Reproducimos la ponencia que la poeta Emma Villazón escribió para las II Jornadas de Literatura Boliviana. Ella participó en la mesa "Yo poeta y la poesía en Bolivia", el pasado sábado 8. Se trata de un agudo análisis introspectivo de su ser poético y de paso, de la situación actual de la poesía en Bolivia.
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La poesía de ayer y hoy en Bolivia
Emma Villazón
Tremendo
desafío es hablar de poesía, y más aún de lo que uno escribe, por lo que
intentaré hacerlo con sinceridad, y asumiendo la dificultad que acarrea este
esfuerzo por desdoblarme.
A
la pregunta por si tengo búsquedas y metas a la hora de crear, pues me interesa
más pensar estas búsquedas como “inquietudes” que llegan a través de la
experiencia vital. Ninguno de mis libros fue planificado como un proyecto con
una misión y objetivos, los poemas aparecieron como una respuesta a un
acontecimiento que se transformó en una inquietud, y me interpeló durante un
buen tiempo.
De
manera que primero llegó la inquietud, y luego el poema debió saber responder a
eso. Digo “debió saber responder”, aunque obviamente no creo que los poemas
respondan de manera definitiva a un acontecimiento crucial en nuestras vidas.
Así,
con el primer libro, fábulas de una caída
(2007), primero apareció un poema en el cual reconocí una voz que hablaba
muy fuerte y que debía seguirla, darle atención y escuchar sus resonancias, que
se convirtieron en otros poemas. Ahora que veo a la distancia ese proceso, creo
que mi escritura pasó primero por el momento de oír una determinada inquietud,
y luego por intentar responderla. Por lo que saber oír, sopesar a ciegas una
inquietud oscura, una que no tiene una fácil respuesta, eso me parece muy importante.
Es decir, me inclino por esa poesía que, en vez de tener búsquedas, “sabe oír”
como un chamán o un yatiri el caudal de sucesos sociales e individuales que lo
rodean y que todavía no tienen nombre.
En
otras palabras, ese saber oír tiene que ver con la actitud de receptividad del
poeta, con la capacidad de dejarse afectar por todo lo que le llega a través de
su existencia. Porque, para decirlo en unos versos, “la página del vacío
aparente viene escrita/ solo hay que tactar” (Elvira Hernández). Quisiera,
humildemente, poder tactar esas escrituras que me llegaron.
Siguiendo
esta idea, cambiaría también el término “meta” por el de “deseo”, puesto que
solo si hay carrera o proyecto, hay meta. A falta de “meta”, mi “deseo” es escribir
poniendo atención en lo que veo, en lo que pasa alrededor y fuera de las
fronteras, y también en lo que pasó o no pudo pasar. También quisiera recuperar
el valor que tiene el acto de decir, el hecho de tomar la palabra para darla
para todos. Me gustaría poder aunar la importancia de decir ciertas cosas con
una conciencia bien despierta sobre cómo decirlas. Y sobre este “cómo decir”, me
interesa que los poemas sean interrupciones al lenguaje corriente; en realidad
no concibo a la poesía si no perturba el lenguaje, si no es capaz de, como
decía Octavio Paz, constituirse en una “otra voz” que desarme los sentidos
convencionales sobre el mundo, como un acto violento y de resistencia. He ahí
la potencia de la poesía, en la capacidad que tiene para irrumpir entre la
cháchara y poner en tensión el mundo que recibimos desde el lenguaje.
A
la hora de escribir no tengo métodos ni costumbres, quizás “manías” sea la
palabra, y en realidad es solo una. Durante un largo tiempo, escribí a lápiz en
cuadernos, que llenaba también con citas de poetas y garabatos, porque el papel
me parecía el soporte más tolerante al largo tiempo que dedicaba a escribir y a
la intimidad del acto. Escribir en la computadora me parecía un acto
despersonalizado, donde el poema debía resolverse pronto. Con el tiempo, cuando
algunos poemas se dieron con la computadora, descubrí que prefería el papel
porque con él había escrito poemas que me gustaban, es decir, había hecho de este
mi amuleto de la buena suerte. Ahora comprendo que los poemas se dan de manera
misteriosa, generalmente aparecen en el papel, a veces en la computadora, no se
puede predecir su aparición, solo esperarlos.
