
Finalmente esta es una novela sociológica que trata acerca de la estratificación social del presente (siglo XXI). Muestra los prejuicios sociales de un sector adinerado, personajes acomplejados que tratan de probarse a sí mismos que son exclusivos. Es una obra que contribuye a la comprensión de ciertos sectores como reflejo de lo boliviano, que existen y con los cuales tenemos que convivir, aunque la constelación global no nos guste.

La gran habilidad de representación de los personajes nos permite comprender este texto literario pese a que seamos ajenos a ese entorno social. Es un buen aporte para reflexionar sobre los complejos y traumas bolivianos, visibilizando además la posible superación de patologías. Esta construcción crítica entre realidad y ficción es rescatable para la toma de consciencia y para ponerse a uno mismo en cuestionamiento. Antes de criticar y exigir al boliviano en abstracto, afirmando que este país y su gente no sirven para nada, esta novela nos enseña que primero debemos aprender a exigirnos a nosotros mismos.

miércoles, 21 de septiembre de 2016

Comentario

La guerra del papel, un desafío

Reseña de La guerra del papel (3600), de Oswaldo Calatayud, la obra ganadora del Premio Nacional de Novela 2016.
 

 Martín Zelaya Sánchez

Valga para empezar una sinopsis breve, de esas de catálogo de editorial, de La guerra del papel: K, en los años 2033-35, en una ciudad y país inventados para la trama, es un enfermo terminal que mientras va perdiendo poco a poco sus capacidades escribe frenéticamente a Abril, una mujer que apenas conoce y que hace mucho dejó de responderle.
K es un exatleta de élite (y ella también) que vive como conejillo de indias de una corporación médica y laboratorio de medicinas, junto a sus dos hijas adoptadas y con la constante visita de un nuncio que escribe sus cartas a dictado, las lleva a destino, y se hace finalmente cómplice y albacea inseparable. Una novela futurista, que no de ciencia ficción específicamente.
La obra con la que Oswaldo Calatayud ganó el XVII Premio Nacional de Novela que acaba de ser publicado por editorial 3600 es, entre otras cosas, una profunda reflexión sobre la disolución mente-cuerpo -a través de dos constantes (de dos constantes ausencias, mejor dicho): la salud y el deporte-; y también, una novela sobre la soledad total e irremediable y la deshumanización que, ligadas a la imparable tecnificación, parecen signar nuestro futuro como especie.
“Mi cuerpo es un facsímil, casi el de un niño que tiene a los garabatos por bien…”, señala K. “Personalmente, nunca he disimulado mi deseo de reencontrarme con mi cuerpo en el más allá, mientras mi alma desperdicie su tiempo errando así que asá tras la burocracia celestial”, dice, en otro momento, el tullido protagonista.
Por otro lado, “el tema mismo de la novela -bien lo dijo Calatayud en una conversación que tuvimos apenas conoció el fallo- versa sobre la función límite del papel y de la escritura en una sociedad en la que ni los cuerpos ni sus voces sostienen contacto. Por eso traslado la escena al futuro, para plantear una hipótesis cierta: que se acabe el papel, que se acabe la escritura y que muramos en la soledad de nuestros cuerpos tullidos de tecnologías”.
Qué ironía no querer y no poder hacer nada más que escribir y escribir todo el día, frenéticamente, a alguien sin siquiera la certeza de ser leídos, en un momento en el que es un lujo extremo conseguir un simple pliego de papel, un elemento casi en extensión; en un momento en el que, la sociedad alcanzó cumbres en la ciencia médica, pero no es capaz de superar la discriminación económica.
La guerra del papel es una novela compleja, densa, desafiante, una novela que, como bien comenta su autor “exige una relectura, que es mucho pedir en la actualidad en que todo se mira muy de pasada o de reojo”.
Siempre es esencial el cómo, sin denostar el qué pero, reconozcámoslo, no siempre, sobre todo en los días que corren, nos topamos con un libro trabajado con tanto ahínco palabra por palabra. Hay muy buenos libros en los que se nota que los narradores trabajaron hasta el cansancio en la economía de palabras, en decir lo más y mejor posible con pocas palabras, en pocas páginas. La guerra del papel va a contramano y por eso vale la pena incidir en este punto. 
De ahí que en el fallo del jurado se lee “una obra que va a contracorriente con el minimalismo realista que domina el actual panorama literario en Hispanoamérica”. Y es que estamos ante un texto diferente y original, no por ser casi cien por ciento espistolar (que aunque poco frecuente, sí hay algunos casos en Bolivia), sino porque en sus casi 400 páginas, domina una sola voz, la de K, el emisor, el narrador, el protagonista, solo ocasionalmente sustituido por el nuncio en algunos pocos capítulos en los que también escribe cartas a modo de dietario; y también porque prácticamente no hay diálogos ni descripciones inherentes al ámbito específico de la trama (sí las hay, claro, de los recuerdos-delirios de K contados en las decenas de misivas).
Para cerrar, creo que valen unos pocos apuntes concretos que, esperemos, inviten a la lectura:

-          El carácter epistolar refleja, por una parte, cómo el acto de escribir puede ayudar a mantener una cordura mental en medio de la degeneración física y, por otro lado, que aunque sea platónicamente el amor de todas maneras es un logro, una alternativa ante las luchas que de antemano se saben destinadas al fracaso.
-          Hay un subtema crucial en la novela: el salvaje empoderamiento de lo institucional-empresarial (el avance tecnológico y científico) por sobre lo humano individual; esto reflejado en el descorazonado proceder de las multinacionales de la salud y de la tecnología que cambian y manipulan la cotidianidad a su antojo e interés.
-          La figura del nuncio es crucial, aunque no lo aparente: un amanuense, un fiel “patiño” al parecer decorativo y sin poder alguno, pero que eventualmente omitiendo o manipulando instrucciones o dictados, puede determinar el rumbo de las cosas.
-          Abril, como personaje fundamental aunque no tenga casi una línea en toda la obra, aunque no aparezca en primer plano sino solo por referencias, aunque no tenga perfil descripciones ni antecedentes explícitos.
-          Un libro objeto: viñetas, calados, recortes, recuadros, tachaduras y tramados que afortunadamente fueron respetados por la editorial 3600 haciendo honor al diseño conceptual que el autor planificó para su obra.

Un libro difícil, un desafío que, encarado con decisión y seriedad, es una lectura diferente de todas las anteriores ganadoras del máximo concurso literario nacional, de todo lo que estamos acostumbrados.


martes, 7 de junio de 2016

Comentario

Atar a la rata

Un ameno y divertido paseo por las erratas en la literatura universal, a propósito de un libro del guatemalteco Carlos López.


