sábado, 28 de marzo de 2015

Entrevista

Un ayni de literatura Bolivia made in Argentina


Magdalena González cuenta el fondo y trasfondo de la colección de ensayos sobre literatura boliviana que compiló y que acaba de editarse en Argentina.

 
Magdalena González.
María José Ferrel

Revers(ion)ado, ensayos sobre narrativas bolivianas (Portaculturas, 2015) libro compilado por Magdalena González Almada, será presentado por Edmundo Paz Soldán este martes en el Espacio Cultural “Museo de las Mujeres” (MUMU) de Córdoba, Argentina.
González estudia e investiga la narrativa boliviana desde hace más de diez años, en el Centro de Investigaciones de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad Nacional de Córdoba (UNC) donde ya publicó, también como compiladora, Sujetos y voces en tensión. Perspectivas para pensar la narrativa boliviana del siglo XX y XXI y Ayni. Antología del cuento boliviano contemporáneo.
La autora también coordina el grupo de estudios de narrativa boliviana del que salieron los nueve autores de estos ensayos que indagan -más allá de la mera crítica- sobre la producción literaria boliviana, y profundizan además en el pensamiento andino, el pensamiento lingüístico y el pensamiento filosófico del país.
En Revers(ion)ado, ensayos sobre narrativas bolivianas participan Mariana Lardone quien trabaja con la poesía de Pamela Romano; Catalina Sánchez y Belisario Zalazar analizan algunas categorías de Silvia Rivera Cusicanqui; Lara Sofía Benmergui estudia a Jaime Saenz; Florencia Rossi hace un análisis de los cuentos de Willy Camacho; Sofía Pellicci hace una lectura de Illimani púrpura de Juan Pablo Piñeiro; María José Daona analiza Norte de Paz Soldán; Hina Ponce trabaja con la figura del aparapita y el gaucho; Fátima Alonso hace un estudio sobre lingüística matemática y el aymara y González Almada presenta un trabajo sobre Las camaleonas de Giovanna Rivero.  
El libro está prologado por Manuel Fontenla, estudioso de la filosofía en clave latinoamericana y además tiene un texto inédito de Juan Pablo Piñeiro denominado El país del silencio.

- Sé que eres una estudiosa a profundidad de la literatura boliviana, y que coordinas un grupo de más de diez estudiantes argentinas particularmente interesadas en la misma. ¿Cómo se armó este grupo y cómo nace la idea de hacer este libro?
- El grupo nació en 2012 a partir del Seminario “Manifestaciones políticas y sociales en la narrativa boliviana del siglo XX” que dicté en la Escuela de Letras de la Facultad de Filosofía y Humanidades, de la UNC. Nuestras primeras actividades fueron una serie de mesas-debate en la Feria del Libro de Córdoba de ese año y la publicación de Sujetos y voces en tensión. Perspectivas para pensar la narrativa boliviana del siglo XX y XXI

- ¿Qué puedes decir sobre la decisión del grupo de adoptar la idea del ayni como forma de trabajo?
- La idea del ayni tiene mucho que ver con lo que creemos de la literatura y es como una actitud frente al trabajo intelectual y de lectura.
Ayni es el título que elegí para la antología de cuentos bolivianos contemporáneos que se publicó en La Sofía Cartonera en 2013, y charlando con los integrantes del grupo pensamos en volver sobre ese concepto que dice bastante del trabajo colaborativo que llevó a Revers(ion)ado.
Creo que muchas veces se entiende, y se “hace”, trabajo intelectual en la soledad y en el aislamiento y nosotros queremos postular todo lo contrario, realzando el trabajo en conjunto y en colaboración. La circulación de ideas y los circuitos que estas generan, tienen que ver con nuestra idea de un ayni.

- ¿Cuál es la estructura del libro?
- El libro está estructurado en capítulos que son los ensayos que cada uno de nosotros escribió. Se abre con las reflexiones de Manuel Fontenla y luego cada trabajo está presentado con un pequeño prólogo escrito por algún otro autor del libro. Cerramos con la conferencia que Juan Pablo Piñeiro dictó en Córdoba en el marco del Festival Internacional de Literatura de 2013.
Esa estructura tiende siempre a referenciar otros ensayos que integran el mismo libro y el hecho mismo de estar prologándonos entre nosotros, refuerza la idea de circularidad, de compartir lecturas y escrituras, algo que no es sencillo y que, de hecho, nos llevó mucho tiempo de charla y discusión. La estructura también refleja el compañerismo que sostuvimos entre nosotros a lo largo de todo el proceso de escritura.

- Cuando en Argentina se interpela sobre construcciones narrativas bolivianas, ¿se hace eco también a interpelaciones propias de su tradición en literatura? ¿Cómo se mira la literatura boliviana desde Argentina en estos momentos?
- Esta afirmación escrita por Fontenla tiene que ver con los imaginarios que se ponen en juego; Bolivia es un país limítrofe con Argentina pero que, sin embargo, es un poco desconocido para los argentinos.
En lo estrictamente literario, en Argentina poco se lee y se sabe de la literatura boliviana (aunque esto está empezando a cambiar). Y esto genera un imaginario un poco distorsionado porque la comunicación entre autores argentinos y bolivianos ha sido más fluida de lo que se piensa.
En los últimos años, creo que el trabajo del grupo ha posibilitado que se conozca un poco más sobre literatura y crítica boliviana, además, por ejemplo, la editorial Portaculturas ha publicado Cuando Sara Chura despierte de Juan Pablo Piñeiro; hay publicaciones de Edmundo Paz Soldán y Liliana Colanzi a cargo de editoriales de Buenos Aires, la antología de La Sofía Cartonera de la que ya te hablé y la antología De la tricolor a la wiphala.
En cuanto a lo intelectual y lo académico, el trabajo del grupo se ha diseminado hasta llegar a ser un espacio de encuentro más amplio con nuestras integrantes Victoria Martínez de Mendoza y María José Daona de Tucumán, por ejemplo, lo que nos lleva a expandirnos y a seguir con la idea del trabajo en conjunto.
Finalmente, y volviendo a la afirmación de Manuel, creo que se trata de pensar Bolivia y pensándola pensarnos a nosotros argentinos, como latinoamericanos y encontrar que nuestras historias y procesos están más emparentados de lo que creemos… y que, al mismo tiempo no, pero que nuestras diferencias no nos separan sino que permiten una mutua comprensión. 

- ¿Hay continuidades o rupturas con el primer libro Sujetos y voces?
- Creo que hay algunas continuidades y un avance, en algunos casos, hacia libros más contemporáneos. En todo caso, para mí, ambos son complementarios y dicen mucho de nuestro trabajo en conjunto de los últimos años.

Hay en ambos un ir y venir de lo más canónico hacia líneas un poco más periféricas en cuanto al sistema literario y aparece un espectro más amplio con la inclusión de otros géneros además del narrativo. (ANF)

Ensayo

Dos comentarios para una presentación
de la literatura como experiencia


Fragmento del texto introductorio del libro Revers(ion)ado, que se presentará este martes en Buenos Aires.



