Novela, cuento y poesía: escritores
bolivianos en un
ejercicio introspectivo
Reproducimos una versión de la introducción del libro Haciendo mundo, compilación de las ponencias de las segundas Jornadas de Literatura Boliviana que con el tema “Oficio y género: el escritor frente a su obra y en el contexto nacional”, se efectuarán la próxima semana en la Feria Internacional del Libro de La Paz.
Martín Zelaya Sánchez
“El mito contiene la energía primitiva de la creación
artística, la voluntad de entender lo innombrable, pues siendo palabra no
certificada construye una realidad verosímil. Entonces, en el mito he hallado
el inicio de una reflexión del proceso poético, en tanto que, al igual que la
poesía lanza, uno por uno, todos los átomos del mundo y hace mundo”.
Eso: crear, trascender -por un lado- pero sobre todo,
responder a una necesidad vital a un impulso irreprimible y encontrar
respuestas es lo que lleva en la mayoría de los casos a una persona al oficio
poético -entiéndase al oficio literario en general-; es esta la esencia del
escritor, la “energía primitiva”, como sostiene Montserrat Fernández en su
ensayo incluido en este libro, que lo lleva a lanzarse de lleno en el
inextricable universo de la palabra en procura -¡oh utopías, necesarias,
infaltables!- de hacer mundo.
Haciendo mundo, como
concepto, como término escogido para darle título a este libro, explica a
cabalidad, creemos, el propósito general del mismo, y por consiguiente de las
II Jornadas de Literatura Boliviana que este año tendrán como eje temático: “Oficio
y género: el escritor frente a su obra y en el contexto nacional”.
Son 12 los trabajos compilados, las ponencias de cada uno de
los invitados a las tres mesas de exposición que se efectuarán entre el 7 y 9
de agosto en el marco de la XX Feria Internacional del Libro de La Paz. Valga
apuntar que de los cuatro panelistas por mesa, uno hará además de moderador y
que aparte de aportar al debate, tendrá la encomienda de trazar una suerte de
conclusión de lo expuesto por el resto.
Rosario Barahona, Claudio Ferrufino-Coqueugniot, Juan Pablo
Piñeiro y Martín Zelaya, en novela; Benjamín Chávez, Montserrat Fernández, Emma
Villazón y Alex Aillón, en poesía; Magela Baudoin, Aldo Medinaceli, Manuel
Vargas y Mauricio Murillo, en cuento reflexionan sobre su género de preferencia
y oficio, y comparten el historial y el sino de su reconocida vocación.
Mi obra y yo en el contexto nacional; búsquedas e
inquietudes, costumbres, métodos y manías a la hora de crear; influencias e
improntas; el género (su género) en el contexto nacional, y un diagnóstico-pronóstico
del mismo en el presente y el futuro inmediato. Estas fueron algunas de las
ideas que propusimos a los invitados a manera de provocar e inspirar sus
trabajos, pero dándoles, eso sí, completa libertad para enfocar y abordar su
ponencia de acuerdo a su perspectiva y deseo.
“La artimaña del novelista -escribe Ferrufino-Coqueugniot- y
de ahí su posible eternidad está en hacer que el lector crea que el argumento
es el suyo también, que se está escribiendo sobre él, lo cual no es de modo
alguno cuestionable”. “Me interesa que los poemas sean interrupciones al
lenguaje corriente; en realidad no concibo a la poesía si no perturba el
lenguaje”, afirma Villazón. Y según Vargas, “todos somos cuentistas, todos
tenemos el desafío de contar algo, atraer la atención y demostrar una verdad”.
Pero ¿por qué pedirle a un poeta, a un narrador que hable de
sí mismo y, lo que es aún “peor”, que hable de su literatura, sus hábitos,
manías, deseos e inquietudes? ¿No es esta, acaso, una responsabilidad de la crítica,
la academia o, mejor, de los lectores?
Desde hace ya al menos un par de décadas es casi un lugar
común afirmar que “Bolivia es un país de poetas”, pues no pocos autores -vates
y narradores-, lectores y estudiosos coinciden en que los picos altos de
nuestras letras en diferentes épocas siempre fueron los cultores del verso. Casi
todo literato boliviano -poeta o narrador- desde la segunda mitad del siglo XX
hasta hoy escribió alguna vez un cuento, o se dedica sostenida o esporádicamente
a este género, según se puede evidenciar en un breve repaso a la bibliografía
nacional de este periodo. (Muy recomendable para este propósito es Literatura y democracia (1983 – 2009),
de Omar Rocha y Cleverth Cárdenas). Y por otro lado, cualquier editor o librero
puede reafirmar sin dudas que la novela es sin discusión el género preferido
por los lectores.
¿Es entonces Bolivia un país de poetas en el que se escribe
más cuento y se lee más novela?
Reflexionar sobre ésta y las otras interrogantes arriba citadas
fue el motor de las segundas Jornadas de Literatura Boliviana, una iniciativa
de la Cámara Departamental del Libro de La Paz, que en este su segundo año,
como en el primero, contó con el impulso de Raquel Montenegro, incansable
propulsora del debate sobre las letras nacionales. Y es a partir de este camino
avanzado que se sumó valiosamente la editorial 3600, a la cabeza de Marcel
Ramírez que al igual que en 2014, se encargó de la publicación que recopila el
invaluable aporte de nuestros escritores y literatos.
