sábado, 1 de agosto de 2015

Nota de apertura

Novela, cuento y poesía: escritores
bolivianos en un ejercicio introspectivo

Reproducimos una versión de la introducción del libro Haciendo mundo, compilación de las ponencias de las segundas Jornadas de Literatura Boliviana que con el tema “Oficio y género: el escritor frente a su obra y en el contexto nacional”, se efectuarán la próxima semana en la Feria Internacional del Libro de La Paz.



 Martín Zelaya Sánchez

“El mito contiene la energía primitiva de la creación artística, la voluntad de entender lo innombrable, pues siendo palabra no certificada construye una realidad verosímil. Entonces, en el mito he hallado el inicio de una reflexión del proceso poético, en tanto que, al igual que la poesía lanza, uno por uno, todos los átomos del mundo y hace mundo”.
Eso: crear, trascender -por un lado- pero sobre todo, responder a una necesidad vital a un impulso irreprimible y encontrar respuestas es lo que lleva en la mayoría de los casos a una persona al oficio poético -entiéndase al oficio literario en general-; es esta la esencia del escritor, la “energía primitiva”, como sostiene Montserrat Fernández en su ensayo incluido en este libro, que lo lleva a lanzarse de lleno en el inextricable universo de la palabra en procura -¡oh utopías, necesarias, infaltables!- de hacer mundo.
Haciendo mundo, como concepto, como término escogido para darle título a este libro, explica a cabalidad, creemos, el propósito general del mismo, y por consiguiente de las II Jornadas de Literatura Boliviana que este año tendrán como eje temático: “Oficio y género: el escritor frente a su obra y en el contexto nacional”.
Son 12 los trabajos compilados, las ponencias de cada uno de los invitados a las tres mesas de exposición que se efectuarán entre el 7 y 9 de agosto en el marco de la XX Feria Internacional del Libro de La Paz. Valga apuntar que de los cuatro panelistas por mesa, uno hará además de moderador y que aparte de aportar al debate, tendrá la encomienda de trazar una suerte de conclusión de lo expuesto por el resto.
Rosario Barahona, Claudio Ferrufino-Coqueugniot, Juan Pablo Piñeiro y Martín Zelaya, en novela; Benjamín Chávez, Montserrat Fernández, Emma Villazón y Alex Aillón, en poesía; Magela Baudoin, Aldo Medinaceli, Manuel Vargas y Mauricio Murillo, en cuento reflexionan sobre su género de preferencia y oficio, y comparten el historial y el sino de su reconocida vocación.
Mi obra y yo en el contexto nacional; búsquedas e inquietudes, costumbres, métodos y manías a la hora de crear; influencias e improntas; el género (su género) en el contexto nacional, y un diagnóstico-pronóstico del mismo en el presente y el futuro inmediato. Estas fueron algunas de las ideas que propusimos a los invitados a manera de provocar e inspirar sus trabajos, pero dándoles, eso sí, completa libertad para enfocar y abordar su ponencia de acuerdo a su perspectiva y deseo.
“La artimaña del novelista -escribe Ferrufino-Coqueugniot- y de ahí su posible eternidad está en hacer que el lector crea que el argumento es el suyo también, que se está escribiendo sobre él, lo cual no es de modo alguno cuestionable”. “Me interesa que los poemas sean interrupciones al lenguaje corriente; en realidad no concibo a la poesía si no perturba el lenguaje”, afirma Villazón. Y según Vargas, “todos somos cuentistas, todos tenemos el desafío de contar algo, atraer la atención y demostrar una verdad”.
Pero ¿por qué pedirle a un poeta, a un narrador que hable de sí mismo y, lo que es aún “peor”, que hable de su literatura, sus hábitos, manías, deseos e inquietudes? ¿No es esta, acaso, una responsabilidad de la crítica, la academia o, mejor, de los lectores?
Desde hace ya al menos un par de décadas es casi un lugar común afirmar que “Bolivia es un país de poetas”, pues no pocos autores -vates y narradores-, lectores y estudiosos coinciden en que los picos altos de nuestras letras en diferentes épocas siempre fueron los cultores del verso. Casi todo literato boliviano -poeta o narrador- desde la segunda mitad del siglo XX hasta hoy escribió alguna vez un cuento, o se dedica sostenida o esporádicamente a este género, según se puede evidenciar en un breve repaso a la bibliografía nacional de este periodo. (Muy recomendable para este propósito es Literatura y democracia (1983 – 2009), de Omar Rocha y Cleverth Cárdenas). Y por otro lado, cualquier editor o librero puede reafirmar sin dudas que la novela es sin discusión el género preferido por los lectores.
¿Es entonces Bolivia un país de poetas en el que se escribe más cuento y se lee más novela?
Reflexionar sobre ésta y las otras interrogantes arriba citadas fue el motor de las segundas Jornadas de Literatura Boliviana, una iniciativa de la Cámara Departamental del Libro de La Paz, que en este su segundo año, como en el primero, contó con el impulso de Raquel Montenegro, incansable propulsora del debate sobre las letras nacionales. Y es a partir de este camino avanzado que se sumó valiosamente la editorial 3600, a la cabeza de Marcel Ramírez que al igual que en 2014, se encargó de la publicación que recopila el invaluable aporte de nuestros escritores y literatos.
¿Cómo anda la literatura boliviana? Una pregunta tan simple y compleja a la vez, difícilmente podrá responderse satisfaciendo por completo a la diversidad de interesados. Ello, no obstante, no impide dar pasos en procura si no de respuestas al menos de pistas, de certezas y en ese afán creemos que las Jornadas de Literatura Bolivia y estas páginas que la sintetizan, son un pequeño pero sustancioso aporte.
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Novela
“Son los escritores los que a su manera se encargan de escribir no sobre Bolivia, ni de Bolivia, sino que escriben a Bolivia como tal, y entonces resta considerar a la nación misma como un serio y potente sujeto narrativo”, propone la chuquisaqueña Rosario Barahona, que en su trabajo incluido en este libro hace una completa recapitulación historicista de los orígenes, rutas y perspectivas de la novelística nacional.
Es difícil resistirse -a esta altura- a evocar a Milan Kundera que, en el acápite “Lo que solo la novela puede decir” de su libro El telón, escribe: “… porque la Historia, con sus movimientos, guerras, revoluciones y contrarrevoluciones, sus humillaciones nacionales, etcétera, no interesa al novelista como objeto para ser descrito, contado, explicado; el novelista no es un lacayo de los historiadores; si la Historia lo fascina es porque para él es como un foco que gira alrededor de la existencia humana y que ilumina las desconocidas e inesperadas posibilidades que, cuando la Historia está inmóvil, no se realizan, permanecen invisibles y desconocidas”.
Reflexionando sobre este género, escribe Ferrufino: “Flaubert decía que el artista para permanecer debe hacer creer a la posteridad que nunca ha existido. Proust, adentrándose más en la creación de la novela, y señalando a En busca del tiempo perdido, aseveraba que todo lo que contenían sus páginas era ficción, a pesar de que sabemos que el libro está indisolublemente ligado a su vida. La artimaña del novelista, y de ahí su posible eternidad, está en hacer que el lector crea que el argumento es el suyo también, que se está escribiendo sobre él, lo cual no es de modo alguno cuestionable”.
Y finalmente, Juan Pablo Piñeiro opina que solo cuando se entienda que es el territorio, y no el paisaje, el que marca y determina a la novela boliviana, y que “en lo profundo de cada idioma de nuestro país exista una manera de ver el mundo y de expresarlo”, solo entonces llegará la gran novela de Bolivia.