Sobre
mis autores preferidos, leo con pasión a Blanca Wiethüchter, Jaime Saenz, Jesús
Urzagasti y Arturo Borda, especialmente reconozco a estos tres últimos porque
cada uno no solo llegó a crear un mundo único con su obra, sino que también dejó
una reflexión valiosa sobre la poesía. También debo a la revista y editorial La
Mariposa Mundial, que sigo desde hace años, por los raros escritores y textos
que nos ha presentado, y lo sigue haciendo.
Fuera
de Bolivia, he considerado como mis maestras y maestros en diferentes épocas a
Alejandra Pizarnik, Sylvia Plath, Emily Dickinson, Clarice Lispector, Marosa di
Giorgio, Susana Thénon, Sharon Olds, Fernando Pessoa, Paul Celan, César
Vallejo, Humberto Díaz-Casanueva, Leónidas Lamborghini, J. Guimarães Rosa y
Héctor Viel Temperley. Y entre esa tribu salvaje, me siento especialmente
marcada por la poeta rusa Marina Tsvietáieva, quien sería la luminaria de ese
grupo. Tres poemas mayores,
traducidos por Severo Sarduy; Cartas del
verano de 1926, la correspondencia entre ella, Rilke y Pasternak; Mi Pushkin, Noches florentinas, Cartas a una amazona y El poeta y el tiempo son joyas poéticas inolvidables
para mí. Si hay una voz poética que se disuelve en un mar que golpea con una música
imponente, wagneriana, pero a la vez quebrada por unos guiones constantes, y con
una honda sabiduría, esa es la voz de mi
Marina. Frente a estos maestros, me es difícil señalar cuál ejerce influencia práctica
en mi escritura, yo los veo como estrellas inalcanzables… Los lectores
dirán.
Con
respecto a la historia y la actualidad poética en Bolivia, si es que hubo
alguna vez una “época dorada”, entendida como aquella en la que escribieron
varios poetas una obra destacada, quizás esta podría ser la década del 30 al 40
del siglo XX, periodo en el que escriben Ricardo Jaimes Freyre, Gregorio
Reynolds, Franz Tamayo, Arturo Borda, Hilda Mundy, Raúl Otero Reiche, y también
un Gamaliel Churata, que comparte lecturas y escrituras en tierra boliviana por
entonces.
Ese
periodo me parece fructífero e interesante, pues se da una conjunción entre la
efervescencia de las ideas políticas de izquierda con las estéticas del modernismo,
el vanguardismo y cierta reformulación del modernismo desde una veta indígena andina
con Churata. No obstante, también se podría hablar de otro periodo interesante:
el de las décadas del 50 al 80, con Jaime Saenz, Oscar Cerruto, Edmundo Camargo
y Blanca Wiethüchter.