 
Alfonso Gumucio Dagron

El palíndromo del título me permite referirme a Carlos López, escritor y editor guatemalteco afincado desde hace muchos años en México, a quien conocí en Praxis, su editorial, donde tuvo la cortesía de regalarme hace exactamente una década varios de sus libros en pequeño formato, cuidadosamente editados, entre ellos Fuego azul (1997) poemas, Naves se van (2003), una selección de 278 palíndromos, y Helarte de la errata (2005). 
Uno vuelve a los libros no con la pedantería de algunos intelectuales franceses que siempre afirman que “releen” (nunca leen por primera vez) sino con la humildad de tenerlos a mano durante años sin haber podido leerlos. Me pasa cada vez con mayor frecuencia.
Así, mi vista camina y mis dedos recorren ahora Helarte de la errata donde Carlos se propuso hacer, con el humor que se requiere en estos casos, un viaje alrededor de las erratas que aparecen casi siempre en casi todos los libros que se publican. Lo hace alguien que como escritor y como editor se ha caracterizado siempre por su cuidado casi maniático de sus propias ediciones. En este libro, sin embargo, incluye como ejemplo las más ilustres erratas con las que se ha topado a lo largo de una vida de lector.
En apenas 88 páginas hace un recorrido memorioso y delicioso por libros y autores que han padecido las erratas de sus libros a veces con horror y a veces con humor. Cita, por ejemplo, a Oscar Wilde cuando afirma que “un poeta puede sobrevivir a todo, excepto a una errata de imprenta”.
Neruda, altanero, dice que persigue las erratas con “podadora, insecticida y escopeta”, aunque uno se pregunta de qué le servían esos instrumentos una vez que el libro ya estaba en circulación.
Uno imagina la reacción que pudieron tener Vicente Blasco Ibáñez y sus lectores cuando en una edición de su novela Arroz y tartana leyeron: “Aquella mañana, doña Manuela se levantó con el coño fruncido”… en lugar de con “el ceño fruncido”. O la de Alejandro Dumas cuando vio la edición de La dama de las camellas (por “camelias”) o la de La expulsión de los mariscos (por “moriscos”).
Para Carlos López “España es donde peor se habla castellano y se maltrata, degrada, envilece el idioma”. Como ejemplos que ofrece de esta última afirmación están no solo los libros citados antes sino también los subtítulos, y peor, los doblajes de las películas. De España heredamos eso de “subir arriba” (que ahora el corrector de Word elimina automáticamente), entre otras perlas.
Algunos editores se defienden cuando dicen que “un libro sin erratas es como un jardín sin flores”, y Jorge Luis Borges, tan gran lector como escritor, parece darles la razón cuando afirma: “No sé si hay otra vida; si hay otra, espero que me esperen en su recinto los libros que he leído bajo la luna con las mismas cubiertas y las mismas ilustraciones, quizás con las mismas erratas, y los que me depara aún el futuro”. Para su desgracia y la nuestra, la ceguera prematura le impidió a Borges leer durante los últimos 30 años de su vida. ¿Tendrá ojos nuevos en el cielo de los escritores?
Marguerite Duras aborda el tema con filosofía: “Cada libro, como cada escritor, tiene un pasaje difícil, insoslayable. Y debe optar por dejar este error en el libro para que siga siendo un verdadero libro, no una falsedad”.
Es conocida la historia del poeta chileno Omar Cáceres, quien encontró tantas erratas en la primera edición de su poemario Defensa del ídolo (1934), prologado nada menos que por Vicente Huidobro, que “sin pensarlo mucho, hizo una fogata en el patio de su casa con los poemarios” según reporta Carlos López. Del fuego solo se salvaron unos pocos ejemplares. Ese fue su primer y último libro, quizás por el dolor indeleble que le causaron las erratas.
Hay quienes ironizan con el tema: “Nuestro amigo Alfonso Reyes acaba de publicar un libro de erratas acompañado de algunos versos”, escribió Ventura García Calderón al ver un poemario del gran polígrafo mexicano. En una de las greguerías que elaboró Ramón Gómez de la Serna, genial por su capacidad de síntesis y por su humor inveterado, describía a las erratas como un “microbio de origen desconocido y de picadura irreparable”.
En Bolivia padecemos de erratas, como de una enfermedad crónica, casi todos los días en los medios de información impresos (en los audiovisuales no se notan, pero existen) y en muchos libros, especialmente los editados por editoriales caseras. Muchas de esas erratas son en realidad errores de los autores y se nota cuando se repiten varias veces en un mismo texto o en varios del mismo autor.
Por supuesto, las erratas y sobre todo los errores son más frecuentes en publicaciones periódicas y en letreros varios, que en los libros. Todavía vemos que algunos confunden el apellido (García) Meza con (Carlos D.) Mesa, como si no hubiera una distancia entre un exdictador preso por sus crímenes y un expresidente democrático. Y qué decir de aquella placa con que se inauguró el edificio de la Facultad de Ciencias Sociales de la UMSA, la mayor universidad pública del país, en la que se lee René “Zabaleta” Mercado. 
Mi amigo Jaime Nisttahuz le dedicó a las erratas el último poema de su libro Escrito en los muros (1976). Después del índice de poemas (en el que no aparece el título) e inmediatamente antes del pie de imprenta, incluyó su “Fe de erratas” (que podía haber titulado perfectamente “Fe de ratas”). En ese poema hay versos como estos: “Donde dice abogado / renglón 20 de la pág. 1040 / debe decir ha robado…” y así sucesivamente.
La mayor parte de las erratas con que nos topamos como lectores son aburridas porque solo revelan torpeza, afasia o desidia, pero una pocas son inocentemente ingeniosas, como alguna vez aprendí leyendo a Azorín que consideraba beneficiosa la errata “la musa del poeta” en lugar de “la mesa del poeta”.

Y ahora que concluyo la lectura del libro y las notas para este artículo me topo con la paradoja de que, contrariamente a lo afirmado con humildad al comenzar el comentario, ya había leído el libro de Carlos López… (según veo en las marcas con lápiz que hice a algunas frases). Aquí no jugó la pedantería de los franceses sino mi mala memoria proverbial.   

sábado, 30 de enero de 2016

Comentario

Querido diario

Crónicas de viaje, reflexiones de un lector incansable. Diarios (1947-1954). Mundo soplado por el viento y La filosofía de la Generación Beat rescatan del olvido cardinales textos de Jack Kerouac.



Nicolás G. Recoaro 

No podían faltarle jamás un cuaderno de espiral, un manual de guardavías de tren o un anotador contable. Cualquiera servía. Por dondequiera que vagase, Jack Kerouac siempre tenía a mano algo de papel y una lapicera para tatuar una idea, componer un haiku o simplemente retratar su deriva existencial.
Este no era un rasgo anómalo en un escritor de estirpe vitalista como Kerouac. “La noche de ayer fue triste y lluviosa. Mi madre me planchó la ropa; comimos algo, charlamos; ocasionalmente nos miramos con furtiva tristeza.  Quizás escribo esto para prevenir a todos los viajeros -la noche antes del viaje es como la noche antes de la muerte. Así me sentía. ¿Adónde voy realmente, y para qué? ¿Por qué siempre debo viajar de aquí para allá, como si no me importara dónde uno está?”, se pregunta Kerouac en una entrada de su diario fechada el 30 de agosto de 1949.
Ir a la vida para volver y escribirla. Con su mochila al hombro, Kerouac salía a la ruta para encontrar una nueva forma de hacer literatura, una nueva manera de narrar la experiencia. Haciendo dedo en el camino.
Diarios (1947-1954). Mundo soplado por el viento (Editores Argentinos, traducción de Martín Abadía) es la flamante edición en castellano de los alucinantes diarios que escribió Kerouac entre junio de 1947 y febrero de 1954. El agitado período en el que creó sus dos primeras novelas El pueblo y la ciudad y En el camino.
En la portada del libro, una instantánea tomada por el poeta Allen Ginsberg en 1953, Kerouac fuma un cigarrillo frente a una escalera de emergencia del East Village neoyorquino. El escritor mira el océano de rascacielos que emergen en Manhattan y parece meditar con su facha a mitad de camino entre James Dean y Jack London. Una imagen posada que inmortalizó al Kerouac “icónico”: el escritor que cambiaría la literatura del siglo XX.
Pero a diferencia de esta fotografía, no hay nada que sea pose en los diarios. “Rebosante de inocencia juvenil y de tenacidad en su madurez para encontrarle sentido a un mundo pecaminoso, estas páginas revelan a un artista serio tratando de descubrir su voz verdadera. Llámenle ‘la educación de Jack Kerouac’ si así lo desean”, advierte en la Introducción del volumen el historiador Douglas Brinkley, hombre a cargo de la edición final de los diarios.
Mundo soplado por el viento contiene las reflexiones de un lector incansable y su educación sentimental, sus iluminaciones y meditaciones religiosas, y retratos de su agitada deriva urbana por Nueva York y San Francisco. Además de los mapas del gran país del norte dibujados a mano alzada, y aun las decenas de crónicas de viaje de ese correcaminos incansable que fue Kerouac, durante este período de su vida de “estilo idealista de Nueva Inglaterra, místico y nebuloso”.

