La violencia total:
primeros
apuntes de En el cuerpo una voz
El próximo número de la revista literaria 88 grados -ya a punto de entrar a imprenta- incluye un amplio dossier sobre Maximiliano Barrientos, a propósito de su nueva novela editada por El Cuervo y que mañana viernes 20 se presentará en La Paz. Va un brevísimo adelanto para animar a la gente a asistir al lanzamiento y comprar este excelente libro.
Martín Zelaya Sánchez
¿Santa Cruz apocalíptica? Algo pasó y ya no hay Estado ni
civilización tal como los conocemos. Grupos armados -“brigadas” de forajidos-,
controlan la ciudad y las provincias y la población está a merced de sus disputas,
saqueos e inimaginables caprichos.
Dos hermanos -Rodolfo, quien lleva la voz narrativa, y
Pancho, que está malherido- huyen de El General y su turba. Tras leer “Fuselaje”,
la primera de seis partes de En el cuerpo
una voz (El Cuervo, 2017), la nueva novela de Maximiliano Barrientos, me es
imposible no remitirme a La Carretera
de Cormac McCarthy: hambre, devastación, miseria humana, violencia total.
La atmósfera de desasosiego e incertidumbre se respira en
cada párrafo, no solo por lo que el narrador protagonista cuenta; sino por el
diseño mismo de la novela, por las acciones, por la habilidad del autor para
relatarlas, por las palabras elegidas, su orden y engranaje en frases y
oraciones tan necesarias e imprescindibles una como otra en el universo
concebido no solo de “Fuselaje”, también de “Churrascos”, la segunda parte,
relatada ya por un narrador externo.
Cuando la lucha diaria es, en verdad, por seguir vivos -en medio
de escasez total, hambruna, masacres y canibalismo- muy pocos se resisten a la
vorágine, muy pocos pueden mantenerse dentro de los códigos de la civilización.
Cuenta Rodolfo:
“No sabía ninguna canción, ningún rezo, nada que decir o
hacer en una ocasión como aquella. Bebí y callé. Permanecí allí, pensando en el
sueño, tratando de darle voz a mi madre, pero su voz había desaparecido. Tras la
muerte de mi hermano, ella se convirtió en una mujer que nunca fue madre de
ningún hijo, se convirtió en un nombre que no me ligaba a nada que hubiera
perdido, a ningún lugar al que añorara volver.
Me puse de pie y bebí otro trago más hasta sentí que la garganta
se cerraba. Todo era monte alrededor, por donde fuera que mirara la vegetación
era la misma.
Ruidos de aves, insectos, animales que a esas horas salían a
cazar.
Entre todos esos ruidos, otros: pisadas, voces.
Me interné en el monte, ya sin miedo, con algo que no era
solo mi hermano en la cabeza, pensando en el sabor de la salchicha
derritiéndose en la boca. Recreaba el sabor porque sabía que si no me mataban
en unas horas más volvería a sentirlo bajo la lengua y en el paladar,
expandiéndose por la garganta, hasta extinguir la rabia, hasta extinguirla por
unos minutos…”.
En una parte de un diálogo de largo aliento, Maxi habla de esta
su obra:
- Se me ocurren
algunas palabras y términos que se impregnan a lo largo de esta novela:
transgresión, instinto-naturaleza humana, trauma, cicatrices, memoria…
--Tenía ganas de
escribir una historia de venganza, tema que había aparecido en la primera parte
de La desaparición del paisaje, y en
el cuento “Sara”, de Una casa en llamas. Tenía
esas ganas pero no tenía nada más y con esa idea no podía ponerme a escribir,
hasta que una tarde, mientras iba en un micro por Los Pozos, vi a la gente
amontonada en las calles y se me vino esta imagen: una tamborita tocando para
unos soldados mientras hacen un churrasco, con la diferencia de que en vez de
carne de vaca habían seres humanos descuartizados, echados sobre las parrillas.
Pensé en una tarde calurosa y en ese ambienta de fiesta típico de los
carnavales. Ese fue el detonante. Ahora sólo tenía que ver cómo podía unir la
idea de la venganza con esa escena. Era poco pero al menos era un principio. El
resto fue una cuestión de resolver la estructura y la novela se fue escribiendo
sola. Me costó, ya que escribí la primera parte y luego me quedé corto. Pensé
en dejarla como un cuento largo, pero cuando resolví ciertas cuestiones de
estructuras que atañen a la temporalidad, lo otro fue surgiendo. Leonora, la
editora de Eterna Cadencia -que sacará la novela en febrero-, me comentó tras
leer el manuscrito lo siguiente: “la novela trabaja la naturalización de la
violencia”. Creo que eso es acertado. La violencia no es el conflicto, es un
escenario, es el medio donde sucede lo otro.
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