Manuel Fontenla

El mundo es el peor cliente porque pide todo a cambio de nada, encima uno debe estar en la oscuridad tallando la figura del aprendiz”.
Jesús Urzagasti

Estoy seguro de que la invitación a decir estas palabras de presentación nada tiene que ver con mis “acreditaciones” sobre el conocimiento de la narrativa boliviana, pues no tengo ninguna. Y si las que tengo podrían ayudarme a decir algo sobre el contexto latinoamericano, cultural y filosófico, que oficia de suelo en el cual acontecen estos escritos, no obstante habría muchas y muchos otros al alcance que podrían hacerlo tanto mejor que yo, para recibir a los lectores que vendrán a pasear, detenerse y transformar estas páginas.
Por lo tanto, entenderán ustedes que es imposible no preguntarse “por qué a mí”. ¿Por qué este preciado y valioso lugar, y mucho más importante aún, qué decir? A fuerza de pensarlo mucho llegué a una conclusión sobre esta invitación, que de ser efectiva, entonces será también una respuesta al porqué de invitarlos a ustedes a ser parte de este libro.
Con el permiso de los autores, he aquí la hipótesis: quien escribe es (debe ser) el primer aprendiz y alumno no planificado, espontáneo e imprevisto, producido por el Grupo de Estudios sobre Narrativas Bolivianas.
Permítanme explicarme: toda actividad humana, todo hacer y crear, toda acción sea del orden material, espiritual, afectivo, etcétera, pone algo en movimiento y ese movimiento tiene que enfrentarse siempre a la posibilidad de sus imprevistos, de los efectos que escapan a lo planificado, a lo deseado y proyectado.
La mayoría de las veces esos efectos e imprevistos tienden a ser pensados en términos negativos, como un error o algo indeseado, innecesario y fuera de nuestras posibilidades humanas de intervenir, controlarlo y contenerlo. Pero casi nunca nos inclinamos a dar lugar y acercarnos a esos productos imprevistos, a ver esos efectos azarosos y el reflejo que nos devuelven, las aristas de nuestra propia creación que escapan a nuestra mirada, pero que son parte de ella.
Seguramente para los estudiosos y estudiantes sobre la narrativa boliviana este libro aportará ideas, espacios para debatir, lecturas arriesgadas, lecturas emotivas, prolíficas en sus análisis y construcciones argumentativas; lecturas innovadoras, lecturas incómodas, tal vez sea incluso origen y motor de otros libros, de otros espacios, de nuevos encuentros; de hecho, afirmo, sin dudas lo hará.
Pero, ¿cuáles serán sus imprevistos, sus consecuencias azarosas, los productos impensados? ¿Qué surgirá del encuentro de este libro con lectores inexpertos, con lectores casuales y curiosos? ¿Cuáles serán sus imprevistos en una época donde Bolivia se afirma como polo magnético de misterio y búsqueda? ¿A qué experiencias de encuentro nos abrirá este libro? ¿Qué posibilidades imaginativas surgirán de él?
En el primer trabajo publicado por este grupo, Sujetos y voces en tensión (2012), su directora Magdalena González Almada  afirmaba que “reflexionar y debatir sobre la narrativa boliviana es un modo de interpelar al sujeto y a la historia del país vecino”. Y que esa interpelación buscaba también analizar, a través de la construcción de sus personajes y escenarios, qué dicen de la nación y de la ciudadanía, en qué medida la identidad y lo nacional se entremezclan con lo ficcional.
Ahora bien, cuando esa interpelación es hecha al sobreaviso y bajo la mirada crítica de las modas literarias y académicas, de los modos de producción de objetos culturales exóticos, marginales y por tanto, con un plus de mercantilización; cuando esa interpelación se hace bajo la atenta reflexión sobre la historia cultural compartida de colonización y explotación con el país vecino y se la vive bajo el flujo intenso que desdibuja dónde comienza el país propio y el ajeno; es decir, cuando esa interpelación se hace desde una situacionalidad geopolítica interesada por las posibilidades de los sujetos más allá de sus fronteras nacionales y ficcionales, estamos entonces ante una interpelación que se vuelve sobre nosotros mismos y nuestros modos de ser. Por tanto, los personajes y escenarios de la narrativa boliviana se convierten en materia de interrogantes y desafíos sobre la construcción de la imaginación literaria de “nuestros” personajes y escenarios.
En esas transformaciones, en esos trayectos se teje la posibilidad de una interpelación que al asumir la historia de la colonización compartida se proyecta como un horizonte emancipador compartido también.
Y esos horizontes son los que nos devuelven al punto de partida, el de los aprendices a base de improbables e imprevistos. Puesto que todo lo recién dicho es el producto de una reflexión colectiva, conversada y discutida en cada una de las reuniones en las que pude participar con el Grupo de Estudios sobre Narrativas Bolivianas, esas en las que yo permanecía largos ratos en silencio, no como espectador sino como atento alumno y en las cuales intervenía esporádicamente, interrogativamente, para ir aprehendiendo esas historias maravillosas que discurrían por Paz Soldán y Piñeiro y Colanzi y Taboada Terán y Rivera Cusicanqui y etcétera...
De allí que mi primer contacto con la literatura boliviana, el que me ha convertido en este aprendiz, entusiasta y apasionado lector, no haya estado relacionado con un libro en tanto objeto, ni con una historia, ni con un personaje, ni con la escritura, ni con el lenguaje, sino directamente con la experiencia colectiva de la interpelación de los autores de este libro, de sus interrogantes, sus lecturas, sus imágenes, sus sensaciones, las que hacen que cada uno de los escritos aquí compilados devenga una interpelación directa tanto para los lectores expertos como para los imprevistos. (…)


Letra sincrónica

Anecdotario de una visión (de Biblioteca)

De bibliotecas, buenos amigos, vidas y muertes, ateneos y otras tucuymas.



Alan Castro Riveros 

Biblioteca de verdad
El otro día, mi amigo Jorge Luna, filósofo artemarcialista que publicó Pensamiento inalámbrico (Plural) hace dos años, se apareció en mi departamento con una botella de vino y un flash memory que, entre otras cosas, tenía 54 archivos sobre bibliotecas de primerísimo nivel mundial.
Un par de semanas antes, habíamos conversado sobre la Biblioteca del Bicentenario sin referirnos a ningún libro, y más bien derivando hacia la imaginación de un espacio arquitectónico real y pluritentacular llamado Biblioteca de verdad: un gigante bien acomodado en la plaza Bolivia, funcionando como el cerebro de un sistema nervioso germinal presto a renovar la sensibilidad de un cuerpo aletargado.
Después de descorchar la botella, aquella charla sobre bibliotecas de hace dos semanas volvió a su cauce. En cierto punto, mientras conversábamos, empecé a visualizar bibliotecas infinitas, babélicas, laberínticas, de cristal o secretas; pero también la Biblioteca Municipal de La Paz, la de Villa San Antonio y cierto estante de libros en un cuarto de Miraflores.
Luego imaginé bicicletas saliendo una tras otra de la Biblioteca de verdad con canastas de libros, vi salas de proyección y restauración audiovisual, un cuarto lleno de máquinas antiguas en pleno funcionamiento, una explicación clara sobre el funcionamiento de un walkie-talkie que yo tenía a mis diez años; y, finalmente, una mesa atestada de libros, documentos, cintas, computadoras y objetos, a la que me sentaba junto a mis amigos en busca de nuestros propios rastros.
Libros, música, artes visuales, aparatos electrónicos, tecnología primitiva, extraños inventos y juegos, todo estaba ahí, listo para ser comprendido.
Ocho días después de aquella reunión, el 15 de marzo de 2015, Jorge publicó el artículo La Biblioteca del Bicentenario y los lectores en el suplemento cultural de La Razón. Allí dice: “Para estar viva una biblioteca necesita gente, pidiendo libros, leyendo, revisando catálogos, tomando notas. Una biblioteca es un espacio de refugio, a veces, sobre todo para estudiantes de escasos recursos, más si se es nuevo en la ciudad, muchas cosas se pueden encontrar en ese espacio, sea conocimiento, compañía, amistad, cobijo…”.

