jueves, 14 de septiembre de 2017

Yuri Herrera en Bolivia

El correr de los ríos subterráneos



Sobre Señales que precederán el fin del mundo, la estupenda novela de Yuri herrera reditada ahora para Bolivia en un no menos estupendo trabajo de La Perra Gráfica y Oscar Zalles.


Mauricio Murillo

Uno de los desafíos de la literatura contemporánea tiene que ver con la manera en que se narra o se ficcionaliza algo que se ha contado muchas veces. Es difícil escapar al cliché. Son pocos los libros que reelaboran el pasado y el presente de manera no solo nueva, si no también hermosa. Esto es más difícil sobre todo si la ficción que se escribe gira en torno a un tema del que se ha dicho mucho y, además, se supone que existen las maneras correctas y acabadas de entender un suceso social. Entre muchos de sus méritos, Yuri Herrera elabora con Señales que precederán al fin del mundo una novela que no cae en la mirada trillada de la violencia del norte mexicano y, además, tampoco simplifica un conflicto tan complejo y duro como es el de la frontera entre México y Estados Unidos.
Señales que precederán al fin del mundo relata el viaje de Makina, quien parte de su pueblo en Hidalgo para recalar en EEUU, pasando por el DF y, algo ineludible, por la frontera. El término “viaje” en la novela de Herrera implica distintas maneras de entender el desplazamiento de Makina. Entonces, en la novela va a ser importante el dilema del movimiento y del estarse. La personaje va en busca de su hermano, quien emigró años antes. Una búsqueda. Como ella, muchas otras personas tienen la pulsión del movimiento hacia el norte.
En dos momentos de la novela le preguntan que cómo está Cora, su madre. “Está, nomás”, ella responde. El estarse de la madre se opone violentamente al desplazamiento de Makina que es un buscar pero también un alejarse. Así como le inquieren sobre la madre, le preguntan a ella varias veces si va a cruzar: “¿Vas a cruzar?”. Pregunta que luego se convierte en una afirmación. Cora se está y Makina cruza. Un conflicto del movimiento y de la quietud. “No podía detenerse, debía seguir caminando aunque no supiera cómo iba a regresar. Era el ritmo, era su cuerpo sin lastre, era el leve sonido de su resuello lo que la impulsaba”, dice el narrador. Es la ilusión de estar de paso, de moverse un rato para volver a la quietud, al pueblo propio. Pero es una ilusión. Un personaje, ya del lado gringo, le dice a Cora: “Yo aquí nomás estoy de paso”. Luego le cuenta que ya son 50 años. En el movimiento, el tiempo es relativo. O distinto.
El desplazamiento es esencial para cruzar la frontera. Se cruza la frontera al cruzar un río. El río que es, justo, una metáfora clásica de lo que no vuelve, de lo que no se queda quieto. Ahí esta eso que amenaza a Makina y la hace “viajar”, “el correr de los ríos subterráneos”, como se lee en el libro. Al final el movimiento ya no será horizontal, sino vertical. Un movimiento descendente, que lleva a Makina hacia lo subterráneo, hacia lo oscuro.
Yuri Herrera consigue con Señales que precederán al fin del mundo producir una escritura sobre un tema tan arduo como frecuentado. Al hacerlo, podemos entender que sobre ciertas cosas es mejor escribir ficción, que eso nos dice mucho más sobre la violencia, la desigualdad, la pena que miradas cerradas en busca de respuestas. Así, otro de los grandes picos de la novela (además de lo ya mencionado y del simbolismo y del ritmo) es el lenguaje. Como ya lo demostró con su primer libro, Trabajos del reino, Herrera es un artesano de la palabra. Su cadencia, su sintaxis, sus oraciones, sus diálogos son irrepetibles. Pocos escritores en castellano esculpen el lenguaje como él. Así se puede relatar el horror desde la belleza, sin simplificar dicho horror.

