[Suárez Figueroa]
El autor dedica esta columna a la Poesía completa de Sergio Suárez Figueroa (La Mariposa Mundial, 2015) que se presentará la siguiente semana en La Paz. En recuadro, un extracto del texto introductorio que Ortiz redactó para el volumen.
Rodolfo Ortiz
Sergio Suárez Figueroa es la furia de un
bosque antes que la casa de un libro. Primero un efímero que tienta el enjambre
del cuerpo hacia el espíritu de la negrura y luego ese mismo efímero perdurando
en la abismal significación de las cosas. Su obra se forjó en los modos de un
hábito, o mejor, de un habitar la región que se abre en el “descenso a la
mansión oscura”, durante el cual, luego del cual, se roba un conocimiento a lo
desconocido. El escritor Fernando Medina Ferrada fabuló la vida atormentada y
peregrina de este poeta en el primer volumen del cuarteto Crónicas de Moribundia, todavía inédito. Un Sergio Suárez Figueroa
que al fin ingresaba una noche a la ciudad de La Paz, de frente a los ruinosos
zaguanes y cuartuchos más allá del portón de un viejo alojamiento frente a la
plaza Pérez Velasco.
Lo cierto es que Suárez Figueroa
comenzaba a transformar los últimos asombros del viaje en la espeluznante
aventura de un tránsito, que ya inmerso en la ciudad de La Paz, cobraba la
forma de un descenso infernal maravillado. Ser la sombra que dirige las
irrupciones de la separación, o bien, el equilibrio de un infinito misterio que
se manifiesta y al mismo tiempo se oculta en las cosas.
Mientras Saenz atiende a las resonancias
profundas del Choqueyapu impregnando la avenida Montes, en Suárez Figueroa
sentimos cómo descascara la formación de esa experiencia interior de la ciudad,
pues su faena, que no su afán, fue ejercer un pensamiento poético que es
posible imaginar como un sordo patín desmenuzando el camino.
Su obra, el lector consentirá, prefigura
en este sentido una escritura que despliega un continuo y no la transformación de
un alma inocente en un alma monstruosa: “un ala de pluma a punto de corromperse
en el iris del agua y del aceite”, escribe en un verso temprano y memorable,
donde la precisión de esa pluma que no ha dejado de caer y un ala minúscula de
esa pluma apelmazada que ya ha dejado de caer, inician el tránsito vinculador
en la cercanía de los objetos horriblemente comprendidos.
Para Sergio Suárez Figueroa ser un
tránsito infernal maravillado fue también repetir la “diabólica inocencia” de
Orfeo en su descenso a los infiernos; acoger el oscuro poder en el pulso
pupilar y retornar desde ese extremo para transfigurar la mañana circundante.
La vida de Orfeo, cuya tragedia aparece bellamente retratada en el Libro 10 de Las Metamorfosis de Ovidio Nasón, es
retomada en su obra como el proceso de la formación de un mito que nos comunica
el secreto de la causalidad creadora detrás de la imagen de Eurídice que
comienza a desaparecer. Se trata, una vez más, de un continuo que nos dice que
si tú no has visto y ahora lo ves, es porque siempre lo has visto. La
separación de un ojo que desobedece al amor y retorna a la vida para devolver
una forma, un estremecimiento, una ausencia que unirá la vida que te espanta
con la muerte que amas.
--
Liminar (fragmento)
Rodolfo
Ortiz
Sergio
Suárez Figueroa publicó cuatro libros de poesía: Los rostros mecánicos en 1958, Bajo
la grave niebla del pánico en 1961, Siete
umbrales descienden hasta Job en 1962 y El
tránsito infernal y el peregrino en 1967, este último, impreso en la
Editorial del Estado, seguramente gracias al desempeño laboral del poeta en
1953 como Jefe de Redacción del Boletín de Cultura de la Dirección de Prensa e
Informaciones de la Presidencia de la República. También publicó cuatro obras
de teatro, entre las que destacan La
peste negra, cuya primera impresión salió como separata de la revista Logos N°
2 en 1967 y El arpa en el abismo,
impresa en Ediciones Eurídice, de cuyo prólogo, escrito por Gastón Suárez, se
deduce fue publicada en 1963. Dejó un conjunto todavía inédito de obras de
teatro que el lector podrá consultar en la bibliografía.
La
obra de Suárez Figueroa también quedó dispersa en revistas, periódicos y
antologías. Allí publicó ensayos, artículos sobre arte y literatura,
entrevistas, notas culturales, un cuento, pero a su vez, publicó poemas,
algunos de los cuales aparecerán con ligeros cambios en su libro El tránsito infernal y el peregrino.
Estos poemas que conforman los tres primeros del libro mencionado son: “No hay
un hermoso crimen…”, que salió en el número 14 de la revista NOVA; “Los graves epitafios de los
muertos”, publicado en el suplemento “Presencia Literaria” del 10 de julio de
1966; y “Estancias para un tema de Ravel”, que salió en la sección “Culturales”
del periódico El Diario el domingo 13
de noviembre de 1966. A estas publicaciones acompañan un conjunto de poemas no
incorporados en sus libros, donde destacan “Arte de alquilar una casa”, que se
publicó en marzo de 1963 en el número 8 de la revista NOVA; los cuatro poemas que salen en la antología de Díaz Machicao
consignada en la bibliografía; el poema “Los niños idiotas”, que salió en “Presencia
Literaria” del 31 de diciembre de 1967; y el poema de juventud “Canción de las
islas”, que se publicó en 1943 en la revista argentina SED, dirigida por Osvaldo Svanascini. Este poema que es el más
temprano que se conoce del poeta, fue encontrado en la Biblioteca Nacional de
Buenos Aires y en cuya versión digital recibida advertimos que el autor firma,
abajo y a la derecha, como Sergio Figueroa.
El
rescate de su obra poética, que se remonta al año 2000 cuando La Mariposa Mundial sacó la separata El transito infernal y el peregrino,
representa no solo el inicio de una aventura sino también la convicción de una
misteriosa lealtad. Deseo resaltar aquí que el año 2010, dados los memorables
encuentros que suelen alimentar las historias literarias de este tipo, un
entrañable amigo y escritor, Alan Castro, se incorpora a este trabajo de manera
incondicional y fervorosa. (…)
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