Reconfiguración de las ruinas
Hace una semana, mi amigo Jorge Zamora, músico investigador, vino a visitarme y trajo consigo la llave de una legendaria casa abandonada. La idea era ir a tal casa, pero no fuimos. En vez de eso, desplegamos unos cuantos periódicos antiguos que mi padrino Iván Hurtado había salvado del basurero durante la remodelación de la casa de mi abuelo, y que me entregó para asegurar su supervivencia.
El Zamora, desde hace algunos meses, trabaja en la música para la escenificación de una obra teatral sobre Franz Tamayo. De tal manera, hubo fascinación cuando nos encontramos con un número de la revista Semana de Última Hora (del 2 de Marzo de 1979) dedicado al centenario del nacimiento de aquel polifacético pensador boliviano.
El Zamora encontró cierta reminiscencia rítmica y expresiva en las voces de la entrevista que Mariano Baptista Gumucio le hace a don Max Escobari (hijo del buen amigo de Isaac Tamayo, Macario Escobari). Tal reminiscencia nos llevó a sacar el Felipe Delgado, de Saenz, donde se nos hacía necesario revisar ciertas conversaciones de la Parte Cuarta, en busca de cierta cadencia del lenguaje paceño de época.
Como si eso fuese poco, antes de medianoche apareció Hernán Pruden, el historiador argentino, y nos comentó que andaba buscando el libro Habla Melgarejo de un tal Thajmara, heterónimo de Isaac Tamayo. Casualmente, yo tenía esa rareza; así que lo traje a la mesa, cada vez más llena de libros, periódicos, cosas y las llaves de una antigua residencia.
Pero eso no es todo. Dos días después fui a visitar a mi amigo Juan Pablo Piñeiro, llevando té verde con menta y la Poesía completa de Suárez Figueroa. Sentados en su living, junto a la Kurmi y a una entrañable pareja de viajeros, conversamos sobre lecturas recientes. De pronto el Piñas trajo el Diccionario de bolivianismos, de la pareja Fernández, comentando su brillantez y el acierto de haber incluido una lista de apodos en aymara al final del volumen.
Con el libro entre las manos, fui directamente hasta la lista de apodos y el primero que vi fue T`ajjmara. El asombro me hizo pronunciarlo en voz alta. Y resultó que el Piñas también andaba buscando Habla Melgarejo de Thajmara.
Lo necesitaba para coronar su prólogo a La creación de la pedagogía nacional, pronto a publicarse en la colección denominada Biblioteca Plurinacional -que busca ser la continuación al proyecto de las 15 novelas fundamentales- y se engancha repentinamente con la Biblioteca del Bicentenario. Obviamente, me dieron ganas de que todos los amigos se juntaran en la misma mesa.
Cabe decir que un día antes de este encuentro, el 21 de marzo de 2015, el Piñas había escrito un artículo sobre El ateneo de los muertos de Porfirio Díaz Machicao, un “libro precursor” de ese género donde “el tema central es la vida de los amigos muertos y su relación con el que nos cuenta su historia”.
Me pregunto si una Biblioteca viva será el paso crucial para estrechar lazos no solo con los amigos muertos, sino también con los vivos.

Para consulta de estudiosos y solaz de desocupados
En el capítulo 4 de Vidas y muertes se habla de una fantástica biblioteca en miniatura. Juan José Lillo (personaje basado en Ismael Sotomayor) tiene miles de libros, pero se ve obligado a miniaturizarlos porque ya no caben en su cuarto. La dueña de casa toma cada vez más espacio para construir nuevos cuartos en alquiler. Entonces Lillo se ve obligado a miniaturizar imponentes volúmenes que quedan “reducidos a una dimensión de diez milímetros de alto por cinco de ancho”. Sin embargo, no habiendo un microscopio lo suficientemente poderoso, el problema de aquellos libros es leerlos.
Sabemos que los relatos de Vidas y muertes no pretenden ser realistas y que en su imaginería lo que importa es la presencia de cierto espíritu propio de cada amigo. De tal manera, justo allí donde aparece lo fabuloso se cifra el sentido de una vida. En el caso de Ismael Sotomayor, lo fantástico está en su biblioteca, en ese estante de cinco mil libros que, gracias a operaciones mágicas, es reducido hasta encontrar cabida en un velador.

No sabemos con precisión a qué operación se refería Jaime Saenz, pero damos fe de que ahora pueden entrar cinco mil libros en el bolsillo, y se los puede leer. Ismael Sotomayor, que parece ser el espíritu de una Biblioteca de verdad, sería el primero en celebrar un titánico e ineludible archivo virtual.

Patio interior

La sangre ardiente de la piedra


Sobre el legado del romanticismo en el uso del lenguaje y otros hábitos.



Juan Cristóbal Mac Lean E.

Véanse estos versos de Novalis:

Hay en la piedra un signo misterioso
grabado en el fondo de su sangre ardiente.
(…..)
Hay en ella enterrado el brillo de una luz,
¿será ésta un corazón dentro del corazón?

