Mensajes e intenciones en una novela
Una lectura de El sonido de la H, de Magela Baudoin, el más reciente Premio Nacional de Novela.
Martín Zelaya Sánchez
Con El sonido de la H,
la escritora boliviano-venezolana Magela Baudoin ganó el Premio Nacional de
Novela 2014. Antes de compartir una breve lectura sobre el libro, un apunte:
tuve la oportunidad de ser jurado del mismo premio literario un año antes y a
partir de esa experiencia me animo a asegurar que este libro es superior al 90
% o 95 % de las obras que junto a los colegas eventuales del jurado nos tocó
revisar entonces.
Como nada impide inferir que el nivel promedio de los
escritores bolivianos que participan en este tipo de eventos se mantuvo casi
sin variaciones de un año al otro, casi sin temor a equivocarme, me atrevo a
afirmar que de la misma manera las postulaciones que fueron superadas por El sonido de la H seguramente no
tuvieron nada que hacer y perdieron con justicia.
Dicho esto, también debo decir que ésta obra es inferior a
las más destacadas novelas publicadas en Bolivia en los últimos años por
autores que no consideraron prudente enviar sus originales a la referida
convocatoria.
Para muestra menciono cuatro notables libros sobre los que
en su momento se publicaron reseñas en este mismo espacio: 98 segundos sin sombra, de Giovanna Rivero; Catre de fierro, de Alison Spedding; La desaparición del paisaje, de Maximiliano Barrientos y Los afectos, de Rodrigo Hasbún.
Todo esto para contextualizar e invitar a la reflexión.
Ahora cierro el apunte y voy al grano. Mar, hija de bolivianos en Venezuela
habla desde un futuro lejano sobre su último año en un colegio de curas recién
abierto a estudiantes mujeres. Narra su monótona vida junto a su madre y su
hermana y en ausencia de su padre, un boliviano que tras recalar en el exilio
caraqueño, regresó a Bolivia granjeándose para siempre el rencor de su hija que
nunca se guarda el resentimiento por el abandono.
Narra además la relación con Rafael/a, su íntimo amigo/a
transexual en permanente lucha por ser aceptado en una aún conservadora
sociedad ochentera, y su viaje a Bolivia, a casa de sus abuelos, como preámbulo
de un abrupto retorno familiar al país de origen.
Pero al margen de la trama principal, claramente El sonido de la H es una toma de postura
política, ideológica; un renegar abierto y contundente contra la izquierda -o
al menos cierta izquierda tradicional boliviana, latinoamericana que enfada a
la autora- y los ideales de las juventudes progresistas de las últimas décadas
del siglo pasado. Y claramente, es una novela con muchos ingredientes
autobiográficos, lo que explica en parte lo anterior.
Ojo, no hay que perder de vista, que cuando se quiere ser
políticamente correcto -o, en su caso, políticamente incorrecto- se cae, muchas
veces, en todo lo contrario.
Para escribir lo que podría llamarse literatura de posición
política o de contenido sociológico, hoy en día, ya no hace falta publicar
novelas panfletarias o poesía y cuentos tan comprometidos -o tan resistentes,
según el caso- con el régimen de turno, que subordinen lo estético, lo formal
al contenido descarado, directo. Eso, como se coincide en varios espacios de
debate sobre las letras bolivianas de los últimos años, es algo afortunadamente
ya superado.
En esta novela se despliegan, casi como cumpliendo a
cabalidad un recetario o manual, alegorías sobre el machismo: la abuela y la
madre de Mar sumisas ante el viejo anticuado patriarca y ante el
“revolucionario” soñador, respectivamente; clasismo: familias ilustradas y
progresistas con campesinos o cholos de servidumbre; violencia sexual:
recuerdos de experiencias de abuso deshonesto en la niñez de la protagonista;
feminicidio: el triste destino de la lavandera… a lo que se debe sumar una
crítica abierta al patrioterismo chauvinista, y una no tan velada reivindicación
del rol de la mujer.
Todo esto, hay que decirlo, con una destacable pericia
estilística y formal, pues si tiene una virtud El sonido de la H, es que no solo se deja leer fluidamente, sino
que incluso atrapa, provoca curiosidad e impaciencia por avanzar hacia algo que
finalmente –lástima- queda, sino trunco, no del todo resuelto: el desarrollo de
Mar como personaje central que narra en todo momento en primera persona y, que
desde el inicio muestra mucho potencial; su relación particular con su abuela,
lectora empedernida, ¿escritora frustrada?; y claro, la consolidación de otro
personaje fuerte, Rafael/a que merecía un mejor destino como personaje.
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