Esta escritura depurada está acompañada por las espléndidas ilustraciones de Oscar Zalles en una edición para Bolivia preparada por La Perra Gráfica. Si los lectores bolivianos no han leído a Yuri Herrera, esta es una oportunidad que deberían aprovechar. Una novela sobresaliente que ahora aparece en una edición imperdible.

miércoles, 6 de septiembre de 2017

Homenaje a Nilo Soruco

Alza tu copla, Nilo Soruco


El Espacio Simón I. Patiño de La Paz y Zemlya Soruco organizaron una exposición documental en homenaje al músico, profesor y líder sindical tarijeño Nilo Soruco Arancibia.
La muestra rescata del archivo familiar fotos de las diversas etapas de vida de Nilo, material audiovisual y sonoro, su discografía como solista y como miembro del emblemático grupo Los Montoneros de Méndez, recortes de periódicos, objetos personales y una rica variedad de manuscritos, muchos de ellos con canciones inéditas de Nilo. Además durante el tiempo que dure la actividad, habrá visitas guiadas a estudiantes y un conversatorio sobre la vida y obra de Nilo Soruco.
A modo de trazar una semblanza completa, de primera mano y muy emotiva del entrañable maestro, Luis Rico, cantautor tupiceño, nos ofrece una crónica que pinta de cuerpo entero al autor de La vida es linda.


Luis Rico

Conocí a Nilo Soruco el año 1967 cuando la dictadura militar de René Barrientos teñía con sangre los campamentos mineros de Bolivia. En las noches de guitarra compartida, disfrutábamos de los nuevos grupos musicales del folklore; grandes noticias llegaban de Tarija en las voces de Los Montonero de Méndez, grupo musical formado por el maestro Hugo Monzón en franca coincidencia poética, musical y política con Nilo Soruco. Y con ellos, el poeta Luis Aldana, el maestro de guitarra Ciscar Gálvez, Vicente “Sapo” Mealla y las bellas Norma Gálvez y Florinda Aparicio para darle al grupo el aire y el sabor del valle que acaricia el río Guadalquivir. Era agradable escucharlos cantando las cuecas más bellas a partir de la emblemática Moto Méndez:

Soy de aquel
pueblo de las flores
del valle andaluz
bañado de luz
ebrio de colores.

Viva mi valle florido
que es jardín de amor
de rosas en flor
es un verde nido.

Por el Moto Méndez
que nació en mi pueblo
canto con el alma
la cueca chapaca
viva San Lorenzo.

Por aquellos días también, Nilo Soruco compuso la canción dedicada al dirigente minero Rosendo García, emblemático trabajador de la mina de Siglo XX.

Han matao a mi padre
por qué será
han matao a mi padre
en la noche de San Juan.
Cuatro balas asesinas
lo mataron a papá.
Mi madre lo esperaba
con su tasita de té
un poquito de singani
pero él ya no volvió.
Rosendo García,
minero y dirigente
te mataron, te mataron
en la noche de San Juan.
Con ruido de gorras,
de botas y fusiles,
vinieron y mataron,
en la noche de San Juan.


Esta canción, sin lugar a dudas, cimentó la línea temática de aquel grupo musical: la canción política de protesta, todo bajo el liderazgo e influjo de Soruro cuyo talento artístico era tan genuino y poderoso como su sensibilidad y compromiso político y social. Con el abundante repertorio, intercalado con picarescos cuentos chapacos a cargo del “Sapo” Mealla y la poesía costumbrista a cargo del violinista Lucho Aldana, viajaban a las provincias donde era fácil conquistar al público ansioso de ver traducidas en canciones, las costumbres heredadas.
Una noche de preparación navideña, recuerdo muy bien, cantaban en el Teatro Municipal Suipacha de Tupiza, las bellas voces de la Norma y la Florinda:

Tantas idas y venidas
tanto pasar por aquí,
se han de acabar tus zapatos
y no has de gozar de mí.  

El público batía palmas en cada picaresco bailecito, en cada cueca de polleras al viento, se desbordaban las carcajadas en cada chiste chapaco y en cada poesía costumbrista.