¿Y desde cuándo aquí, o aún desde qué antes de nuestro aquí, se le había ocurrido a alguien decir que la piedra tuviera algo como sangre? ¿O que el corazón tuviera dentro otro corazón y que éste fuera la luz? ¿Cuál es la relación de tales versos con la “realidad”? ¿Qué comprenden éstos de ella? ¿Y qué comprendemos nosotros al leerlos?
Cuando Novalis escribe eso, cuando se toma tan serias libertades, está inaugurando, en gran parte, lo que desde entonces estaría en juego en la escritura, lo que desde entonces iría a parar al bolsillo de la literatura. Antes de preguntarnos (y no sepamos ni podamos respondernos), cómo eso fue posible, de cómo así de pronto hablar de la sangre ardiente de la piedra era ya lícito, legítimo, será bueno recordar nuestra propia ausencia de sorpresa o desconcierto, por lo menos formales, frente a versos tan raros o felices.
En cualquier antología de poesía actual de cualquier parte del mundo, en efecto, se encontrarán siempre audacias ya ilimitadas, frente a las que hablar de la sangre de la piedra no parecerá ya nada en cuanto rareza o problemático sentido.
Efectivamente, si de poemas u otras artes (sobre todo plásticas) se trata, pocas cosas nos sorprenden, pues ya hemos crecido demasiado familiarizados (e incluso a veces hasta hastiados) con empleos demasiado libres de versos y vocablos, con los varios divorcios entre las palabras y las cosas que se traman o de los que se abusa.
Si encima nos toca también ser, por angas o por mangas, herederos del surrealismo (a su vez inequívocamente en la estela del romanticismo), ya nada en efecto puede hoy pescarnos desprevenidos, ninguna arbitrariedad o rareza escandalizarnos. Como si se hubieran producido, ay, tan radicales operaciones de desguace del lenguaje mismo que ya este acogiera, sin ningún empacho, la arbitrariedad o el sinsentido, la demasía de la facilidad desenfadada.
Pero justamente, aquí está uno de los grandes problemas con que se topa la herencia del romanticismo, o lo que queda de ella en la múltiple variedad de formas en que se astilló y dispersó, sean estas Woodstock, la pintura contemporánea, el estatuto de la novela, la crítica literaria o las maneras de declinarse de la poesía, donde ya parecieran escasear terras incognitas o sean demasiado holladas ciertas formas una vez nuevas.
Una vez nuevas, es decir cuando hace dos siglos nacieron junto al primer romanticismo, o romanticismo de Jena, uno de cuyos personajes esenciales, fue justamente Novalis, el también geólogo Novalis.
Pero de un problema habíamos hablado y este radica en que hay, a un tiempo, algo inevitable o legítimo en que muchas expresiones, movimientos o corrientes puedan reclamarse de una filiación romántica, aunque sea lejanamente, mientras, al mismo tiempo, siempre se estará también traicionando o trivializando una primera exigencia total y que deseaba acercarse a lo más propio y radiante de lo humano, ese interior donde “bulle el sagrado alambique” en palabras de Novalis otra vez.
En todo caso y volviendo a esos versos, ocurre que si quisiéramos comprender, o siquiera asomarnos vagamente a comprender cómo es que hoy hablamos como hablamos, de cómo así la poesía se hace capaz de cualquier forma de expresión o incluso distorsión de la propia expresión, es a ese romanticismo al que debemos dirigir la mirada. Es ahí donde se forjó una nueva libertad de las palabras o de su uso.
“Hablar por hablar, tal es la forma de la liberación”, dice Novalis en otra parte y aunque tal formulación es sumamente compleja, y para entenderla cabalmente sería necesario que antes comprendamos qué se quiere decir con hablar, aun así se nos señala un camino, más aún si juntamos tal formulación con esta otra: “Precisamente lo que la palabra tiene de propio, a saber que no se inquieta sino por sí misma, es algo que nadie sabe”.
Cuando es pues la palabra la que habla, y ya no nosotros, suceden cosas nunca antes presentidas. En un contexto semejante y para seguir citando versos de Novalis, casi a la manera de un collage[1], ocurre empero que cuando se ha liberado el lenguaje y se habla en tal libertad, “beben sin parar los comensales, /hasta que se rasga el tapiz sagrado”.
Y tampoco la poesía ha quedado incólume: “Caímos de rodillas para saludarla, / rompimos a llorar, y ya no estaba”.  ¿Qué ha pasado? ¿Qué ha roto, y parece que irremediablemente? “El romanticismo termina mal, es verdad, pero porque él es esencialmente lo que comienza, lo que solo puede acabar mal, fin que se llama suicidio, locura, decrepitud, olvido”, dice Blanchot hablando de estas cosas y refiriéndose a los finales de algunos personajes.
Novalis mismo murió a los 28 años. Pero el romanticismo, prosigue Blanchot, “es la obra de la ausencia de obra, poesía afirmada en la pureza del acto poético, afirmación sin duración, libertad sin realización, potencia que se exalta desapareciendo (…), tal era su meta: hacer que brille la poesía, no como naturaleza, ni como obra siquiera, sino como pura conciencia en el instante”.
Pero si bien habrá quienes querrán asimismo leer en esto una prefiguración del “fin del arte” y se querrá sin más endosarle eso al romanticismo, también pueden darse vuelta las cosas y tomarlas desde el otro lado, tal como lo hace Lacoue-Labarthe en una entrevista a propósito del libro que escribió con Nancy sobre el romanticismo, El absoluto literario: hay “variaciones más o menos hábiles, sobre el “fin del arte”, mientras que la única cuestión es la de saber si el arte es por la primera vez posible”.
Es estremecedor y arriesgado lo que dice el filósofo. Es más: es una enormidad. Trataremos de acercarnos a ella en la próxima entrega.




[1] Los entresacamos de los poemas ‘Conócete a ti mismo’ y Él poema’, fácilmente encontrables en Internet.

Lector al sol

Demencial


Una película y un libro generan en el autor una reflexión sobre el terrible territorio de la demencia, la desmemoria y la pérdida de la facultad del lenguaje.



Sebastián Antezana

Ayer fui a un pequeño cine en la pequeña ciudad en la que vivo. La película contaba la historia de una exitosa académica norteamericana, profesora de lingüística en la Universidad de Columbia y protagonizada por Juliane Moore, que sorpresivamente desarrolla un fulminante caso de Alzheimer.
En mitad de la vida, con una carrera más que consolidada, feliz en un largo matrimonio, con tres hijos que ya han dejado la casa y pocos meses antes de ser abuela por primera vez, su memoria comienza a ser víctima de fulminantes agrietamientos que le impiden recordar algunos hechos, terminar ciertas oraciones, utilizar palabras específicas, darse cuenta de dónde está en determinadas circunstancias.  
La película, Still Alice, es la historia del descubrimiento de la enfermedad y del descenso vertiginoso que hace su protagonista a la aterradora ciénaga de la demencia, en la que su pasado e incluso su presente se tornan porosos en extremo, porosos y permeables, como hojas de papel, hasta la disolución.
Al final del filme, la exprofesora de lingüística es incapaz de reconocer a sus propios hijos y vive desconectada del mundo en un espacio en blanco eternamente enigmático, un terreno donde el lenguaje y todas sus referencias se han vaciado y no significan nada excepto más blanco, incapaz de evocar miedos o alegrías o cualquier cosa que no sea un ensimismamiento perpetuo, ya para siempre perdida de lo que consideramos la realidad.
Al salir del cine me acordé de una novela que leí hace siete u ocho años. Es quizás la que considero la última de las buenas novelas de Ian McEwan. O quizás ya es la primera de las no tan buenas, Saturday.
Cuenta la historia de las manifestaciones que provocó en Londres la decisión del Gobierno británico de entrar a la guerra de Irak en 2003. El personaje principal es Henry Perowne, un exitoso neurocirujano que, como la protagonista de Still Alice, vive el apogeo de su carrera y su vida personal cuando suceden los hechos de la novela. No voy contarlos aquí, porque  no van con el tema de este artículo, pero sí quiero mencionar que en un capítulo que recuerdo vivamente, Henry va a un asilo de ancianos a visitar a su madre, quien sufre de demencia vascular.
Leo en internet que la demencia vascular es la segunda principal forma de demencia en las personas después del Alzheimer. Sus efectos son igual de devastadores. Asilada y apartada del mundo, la madre de Henry, para quien su hijo es casi un desconocido, vive en un mínimo universo particular en el que todo lo dicta el instinto y las pulsiones básicas: hambre, frío, calor, sueño, rabia, tristeza.
Recuerdo este capítulo de forma especial por la delicadeza y, en notable equilibrio, la crudeza de McEwan, por el tono entre médico y pasional de la narración que se detiene en cada pequeño detalle de la catástrofe materna con un lenguaje a medias científico y lírico.
Henry le llama “muerte mental” a lo que le sucede a su madre, quien apenas ve a su hijo entrar le dice que se apure, que se siente a su lado en la parada porque ya va a pasar el autobús que los va a llevar a casa, cuando en realidad están en el asilo y esa casa a la que se refiere es la casa de su niñez, en la que vivió sesenta años atrás.
El tema de la pérdida de la memoria, del lenguaje y de la conciencia de uno mismo me impresiona de forma particular. Hace pocos meses, y después de años de marcado deterioro, falleció una familiar mía muy cercana y querida. No llegó a tener ni Alzheimer ni demencia vascular pero durante sus últimos años sí algunos episodios cerebrales que la afectaron.
Me acuerdo que algunos años antes, después de un evento especialmente duro y una operación, en la clínica la pusieron en terapia intensiva para cuidar su progreso. Una tarde fui a visitarla y la vi allí, y por momentos irreconocible. Estaba despierta, sentada sobre la cama y sonriendo, pero distinta, lejana, como perdida, sin recordarme ni reconocerme y jugando a mover las manos como si fuera un recién nacido que acababa de descubrirlas.
No puedo imaginar, pero me aterra, cómo la demencia se va apoderando del cerebro, la memoria y las capacidades comunicativas de sus víctimas. Cómo lo va cubriendo todo con una niebla que se hace cada vez más y más pesada, hasta eventualmente hacerse insostenible.
Todos tenemos olvidos, deslices, episodios de desconexión que nos hacen repensar la naturaleza frágil y asombrosa de la memoria, y la mayoría de nosotros, por lo menos durante la juventud y la primera adultez, podemos dejarlos rápidamente de lado. Pero esos que son víctimas de alguna forma de crisis cerebral o incluso de demencia, esos que padecen primero el deterioro y luego la descomposición de sus capacidades lingüísticas, que ven cómo el sistema aparentemente invulnerable del lenguaje se hace pedazos frente a sus ojos, ¿cómo viven?, ¿cómo sufren?, ¿cómo nos transmiten su desesperación cuando las herramientas de transmisión han dejado de existir para ellos?
En movimiento recíproco, la memoria es la casa del lenguaje y el lenguaje es el sistema mediante el que la memoria se articula. Los dos son, en realidad, uno mismo, un solo sistema que articula experiencia y discurso y nos hace posibles como seres sociales.
El crítico Ernst van Alphen cuestiona la distinción que normalmente se hace entre experiencia y discurso, con la cual la primera se considera natural y espontánea y el segundo se percibe como resultado de procesos y mediaciones culturales. En general, tendemos a pensar que tenemos acceso a la experiencia de manera intuitiva y que es garante de la verdad y la objetividad; y que el discurso es solamente el medio, la herramienta que usamos para comunicarla.
Sin embargo, argumenta Van Alphen, la experiencia es discursiva porque no puede existir previamente al discurso o fuera de éste. La subjetividad, entonces (es decir, la experiencia que nos constituye e individualiza a cada uno), no es previa ni independiente de los discursos, sino que las personas somos el efecto del procesamiento discursivo de nuestras experiencias.

