sábado, 8 de agosto de 2015

Reseña

Andanzas y desandanzas de
los gauchos bolivianistas

La novela Plato paceño (Plural), del periodista y escritor “argenbol” Alfredo Grieco y Bavio se presentará en la FIL La Paz. Con aires de picaresca andino-amazónica, el libro compone un friso que envuelve las derivas bolivianas de una pareja de argentinos.



Nicolás G. Recoaro 

Plato paceño es la primera novela que firma el escritor y periodista “argenbol” Alfredo Grieco y Bavio. Publicada por Plural Editores, la novela inicia una suerte de trilogía de vidas de gauchos en Bolivia, que ha de completarse con los títulos La sinrazón y Querido Alfredo.
Y basta la mención del plato paceño para empezar evocando uno de los manjares emblema del arte culinario boliviano: más precisamente, de la gastronomía de la gran ciudad sede de Gobierno. Esa delicia que en los populares “agachaditos” del hoyo paceño, sapientes caseras sirven sin descanso durante Alasitas.  
La novela narra las derivas bolivianas de Andrés y Macarena, una pareja de argentinos. Científicos sociales gauchos que pasan una larga temporada en la Bolivia del siglo XXI, gobernada por el triunfante Movimiento al Socialismo. Tiempos de un futuro inmediato, en que la academia argentina, y aun hemisférica y mundial, parece interesarse como nunca antes por el vecino país. “Ella iba a estudiar ‘Neocholas postbircholas: comercio, sociedad y mujeres empoderadas en El Alto’, él no tenía acuñado un título, pero buscaba talleres y migrantes aymaras en El Alto y su nexo con los talleristas en Argentina”.
Lejos de los grises y burocráticos becarios académicos, más cerca de los exploradores atentos y siempre despiertos, Andrés y Maca son miembros de una más joven generación de bolivianistas que viaja al altiplano o al oriente no ya para palpar los conflictos sociales más abigarrados del planeta, sino “para investigar, entender y explicarle al mundo, si fuera posible, el ‘milagro boliviano’, tras más de diez años del inexorablemente exitoso gobierno de Evo Morales”. Bolivia cambia.
Tan estilizados como lacónicos, y cultores de un finísimo buen humor, los 63 capítulos de Plato paceño van componiendo un friso con aires de una exquisita picaresca andino-amazónica, que envuelven la deriva de los gauchos en La Paz, Copacabana, el Titicaca, Sucre, Beni, los anillos cambas de la capital de Santa Cruz y aún más allá.
Como el plato paceño que combina, siempre en partes desiguales choclo, habas, papas, quesillo frito y algo de carne -sin olvidar el aporte de la ardiente llajwa-, en la novela de Grieco y Bavio alternan irónicas postales sobre el turismo académico y picantes frescos sobre las ricas contradicciones del “proceso de cambio”.
No faltan, siquiera, los ricos culebrones de mercado: “Mejor tienes que saber comprar, para cuando te cases. Aunque ella hará las compras, tendrás que vigilarla. Experiencia te falta, inocente sos, che”, le advierte una casera paceña al sociólogo gaucho durante uno de sus trabajos de campo.
Una variopinta galería de personajes acompaña a los todavía jóvenes bolivianistas en sus andanzas. Pedantes hippies de giro postal, sagaces cholas de feria, académicos primermundistas cultores de un pachamamismo  for export, encarnizados adictos al new age andino y hasta un tierno -tan joven y tan viejo- docente de lengua aymara que utiliza métodos didácticos más bien caseros.
Plato paceño es una novela firmada por un “argenbol” que traza puentes, pero que sobre todo dialoga con la obra de varios autores bolivianos, y también con representantes de la más renovadora literatura contemporánea de Bolivia, como los paceñísimos hermanos Loayza, la angloyungueña Spedding, y aun el cósmico Juan Pablo Piñeiro. Un plato paceño bien servido.

El dato
La presentación de la novela Plato paceño, con obvia ch’alla de honor, será el jueves 13 de agosto, en el marco de la Feria Internacional del Libro de La Paz. La cita será a las 20 horas en la sala Néstor Taboada Terán, y la presentarán Iván Bustillos, Alba María Paz Soldán, Pablo Quisbert, Ximena Soruco y Wilmer Urrelo Zárate. 
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Un capítulo de Plato paceño

Trabajo de campo
Si uno es joven y sin experiencia y va de compras en las calles que suben a El Alto, es tan distinto de ir al Mercado Lanza en el centro de La Paz como es distinta en Buenos Aires una verdulería en el barrio de Belgrano R de otra en Nueva Pompeya. Así lo quiso explicar después Andrés a Silvia, que se formaba una idea vaga, sin rasgos contrastivos, de los barrios porteños elegidos para el ejemplo de dos extremidades abruptas. Abrupta a su vez, Silvia lo resumió con más claridad a sus alumnos, sin explicar esto por lo otro:
-Lo prominente es que sea gaucho y esté ahí arriba.

En el mercado, los otros compradores y compradoras se interesaban por lo que elegía Andrés. No querían que lo engañaran. Le preguntaban:
-¿A qué ha venido? ¿Dónde trabaja? ¿Es una buena chamba? ¿Dónde está viviendo? ¿Cuánto le roban por el cuarto? ¡Yaaaaaaaaaaaaaaaa!

De acuerdo con las respuestas, opinan que los recién llegados ganan buen dinero, o que pagan de más por dormir donde no deben.

En la mañana de su relato a Silvia, Andrés se dio cuenta de que una mujer que cargaba la wawa en el awayo, una chola con una bolsa de coca -o lo que a él le pareció que era eso-, y un viejo muy delgado pero de carnes muy firmes se acercaron todos a la vez cuando la vendedora iba a pesar el queso criollo que había pedido.
-No le dé eso, quiere -dijo la chola-: ¿No ve que está mojado, como llovido, dónde lo has comprado, no son tuyas las cabras?
-Hijo, nunca dejes que te vendan eso -el hombre le tomó el brazo a Andrés, arriba del codo, y no lo soltaban sus dedos finos, cilíndricos, torneados. “Dedos como de pajero”, describió después a Macarena, que se sonrió mientras aprobaba con su pelo recién lavado con manzanilla silvestre.

Sin hablar, sin mirar, la vendedora retiró el queso. Lo había elegido Andrés. Lo remplazó por otro pedazo, que no chorreaba, en la balanza de pesos y contrapesos de metal dorado oscuro.

-No querés comer tanto, casero -la chola puso un dedo sobre el queso, para probar la consistencia-. ¿Para usted solito será?
Andrés asintió. Antes de que pudiera dar el sí:
-La mitad le pedirás, y después tu aumento.

Sin esperar a Andrés, pero sin mirar a la vendedora:
-Ya, la mitad dale, córtala ya. Bien, bien. Y después la yapita, case. ¿Es de una provincia argentina, no ve?
-Bueno, en realidad soy de Capital. ¿Conoce?
-Claro. Vendía empanadas a un restaurant en Palermo. Empanadas ‘Andinas’, las llamaban los gauchos. Pensé que de provincias eras, por el acento.
-Raro suena. No parece gaucho, parece español.
-Español no es, en Madrid viví.

-Mejor tienes que saber comprar, para cuando te cases. Aunque ella hará las compras, tendrás que vigilarla. Experiencia te falta, inocente sos, che.

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