Pero
creo que pensar en una época dorada es complicado, porque puede introducir la
nostalgia por una época pasada mejor que la presente, y además genera la idea
de que a cada época le corresponde su poeta, lo cual puede crear pugnas entre
el viejo poeta y el poeta contemporáneo. Por ejemplo, en nuestro caso, podría
plantearse que algunos lectores prefieran a Ricardo Jaimes Freyre en vez de a
Saenz, o al revés, que algunos sean adoradores de Saenz, y vean en él al gran
poeta, y por tanto, rechacen la poesía modernista. O también puede darse que
algunos poetas, en una actitud de autodefensa de su propia obra, se propongan
matar a sus antecesores, por ejemplo, a Saenz. Pero ¿son realmente auténticas
estas luchas? Responderé siguiendo a Marina Tsvietáieva cuando ella lee la
pugna entre el viejo Pushkin y el moderno Maiakovsky:
La
afirmación “Amo la poesía, pero no la poesía contemporánea” y su opuesta “Amo
la poesía, pero solo la poesía contemporánea” son equivalentes, es decir, valen
poco -nada. Nadie (…) que ame la poesía hablaría así, nadie que ame verdaderamente
la poesía destruirá las obras auténticas de ayer -y de siempre- en beneficio de aquello que
hoy es auténtico (…). Quien ama solo
una cosa no ama nada. Pushkin y Maiakovsky habrían sido amigos, se han hecho
amigos, y en realidad nunca estuvieron en desacuerdo. Las partes inferiores son
hostiles, las cimas siempre concuerdan. “Bajo el cielo hay lugar suficiente
para todos” -esto lo saben mejor que
nadie las montañas[1].
Siguiendo
a Tsvietáieva, no es que a cada época le corresponda su poeta, los grandes
poetas sobrepasan su época, están más allá de su época. En este sentido, no es
que ayer hubiésemos tenido grandes poetas, los tenemos desde entonces y para
siempre. Un gran poeta es para siempre. Por lo que cuando veo que algunos
amigos poetas detestan a Saenz como si fuera una gran sombra sobre ellos, creo
que lo que hay que hacer, si es que amamos realmente la poesía, es leer a Saenz
con fervor, amar sus palabras, robarle lo mejor de él, y quemar los monumentos
que se le hagan. Lo mismo con Cerruto y Jaimes Freyre.
De
manera que ante la pregunta por la época dorada, creo sin más en que nuestros
grandes poetas nos acompañarán por un largo tiempo.
Con
respecto a la poesía que se escribe hoy en Bolivia, noto un incremento de
lecturas poéticas que hace algunos años no se daba; por lo demás, hay que
reconocer que estas surgen por temporada. En La Paz conozco las lecturas “Escándalo
en tu barca” organizadas por Adriana Lanza; en Cochabamba, están las del Café
Kafka, y en Santa Cruz, están las que se organiza en La Calleja, y las lecturas
organizadas en la Feria del Libro de la ciudad. En Cochabamba, están las
editoriales Género Aburrido y Yerba Mala Cartonera que publican poesía, además
está el taller de poesía que dirige hace años el poeta chileno Juan Malebrán,
el cual es una gran motivación para muchos chicos. Sin lugar a dudas, este
aumento de lecturas públicas es positivo, compartir la poesía de manera pública
siempre es necesario y será bien recibido.
En
este panorama, que sigo a la distancia a través del periódico, las redes
sociales y de los libros que publican los autores, veo dos aspectos no tan
positivos que me parece necesario resaltar:
1. La falta de
crítica sobre lo que se publica en poesía. Si bien las
lecturas abiertas son una celebración de la poesía, no concuerdo en que se haga
pasar cualquier texto como poesía, ni tampoco en que ser poeta signifique
apelar a una fraternidad que lo que busca únicamente es establecer lazos de
puro afecto con otros poetas con el único fin de proteger o difundir la propia
obra. En este caso, en vez de “fraternidad” lo que se da es una suerte de
complicidad y temor entre los mismos poetas para hacer lecturas auténticas
sobre la obra del otro. Y no quiero que se entienda esto en un tono de
enemistad hacia nadie. Pero justamente lo que esperaría de la amistad entre
poetas es la honestidad -brutal, para decirlo con Calamaro. Por ejemplo, me
llamó la atención en la última Feria del Libro de Santa Cruz que los
organizadores solo hubiesen propuesto un coloquio sobre la narrativa nacional,
pero no sobre la poesía que se está escribiendo en la ciudad y en el país. De
manera que lo que más veo son lecturas públicas de poesía, y pocos espacios
donde nos detengamos a conversar sobre la poesía que leemos y escribimos.
2. La aparición
de dos discursos: uno, la poesía de la certidumbre; y dos, la defensa de
poesías marcadas por una identidad regional.