La película de ayer y la novela de McEwan son dos momentos que ilustran con maestría la complejidad de ese organismo que conforman experiencia y lenguaje, la fragilidad de esa sustancia que nos hace. Verlas y leerlas es una experiencia dura pero aconsejable. No conozco muchos otros trabajos en los que se dibuje tan bien al aterrador fantasma de la demencia. 

Cafetín con gramófono

La Coqueta (II)


Concluye el autor su reseña de una publicación decimonónica de Alasitas, y de paso traza un análisis del manejo literario (y social) de la coquetería en aquellos tiempos.



Omar Rocha Velasco

La anterior entrega de esta columna estuvo dedicada a “La Coqueta, periódico alacítico, moral y mui científico” que salió a la luz el 24 de enero de 1876.
George Bataille dijo alguna vez lúcidamente que las prohibiciones siempre están relacionadas con la sexualidad y la muerte, y que los actos transgresivos inciden necesariamente en estos lugares donde la ley se sitúa cómoda y paciente. La Coqueta alacítica fue transgresiva -como eran antes los periódicos de Alasitas-, metió los dedos de sus páginas en la herida del erotismo decimonono, hizo una vindicación de la coquetería y seguramente, entre risa y risa, causó malestar.
La coquetería fue un tema importante en el siglo XIX, un tópico; las coquetas causaron estupor, fueron usadas como “contra-ejemplo” de una moralidad rígida, propia de un erotismo recatado que se expresaba en cierres hasta el cuello y faldas largas.
Tengo en la memoria -lamentablemente no en la biblioteca- el prólogo a una edición española de las Cartas de amor de la monja portuguesa (María Alcanforado), “no hay que criarlas balconeras ni coquetas…” decía el prologuista.
Sea como fuere, la coqueta fue un “tipo social” muy utilizado a fines del siglo XIX y principios del XX; el artículo de tipo social fue un género muy importante que circuló en revistas y periódicos literarios, su función era describir y descubrir un personaje, situarlo en escena. Este propósito bastante positivista fue una herencia de la fisiología que quiso definir el carácter moral del individuo a partir de sus características físicas.
Uno de los efectos que causó la coquetería y su “tratamiento” fue emprender sendas clasificaciones, se promovió un análisis de la coquetería como práctica de sociabilidad protagonizada por las mujeres. Se interpretó como una serie muy codificada de imposturas “viciosas” que utilizó la mujer en sus relaciones con los hombres. Esas clasificaciones derivaron en la oposición entre la coqueta de gracias impuestas o artificiales y la coqueta que contó con gracias naturales, en el caso del periódico que nos ocupa:

Las más terribles, las más irresistibles de las coqueterías, son las que resultan de los encantos naturales.
De las maneras vivas, animadas, elocuentes y graciosas;
De la mirada traviesa y a la par decente
(…)
En una palabra, para ser coqueta son necesarias, no solo la juventud, la belleza, la educación y la elegancia, son necesarios también el talento y el corazón.
Una verdadera coqueta es una perla.
(…)

El 16 de abril de 1888, la publicación hebdomadaria “La página literaria” (a la que dedicaremos otra columna), dirigida por el escritor Julio César Valdés, también publicó un texto sobre la coquetería. Se trata de las reflexiones, después de un baile, que hiciera el polígrafo Isaac G. Eduardo: “Digan ustedes lo q’ quieran, la mujer coqueta es siempre mas codiciada y atrayente q’ la recatada; donde no hay mujeres coquetas no hay placer ni animación”. (Sic.)
La perspectiva de G. Eduardo fue radical, la coqueta era el alma de los bailes, era la que hacía sonreír y suspirar; era, en realidad, una “necesidad social” indispensable en los salones. Eduardo decía que si en los bailes faltaran las coquetas todo sería aburrido, insípido y pesado, “una reunión de niñas recatadas sería lo mismo que un ramo de violetas, bonito pero no ameno ni interesante…”. La coqueta hacía que los tontos se sintieran inspirados y sacaran ideas “chispeantes, llenas de cortés salameria”. (Sic.)
Los hombres que fracasaron en el amor tenían esperanzas que la coqueta proporcionaba, era necesario “amar y ser amados” para gozar del baile. I.G.E. (iniciales con las que el polígrafo firma el artículo), también plantea la oposición y distancia entre la coqueta natural y la coqueta fingida:

La coqueta es como los poetas y las mascotas, nace y no se hace, para ser coqueta es necesario poseer una inteligencia natural, una gracia no estudiada, unos ademanes no fingidos, aquellas que sin haber nacido con estas condiciones se meten á representar este papel, hacen fiasgo como los médicos y comerciantes que se meten a literatos… La coqueta finjida es siempre repugnante, generalmente es tonta y la tontería no se disimula jamás… (Sic.)

