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martes, 14 de marzo de 2017

Narrativa

La angustia de lo irreversible

Entrevista –salpicada por brevísimos comentarios- a Rodrigo Fuentes, autor de Trucha panza arriba, el nuevo libro de cuentos que acaba de lanzar El Cuervo.



Martín Zelaya Sánchez

Hace algunos días Maximiliano Barrientos comentaba un libro en un tuit y decía algo así como: “está tan bien escrito que casi ni sé de qué trata”, una exageración, claro, para alabar la impecable técnica y estilo. Trucha panza arriba, del guatemalteco Rodrigo Fuentes, es un libro muy bien escrito y sus temas ejes no solo son claramente identificables, sino que dicen mucho, valen mucho per se.
Es este emergente autor contemporáneo de bolivianos como el propio Barrientos, Liliana Colanzi o Rodrigo Hasbún, por mencionar a solo tres de los protagonistas de una renovada generación de la narrativa latinoamericana que en el último lustro -quizás ya un poco más- de la mano de una decisiva irrupción de editoriales independientes, cobró protagonismo en medios especializados, ferias del libro, festivales y encuentros.
Fuentes, como los más destacados de estos autores Sub-40, logra dos de las cimas que los caracterizan: un lenguaje extremadamente puntual, conciso y de técnica casi impecable, y un universo narrativo tan amplio, como personal e intimista; es decir, que sin encasillarse en tendencias, temáticas o subgéneros, parte eso sí de las más introspectivas experiencias del autor.
Rodrigo Fuentes, que el pasado miércoles presentó en La Paz su libro de siete relatos (El Cuervo, 2016), responde a algunas de las inquietudes que despertó la lectura de Trucha panza arriba.

- Pienso en la palabra angustia, antes que temor, para tratar de identificar esa presencia que trasciende el libro: la angustia del campesino infiel, del padre alcohólico, de Ubaldo y, claro, de Henrik.
- Creo que la angustia, por sí sola, es un recurso narrativo, ya que obliga a los personajes que la padecen a plantearse ciertas preguntas importantes: ¿cómo llegué hasta aquí?, ¿cómo salgo de este embrollo? o, ya de plano, ¿de qué sirve todo esto? Me gusta que la angustia provoque reacciones viscerales haciendo que la razón se vaya muchas veces por la borda. Los personajes que se aferran a ese delgado hilo que es la esperanza, especialmente cuando ya vislumbran el fondo del barranco, me atraen.

- Llama la atención la contraposición campo-ciudad. No solo en Guatemala -por lo que veo- o en Bolivia, sino en Latinoamérica toda hace ya varios años que lo urbano se coló con fuerza en la literatura; algo, por otro lado, natural dado el devenir social, pero al mundo rural, por supuesto, no se lo puede dejar del todo del lado.
- Más que enfocarme en el ámbito rural, lo que me interesaba era trazar el itinerario de un personaje -Henrik- que transita entre ambos mundos con desenvoltura. Esto lo logra gracias a su calor humano, a las experiencias de vida que ha tenido y a cierta ceguera que le permite evadir realidades jodidas. Hay brechas muy grandes entre la vida del campo y la ciudad, inequidades muy marcadas entre ladinos e indígenas, pero tampoco me parece interesante ni riguroso presentar una división binaria entre ambos mundos, como si no existieran vasos comunicantes, al menos en mis cuentos.

[Valga aquí unas líneas para Henrik: entrañable personaje, muy bien logrado. Cuando uno se imagina al protagonista de un cuento no solo con un rostros y postura definidos, sino que casi adivina sus pensamientos, sus reacciones, está claro que el autor logró una construcción adecuada. Sin casi emplear descripciones o adjetivaciones explícitas, Fuentes pinta a carta cabal a este beautiful loser. Y no pocos otros pesronajes se quedan atrás].


-¿Leíste a Liliana Colanzí? ¿Dime si no admites ciertas semejanzas en algunos de sus cuentos en este manejo de lo rural-urbano?
-He leído a Liliana con mucho gusto desde hace varios años, y creo que un cuento como Chaco, de Nuestro mundo muerto, juega con estas divisiones desde una perspectiva sumamente interesante y novedosa. Además, la primera oración del cuento es tremenda.