Hit the road Jack
Los diarios pueden ser leídos como un libro, o mejor dos. Bien distintos en formas, tonos y estructura. Uno apegado a la escritura y el círculo familiar y social de los meses de creación de su opera prima El pueblo y la ciudad, su visión de Lowell, el lugar donde pasó su infancia y buena parte de su adolescencia. Y el otro, integrado por los cuadernos “Diarios 1949”, “Lluvias y ríos” y “Diarios durante las primeras etapas de En el camino”, que nos dejan asomarnos a la “cocina” de la escritura de la biblia beat, una obra que le cambió la vida a Kerouac y a toda una generación. 
Luego de la publicación de En el camino en 1957, Kerouac entra en un período de extremo reconocimiento y de fama súbita. “Cuya administración (la administración de su brillo y de su decadencia) lo ocuparía casi hasta su muerte”, explica Pablo Gianera, traductor de los artículos que integran La filosofía de la Generación Beat  y otros escritos (Caja Negra), el elegante libro que compila buena parte de la producción de ensayos, crónicas periodísticas y ficciones breves que Kerouac publicó en muy diversos medios estadounidenses como Esquire, Playboy y Escapade.
En los 28 artículos, con una sostenida entonación programática, Kerouac se sumerge en diversos tópicos: desde el nacimiento del bop hasta las obras de Céline y Shakespeare, pasando por las fotografías de Robert Frank y un ajuste de cuentas con la Generación Beat. Sin olvidar sus columnas deportivas sobre dos pasiones bien norteamericanas: el béisbol y el boxeo.

En el artículo “¿En qué pienso en estos días?”, publicado poco antes de su muerte en 1969, Kerouac se despide: “Yo abandono, me retiro - Me refiero a la Gran Tradición Americana - Dan’l Boone, U.S. Grant, Mark Twain - Quiero dormir y despertarme de pronto en la pesadilla más profunda y ver el mundo como un huérfano sin consuelo y llorar y gritar y tratar de vivir pero la vida está maculada y ensombrecida, pobre cuerpo y pobre alma, apenas un don fortuito y pura soledad”.

domingo, 6 de diciembre de 2015

Comentario

Maxi Barrientos, en la línea de fuego

Reseña de Una casa en llamas (Eterna Cadencia y El Cuervo), el más reciente libro de cuentos del escritor cruceño.



Martín Zelaya Sánchez

“Mis personajes viven continuamente en sus cabezas. Están atrapados en un tiempo que no es el presente”, comentó Maximiliano Barrientos en una reciente entrevista que le hizo Silvina Friera para Página 12, a propósito del reciente lanzamiento de Una casa en llamas en Buenos Aires.
Del estilo del autor cruceño se dice -acertadamente- que agarra lo mejor del lenguaje cinematográfico: precisión, claridad y contundencia. Habría que agregar que en sus textos se distingue además otra recurrencia: desfase, quiebre, crisis, ya no en su impronta estética, claro, sino en otros recursos narrativos: construcción de personajes y escenarios.
Todos o casi todos sus personajes -en su narrativa en general y en este libro de relatos en específico- sin estar necesariamente en situaciones dramáticas (que también las hay), atraviesan conflictos crónicos (que no necesariamente agudos), viven atormentados por el pasado, a merced de la abulia cotidiana, o desesperados y vacíos de cara al futuro. Y así, claro, se trazan hechos y ambientes violentos, descarnados y oscuros; pero no imposibles ni inverosímiles, más bien tan terrestres que le pasan a cualquiera en cualquier momento de su vida, y la gran mayoría ni se preocupa en detectarlos.

“Una belleza que no formaba parte de este mundo, él la forzaba. Algo para conservar en la memoria, para recordar quiénes fuimos todas las tardes anteriores a esa tarde”. (Algo allá afuera, en la lluvia, pág. 29)

Como aquella pareja de huida permanente, de hotel en hotel, o como aquel migrante retornado que jamás logra reencontrarse –nos referimos a sus anteriores Hoteles y La desaparición del paisaje- los protagonistas de Una casa en llamas –que se publicó en septiembre por Eterna Cadencia en Argentina, y esta semana se lanza con El Cuervo para Bolivia- siempre están al límite, en circunstancias determinantes que, o bien estallan, o bien trasmutan bruscamente a una normalidad irremediable, definitiva; ¿acaso algo violenta más al hombre que la rutina impuesta?
Giovanna Rivero -otra consumada narradora boliviana- comentó hace algunos días a propósito del premio Eñe que recibió por su relato Albúmina: “ante el derrumbe de los megarrelatos en la actualidad, el cuento tiene el encargo de contar la vida”. Y vaya que para eso Barrientos tiene talento, para contar el transcurrir, el durar cotidiano e implacable de la gente.

“Andrea y yo somos una pareja sin nada excepcional que comparte una felicidad hecha de momentos como este, que arma memoria con ritos sin importancia”. (El fantasma de Tomás Jordán, pág. 63)


Al viejo estilo de los cuestionarios relámpago con los que los viejos periodistas pedían a sus entrevistados que describan en pocas palabras y espontáneamente ciertos nombres o conceptos sugeridos, y a modo de invitar a la lectura, compartimos a continuación una escueta descripción de cada relato de este libro, seguida por algunas ideas o frases por estos provocadas.

No hay música en el mundo
Un luchador en decadencia empieza a morirse apenas toma la decisión de retirarse, luego de perder claramente su última pelea. Antes del fin -el fin definitivo, inexorable, acelerado por un ebrio cazador adolescente- su mente empieza a sacar sus últimas cartas: se adelanta, vuelve atrás, juega un poco antes de apagarse.

Algo allá afuera, en la lluvia
Un joven y una prostituta. Un joven y el recuerdo y presencia constantes del padre loco. La locura ubicua. La lluvia no siempre se lo lleva todo. Nada puede con aquellas recurrentes obsesiones guardadas en lo más inextricable de la mente.