Uno de los pasajes más deliciosos de la novela corta Los amores de un joven cándido (1918) de Jaime Mendoza es en el que se cuenta cómo el protagonista (el joven cándido obviamente), se enamora de Adela:

Fue el caso que en uno de esos momentos en que la muchacha que me dio las espaldas, ocupada en preparar un mate de toronjil para su madre, yo ví una cosa…… El rojo pañolón con que se tapaba se le había caído hacia la cintura, y por una abertura, hecha hacia atrás en su blusa, muy próximo a la nuca, y que sin duda se olvidaría abrocharla completamente, veíase un jironcito de la piel desnuda de su espalda, blanco y leve, nervioso y más tentador que un demonio. ¡Por Dios! que aquel pedazo de epidermis me hizo perder la cabeza! (Sic.)
  
Erotismo puro, un pedacito, un “jironcito” de espalda no era cualquier cosa, era capaz de desatar los mayores afanes de conquista sublimados en tecitos e interminables charlas de zalamería oculta. En esta misma novela el narrador, médico de profesión, también hace sus disquisiciones sobre la coquetería, esta vez aportando la perspectiva “científica”, en realidad se trata de un instinto natural a todas las mujeres y se manifiesta de diferentes formas.

Verdad es que, el instinto del coqueterío, natural en todas las mujeres, se traslucía también en ella bajo tal o cual forma; pero, en fin, dada su temprana edad y su ninguna experiencia, bien podía asegurarse que dicho instinto estaba reducido a su mínima expresión, y que, desde luego, lo que obraba en ella para hacerla más atrayente y amable, era la misma naturaleza fecunda, virginal, amplia, inocente y, en una palabra, avasalladora… (Sic.)

Aunque haya sido un “tipo social” la coqueta fue un personaje complejo, fue parte del erotismo de finales del siglo XIX y principios del XX, nada más enigmático, nada más seductor que una mujer que se sube la falda con una mano y se la baja con la otra, las páginas volantes de la época recogieron esa escena de muchas maneras.


Etc.

Literatura y terrorismo


Desde Dostoievski a Charlie Hebdo: letras y dogma, el arte y el talento al servicio de la ideología.



Carlos Decker-Molina 

El continente europeo no se puede librar del terrorismo; es más, miles de soldados del Estado Islámico (EI) han nacido, crecido o estudiado en escuelas europeas. El terrorismo de IRA, Brigadas Rojas, ETA y Baader Meinhof tiene sus herederos.
Iván Turgenev escribió en 1877 su novela Tierra virgen (leí solo un resumen muy pobre), los expertos la señalan como la primera obra de ficción en introducir el tema del terrorismo, pero Padres e hijos, escrita más tarde, establece definitivamente el nihilismo en la literatura.
Justo un año después de publicada Tierra virgen, se ejecutó la “primera” acción terrorista. La anarquista Vera Zasulich disparó contra Fyodor Trepov, gobernador de San Petersburgo, sin llegar a matarlo, inaugurando una serie de atentados en el continente europeo con el mismo sello anarquista. En 1878 se produjeron muchos, el Kaiser alemán sufrió dos, el mismo año un obrero intentó asesinar a Alfonso XII dando inicio a la terrible saga terrorista del anarquismo español.
No es nada raro entonces que la literatura de finales de los 1800 se haya inundado de personajes anarquistas. Los demonios de Fiodor Dostoievski se publicó 10 años más tarde que Padres e hijos de Turgenev e introdujo la “verdad hecha ficción” al novelar del caso Nechayev.
Gennadevich Nechayev fue acogido en Suiza por Bakunin el “padre del anarquismo”, pero éste se alejó espantado cuando leyó su Catecismo revolucionario (1869): “El revolucionario es un hombre perdido. No tiene intereses ni causas propias, ni sentimientos, ni hábitos, ni propiedad, no es suyo ni su nombre. Todo en él está absorbido por el único y exclusivo interés, por un solo pensamiento y una sola pasión: la revolución”.
Nechayev militaba en un grupúsculo llamado La venganza del pueblo, cuyos integrantes eran estudiantes de Moscú y San Petersburgo. Estaba convencido de que Iván Ivanovich, su lugarteniente, estaba a punto de delatarlo. Lo sentenciaron a muerte por traidor, Nechayev y cuatro más mataron a Ivanovich y arrojaron el cadáver a un estanque donde lo encontró la Policía. Esta escena -tomada de la realidad- aparece en Los demonios.
Cuando ocurrió el asesinato de Ivanov en 1869, Dostoievski ya había comenzado la escritura de Los demonios, inaugurando su ruptura con el liberalismo de su propia generación, que al dar la espalda a la Rusia monárquica y religiosa, había engendrado la generación anarquista.
En 1994 J.M. Coetzee publicó El maestro de Petersburgo, novela en la que se describe una relación imaginaria entre Dostoievski y Nechayev. Coetzee con gran maestría recupera a Ivanov como hijo adoptivo de Dostoievski, quien -en la novela- viaja clandestinamente a San Petersburgo para indagar y acaba encontrándose con Nechayev quien pretende ponerlo al servicio de la causa.
La ficción de Coetzee ilustra, con genio de Premio Nobel, lo que Dostoievski intentó al escribir Los demonios, una novela política que se transformaría luego en una profecía sobre el destino revolucionario de Rusia.
Confieso que mi interés en Los demonios (segunda lectura) surgió por la tentación de escribir sobre los “ajusticiamientos y la inmolación de la generación revolucionaria”. Esta novela sigue hipnotizando lectores porque es un escenario donde se libra la batalla -sin final- entre las fuerzas más poderosas de la mente moderna: la fe, el ateísmo, la religión, la moral y la ideología. En Dostoievski el fanatismo se pasea en sus páginas como consecuencia de la razón “in extremis”.
La figura del terrorista regresó para adueñarse del imaginario europeo sobre todo después del 7/1 (Charlie Hebdo). Los terroristas están en la prensa diaria y sobre todo en los medios sociales que “sin querer queriendo” multiplican el efecto, que es lo que les interesa a los fanáticos.
Recuerdo los comunicados clandestinos (1969-71) en los que se informaba de los ajusticiamientos revolucionarios; sin ayuda de la publicidad no habrían pasado de la categoría de asesinatos. Todavía me da escalofríos, quizá por eso pretendo separar los hechos de ayer con los hoy e intento poner la distancia moral, ¿la moral revolucionaria? No pueden ser lo mismo los anarquistas rusos, los revolucionarios latinoamericanos y los yihadistas islámicos. ¿Será?
Aquí viene en mi auxilio El hombre rebelde (1951) de Albert Camus, un tratado filosófico en el que apela a considerar la validez humanista de la “ética de la acción” es decir los métodos deben ser compatibles con los objetivos.
“Un rebelde es el hombre que dice no” escribe Camus y plantea la discusión sobre los medios y el objetivo. De ese modo surge como lícito atentar contra el Zar pero no a riesgo de matar a sus inocentes hijos. Discusión impensable entre los yihadistas. Pues, por lo poco que sé, alguien que se va inmolar en nombre de Ala, obedece, se baña, ora y se despide de la madre.
Para Dostoievski, el nihilismo ruso es un ateísmo radical que convierte la negación de dios en una religión, el discurso del suicida Kirilov en Los demonios es un buen ejemplo; los yihadistas están lejísimos de ser ateos.
Camus tiene razón cuando señala a los bolcheviques como herederos del nihilismo, pero, la herencia de Nechayev es también una combinación tan panfletaria como eficaz entre Bakunin y Nietzsche que hizo del superhombre el fin que justifica los medios.
Los autores del 11/9 (Al Qaeda) se diferencian de los yihadistas del EI, porque Mohammed Atta y sus compañeros tuvieron una vida, antes del atentado, que recuerda más al “proletariado del pensamiento” de la Rusia de 1869 que a las oscurantistas milicias del EI.
Igual a los terroristas rusos, Atta y los suyos se nutrieron de valores de la tecnología y la educación del satán al que pretendían destruir. En su recorrido por Florida, la Costa Brava y Alemania dejaron muestras de mordaz descaro dostoievskiano; blasfemos que bebían vodka y se rodeaban de mujeres, una locura propia de Verhovenski y Stavogrin, dos personajes de Los demonios, que a su turno, son la imagen literaria de Nechayev.
Dostovieski descubre que en todo fanatismo político o religioso hay algo profundamente patético y en ese campo sí hay similitudes entre los nihilistas de ayer y los yihadistas de hoy.
Para Ian Burumma y Amos Oz los terroristas del 11/9 son más hijos del nihilismo occidental que de las herejías musulmanas, pero pienso que los yihadistas  del EI no, lo hacen por su convencimiento patético en la religión. Y, ¿qué fueron los ajusticiadores revolucionarios? Lo más cercano es la conmovedora religiosidad de quienes tendrían que haber sido ateos y fueron nihilistas a la latina.

