El correr de los ríos subterráneos
Sobre Señales que precederán el fin del mundo, la estupenda novela de Yuri herrera reditada ahora para Bolivia en un no menos estupendo trabajo de La Perra Gráfica y Oscar Zalles.
Mauricio
Murillo
Uno
de los desafíos de la literatura contemporánea tiene que ver con la manera en
que se narra o se ficcionaliza algo que se ha contado muchas veces. Es difícil
escapar al cliché. Son pocos los libros que reelaboran el pasado y el presente
de manera no solo nueva, si no también hermosa. Esto es más difícil sobre todo
si la ficción que se escribe gira en torno a un tema del que se ha dicho mucho
y, además, se supone que existen las maneras correctas y acabadas de entender
un suceso social. Entre muchos de sus méritos, Yuri Herrera elabora con Señales que precederán al fin del mundo
una novela que no cae en la mirada trillada de la violencia del norte mexicano
y, además, tampoco simplifica un conflicto tan complejo y duro como es el de la
frontera entre México y Estados Unidos.
Señales que precederán al fin del
mundo
relata el viaje de Makina, quien parte de su pueblo en Hidalgo para recalar en
EEUU, pasando por el DF y, algo ineludible, por la frontera. El término “viaje”
en la novela de Herrera implica distintas maneras de entender el desplazamiento
de Makina. Entonces, en la novela va a ser importante el dilema del movimiento
y del estarse. La personaje va en busca de su hermano, quien emigró años antes.
Una búsqueda. Como ella, muchas otras personas tienen la pulsión del movimiento
hacia el norte.
En
dos momentos de la novela le preguntan que cómo está Cora, su madre. “Está,
nomás”, ella responde. El estarse de la madre se opone violentamente al
desplazamiento de Makina que es un buscar pero también un alejarse. Así como le
inquieren sobre la madre, le preguntan a ella varias veces si va a cruzar:
“¿Vas a cruzar?”. Pregunta que luego se convierte en una afirmación. Cora se
está y Makina cruza. Un conflicto del movimiento y de la quietud. “No podía
detenerse, debía seguir caminando aunque no supiera cómo iba a regresar. Era el
ritmo, era su cuerpo sin lastre, era el leve sonido de su resuello lo que la
impulsaba”, dice el narrador. Es la ilusión de estar de paso, de moverse un
rato para volver a la quietud, al pueblo propio. Pero es una ilusión. Un
personaje, ya del lado gringo, le dice a Cora: “Yo aquí nomás estoy de paso”.
Luego le cuenta que ya son 50 años. En el movimiento, el tiempo es relativo. O
distinto.
El
desplazamiento es esencial para cruzar la frontera. Se cruza la frontera al
cruzar un río. El río que es, justo, una metáfora clásica de lo que no vuelve,
de lo que no se queda quieto. Ahí esta eso que amenaza a Makina y la hace
“viajar”, “el correr de los ríos subterráneos”, como se lee en el libro. Al
final el movimiento ya no será horizontal, sino vertical. Un movimiento
descendente, que lleva a Makina hacia lo subterráneo, hacia lo oscuro.
Yuri
Herrera consigue con Señales que
precederán al fin del mundo producir una escritura sobre un tema tan arduo
como frecuentado. Al hacerlo, podemos entender que sobre ciertas cosas es mejor
escribir ficción, que eso nos dice mucho más sobre la violencia, la
desigualdad, la pena que miradas cerradas en busca de respuestas. Así, otro de
los grandes picos de la novela (además de lo ya mencionado y del simbolismo y
del ritmo) es el lenguaje. Como ya lo demostró con su primer libro, Trabajos del reino, Herrera es un
artesano de la palabra. Su cadencia, su sintaxis, sus oraciones, sus diálogos
son irrepetibles. Pocos escritores en castellano esculpen el lenguaje como él.
Así se puede relatar el horror desde la belleza, sin simplificar dicho horror.
Esta
escritura depurada está acompañada por las espléndidas ilustraciones de Oscar
Zalles en una edición para Bolivia preparada por La Perra Gráfica. Si los
lectores bolivianos no han leído a Yuri Herrera, esta es una oportunidad que deberían
aprovechar. Una novela sobresaliente que ahora aparece en una edición
imperdible.
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