“[La lluvia] cae con fuerza, sumiendo al mundo en un ruido que no llega a ser estridente y que se convierte en el fondo perfecto para diluirnos, para apagarnos de a poco, muy lentamente”. (Pág. 32)

Sara
Una mujer violada tiempo atrás, por una venganza contra su marido, se enfrenta a la posibilidad de consumar a su vez su propia vendetta. No todos son capaces de todo… ni de perdonar u olvidar, ni siquiera a veces de tan solo resarcirse.

Fuego
Una mujer desequilibrada aparece y desaparece de la vida de su pareja. Él sabe que nunca la tendrá, sabe que no le hace bien… pero sabe también que nunca podrá desligarse de ella. Hay gente que ni cuando desaparece para siempre se va por completo.

“Su mirada estaba cargada de una electricidad triste, desde que era niña había desamparo: la certeza de estar en un lugar hermoso pero al mismo tiempo inhóspito”. (Pág. 50)

El fantasma de Tomás Jordán
Un muchacho bebe con la viuda de su hermano en una inútil ceremonia anual de memoria y luto. Termina asaltando la misma licorería que asaltó su hermano antes de morir.  Amores tercos son desamores. La redención no se logra a pedido, llega cuando debe llegar.

Gringo
Una familia recibe fotos obscenas de un extranjero que estuvo ligado a ella muchos años atrás. Un pasado escabroso, una cadena de mentiras, y una mentira final que puede -tiene que- venir bien.


domingo, 8 de noviembre de 2015

Comentario

Urrelo cumple

Una lectura de Todo el mundo cumple sus sueños menos yo (El Cuervo), el primer libro de cuentos de Wilmer Urrelo.


Martín Zelaya Sánchez

Como muchos de los buenos libros de cuentos este puede leerse tal vez no como una novela, pero sí como un todo (exceptuando, eso sí, un par de relatos) temático y estilístico. Un corpus coherente e integral de violencia, desesperación y deshumanización trascienden todo.
No sé por qué -y lo digo de entrada- vistos y analizados los relatos sueltos, uno por uno, se pueden encontrar algunas debilidades formales y de obra fina (solo una frase, por poner un ejemplo: “El rostro de Lu se congestionó, su cuello experimentó de pronto la aparición de un montón de venas surgiendo por todos lados”), pero el libro como tal, como un conjunto, funciona y muy bien, de la mano de dos enormes relatos: el que le da título, Todo el mundo cumple sus sueños menos yo y ¿Será este el momento para quemar a quien tanto temo? Pero también gracias a tres piezas muy bien resueltas: Pequeño manual para hallar la felicidad; Niños corriendo en el piso de arriba y, tal vez en menor medida, La inusual mudanza de la señora Moore. (Curiosamente, estos tres últimos, son los tres primeros cuentos del libro)
En estos nos detendremos, pero antes hay que agregar que es evidente que cuando mejor le va a Urrelo -que ha probado de sobra ser un extraordinario narrador de largo aliento y un dotado para trabajar la técnica, la multiplicidad de registros y voces, hasta el límite- es cuando se mantiene fiel a sí mismo en sus intereses: el oscuro mundo de la marginalidad y la violencia, las historias de atmósfera asfixiante: soledad y desasosiego, la certidumbre de la catástrofe: cuando construye personajes lúgubres, antihéroes, beautiful loosers.

Niños corriendo en el piso de arriba
Lo macabro se torna en patético. El autor-narrador y su triste historia-destino espantan y conmueven más que la trama misma. El tono está muy bien logrado:

“También les leo libros. Les leo fragmentos de los diarios de Pizarnik o los de Cheever, o los de Sandor Márai (y, a veces, los míos). A los dos les divierte tanto sufrimiento, tanta agonía inútil. Ambos se desternillan de risa con los padecimientos de esos autores (y de los míos también).
Es que nos gusta ver sufrir a la gente, dicen, eso nos encanta un montón”.

La inusual mudanza de la señora Moore
Cuento con notorias influencias -de las mejores- de la narrativa norteamericana: economía de palabras y recursos adyacentes a la trama, y los diálogos fluidos, breves y contundentes. El final predecible y lógico -a propósito, claro- ayuda, a la larga, a disfrutar más y mejor la buena factura.

“La señora Moore se sintió sorprendida y se llevó ambas manos a la boca, como si se tratase de un niño al momento de ser capturado en alguna travesura”.

Pequeño manual para hallar la felicidad
La fantasía de pelar cable, mandar el mundo a la mierda e irse de este por la puerta grande. ¿El taxista de Scorsese? ¿O Mr. Jones, la canción de Sui Géneris? El estilo elegido -párrafos largos apenas puntuados; un narrador no solo omnipotente sino responsable del decurso de los hechos- redondea a cabalidad este mini-guion, esta macabra hoja de ruta de la sociedad (ya ni siquiera tan) actual.

“No espere a que su esposa le diga algo. Solo salga, vaya al dormitorio matrimonial, diríjase al ropero, abra la puerta, busque la escopeta para cazar vizcachas, herencia de su abuelo y que por suerte hasta ahora se negó a vender, aludiendo siempre cuestiones sentimentales. Cárguela con tres cartuchos y retorne a la cocina…”.

Si en los tres anteriores textos, la impronta de Urrelo se deja sentir en el trágico sino de los personajes, en la ironía y desazón, en las dos piezas mayores se destila parte de lo mejor de este siempre solvente y original narrador.
¿Cuál es la impronta de Wilmer Urrelo? Varios rasgos pueden ayudar a describir su inconfundible sello: el obsesivo manejo del lenguaje: variación, interposición y experimentación con registros y planos narrativos (lo que extrañamente, como dijimos antes, no siempre sale incólume en algunos cuentos cortos); la naturaleza pesimista e hiperrealista de los argumentos y ambientaciones; la violencia descarnada e incurable no solo de las sociedades, sino de los individuos que elige retratar: desde el inquietante universo de Mundo negro, hasta la desgarradora degradación de la guerra (Hablar con los perros), pasando por el sórdido mundillo del crimen y la represión, en Fantasmas asesinos.

¿Será este el momento para quemar a quien tanto temo?
Piromanía, racismo, homosexualidad. Un huérfano, un fantasma, un viejo lisiado de guerra y de oscuro pasado. Manías, obsesiones, delirios. Violencia omnipresente. Un cuento tan terrible como impactante. Una ensalada perfecta para un argumento urreleano.

“Otra parte del diario de mi abuelo: Agosto, 5 y 6 de 1933. Batalla dura. Los días acá son cada vez menos esperanzadores. Perderemos la guerra, estoy seguro. Aunque eso a mí no me importa. Solo me importa lo que la mayoría de la gente allá en La Paz, allá en nuestras ciudades, llamaría vicio. El vicio que me carcome. Hasta ahora ninguno de los soldaditos afectados habló. ¿Por qué? ¿Por miedo? ¿Acaso porque les gusta? ¿Porque se dieron cuenta que soy superior a ellos? ¿Cuántos llevo? Miro mi cuchillo, veo el mango, y como otros harían con el número de enemigos muertos en su haber, yo grabo ahí, sobre la madera, el número de soldaditos que pasaron por mí…”.