¿Quién escribirá Los demonios de hoy? Quizá como dice uno de los personajes de la obra de teatro Vera o los nihilistas de Oscar Wilde: “la indiferencia es la venganza del mundo hacia los mediocres”.

sábado, 21 de marzo de 2015

Parhelio

[Suárez Figueroa]

El autor dedica esta columna a la Poesía completa de Sergio Suárez Figueroa (La Mariposa Mundial, 2015) que se presentará la siguiente semana en La Paz. En recuadro, un extracto del texto introductorio que Ortiz redactó para el volumen.



Rodolfo Ortiz

Sergio Suárez Figueroa es la furia de un bosque antes que la casa de un libro. Primero un efímero que tienta el enjambre del cuerpo hacia el espíritu de la negrura y luego ese mismo efímero perdurando en la abismal significación de las cosas. Su obra se forjó en los modos de un hábito, o mejor, de un habitar la región que se abre en el “descenso a la mansión oscura”, durante el cual, luego del cual, se roba un conocimiento a lo desconocido. El escritor Fernando Medina Ferrada fabuló la vida atormentada y peregrina de este poeta en el primer volumen del cuarteto Crónicas de Moribundia, todavía inédito. Un Sergio Suárez Figueroa que al fin ingresaba una noche a la ciudad de La Paz, de frente a los ruinosos zaguanes y cuartuchos más allá del portón de un viejo alojamiento frente a la plaza Pérez Velasco.
Lo cierto es que Suárez Figueroa comenzaba a transformar los últimos asombros del viaje en la espeluznante aventura de un tránsito, que ya inmerso en la ciudad de La Paz, cobraba la forma de un descenso infernal maravillado. Ser la sombra que dirige las irrupciones de la separación, o bien, el equilibrio de un infinito misterio que se manifiesta y al mismo tiempo se oculta en las cosas.
Mientras Saenz atiende a las resonancias profundas del Choqueyapu impregnando la avenida Montes, en Suárez Figueroa sentimos cómo descascara la formación de esa experiencia interior de la ciudad, pues su faena, que no su afán, fue ejercer un pensamiento poético que es posible imaginar como un sordo patín desmenuzando el camino.
Su obra, el lector consentirá, prefigura en este sentido una escritura que despliega un continuo y no la transformación de un alma inocente en un alma monstruosa: “un ala de pluma a punto de corromperse en el iris del agua y del aceite”, escribe en un verso temprano y memorable, donde la precisión de esa pluma que no ha dejado de caer y un ala minúscula de esa pluma apelmazada que ya ha dejado de caer, inician el tránsito vinculador en la cercanía de los objetos horriblemente comprendidos.
Para Sergio Suárez Figueroa ser un tránsito infernal maravillado fue también repetir la “diabólica inocencia” de Orfeo en su descenso a los infiernos; acoger el oscuro poder en el pulso pupilar y retornar desde ese extremo para transfigurar la mañana circundante. La vida de Orfeo, cuya tragedia aparece bellamente retratada en el Libro 10 de Las Metamorfosis de Ovidio Nasón, es retomada en su obra como el proceso de la formación de un mito que nos comunica el secreto de la causalidad creadora detrás de la imagen de Eurídice que comienza a desaparecer. Se trata, una vez más, de un continuo que nos dice que si tú no has visto y ahora lo ves, es porque siempre lo has visto. La separación de un ojo que desobedece al amor y retorna a la vida para devolver una forma, un estremecimiento, una ausencia que unirá la vida que te espanta con la muerte que amas.
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Liminar (fragmento)

Rodolfo Ortiz

Sergio Suárez Figueroa publicó cuatro libros de poesía: Los rostros mecánicos en 1958, Bajo la grave niebla del pánico en 1961, Siete umbrales descienden hasta Job en 1962 y El tránsito infernal y el peregrino en 1967, este último, impreso en la Editorial del Estado, seguramente gracias al desempeño laboral del poeta en 1953 como Jefe de Redacción del Boletín de Cultura de la Dirección de Prensa e Informaciones de la Presidencia de la República. También publicó cuatro obras de teatro, entre las que destacan La peste negra, cuya primera impresión salió como separata de la revista Logos N° 2 en 1967 y El arpa en el abismo, impresa en Ediciones Eurídice, de cuyo prólogo, escrito por Gastón Suárez, se deduce fue publicada en 1963. Dejó un conjunto todavía inédito de obras de teatro que el lector podrá consultar en la bibliografía.
La obra de Suárez Figueroa también quedó dispersa en revistas, periódicos y antologías. Allí publicó ensayos, artículos sobre arte y literatura, entrevistas, notas culturales, un cuento, pero a su vez, publicó poemas, algunos de los cuales aparecerán con ligeros cambios en su libro El tránsito infernal y el peregrino. Estos poemas que conforman los tres primeros del libro mencionado son: “No hay un hermoso crimen…”, que salió en el número 14 de la revista NOVA; “Los graves epitafios de los muertos”, publicado en el suplemento “Presencia Literaria” del 10 de julio de 1966; y “Estancias para un tema de Ravel”, que salió en la sección “Culturales” del periódico El Diario el domingo 13 de noviembre de 1966. A estas publicaciones acompañan un conjunto de poemas no incorporados en sus libros, donde destacan “Arte de alquilar una casa”, que se publicó en marzo de 1963 en el número 8 de la revista NOVA; los cuatro poemas que salen en la antología de Díaz Machicao consignada en la bibliografía; el poema “Los niños idiotas”, que salió en “Presencia Literaria” del 31 de diciembre de 1967; y el poema de juventud “Canción de las islas”, que se publicó en 1943 en la revista argentina SED, dirigida por Osvaldo Svanascini. Este poema que es el más temprano que se conoce del poeta, fue encontrado en la Biblioteca Nacional de Buenos Aires y en cuya versión digital recibida advertimos que el autor firma, abajo y a la derecha, como Sergio Figueroa.

