La Feria del Libro
La primera Feria del Libro de La Paz y la poco conocida pre-historia de Juan Pablo Piñeiro escritor.
Juan
Pablo Piñeiro
Me
parece que fue en octubre o en noviembre de 1996 cuando se llevó a cabo la
primera Feria Internacional del Libro de La Paz. Me acuerdo bien. La hicieron
en el Círculo Aeronáutico de Los Pinos.
Y
si digo que me acuerdo bien es porque me emocionó asistir a esa feria. Yo tenía
15 años y quería ser escritor. En verdad, según yo, ya lo era, pues durante
tres meses escribí mi primer libro, si es que lo podemos llamar así. Se llamaba
Mi pequeña parte y constaba de 12 capítulos distribuidos en 60
páginas. En el prólogo se hablaba del sol, de la luna y de los charcos. Lamentablemente
en un tono didáctico que rozaba los límites de la llamada literatura de
autoyuda.
Eso
no significa que aquel pecado de adolescencia no haya tenido algunos capítulos
un tanto extraños, como el que contaba el encuentro del narrador con un viejo
en la selva, un viejo que tenía enjaulado a un pájaro invisible, o el capítulo
en que a partir de una sucesión de colores se guiaba al lector por las
profundidades interiores de quién sabe quién. Lo demás gracias a Dios no lo
recuerdo.
De
todas maneras entre y chiste y chiste se perdieron las tres copias que imprimí.
La primera copia la hice justamente para la Feria del Libro. La puse en un
sobre manila y escribí el título con marcador. Quería que me den unos consejos
de escritura o quizás simplemente quería que me dijeran: “bien chango, de tan
joven escribes”. A esa edad la vanidad no se disimula.
La
cosa es que ni corto ni perezoso convoqué a un amigo metalero que vivía
justamente en Los Pinos y nos fuimos a la primera Feria del Libro. El invitado
internacional era nada más y nada menos que J.J. Benítez. Y me parece que no
tuvieron que traerlo porque este señor ya estaba en tierra boliviana. Andaba
tras una pista que le había dado un periodista del diario La Patria en Oruro en
la que se afirmaba que en una población cercana al Salar de Uyuni habrían
aparecido unos hombrecillos en sillas voladoras y que mataron con inyecciones a
35 ovejas.
Este
evento fue fundamental para los Ummitas y para todos los interesados en el
planeta Ummo, como escribiría un tiempo después Benítez. Así que como estaba
por aquí, metido en sus cosas, debe haber sido contactado para llegar a la
primera Feria del Libro.
Yo
no sabía nada de este señor, y tampoco lo había leído. En verdad nunca lo leí.
Mi papá sabía quién era, me dijo: “es uno que dice que Jesucristo es
extraterrestre”. A mí eso no me importó quizás porque este señor Benítez era el
invitado principal. Por algo sería. Resulta que le pusieron una pequeña mesa en
el segundo piso para que la gente hiciera cola y hablará con él.
Mi
amigo metalero y yo nos pusimos en la fila. Debo confesar que estaba muy
nervioso. La gente de la fila en general llevaba sobres manilas como yo, así
que me sentí más relajado. Ahora me doy cuenta de que estaba rodeado de ufólogos
y platillistas de toda índole.
Después
de esperar un buen rato, al fin me tocó dialogar con el escritor. Le conté que
ese era mi primer libro y que quería que lo lea para que me dé una opinión. Por
mí se lo leía sobre el pucho. En cambio Benítez me miró sin mucho interés. Y
ahora lo entiendo, no tenía mucho sentido lo que le estaba pidiendo. En ese
tiempo yo no conocía a nadie con correo electrónico, así que no había forma de
que me mande un comentario, ya que no creo que se hubiera tomado la molestia de
mandarme una carta. De alguna manera yo pensaba que el invitado podía leer el libro ahí mismo. Por eso saqué
la copia del sobre y se la mostré. Benítez me paró el carro de entrada y me
dijo que era mejor que me guarde la copia para mí y que necesitaba trabajar
mucho. No me quiso dar ni un consejo más, gracias a Dios. Y ese día aprendí que
los consejos buenos no solamente son los que a uno le dan sino también los que
a uno no le dan.
Después
la feria fue creciendo y cambiando de lugar. Era una temporada del año que yo
siempre esperaba con ilusión hasta que publiqué mi primera novela. La publiqué
sin editorial y la distribuí yo mismo en las librerías de la ciudad. Por eso
según yo, la encontraría en distintos stands.
Nunca
la encontré. Después supe que la Cámara del Libro no permitió su entrada
justamente porque no tenía editorial. Creo que ese tipo de actitudes fueron
mejorando con la aparición de la “Contraferia”, que mientras duró se encargó de
abrir espacios alternativos de lectura. Aún así, a pesar de las fallas, la
feria ha ido madurando con los años y eso se nota en el público que cada vez
asiste más interesado a las actividades culturales. Me parece de que no se
trata de decir qué está bien o que está mal. Se trata de entender que todo crecimiento
implica un proceso y que si bien falta mucho, por lo menos se está avanzando.
Hace
una semana concluyó la vigésima versión de la Feria del Libro y para muchos fue
una de las mejores, sobre todo debido al nutrido y elaborado programa cultural
que se ofreció al público. Tanto los invitados internacionales como los
invitados nacionales, muchos de ellos traídos desde el extranjero, le dieron un
especial brillo a este evento.
La
organización tuvo el acierto de articular la participación de estos escritores
en diferentes presentaciones, coloquios y debates. Para esto fue importante el
aporte de la Carrera de Literatura, como también el de los organizadores de las
Jornadas de Literatura Boliviana. Sin embargo, el mayor mérito del éxito que ha
tenido el programa cultural de este año lo tiene Marcel Ramírez que es uno de
los miembros de la Cámara Departamental del Libro y que al parecer tiene la
lúcida visión de que sin el programa cultural esta feria sería simplemente como
un supermercado de libros, y no precisamente uno barato.
Con
Marcel ha trabajado mucha gente pero hay que destacar principalmente la labor
de Wara Godoy y Mary Carmen Molina que pusieron todo de su parte para cumplir
con las tareas de logística y organización. Todavía queda mucho por hacer, los
libros tienen que llegar más a la gente, pero lo que nos da esperanza es la
cantidad de editoriales nacionales que están trabajando bajo esta misma línea.
Lo
que nos da esperanza es que se ha entendido la importancia de invitar a escritores
para que dialoguen con el público, aun cuando ese público solamente esté
compuesto por ufólogos, platillistas y quinceañeros.
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