sábado, 15 de agosto de 2015

Reseña

La nostalgia de lo futuro

Reseña de la obra con la que Rodrigo Urquiola ganó el Premio Marcelo Quiroga Santa Cruz. Una de las novedades de la FIL.


Ángela Mendoza Lemus 


Un objeto, una fotografía o una canción fácilmente son los elegidos para portar los recuerdos. Su existencia alberga un momento querido, invocado por nuestro deseo. Están también, junto a ellos, los otros recuerdos. El olor, el sonido, el sabor y el tacto son entes transgresores capaces de abrir un espacio infinito sin necesidad de ser deseados ni tener mediadores, porque simplemente habitan con -o dentro de- nosotros.
Sobre estos otros recuerdos habla El sonido de la muralla (Premio Marcelo Quiroga Santa Cruz, 2014; Kipus, 2015), de Rodrigo Urquiola Flores. La novela narra un suceso importante ocurrido durante la infancia de la protagonista, ella y su familia no pueden ingresar a su propia casa. Las llaves no funcionan y nadie los reconoce como dueños legítimos del inmueble. ¿Razones? Al parecer, el viaje que han realizado habría dejado la casa improductiva -no acogía a nadie- y, por tanto, cualquier otra persona podría haberla tomado para hacer valer su función.
Allí se funda el progresivo despojo de los personajes, no sólo de lo material -su casa y el dinero que llevaban consigo-, sino también de sí mismos. Ellos carecen de nombres propios, son tan solo Mamá, Papá y Hermano; incluso la voz narradora, quien es llamada por los demás la niña. Ella -con sus incansables búsquedas- intentará nombrar todo lo que la rodea, a los policías, a la laguna, al bebé recién nacido, al perro, a sus descubrimientos, a sus pesadillas. Pero no todo se puede -o se quiere- nombrar. El carnet de identidad de la mujer desconocida, el único objeto dentro la historia que define la pertenencia de un nombre a un rostro, es negado permanentemente.
Y es que la excusa de El sonido de la muralla es una casa usurpada para hablar del despojo, del espejismo de la posesión. La casa no detona un recuerdo, es el recuerdo. Un recuerdo ni feliz ni triste, sino urgente, que escapa a cualquier dominio. Se manifiesta otra perspectiva sobre la extranjería al resquebrajar la seguridad de la casa que se habita, de uno mismo y del lugar más poderoso: la memoria, aquel espacio infinito donde el tiempo no se rige por el reloj y es posible sentir nostalgia por lo futuro. En El sonido de la muralla, los recuerdos narran y la memoria delira como, en algún momento, la narración dice: "Repetirlo todo una y otra vez. Tiempo, buscar, tiempobuscar, buscartiempo, buscar, tiempo y nada. Y nada una y otra vez. Nada hasta nunca y nada hasta siempre”.


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