El rescate de su obra poética, que se remonta al año 2000 cuando La Mariposa Mundial sacó la separata El transito infernal y el peregrino, representa no solo el inicio de una aventura sino también la convicción de una misteriosa lealtad. Deseo resaltar aquí que el año 2010, dados los memorables encuentros que suelen alimentar las historias literarias de este tipo, un entrañable amigo y escritor, Alan Castro, se incorpora a este trabajo de manera incondicional y fervorosa. (…)

Ensayo

Introducción

Fragmento del texto introductorio de Poesía completa de Sergio Suárez Figueroa que se presentará el próximo jueves a las 20:00 en la Chopería (Ecuador, 2012). Además, un par de poemas del libro.


Alan Castro Riveros

El lugar del poeta
La escritura de Sergio Suárez Figueroa anda oculta en los recovecos de la ciudad. Sus libros de poesía, desperdigados entre amigos y amigos de los amigos, circulan casi secretamente, relampagueando en la imagen incompleta de los consagrados.
Aunque sus obras de teatro fueron recibidas con algo más de entusiasmo, el escasísimo trato crítico que recibió su obra en general es inquietante. Especulando en torno a esta inadvertencia concurren dos explicaciones: 1) la oscura nacionalidad del poeta; 2) la forma de sus poemas, que fluctúan entre la narración, el ensayo reflexivo y el oráculo.
Si bien es más seguro que Sergio Suárez Figueroa haya nacido a orillas del Río de la Plata, no es posible desoír su repetida afirmación de ser boliviano ni olvidar el carnet de identidad que su amigo Jaime Saenz consiguió tramitar a punta de tejemanejes para legalizar su nacionalidad, inscribiendo a Santa Cruz de la Sierra como su ciudad de origen.
Nuestra crítica conoce la delicadeza de la nacionalidad desde que Adolfo Costa du Rels afirmó que ésta es intransferible, a tiempo de rechazar la oferta de los franceses. De ahí que el misterio de la procedencia de Suárez Figueroa parece haber mantenido el cuidado de antologadores y estudiosos de poesía boliviana a la hora de incluir a Suárez Figueroa en nuestra constelación mayor.
Por otro lado, su escritura poética parece no tener antecedentes en nuestras letras y, si los tiene, no se han visto como destellos sucesivos de una tradición a seguir. Las historias de donde bebe su poesía -cargada de divinidades antiguas, ciudades perdidas y un aire de leyenda- llevan la huella de nuestro modernismo, pero clavan sus raíces en la experiencia íntima de un presente, desde donde la ciudad, tenazmente extraña, exige ser habitada para tentar su fugaz misterio.
La crítica pudo haber tomado tal hilo para rastrear la imaginería y la tradición escritural de este poeta, pero venció el resguardo ante lo ignoto. El carácter narrativo, ensayístico y oracular de su poesía parece haber sido también un rasgo confuso a la hora de definir el género donde inscribir la obra de Sergio Suárez Figueroa.
En todo caso, ambos resguardos coinciden en cierto desconcierto respecto al origen de su poesía. Mientras una conjetura se fundamenta en el indefinido origen físico del poeta, la otra encuentra la imprecisión en la forma en la que ha llegado su escritura. Tal enigma obra un enlace entre el espacio natal orgánico (de gestación y alumbramiento) y el lugar de su escritura dentro de la literatura (de creación y divulgación). No es descabellado decir que la larga desatención a la poesía de Sergio Suárez Figueroa tiene que ver con la dificultad de incluirlo en un conjunto que lo comprenda -dando fe de su estancia en la tierra-, y el problema de descubrir en su voz aislada aunque sea un reflejo de aquello que lo une a las fuerzas de nuestra lengua y, por tanto, al ojo que abre el compartimento de una sensibilidad. (…)
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Poemas de Sergio Suárez Figueroa

De Los rostros mecánicos [1958]

La amazona y el sueño

La uña distinguida, la mirada clara, el pecho ardiente, caes a veces en tu sueño, frente a los árboles del bosque –largas sombras de una cisterna lívida– galopando, suave, dulcemente.
Pensativa, por la orilla rosa, la tarde, poblada de bujías, leves y sucesivos movimientos, levantas hacia el aire los castillos, las glorietas de otros crepúsculos, la zona azul del romancero, y el Caballero del Escapulario.
Aprisionando lejanas chimeneas, el humo y su cortejo, en los mágicos lentes oscuros, eclipse artificial, ahora tu tristeza, provocada, quiere sollozar, vital y fuerte, más arrulladora que tu alegría.
Llegarás a la casa con el pelo húmedo, el rumor de tus botas y el caballo piafante. La luna entre las hojas y el viento acribillando tus dedos y tu látigo.
En los espejos, desenfundada, con la sombra en los senos, y la fría luz neón en los muslos desnudos, como la hoja del cuchillo, helada, con que cortas la fruta, alejas en tu soledad, grandes ascetas de boca lujuriosa (racimo de uvas rojas entre las barbas) y te contemplas pálidamente, las rubias hebras de choclo de la ingle.
Fina dama del perfil blanco, ayer surgías entre el tintineo de copas doradas, segura, violentando imperceptiblemente tu sagacidad, tu genio, tu forma de elevar la ceja, soberbiamente oscura, abrillantada, y todo eso reflejado en la sonrisa de los comensales.
Ahora, desnuda en el espejo, con una supuesta llama de hogar, reflejo y oscilación, en tus caderas, a tus espaldas, frente a ti como una ciudad en llamas, tienes un gesto de virgen asustada, que teme pero que quiere ser tratada, con alguna torpeza, en esa soledad exasperante.
Mientras tú duermes, el espejo se empaña, y, lentamente, morada, la noche de estrías plateadas pone su alto silencio en los jardines.


De Siete umbrales descienden hasta Job [1962]

A Jaime Saenz, abismal testimonio de la Poesía.

1

El ansia de volar deja en el tiempo inmensas cicatrices; recuerdos de muros, de paredes de hollín, y a veces una rosada claridad sobre techos oscuros, desconocidos por el terror, enlazados de gigantescas vigas, donde pálidos ángeles hacían silenciosas señas con un solo dedo, una sonrisa, o una mirada equívoca, quizás fruto de nuestra malignidad corrupta.
Porque sin corrupción no hay vuelo.
Fuera del gran crepúsculo rojizo de las tardes de la infancia, sobre la cima verde de los árboles, al pie de los dorados rebaños de nubes, el mundo no es un lazarillo bondadoso de los niños, sino que revela aterradoramente no estar en las estampas, en los ángeles de nuestra edad, ni en el celeste manto de la Virgen, soñada una noche, entre algodones, santos y serafines.
La vida y sus mágicas ocurrencias, borran en el cielo las claridades.
Si uno tiene que agitar las alas, el vuelo no tendrá su nacimiento en la luz.
El vuelo nace del terror, del miedo violento a ciertas horas de la tarde, de la noche, de la mañana.

De esa angustia que inventó las lágrimas inexplicables para las hermanas de silueta apacible, como un aire suave sobre el endeble árbol de una acera. (…)