- Quiero destacar tu habilidad para darle fluidez y naturalidad a la narración, en especial a los diálogos. Noto que predomina el uso de la primera persona -al menos en cinco de los siete relatos-, ¿te sientes más cómodo implicándote (o implicando a tu voz narrativa) de esta manera con los personajes?
- Aunque en Guatemala se encuentran grandes relatos en cada esquina, me cautivan sobre todo las voces que los cuentan. Hay mucho humor, hay un sentido del ritmo y del suspenso, y un cuidado, aunque sea informal, para dar con la palabra precisa. La primera persona permite cierta inmediatez, la ilusión de la sinceridad, pero también un trabajo con la cadencia que, como lector, me atrae mucho. Una cadencia bien trabajada me puede arrastrar sin respiro por todo un cuento, y es algo que también intento lograr cuando escribo.

- Vives en EEUU y tienes llegada a México y otros países con fuertes posibilidades de difusión, ¿qué te llevó a escoger a El Cuervo para que co-edite tu libro? Y a propósito, espero que tu llegada al país te sirva para profundizar conocimientos sobre las letras bolivianas…
- El catálogo de El Cuervo me parece excelente, por lo que fue un honor y una alegría saber que Fernando estaba interesado en publicar el libro. Podría decir que me interesaba que los cuentos circularan entre lectores bolivianos y sudamericanos, o que estaba orgulloso de que el libro apareciera en una editorial como El Cuervo en un momento en que la literatura boliviana tiene un auge que ya es un lugar común. Además, como guatemalteco he sentido una conexión especial con Bolivia desde hace diez años, cuando visité el país por primera vez. Todo esto sería verdadero pero impreciso: el libro sale con El Cuervo porque sí, por esas conexiones azarosas que simplemente agradezco.

Si algo hay que agregar es que en el breve pero intenso libro flota claramente un concepto tangencial: la idea de lo irreversible, de la inminencia, de lo inevitable… Sin casi alcanzar a darse cuenta, el obrero que protagoniza el primer cuento –que le da título al libro- pierde a su mujer y a sus cuatro hijas por una insulsa aventura a la que cayó, valga la redundancia, casi sin darse cuenta, nada más que por responder mensajitos y comentar memes por celular.
Así también -explosiva, instantánea- se le presenta la “nueva vida” a Mati, un alcohólico que aún no sale del pozo, pero que debe ya lidiar con la responsabilidad de recibir a su hija los fines de semana. Ni el delirium tremens supera el vacío que tamaño desafío le provoca. Por solo comentar sumariamente dos de los mejores relatos.




sábado, 18 de julio de 2015

Nota de apertura

(Re)conociendo a seis “hijos pródigos”
de la literatura boliviana

Los seis autores bolivianos “migrantes”, que serán los invitados de lujo de la FIL de agosto, comparten con los lectores su autodescripción como escritores y cómo el hecho de vivir fuera incide en su oficio.


Martín Zelaya Sánchez

En una decisión más que acertada, la Cámara Departamental del Libro de La Paz optó este año por dedicar la Feria Internacional del Libro -que en agosto celebrará su edición número 20- a los escritores bolivianos residentes en el exterior.
Es así que se optó por “repatriar” por unos días a seis de los más destacados autores –cinco narradores, un poeta- “migrantes”; la mayoría radicados en Estados Unidos, algunos por razones académicas, otros por “exilios voluntarios” y quizá alguno por seguir una estela de búsqueda y motivación que, por supuesto, traspasa y con mucho nuestras fronteras.
Además de presentaciones de libros, conversatorios, y coloquios académicos, cada uno de los seis -Liliana Colanzi, Emma Villazón, Giovanna Rivero, Claudio Ferrufino-Coqueugniot, Rodrigo Hasbún y Sebastián Antezana- tendrá una mesa especial: “Conociendo al escritor”, en la que será interpelado, en el buen sentido de la palabra, para que los lectores se aproximen lo mejor posible a su itinerario de vida que, por supuesto, está indisolublemente ligado a su trayectoria en las letras.
Para adelantarnos un poco a este juego, contactamos a cinco de los seis invitados que amablemente aceptaron responder a dos preguntas que resumen -creemos- la intención de su llegada: su autoidentificación como escritores, y la incidencia de su residencia fuera del país en su producción

1
Te pido describirte como escritor/a: motivaciones, búsquedas, intereses, tendencias, influencias, etc.

2
¿En qué medida incidió tu itinerario personal fuera de Bolivia en tu literatura?

