La nostalgia de lo futuro
Reseña de la obra con la que Rodrigo Urquiola ganó el Premio Marcelo Quiroga Santa Cruz. Una de las novedades de la FIL.
Ángela Mendoza Lemus
Un objeto, una fotografía o una canción fácilmente son los
elegidos para portar los recuerdos. Su existencia alberga un momento querido,
invocado por nuestro deseo. Están también, junto a ellos, los otros recuerdos.
El olor, el sonido, el sabor y el tacto son entes transgresores capaces de
abrir un espacio infinito sin necesidad de ser deseados ni tener mediadores,
porque simplemente habitan con -o dentro de- nosotros.
Sobre estos otros recuerdos habla El sonido de la muralla
(Premio Marcelo Quiroga Santa Cruz, 2014; Kipus, 2015), de Rodrigo Urquiola
Flores. La novela narra un suceso importante ocurrido durante la infancia de la
protagonista, ella y su familia no pueden ingresar a su propia casa. Las llaves
no funcionan y nadie los reconoce como dueños legítimos del inmueble. ¿Razones?
Al parecer, el viaje que han realizado habría dejado la casa improductiva -no
acogía a nadie- y, por tanto, cualquier otra persona podría haberla tomado para
hacer valer su función.
Allí se funda el progresivo despojo de los personajes, no
sólo de lo material -su casa y el dinero que llevaban consigo-, sino también de
sí mismos. Ellos carecen de nombres propios, son tan solo Mamá, Papá y Hermano;
incluso la voz narradora, quien es llamada por los demás la niña. Ella -con sus
incansables búsquedas- intentará nombrar todo lo que la rodea, a los policías,
a la laguna, al bebé recién nacido, al perro, a sus descubrimientos, a sus
pesadillas. Pero no todo se puede -o se quiere- nombrar. El carnet de identidad
de la mujer desconocida, el único objeto dentro la historia que define la
pertenencia de un nombre a un rostro, es negado permanentemente.
Y es que la excusa de El sonido de la muralla es una casa
usurpada para hablar del despojo, del espejismo de la posesión. La casa no
detona un recuerdo, es el recuerdo. Un recuerdo ni feliz ni triste, sino
urgente, que escapa a cualquier dominio. Se manifiesta otra perspectiva sobre
la extranjería al resquebrajar la seguridad de la casa que se habita, de uno
mismo y del lugar más poderoso: la memoria, aquel espacio infinito donde el
tiempo no se rige por el reloj y es posible sentir nostalgia por lo futuro. En
El sonido de la muralla, los recuerdos narran y la memoria delira como, en
algún momento, la narración dice: "Repetirlo todo una y otra vez. Tiempo,
buscar, tiempobuscar, buscartiempo, buscar, tiempo y nada. Y nada una y otra
vez. Nada hasta nunca y nada hasta siempre”.
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