Sobre
el primer discurso, el de la “poesía de la certidumbre”, que surge con la
antología Poesía ante la incertidumbre (2011),
publicada por la editorial Visor, y que resulta una continuación de la
tendencia española de la poesía de la experiencia, en 2013 esta amplía el
número de sus poetas y se reedita en Bolivia. Con respecto a este proyecto,
Rubén Vargas se refirió al mismo en un agudo artículo periodístico titulado
“Poetas piden que paren todas las incertidumbres”, y señaló el problema de este
discurso al pretender instalar ese viejo y falso dilema con respecto a la
legibilidad y comprensibilidad en la poesía como un valor determinante y
relacionado con la luz, frente a su opuesto malvado o negativo, que sería el de
la ilegibilidad u oscuridad. Vargas dice sobre esto:
¿Cuál
es la poesía de la certidumbre? Para los nuevos poetas, la poesía 1) tiene que
emocionar; y 2) tiene que ser perfectamente entendible. Todo el resto -todo el
inmenso resto en el que caben Góngora y Lezama Lima, Shakespeare y Octavio Paz,
José Ángel Valente y Jaime Saenz, Antonio Gamoneda y tantos navegantes de la
incertidumbre- son proyectos literarios que “fracasaron estrepitosamente”,
“barroquismo gratuito”, “frivolidad de la moda literaria”, “juegos de estilo (…).
Sostener
que la poesía debe emocionar es una obviedad, aunque sospecho también una
negligencia: el chato realismo que practican los poetas de la certidumbre es
resultado de una confusión: no pueden distinguir las palabras de las cosas. Que
la poesía debe ser perfectamente entendible es una ingenuidad o una necedad.
Una ingenuidad si se supone que la inteligibilidad de un poema es la misma que
la de una noticia de periódico o de un memorándum de felicitación[2].
El
problema con este discurso es que muchos poetas jóvenes y mayores han caído en
la idea de que la poesía se debe escribir de manera clara para llegar a los
lectores, lo cual los lleva a defender un simplismo en la escritura que no solo
daña a la poesía, sino que subestima a los lectores, como si estos fueran una
masa ignorante a la que hay que entregar un texto con significados claros y
unívocos.
Sobre
el segundo discurso, el de la defensa de una categorización de la poesía a
partir de las identidades regionales del país, es un tema complejo, pero creo
que merece que nos detengamos un momento. Primero, ¿es posible hablar de una
poesía boliviana?, ¿qué rasgos comunes tiene esta además del lugar de
nacimiento de los poetas?, y, en segundo lugar, ¿existe una poesía cruceña,
paceña, etc.?, y ¿por qué nadie reclama la poesía pandina? Personalmente, creo
que lo que hay en algunos departamentos es el intento de construir estas
categorías como un deseo de visibilizar a unos autores en el ámbito nacional, y
que ante la imposibilidad de concebir una esencia para los corpus de esas
categorías, quienes enuncian estos discursos tarde o temprano caen en el error
de atribuir a las escrituras los añejos estereotipos que existen sobre las
regiones. Estos desaciertos se vieron, por ejemplo, en el prólogo a la
antología Poesía del siglo XX en Bolivia,
a cargo de Homero Carvalho.
Y
por último, con respecto a una pregunta que me hacen por ¿cuáles serían las
esperanzas de la poesía en Bolivia? Me parece un poco chistoso referirme a las esperanzas,
como si estuviéramos viviendo una catástrofe poética. Lo que puedo decir es que
he disfrutado y disfruto mucho leyendo a poetas jóvenes que poco a poco se dan
a conocer, como Giovanni Bello, Pablo César Espinoza y su Cantar, llorar, reír (2011), Iris Kiya, por el tono atrevido y el juego
con la voz masculina, y Milenka Torrico, por el trabajo con la histeria
femenina. Creo que en ellos germina algo potente y desestabilizador de lo que
circula hoy.
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