¿Cómo anda la literatura boliviana? Una pregunta tan simple
y compleja a la vez, difícilmente podrá responderse satisfaciendo por completo
a la diversidad de interesados. Ello, no obstante, no impide dar pasos en
procura si no de respuestas al menos de pistas, de certezas y en ese afán
creemos que las Jornadas de Literatura Bolivia y estas páginas que la
sintetizan, son un pequeño pero sustancioso aporte.
--
Novela
“Son los escritores los que a su manera se encargan de
escribir no sobre Bolivia, ni de Bolivia, sino que escriben a Bolivia como tal,
y entonces resta considerar a la nación misma como un serio y potente sujeto
narrativo”, propone la chuquisaqueña Rosario Barahona, que en su trabajo
incluido en este libro hace una completa recapitulación historicista de los
orígenes, rutas y perspectivas de la novelística nacional.
Es difícil resistirse -a esta altura- a evocar a Milan
Kundera que, en el acápite “Lo que solo la novela puede decir” de su libro El telón, escribe: “… porque la
Historia, con sus movimientos, guerras, revoluciones y contrarrevoluciones, sus
humillaciones nacionales, etcétera, no interesa al novelista como objeto para
ser descrito, contado, explicado; el novelista no es un lacayo de los
historiadores; si la Historia lo fascina es porque para él es como un foco que
gira alrededor de la existencia humana y que ilumina las desconocidas e
inesperadas posibilidades que, cuando la Historia está inmóvil, no se realizan,
permanecen invisibles y desconocidas”.
Reflexionando sobre este género, escribe Ferrufino:
“Flaubert decía que el artista para permanecer debe hacer creer a la posteridad
que nunca ha existido. Proust, adentrándose más en la creación de la novela, y
señalando a En busca del tiempo perdido,
aseveraba que todo lo que contenían sus páginas era ficción, a pesar de que
sabemos que el libro está indisolublemente ligado a su vida. La artimaña del
novelista, y de ahí su posible eternidad, está en hacer que el lector crea que
el argumento es el suyo también, que se está escribiendo sobre él, lo cual no
es de modo alguno cuestionable”.
Y finalmente, Juan Pablo Piñeiro opina que solo cuando se
entienda que es el territorio, y no el paisaje, el que marca y determina a la
novela boliviana, y que “en lo profundo de cada idioma de nuestro país exista una
manera de ver el mundo y de expresarlo”, solo entonces llegará la gran novela
de Bolivia.
Poesía
El poeta -señala Kundera, recordando a Hegel- otorga la
palabra a su mundo interior para despertar así en sus oyentes los sentimientos,
los estados de ánimo que están en él.
¿Cómo disentir de los conceptos básicos, del quid del arte
poético… o cómo refrendarlos, teorizarlos? Quizás abunden y varíen enfoques,
tonos, consideraciones, pero la abstracción de la poesía se hace (la hace)
intangible, de tan obvia e inalcanzable a la vez.
“Siento que la poesía es una dádiva, un don generosísimo y
muy preciado. Leerla, un acto de gratificación. La poesía es un diálogo genuino
y profundo entre lo que somos o buscamos ser y lo que nos rodea”, reflexiona
Benjamín Chávez.
Y Emma Villazón no tiene dudas: “me inclino por esa poesía
que, en vez de tener búsquedas, “sabe oír”, como un chamán o un yatiri sabe oír
el caudal de sucesos sociales e individuales que lo rodean y que todavía no
tienen nombre”.
Al referirse a los tres poetas invitados a ensayar su visión
del género y autoexaminarse de paso, Alex Aillón evidencia: “los tres son parte
de un gran abanico que habita el parque humano de la zoología poética nacional
donde cohabitamos personajes, visiones, lenguajes, prácticas que penetran la
poesía, mientras la poesía penetra la vida”.
Cuento
En su ensayo Nuevas
tesis sobre el cuento, cita Ricardo Piglia a Borges y afirma que para el
autor de El Aleph el arte de narrar
gira sobre un doble vínculo: “oír un relato que se pueda escribir, escribir un
relato que se pueda contar en voz alta”.
No cabe duda que Borges es uno de los grandes cuentistas de
todos los tiempos, y que además pocos como él reflexionaron con tanta lucidez
sobre la literatura. Y a tono con esta escueta pero definitiva lectura del
género de la narración breve, vienen las reflexiones de los panelistas
invitados a desmenuzarlo.
Rememorando sus primeros años como autor, cuando
empezó a ejercer dominio sobre los secretos del cuento, Manuel Vargas comenta:
“había que escribir cuentos, traducir los cuentos vividos y escuchados, que
entran por todo el cuerpo, a la escritura, que entra por los ojos del solitario
lector”.
En perfecta concatenación, Aldo Medinaceli agrega: “pienso
que algo así ocurre con las buenas historias: parece que siempre hubieran
estado allí. Y que nosotros solamente las recordáramos desde una etapa
inmemorial, o con apenas la capacidad de memorizar, como aquellos varios
cuentos que escuchábamos de niños que muchos ya hemos olvidado”.
Magela Baudoin, para quien el relato debe irse más a lo
concreto, a lo tangible, que a lo abstracto, está convencida de que “narrar es
mostrar”, y considera que “los
misterios de un buen cuento están cifrados, no como enigmas recónditos, sino
usualmente como detalles a primera vista insignificantes; dispuestos casi al
olvido”.
Por todas estas remarcadas características que hacen a su
desarrollo como género, Mauricio Murillo concluye: “el cuento moderno ha formado parte, desde que se
inicia, de la cotidianidad de la humanidad”.
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