Ya reconocido en todo el país, Nilo tomó conciencia de que era tiempo de luchar, desde su oficio de poeta y guitarrero, por la recuperación de la democracia y la justicia social. Así fue que musicalizó muchos versos del poeta de los niños, Oscar Alfaro, equilibrando inteligentemente su militancia política en los momentos más difíciles de los gobiernos dictatoriales, hecho que, no obstante,  le costó prisión, tortura y exilio.

Bolivia, corazón de América
1978. Después de tanto escenario, después de tantas asambleas, después de tanta clandestinidad, después de tanta prisión y tanto exilio, Nilo Soruco el maestro, el cantor popular, el eterno enamorado de la tierra chapaca, había vuelto de Venezuela.
Una noche visitó la Peña Naira para proponernos compartir escenarios en una gira por todo el país. Aceptamos el desafío y empezamos a viajar coreando la frase: “Bolivia, corazón de América”.
Ahí estaban los tres estilos diferentes, Ernesto Cavour con su charango, Nilo Soruco con su compromiso militante y el que hoy les cuenta, cantando esta historia de compromiso con la democracia. Visitamos los centros mineros, La Paz, Oruro, Santa Cruz, Cochabamba, Sucre, Potosí, Tupiza y terminamos en Tarija.
Esa noche final, en la capital chapaca, cantamos como nunca: “lindu…”. Con el sonido perfecto, el público disfrutaba de tres estilos que movían los sentimientos llevándolos a los lugares más lindos del folklore, pero también, instándoles a reflexionar sobre las páginas más oscuras de la historia: las dictaduras, y motivando su esperanza de lucha por la utopía de la unidad latinoamericana.
Después de cantar en el Patio Prefectural pleno de chapacos cantores, fuimos a tomar vino y planificar el futuro. Luego de varias botellas, Nilo Soruco se despidió recordándonos: “No se olviden que mañana estamos invitados a un “asao”.
A la mañana siguiente, Nilo llegó al hotel y nos contó que, cuando volvía a su casa, encontró a un “chapaquito  curao” que cantaba:


Qué lejos estoy,
qué lejos estoy
de mi ansiedad
mi río, mi sol, mi cielo
llorando estarán.

Nunca el mal duró cien años
ni hubo cuerpo que resista
ya la pagarán, no llores prenda
pronto volveré.

“Incentivado por el éxito del concierto –contaba Nilo-, me acerqué al paisano curao, lo abracé por el hombro y le pregunté: Cumpa, ¿usted sabe de quién es esa canción?  El chapaquito se dio la vuelta y respondió: ‘A mí qué mierda me importa el autor, ¡déjeme con mis sentimientos!’”.
Fueron muchos los sentimientos con que se cantó esta canción durante tantos años. Un militar vestido de civil, cantaba en una fiesta:

Ya la pagarás
“rojo” de mierda
pronto volveré.


Mucho después, recordando todos estos episodios, valorando a distancia su enorme legado, decidí componer una canción en honor de nuestro compañero y fui a Tarija para estrenarla. Pregunté por Nilo… Todos me daban la referencia del mediodía y la esquina de la plaza donde todos los días pasaba “putiando para el gobierno”.

- Hola Nilo -le saludo.
- Hola Rico, ¿qué estás haciendo aquí?
- He venido a cantar en La cabaña de don Pepe, y vengo a invitarlo para que venga a escuchar una canción que he hecho en su homenaje.
- ¿Acaso ya mey muerto…? -me reclama.
- Porque no se ha muerto he venido a invitarlo pues, porque si se hubieras muerto, ya pa’ qué…


Cueca para Nilo Soruco

Cuando la luna de plata
regalaba su fulgor
salió el jilguero chapaco
cantando coplas de amor,
regalando serenatas
a la flor de su balcón.

Era racimo en la viña,
agua del Guadalquivir,
era amador de amancayas
e incentivaba el vivir.
Eso era el Nilo Soruco
Pa’ quien va todo el sentir.

Cuando la patria sangraba,
herida del corazón,
se alzó su copla cantada,
en el verso y la canción,
se escuchaba su consigna
en todita la nación.

Y cuando afuera lo echaron,
lejos del Guadalquivir,
cantando La caraqueña,
lograba sobrevivir.