Todo el mundo cumple sus sueños menos yo
“La historia del Jambao ya es, o pronto debería serlo, todo un clásico de la literatura boliviana”, comenta Christian Vera, sobre el protagonista de este relato. Tien razón.
Lo mejor de Periférica Blvd., -a la Urrelo, claro-, lo que seguramente Víctor Hugo Viscarra hubiese querido (aunque no podido) contar. La vida del voceador, del cumbiero, del desheredado y deshabitado, del cogotero… todo en uno y por separado. El Jambao, para no decir más y solo invitar a leer, debería resucitar y tener su propia novela, pensamos.


“Jambao echado en su cama, en su habitación. Miren mi nuevo roperito, antes de plástico y con roturas, ahora de madera, reluciente. Y ahí encima una radio enorme con dos parlantes gigantes, los cuales tienen en sus bordes y en la parte de las bocinas luces de todos los colores que destellan de forma intermitente. Y miren mis gambitas nuevas, muy coloridas, y suavitas cuando caminas, los pantalones flamantes y hasta tiene una polera Adidas y un reloj de pulsera. El muchachón tiene la vista clavada en el techo y de la radio sale, a todo volumen, la canción ‘Se parece más a ti’ de mi grupo, de mi grupazo, los Jambao…”.

sábado, 24 de octubre de 2015

Comentario

Para que nadie se olvide de Hochschild

Comentario de la novela Los infames, de Verónica Ormachea que tuvo una segunda presentación en el marco de la Feria del Libro.



Rodrigo Urquiola Flores

Siempre he tenido problemas para creer en las definiciones. Dudo cuando se habla de literatura fantástica, por ejemplo, literatura de terror, o literatura de ciencia ficción.
Imagino que estas definiciones sirven más para nombrar un espacio geográfico que carece de nombre para algún propósito, digamos, comercial, alimenticio: uno necesita saber qué es lo que está comprando o comiendo. Pero sí creo que la literatura está por encima de cualquier definición y que seguirá siendo lo que es a pesar de cualquier disfraz que utilice en determinada ocasión.
¿Qué es la literatura? No lo sé. Imagino que es aquello que te obliga a dudar de la veracidad de las cosas que te rodean, en principio, y por eso es que se me hace mucho más difícil creer en literatura histórica. ¿Qué es la historia sino literatura? Un hecho narrado. Y narrado a partir de la perspectiva de un observador. Un investigador es, quizás, menos todavía que un observador porque mira lo que otros han visto. Todo es ficción, entonces.
Esto no quiere decir, por supuesto, que un hecho como el de la Segunda Guerra Mundial, para citar alguno, no haya existido o no sea real, sino que nunca podremos acceder a la última de las verdades, pero tampoco estaremos sumergidos en el pozo de las mentiras que no se descubren: somos apenas visitantes en un museo.
La segunda novela de Verónica Ormachea, Los infames (Gisbert, 2015), aborda este difícil tema: la Segunda Guerra Mundial, y lo hace, en gran medida, desde un punto de vista boliviano.
Muchos judíos que escapaban del holocausto se refugiaron en nuestro país y, por otra parte, muchos alemanes, nazis tantos de ellos, llegaron también. Uno de los judíos notables que se asentó en el país fue Moritz, o Mauricio Hochschild que sería, también, uno de los tres barones del estaño de aquellos tiempos millonarios para la minería boliviana.
Los infames rinde homenaje a la figura de este empresario quien, como muchos de sus hermanos judíos que llegaron a Bolivia, ansiaba ubicar a sus familiares que estaban todavía en medio de la guerra en Europa.
Mientras Hochschild buscaba su impoerio y su riqueza no dejaban de crecer gracias al trabajo de judíos que él ayudaba a escapar de la muerte para darles una vida digna en un país que, para muchos de ellos, era una suerte de paraíso.
Así, Ormachea, reconstruye un episodio de la historia nacional que no ha sido muy visto en nuestra narrativa, a partir de la figura de un héroe.
La historia que narra Los infames se desenvuelve en dos frentes: la Europa moribunda y la Bolivia que, a pesar de tantas limitaciones, vive.
Y es una historia que, a pesar de tanta fe religiosa, quizás un excesivo y poco creíble fanatismo católico que destilan los personajes sufrientes, consigue en uno de los personajes más logrados, Varinia, una resolución inesperada, un trabajo que vale la novela.

Después de años de esperar a su prometido, después de saberse embarazada y tener que dejar a su niño, después de haber pasado por Auschwitz y haber conocido una curiosa faceta del amor en brazos del enemigo nazi, rechaza todo aquello que se supone no debería haber rechazado. Rechaza incluso, aunque parezca que no y aunque lo niegue, la fe y el fruto de la espera, el objetivo de la fe: algún tipo de paraíso. Entiende que es imposible acceder a él tenga el nombre que tenga, convirtiéndose así en una auténtica “hija de la guerra”.

domingo, 18 de octubre de 2015

Comentario

Una bitácora posible

Prólogo del libro de cuentos Tradiciones del futuro, publicado hace algunos meses por el orureño Sergio Gareca.



Martín Zelaya Sánchez

El Carnaval de Oruro en el siglo XXII. Un más que terrenal arcángel Miguel que llega a redimir a la gente de sus pecados pero no titubea en dejarse ganar por sus tentaciones. Una reveladora interpretación-recreación del origen de la diablada, acaso el mayor símbolo artístico-cultural orureño.
Así arranca Tradiciones del futuro, un libro de cuentos bien logrado en lo temático, en lo formal y en sus múltiples trasfondos: contrastes, ambigüedades y dobles sentidos, ya incluso desde su atinado título.
Humor contra tragedia. Costumbres, idiosincrasia contra incertidumbre. La distopía, como no podía ser de otra manera en una obra de ciencia ficción, hila el sentido, es el leitmotiv de esta colección de relatos pero en este caso, lejos de centrarse el autor solamente en las desventuras del futuro, se regodea -perverso ajuste de cuentas- en desmenuzar al máximo ritos, rutinas, hábitos de nuestro pasado real, y del pasado de su universo ficticio (nuestro presente y futuro inmediato, claro está).
Un par de artistas -padre e hija- que fatalmente cumple el triste destino del clown: pasar de la risa fugaz al dolor; un mercado monstruoso que une y desbarata ciudades y engulle a la vez gentes y sociedades; un pantagruélico Oruro de excesos y desperdicios -imagen más que carnavalesca, claro- y un Carnaval sin Carnaval por una Virgen perdida.
Humor decíamos, y adelantaremos, solo para tentar a las ganas, la memorable escena en la que la Lujuria -voluptuosa, lasciva y arrogante- tienta a Miguel, tanto de dama como de varón.

“Busca el arcángel a la Lujuria y una de sus sirvientas le dice:
- La señorita Lujuria dice que está ocupada y que, siendo usted un ángel, tenga la bondad de esperarla cinco minutos por favor (…)”.

Sale finalmente la conspicua Lujuria:
- “Carajo, Miguel, qué inoportuno eres (…) ¿No ves que en la mesita está toda la colección del Marqués de Sade?, podías haber leído un poco. La Soberbia tiene razón, eres un inculto…”.