Poesía
El poeta -señala Kundera, recordando a Hegel- otorga la palabra a su mundo interior para despertar así en sus oyentes los sentimientos, los estados de ánimo que están en él.
¿Cómo disentir de los conceptos básicos, del quid del arte poético… o cómo refrendarlos, teorizarlos? Quizás abunden y varíen enfoques, tonos, consideraciones, pero la abstracción de la poesía se hace (la hace) intangible, de tan obvia e inalcanzable a la vez.
“Siento que la poesía es una dádiva, un don generosísimo y muy preciado. Leerla, un acto de gratificación. La poesía es un diálogo genuino y profundo entre lo que somos o buscamos ser y lo que nos rodea”, reflexiona Benjamín Chávez.
Y Emma Villazón no tiene dudas: “me inclino por esa poesía que, en vez de tener búsquedas, “sabe oír”, como un chamán o un yatiri sabe oír el caudal de sucesos sociales e individuales que lo rodean y que todavía no tienen nombre”.
Al referirse a los tres poetas invitados a ensayar su visión del género y autoexaminarse de paso, Alex Aillón evidencia: “los tres son parte de un gran abanico que habita el parque humano de la zoología poética nacional donde cohabitamos personajes, visiones, lenguajes, prácticas que penetran la poesía, mientras la poesía penetra la vida”.

Cuento
En su ensayo Nuevas tesis sobre el cuento, cita Ricardo Piglia a Borges y afirma que para el autor de El Aleph el arte de narrar gira sobre un doble vínculo: “oír un relato que se pueda escribir, escribir un relato que se pueda contar en voz alta”.
No cabe duda que Borges es uno de los grandes cuentistas de todos los tiempos, y que además pocos como él reflexionaron con tanta lucidez sobre la literatura. Y a tono con esta escueta pero definitiva lectura del género de la narración breve, vienen las reflexiones de los panelistas invitados a desmenuzarlo.
Rememorando sus primeros años como autor, cuando empezó a ejercer dominio sobre los secretos del cuento, Manuel Vargas comenta: “había que escribir cuentos, traducir los cuentos vividos y escuchados, que entran por todo el cuerpo, a la escritura, que entra por los ojos del solitario lector”.
En perfecta concatenación, Aldo Medinaceli agrega: “pienso que algo así ocurre con las buenas historias: parece que siempre hubieran estado allí. Y que nosotros solamente las recordáramos desde una etapa inmemorial, o con apenas la capacidad de memorizar, como aquellos varios cuentos que escuchábamos de niños que muchos ya hemos olvidado”.
Magela Baudoin, para quien el relato debe irse más a lo concreto, a lo tangible, que a lo abstracto, está convencida de que “narrar es mostrar”, y considera que “los misterios de un buen cuento están cifrados, no como enigmas recónditos, sino usualmente como detalles a primera vista insignificantes; dispuestos casi al olvido”.
Por todas estas remarcadas características que hacen a su desarrollo como género, Mauricio Murillo concluye: “el cuento moderno ha formado parte, desde que se inicia, de la cotidianidad de la humanidad”.


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