sábado, 7 de marzo de 2015

Staccato

Boris Vian, una mirada a la rebeldía

El genial y multifacético artista y escritor francés cumpliría 95 años. Acá una reseña de su faceta musical, como precursor de la chanson.



Pablo Mendieta Paz

El próximo 10 de marzo se recordará el aniversario de nacimiento de Boris Vian (1920), figura mítica de la vida intelectual y artística francesa. Compositor y cantante, se reveló muy pronto como aventajado representante de la chanson francesa del siglo XX, en cuyo género se codeó palmo a palmo con cantautores de la talla de Georges Brassens, Léo Ferré, Serge Gainsbourg, Édith Piaf, Jacques Brel, Georges Moustaki.
Considerado un auténtico polímata (novelista, dramaturgo, poeta, también músico de jazz, ingeniero, periodista, traductor y trompetista), fue en la chanson, sin embargo, donde Vian hurgó y moldeó propuestas muy íntimas, y a la vez arriesgadas, que rompieron con todo esquema que hasta entonces pudo haberse escuchado sobre los escenarios.
Su legado, por tanto, es tan insólito -por su explosiva originalidad-, como amplio y vanguardista, que converge, como apuntó un biógrafo suyo, en un patrimonio en el que las generaciones siguientes no han cesado de inspirarse.    
Vian, tempranamente, no solo que dominó los intrincados vericuetos y secretos de la lengua francesa y de su vasta literatura, sino que descubrió a los 16 años otra de sus mayores pasiones, la música, encarnada principalmente -como ya se dijo- en la chanson, pero de modo particular en el jazz, una forma musical muy poco difundida por entonces en Francia, y que gracias a él, miles, millones de adeptos al género del swing, de la improvisación, del sonido y fraseo tan únicos y vibrantes, asomarían a lo largo y ancho del territorio francés.
Ya en 1941 su vena creadora en las letras daría su primer fruto: la obra Los cien sonetos, que por su “carácter extravagante, irregular y sin orden” no sería editada sino hasta 1984. En ella, nítidamente relucen los impetuosos propósitos de Vian de transformarse en un verdadero promotor de una revolución literaria (que involucraría igualmente a la música) puesta en práctica hasta su prematura muerte en 1959.
Los críticos han retratado este trabajo, Los cien sonetos, como nacido de un espíritu extremadamente intimista, pero paradójicamente abierto a horizontes sin límites. En él, dicen, se exponen con matices progresistas la cultura del absurdo y la exploración de los ejercicios intelectuales más surrealistas que uno pueda concebir...
Una vez que Vian hubo llegado a ese punto, necesitó, como una forma de conexión indisoluble (comprendió que la poesía y la música no podían separarse), codearse con lo más variado y versátil de este arte, por más que no hubiera parentesco cercano con la chanson.
De esta manera entró a formar parte de una diversidad de grupos; uno de ellos, el más importante de su carrera, la orquesta del clarinetista Claude Abadie, rebautizada luego como Orquesta Abadie-Vian, en la que expondría con plenitud su talento musical, concebido por los críticos como un auténtico fuego del alma.
Si bien la chanson representaba para él el alfa y omega de la música -ya lo sabemos-, se sintió a tal punto fanatizado por el jazz que a principios de los cruentos años 40, bajo el seudónimo de Bison Ravi, una variación de su nombre, escribió un poema que sentenciaba acremente la prohibición de este género musical por los alemanes.
Así, entre letras y música, protesta y vanguardismo, con pasión desbordante se lanzó por aquel tiempo a escribir sus primeras canciones, de las que Au bon vieux temps (Al buen tiempo pasado), creada junto a uno de sus amigos, Johnny Sabrou, sería un auténtico suceso y el punto de partida de una carrera que atraparía todo su esplendor hacia mediados de los 50.
Pero el jazz se mantenía latente en su intimidad de artista. Bajo la influencia de amigos ilustres como Duke Ellington, Charlie Parker y Miles Davies, Vian escribió sus primeros espectáculos de cabaret con resonante éxito.
Poseedor de un talento consciente que bebió de la pureza y la inquietud del jazz, creó, a partir de éste, sonidos de exploración que transgredieron los expuestos por los maestros de la forma sincopada.
Tan empapado estaba del jazz que acuñó el neologismo “pianocktail” para “describir un piano que al interpretar una melodía produce un cóctel en que el sabor recuerda las sensaciones experimentadas al escuchar la canción, planteando situaciones propias del surrealismo”.
Completo en su andadura musical, sus biógrafos señalan que “junto a él se podía creer que aparecía un John Coltrane, o era posible verlo conversar con Stravinski”.  
A partir de 1954, Vian consagró todo su tiempo y esfuerzo a la chanson. El estallido de la guerra de Indochina lo inspiró para componer un título hoy mítico: El desertor, del disco Canciones posibles e imposibles, cuya censura y retiro del mercado se debió precisamente a esa pieza de “escándalo”, cuyo texto y música merecieron en aquella época la diatriba de ser un “genuino manifiesto antimilitarista”.

Boris Vian es considerado un verdadero genio del siglo XX. Su obra fue comprendida en toda su magnitud luego de su muerte, cuando fue rescatada toda su rebelión permanente y libertaria –incluso hedonista- por toda una generación en efervescencia, aquella de los 60, contestataria y levantisca.

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