La distopía, palabra común a todo intento de inventar-recrear el futuro, en este libro, tiene lugares comunes al género, claro está, pero también una esencia e identidad muy propias y características de la unidad y concepto general que logra el autor: además del poder absoluto -o, por el contrario, la anarquía irremediable-; la violencia extrema, el caos y la carencia total de orden o estado de derecho, hay escenas muy originales que cada vez que uno las piensa más -exhorto a practicar la sana costumbre de la relectura- se hacen más posibles-creíbles.
Además del Carnaval -eje central, pretexto total- un par más de constantes le dan fuerza e identidad a este libro: el hábil manejo de un lenguaje que, sobre todo en los diálogos, explora arriesgadamente en dialectos, jergas y modismos propios de las esferas populares y clasemedieras de Oruro y del occidente boliviano en general. Y por otro lado -valga repetir el verbo- la exploración en la intemporalidad que permite interpretar acertadamente la lógica dinámica de nuestra sociedad: situaciones propias de hoy y ayer, adaptadas-imaginadas en contextos futuristas, sobrenaturales. 
Ah, y a no olvidarse del Perro Petardos. En un claro guiño de homenaje al colectivo literario cultural del que es co-creador, el autor -a momentos con naturalidad, a ratos algo forzadamente- no deja de incluir en cada relato a un lastimero, malagüero o indiferente can callejero, el Perro Petardos:

“Al terminarse el mundo, barriendo el viento lo que quedó de la raza humana, mientras el Perro Petardos olfateaba los escombros, una cofradía, reunida en los subsuelos de lo que fue el legendario bar Huari, sintió un pequeño temblor en el mediodía de aquel sábado…”.

Este es un libro que puede leerse en toda Bolivia, en cualquier país, pero -qué duda cabe- tiene un guiño especial a los orureños que verán acá reflejadas no solamente facetas de la cultura urbana y general de esta urbe, o tradiciones, costumbres e idiosincrasias propias, sino que con seguridad reconocerán como “posible” o “entendible” al Oruro utópico y alucinado que concibe Gareca: Oruro, la puerta secreta al infierno; Oruro, la necrópolis del mundo; Oruro, mercado omnipresente; Oruro, sede de una sublevación contra el Vaticano; Oruro, con sus dunas de cocaína que seducen a los turistas. Y es que por más alta que sea la dosis de ficción y fantasía, si es idónea, es verosímil.
Seguramente muy poco o nada de lo que se aventura en esta colección de cuentos pasará en 100, 200 ó 300 años; el pronóstico sociológico es tarea de las ciencias sociales, no de la literatura. Pero nada de lo que se relata en las siguientes páginas -salvo lo evidentemente sobrenatural- es imposible de concebir: degradación social, desintegración de la institucionalidad civil, despersonalización, deshumanización total del individuo… ¿Acaso no vienen arriesgando lo mismo los maestros de la ciencia ficción desde Aldous Huxley hasta Philip K. Dick, pasando por George Orwell, y ahora también “nuestro” Edmundo Paz Soldán?
Sea como fuere, nadie se quedará aquí lo suficiente para comprobar nada, así que simplemente quedan algunas certezas, como asumir y reconocer la incurable naturaleza y debilidad humana… y es que a fin de cuentas, como dice el autor, “el pecado siempre tiene la razón”.


sábado, 10 de octubre de 2015

Comentario

Premio “Franz Tamayo”. Dos
comentarios, varios apuntes

Elucubraciones sobre el cuento en Bolivia, a partir del premio más importante del género.



Martín Zelaya Sánchez

¿Hasta qué punto es onanista escribir sobre escribir? ¿Cuán soberbio y estéril es crear protagonistas de relatos o novelas que sean escritores y tramas que giren alrededor de las peripecias frente a una hoja en blanco o las tribulaciones del mercado editorial?
Enrique Vila Matas, uno de los autores hispanohablantes más en boga y multipremiado tiene ésta recurrente muletilla que agrada y genera rechazo casi por igual. Maximiliano Barrientos, uno de los mejores narradores bolivianos rechazó varias veces abiertamente esta tendencia temática, y la prolífica obra del español, en particular.
Yendo al grano… vamos a ahondar en estas líneas en la literatura sobre literatura, sí, a propósito del cuento ganador y del segundo lugar (El otro muro, de Pedro Albornoz, y Todo lo que soy será tuyo, de Guillermo Ruiz, respectivamente) del reciente Premio Nacional de Cuento “Franz Tamayo”, uno de los certámenes literarios más importantes del país, y el más tradicional y antiguo, con certeza; pero sobre todo, reflexionaremos -so pretexto de comentar los principales relatos del volumen con ocho piezas que acaba de publicar la editorial paceña 3600- sobre el cuento en Bolivia, desde las voces: la promoción y difusión del “Tamayo” y otras iniciativas, y desde los silencios: lo que no se ve, pero se siente; los no premiados, los no participantes, etc..

El otro muro
Una escritora exitosa y obsesiva que se mete tanto en su papel que termina a merced de su personaje, de su engendro, creado a su imagen y semejanza: un prometedor narrador que espera lograr su obra maestra para lo cual solo le hace falta un giro preciso e inesperado que está en manos, claro, de su marionetista.  
No es difícil adivinar el desenlace, y esa es una de las debilidades del relato de Albornoz quien, pese a que demuestra un buen dominio de recursos -“maneja varios niveles, construye un mundo ficticio sólido y tiene un manejo de lenguaje coherente”, según determinó el jurado- no logra redondear el texto, ni siquiera con la técnica, interesante aunque ya nada original, de supeditar el tono y administración de la trama a un formato epistolar -la autora le narra en una carta todas sus tribulaciones a su confidente y albacea- perfectamente prescindible.

Todo lo que soy será tuyo
Tiene como figura central a un estudiante de letras aspirante a escritor, pero está mejor resuelto y resulta más natural y fluido, y por lo tanto, se deja leer con mayor gusto.
Un latino alumno en una universidad francesa, logra conquistar a una de las femme fatale de su clase y, para el colmo de su suerte, casi se instala en la casa en la que ella vive con su madre, una experta en literatura latinoamericana con una biblioteca de envidia, pero más de un oscuro misterio.
La habilidad y oficio de Ruiz se evidencian en los diálogos, las situaciones secundarias y, claro en que en este caso el personaje escritor y la temática literaria cuajan bien como gatilladores de una trama central que es otra.
Que esta escueta aproximación a los dos cuentos premiados en la XLI edición del “Franz Tamayo”, valgan para un par de reflexiones más.

