Sobre crítica literaria
Una reflexión sobre la situación de la crítica literaria actual en Bolivia, y sobre sus dos ramas claramente identificadas.
Sebastián
Antezana
¿De
qué hablamos cuando hablamos de crítica literaria en Bolivia? ¿Cuál es su
relevancia real, el impacto que tiene en los lectores, el potencial que posee
de consagrar y desacralizar discursos y tendencias, proponer cánones y
renovarlos?
Más
allá de unos cuantos nombres de escritores y estudiosos conocidos que se desenvuelven
en un ambiente tradicionalmente reducido y casi anónimo, fatalmente alejado del
gran público, ¿quiénes ejercen, desde la práctica y el consumo, esta extraña
disciplina?
Ante
el desconocimiento que sufre, la poca importancia que generalmente se le da y
el interés casi inexistente que provoca en comparación a otras manifestaciones
artísticas -porque la crítica literaria es literatura y, por lo tanto, cuando
está bien hecha, puede alcanzar el estatus de arte-, habría que empezar
diciendo que en Bolivia, inequívocamente, hay una crítica literaria muy viva y
muy rica, sobre todo de tipo académica, que merece una mucha mayor atención.
Estos
últimos 20 o 25 años hemos logrado conformar una tradición crítica robusta y
múltiple, que nos dice mucho sobre nuestra literatura y sobre el país, y que
tiene a destacados exponentes como Luis “Cachín” Antezana, Blanca Wiethüchter,
Alba María Paz Soldán, Marcelo Villena, Javier Sanjinés, Ana Rebeca Prada,
Mónica Velásquez, Leonardo García Pabón, Mauricio Souza, Adolfo Cáceres Romero,
Claudia Bowles y varios más.
Esta
tradición, los textos que la marcan y abren, el corpus en que se concreta,
tiene algunas características que valdría la pena destacar. Por ejemplo, cuando
pienso en nuestros mejores críticos -Cachín Antezana, Marcelo Villena, el combo
Blanca Wiethüchter-Alba María Paz Soldán- siento que su trabajo tiende a formar
un discurso muy agudo y exigente pero, al mismo tiempo, felizmente
descontracturado, alejado de formalismos estrictos y antiliterarios, riguroso e
inventivo, a veces informal, a veces humorístico y que alcanza momentos de
profunda belleza.
Las tentaciones de San Ricardo, de
Marcelo Villena, uno de los libros definitivos de la crítica literaria
contemporánea, es un buen ejemplo de esto. Es un libro denso, pleno de
referencias intertextuales, y profundamente desafiante, pero es también un
libro divertido, sembrado de chistes y guiños internos, a momentos genial,
hiperbólico e incluso melancólico. Algo similar sucede con los dos tomos de la
muy valiosa Hacia una historia crítica de
la literatura en Bolivia, de Wiethüchter y Paz Soldán.
Y
a pesar de esto, quizás una de las características más claras de nuestra
crítica -su rigurosidad- sea también el elemento que la aleja de la lectura
masiva. O, por lo menos, de la lectura no muy especializada. Porque por su
propia naturaleza, la crítica literaria académica es, justamente, “académica”,
producto directo del estudio y la investigación, resultado de años de lecturas
cuidadosas y, por lo tanto, tiene una relación directa con la universidad.
Pese
a que puede provocar reacciones adversas o no llamar la atención, es importante
decir que el rol de la academia, como instrumento de emancipación y de elaboración
de técnicas para abordar distintas disciplinas, es en general importante. Y en
el caso de Bolivia, donde contamos con solo una carrera de literatura, ese rol
se intensifica porque la universidad se vuelve también una herramienta de
construcción y deconstrucción de cánones, un aparato de consagración y puesta
en crisis. Así, no es extraño que muchos diálogos -como el literario a nivel
crítico- se organicen alrededor de ella y que, por ejemplo, la mayoría de los
críticos que menciono hayan salido de sus aulas o enseñen en ellas.
Por
otro lado, quizás más accesible para el lector común por su brevedad y menor
complejidad, y por una relación periódica que es capaz de mantener con él, un
segundo tipo de crítica, la crítica literaria periodística, es también central
a la hora de poner en movimiento la maquinaria literaria -aunque, hay que
decirlo, es poco practicada en nuestro medio.
El
papel de la crítica literaria periodística es, en esencia, el de vaso
comunicante -instancia intermedia entre libros y lectores-, el de un discurso
propio que permite a partes iguales la difusión y la rigurosidad, el de un
sólido referente de opinión que al mismo tiempo se abre al disenso.
Lastimosamente,
en Bolivia la crítica literaria periodística se enfrenta a algunos problemas:
la falta de periodistas dedicados a ella, el hecho de que en general se la
entiende y valora poco, la mala costumbre de haberla intercambiado por la
mención superficial, el elogio simplón o el halago obsecuente. Fuera de eso, son
poquísimos -¿tal vez solo dos?, ¿con suerte tres?- los espacios y suplementos
de periódicos y revistas que, como cuestión de línea editorial, se dedican a
hacer crítica.
Y,
pese a ello, instancias como este suplemento y un par más abren algunas puertas
necesarias para la continuidad del género. Una continuidad central, por otra
parte, para el crecimiento y buena salud de la literatura nacional, porque la
crítica literaria periodística, ya sea en forma de reseña o análisis o mensaje
de difusión, es una forma de prolongar y profundizar la relación que proponen
las obras de literatura, porque hay mucho más en un libro de lo que dicen sus
páginas, aunque sus páginas digan mucho.
En
cualquiera de sus formas, académica o periodística, o como producto de una
mezcla entre ambos discursos, la crítica es sinónimo de diálogo, de vinculación
rigurosa y afectiva. La crítica es sinónimo de crisis, de inestabilidad, de
apertura. La crítica es sinónimo de movimiento, de gesto que impide la
petrificación de los saberes y las tradiciones. La crítica es sinónimo de
deconstrucciones y reconstrucciones individuales y generacionales, estéticas y
políticas. La crítica es otra forma de pensar libros, y también historias,
comunidades y naciones.
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