Divagando
¿Cuántos clásicos de la literatura boliviana recurren a este lugar común? ¿Es un lugar común? ¿Está bien o está mal de entrada, o depende de cómo se lo plasme?
Por lo pronto, como ya dijimos, Maxi Barrientos, reniega de este tipo de narrativa. Hace algunas semanas, expresó una dura opinión sobre Vila Matas desde su cuenta de Twitter: “escribamos más novelas protagonizadas por escritores en las que la cultura letrada se celebre de forma narcisista y sigamos ganando premios”, y días después agregó: “Escribe novelas que tratan sobre novelas (lo que es vergonzosamente endógeno) con la peor prosa del idioma”.
Desde 1999 cuando el tradicional concurso del Municipio paceño resurgió –premiando a Ana María Grisi por su cuento China Supay- ha tenido 18 convocatorias consecutivas (la última se cerró hace pocos días), ha pasado de editarse por Alfaguara a 3600 –tras recalar también en Gente Común- ha incrementado aceptablemente su premio (de siete a 20 mil bolivianos) y aparte de algunos retrasos que hicieron que un par de veces se editen dos libros en un año, solo hubo una interrupción no exenta de polémica: una gestión se declaró desierta y despertó una fuerte polémica recordada como “los Destamayados”.
No ahondaremos en ello ahora. Sí, no obstante, en la incidencia del “Tamayo” en la cuentística boliviana. ¿Cuán importante es para los autores ganarlo, y es correcto su formato?
Haciendo una somera revisión a las ediciones de estos tres últimos lustros, se pueden ver entre los ganadores a un par de nombres luego consolidados: Giovanna Rivero y Willy Camacho, por citar a dos. Se puede también encontrar muchos nombres hoy relevantes entre los finalistas: Edmundo Paz Soldán y Rodrigo Hasbún, por citar a dos; pero sobre todo, se puede ver que muchos ganadores no publicaron nunca más, salvo antologías y otras colecciones de premios: Mabel Vargas, Francisco  Cajías y Virginia Ruiz, por mencionar solo a tres.
¿Querrá decir que pese a su prestigio e innegable vigencia, el “Tamayo” no es la gran plataforma que se esperaría? ¿Será que solo es un escaparte de mediano nivel y por ello ya no participan -al menos, no ganan ni logran menciones- los Paz Soldán, Rivero, Hasbún, etc., y sí en cambio hay algunos noveles y no tan noveles autores que repiten dos, tres o hasta cuatro menciones y siguen porfiando?
¿Será que nada de esto, y por eso rematados y consolidados cuentistas como Manuel Vargas o Adolfo Cáceres Romero nunca mandaron sus cuentos (o si lo hicieron nunca ganaron ni siquiera una mención)? ¿Queda alguna edición de este premio, al menos desde su resurgir a fines de los 90 en la “memoria” literaria nacional, como sí ocurre al menos con un par de las novelas ganadoras del Premio Nacional de Novela? (Me arriesgo a nombrar a Potosí 1600 de Ramón Rocha Monroy, que estuvo cerca de ingresar a las 15 novelas fundamentales y a la Biblioteca del Bicentenario).
Por otro lado, todo el que lee año tras año las antologías del “Tamayo” coincidirá en que el nivel es muy disparejo entre las piezas ganadoras y las menciones. ¿No será por ello necesario, que el premio se dé a un libro de cuentos y no solo a un relato? ¿Es esto factible? Hay centenares de premios para novelas y poemarios en el mundo, ¿cuántos concursos relativamente prestigiosos premian a libros de cuentos?
Para no arriesgar preguntas y respuestas en solitario, vamos con un par de breves citas. ¿De qué hablan los cuentos? En el ensayo “Lo nacional ficcional en Bolivia”, prólogo de la Antología del Concurso Municipal de Literatura Franz Tamayo (editorial 3600, 2013) en la que Sebastián Antezana reúne a 12 de los mejores cuentos premiados o con mención en el “Tamayo” entre 2006 y 2012, escribe: “En esta docena de textos podrían encontrarse algunas claves que permitan configurar un correlato de la coyuntura nacional. Pero más importante aún, en ellos puede encontrarse todo lo que en otros textos oficiales y no oficiales se deja de decir sobre Bolivia hoy, su desarrollo cultural, sus preocupaciones artísticas, sus tensiones lingüísticas, sus desafíos estéticos, sus pulsiones ideológicas…”.
¿Nuevas tendencias o corrientes? En el texto introductorio de Memoria emboscada (Alfaguara, 2013) una compilación que reúne 12 relatos de 12 destacados autores contemporáneos, Willy Camacho señala: “Considerando los relatos que conforman este libro, es posible considerar que la narrativa boliviana contemporánea está explorando nuevas vetas, alejadas de las que alimentaron la ficción de gran parte del siglo XX (…) es un proceso que a lo largo de cinco lustros ha ido configurando un panorama amplio y diverso, donde los estilos, recursos, técnicas y discursos son variados y las temáticas tienden hacia la universalidad…”. Divagando sobre el “Tamayo” y el cuento en Bolivia. Nada más.



sábado, 3 de octubre de 2015

Comentario

La maquinaria de los secretos, o la nueva moral


Reseña de la novela del beniano Homero Carvalho, recién reeditada por editorial Kipus.



Pablo Vera 

En la novela La maquinaria de los secretos, de Homero Carvalho, hay dos particularidades que merecen ser consideradas: el miedo y la destrucción premeditada o la nueva moral.
El miedo es la flaqueza del hombre, la dura batalla de la condición humana, la actitud natural del alma que necesita protección a causa de su debilidad. Si revisamos la Biblia o la historia vemos que Moisés tremoló de miedo en su primer encuentro con Dios, o que los existencialistas se desesperaban ante el tiempo y la muerte; y nosotros, los contemporáneos, ¿a qué le tememos?
El miedo tiene poder, da poder y puede abatir como ser abatido. Esta sensación es la que  plantea Carvalho, no solo como escudo de los servicios secretos de Estado, sino también como la “heurística del terror” y como su “principal arma de persuasión”.
El miedo, dice, ha determinado nuestra humanidad, nuestra visión y nuestra perspectiva a través de religiones, dogmas y filosofías, moldeando nuestra conciencia que nos lleva a buscar espontáneamente protección, y que además ocasiona en nosotros el temor a infringir las “normas” determinadas por nosotros mismos.
Bajo esta premisa, las sociedades avanzan a través del tiempo, y en este trance nace una nueva moral, una ética destructora y premeditada, tentadora y fatal en la que los justos caen, los valientes flaquean y los firmes trastabillan.
Esta moral, en la novela, nace a raíz de los planes y estrategias premeditadas por las agencias secretas para destruir a los sediciosos e insurrectos, y se consolida con el nuevo orden mercantil, político y social, impulsado desde la capital del mundo, New York.
Estos agentes, ávidos de poder, traman meticulosamente estrategias secretas para apoderarse de sociedades enteras y, una vez logrado, rumian su ventaja desaforada (con las nuevas tecnologías de comunicación a su favor), poniendo en blanco a aquellos que estorban sus macabros planes.
De esta manera, este nuevo orden se apropia de la privacidad, reputación y libertad de las personas. Su política es intervenir los correos electrónicos de sus rivales, incorporar dispositivos electrónicos de clonación de computadoras de escritores o intelectuales que no van por su corriente, sobornar, conspirar, vigilar, usurpar, falsear, etc. Y si alguien se resiste o evade sus fechorías, o responde perspicazmente dando indicios de que en el futuro podría convertirse en una grave amenaza, no duda, el poder, en emplear las “técnicas de persuasión” que consisten en degradar hasta lo más bajo a las víctimas, sin el más mínimo sentimiento de compasión.
En esta novela hay tres personajes que son víctimas de los agentes secretos solo por haber buscado alienar su entorno: el candidato político, el joven poeta y el intelectual que escribía para muchos diarios. ¡Qué terrible forma de aplastarlos! Veamos un fragmento en donde el poeta es manipulado con la técnica de persuasión:
“Así que, poco a poco, le fueron atrayendo con el canto de la droga y le fueron llevando a las casas clandestinas que mantiene Inteligencia en barrios de la ciudad; reductos protegidos por ellos y previamente arreglados con toda la tecnología para grabar y filmar todo lo que sucedía adentro. Cuando los visitantes se iban el poeta se quedaba a seguir consumiendo cocaína de alta pureza proporcionada por Inteligencia [a] través de pushers callejeros, hasta que el muchacho yo no tenía dinero y entonces era obligado a hacer cosas inmundas para obtener más droga y seguir consumiendo”. (Pág. 139).
Carvalho, que al comienzo se había adentrado intrépido y osado a ese mundo desvariado, de entes y cibernética para desentrañar los secretos files de Inteligencia, cae también preso en las telarañas del nuevo orden. Por tanto, pierde la esperanza y alimenta cada vez más la idea de que nadie puede hacer frente a estas organizaciones secretas y cree que es imposible hacer algo al respecto a menos que apartemos el miedo de nuestras vidas.
De esta manera, el autor desenlaza e epiloga su embestida fatalmente. En esta actitud, creemos, se ve reflejada la condición del hombre moderno que ha perdido la esperanza de vivir bajo la vieja y tradicional moral.
Observemos cómo nos presenta a Zacarías, su personaje principal, que después de haber trabajado durante toda su vida para Inteligencia queda bagazo, seco, sin identidad, casi sin vida ni amor: “...continuó mirando sus piernas, las notó flacas y huesudas [...] tenía que quererse o seguir solo por el resto del mundo” (92).
Zacarías es, pues, el prototipo ideal de la situación del hombre moderno, sin fe ni esperanza, consumido por la angustia del instante, solo, con un vacío interior y con una gran necesidad de amor y aceptación.
Por otro lado, Carvalho nos presenta la realidad actual del hombre en relación con la ciencia. Frente a las manipulaciones secretas de las sociedades por los agentes secretos, casi siempre sustentadas en las tecnologías cibernéticas, la particularidad del ser humano es crítica. Nosotros somos personas -el resultado del polvo de la vida más el aliento de vida-, y como tales debemos conservarnos ante cualquier intromisión dañina. Ante la relación hombre-ciencia debe haber un límite. No podemos alterar nuestra naturaleza al acondicionarnos a la cibernética, pues implicaría la alteración de nuestra condición y, en consecuencia, de nuestra naturaleza.
Carvalho parece advertirnos ante la maquinización del hombre y su ambición por controlar el mundo como su único y absoluto propósito. Parece recordarnos una y otra vez que nuestras vidas carecen de privacidad bajo el nuevo código social que nos seduce y manipula con tentaciones, mercadeos, pestes, etc.

Finalmente, desde la perspectiva puramente literaria, aventuro que La maquinaria de los secretos es más una obra documental que de ficción; claro está que Carvalho obró osada y valientemente, pero no lo suficiente como para dejar de lado la literatura y recurrir directamente al ensayo. 

domingo, 30 de agosto de 2015

Comentario

Mensajes e intenciones en una novela

Una lectura de El sonido de la H, de Magela Baudoin, el más reciente Premio Nacional de Novela.



Martín Zelaya Sánchez

Con El sonido de la H, la escritora boliviano-venezolana Magela Baudoin ganó el Premio Nacional de Novela 2014. Antes de compartir una breve lectura sobre el libro, un apunte: tuve la oportunidad de ser jurado del mismo premio literario un año antes y a partir de esa experiencia me animo a asegurar que este libro es superior al 90 % o 95 % de las obras que junto a los colegas eventuales del jurado nos tocó revisar entonces.
Como nada impide inferir que el nivel promedio de los escritores bolivianos que participan en este tipo de eventos se mantuvo casi sin variaciones de un año al otro, casi sin temor a equivocarme, me atrevo a afirmar que de la misma manera las postulaciones que fueron superadas por El sonido de la H seguramente no tuvieron nada que hacer y perdieron con justicia.
Dicho esto, también debo decir que ésta obra es inferior a las más destacadas novelas publicadas en Bolivia en los últimos años por autores que no consideraron prudente enviar sus originales a la referida convocatoria.
Para muestra menciono cuatro notables libros sobre los que en su momento se publicaron reseñas en este mismo espacio: 98 segundos sin sombra, de Giovanna Rivero; Catre de fierro, de Alison Spedding; La desaparición del paisaje, de Maximiliano Barrientos y Los afectos, de Rodrigo Hasbún.
Todo esto para contextualizar e invitar a la reflexión. Ahora cierro el apunte y voy al grano. Mar, hija de bolivianos en Venezuela habla desde un futuro lejano sobre su último año en un colegio de curas recién abierto a estudiantes mujeres. Narra su monótona vida junto a su madre y su hermana y en ausencia de su padre, un boliviano que tras recalar en el exilio caraqueño, regresó a Bolivia granjeándose para siempre el rencor de su hija que nunca se guarda el resentimiento por el abandono.
Narra además la relación con Rafael/a, su íntimo amigo/a transexual en permanente lucha por ser aceptado en una aún conservadora sociedad ochentera, y su viaje a Bolivia, a casa de sus abuelos, como preámbulo de un abrupto retorno familiar al país de origen.
Pero al margen de la trama principal, claramente El sonido de la H es una toma de postura política, ideológica; un renegar abierto y contundente contra la izquierda -o al menos cierta izquierda tradicional boliviana, latinoamericana que enfada a la autora- y los ideales de las juventudes progresistas de las últimas décadas del siglo pasado. Y claramente, es una novela con muchos ingredientes autobiográficos, lo que explica en parte lo anterior.
Ojo, no hay que perder de vista, que cuando se quiere ser políticamente correcto -o, en su caso, políticamente incorrecto- se cae, muchas veces, en todo lo contrario.
Para escribir lo que podría llamarse literatura de posición política o de contenido sociológico, hoy en día, ya no hace falta publicar novelas panfletarias o poesía y cuentos tan comprometidos -o tan resistentes, según el caso- con el régimen de turno, que subordinen lo estético, lo formal al contenido descarado, directo. Eso, como se coincide en varios espacios de debate sobre las letras bolivianas de los últimos años, es algo afortunadamente ya superado.
En esta novela se despliegan, casi como cumpliendo a cabalidad un recetario o manual, alegorías sobre el machismo: la abuela y la madre de Mar sumisas ante el viejo anticuado patriarca y ante el “revolucionario” soñador, respectivamente; clasismo: familias ilustradas y progresistas con campesinos o cholos de servidumbre; violencia sexual: recuerdos de experiencias de abuso deshonesto en la niñez de la protagonista; feminicidio: el triste destino de la lavandera… a lo que se debe sumar una crítica abierta al patrioterismo chauvinista, y una no tan velada reivindicación del rol de la mujer.

Todo esto, hay que decirlo, con una destacable pericia estilística y formal, pues si tiene una virtud El sonido de la H, es que no solo se deja leer fluidamente, sino que incluso atrapa, provoca curiosidad e impaciencia por avanzar hacia algo que finalmente –lástima- queda, sino trunco, no del todo resuelto: el desarrollo de Mar como personaje central que narra en todo momento en primera persona y, que desde el inicio muestra mucho potencial; su relación particular con su abuela, lectora empedernida, ¿escritora frustrada?; y claro, la consolidación de otro personaje fuerte, Rafael/a que merecía un mejor destino como personaje.