El sexto de los invitados, Rodrigo Hasbún, que por estos días viaja por varios países antes de volver a casa, no tuvo tiempo de responder así que rescatamos algunos conceptos suyos de un par de entrevistas que nos concedió en los últimos años.
Valga, antes de terminar, hacer notar que junto a tres o cuatro narradores más –como Wilmer Urrelo, Juan Pablo Piñeiro, Maximiliano Barrientos y, por supuesto Edmundo Paz Soldán-, estos seis “migrantes” que la Cámara del Libro trae a La Paz, están definitivamente entre los 10 o 12 mejores escritores bolivianos jóvenes o de la generación intermedia (o al menos son los que mayores réditos de crítica internacional obtuvieron).
Y valga, además, recordar que fuera de esta cartelera central, los organizadores de la Feria confirmaron la llegada de cuatro narradores extranjeros de reconocida trayectoria: Javier Moro (España), Alberto Chimal (México), Lina Meruane (Chile) y Carlos Yushimito (Perú). Así que para esta FIL 2015 se pinta una de las más prometedoras agendas culturales en muchos años.

Liliana Colanzi

1
Tengo familiares que aseguran poder comunicarse con seres de otros mundos. Uno de ellos cuenta que lo abdujeron los extraterrestres en su infancia cuando paseaba al lado del río, otro ha visto naves espaciales descender en la selva amazónica (esa escena inspiró Meteorito, el penúltimo cuento de La ola).
Yo nunca he tenido contacto con platos voladores, pero concibo la escritura como un portal hacia lo desconocido. Cuando una escribe convoca ciertas energías, y eso que está en el aire por lo general acude a tu llamado. Así que hay que tener coraje para recibir aquello que se conjura. Hay que ser paciente, porque descubrir su verdadera forma puede tomar meses o años.
Algunas personas dicen escribir cuentos en los descansos entre una novela y otra, o a manera de “soltar la mano”. A mí no me sucede. Cada uno de los cuentos de La ola me tomó varios meses de asimilar experiencias difíciles.
Algo que no he contado antes es que rezo antes de escribir. “Oh, Señor, ahora soy una manteca, hazme una mística, de inmediato. Dios lo puede conseguir -hacer místicos a partir de mantecas”, anotó Flannery O’Connor en su diario. Y a una amiga: “La ficción es la expresión concreta del misterio -un misterio vivido”. Atisbar ese misterio es a lo que aspiro. Así que rezo para olvidarme de mí, para dejar de ser una manteca y poder sintonizar, aunque sea por un segundo, la música de las altas esferas. 

2
No tuve conciencia plena de lo que significaba ser boliviana o latinoamericana hasta que dejé el país. Vivir fuera de Bolivia me ayudó a volcar la mirada sobre actitudes y creencias que estaban en el aire mientras yo crecía y que nadie cuestionaba (el racismo, el clasismo, el machismo) y mirarlas con extrañeza, pero también con gran curiosidad.
En cierta forma, Vacaciones permanentes es un ajuste de cuentas con esa Bolivia en la que me crié y de la que me alejé en más de un sentido, y no es casual que solo haya podido escribir esos cuentos desde la distancia, y en un estado de oscilación constante entre el odio y el amor.
En los últimos años me he visto regresando seguido a Bolivia, no solo físicamente sino a través de la ficción, tal vez intentando entender de dónde vengo. Por el lado paterno soy descendiente de inmigrantes campesinos italianos, por el lado materno provengo de una familia beniana numerosa.
Ahí, de fondo, estaba latiendo siempre lo rural: la voluntad de dejar el campo y la pobreza pero también la conciencia (y la amenaza) de llevarlos siempre a cuestas. Me interesa volver a esa tensión y ver qué es lo que se esconde ahí, llegar hasta aquello que reprimimos y dejar que hable.
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Sebastián Antezana

1
Se me hace difícil hablar de mí. Diría que soy una persona preocupada y ocupada por la literatura, que lo he sido desde que aprendí a leer y que soy feliz viviendo de esta forma. Diría que soy una persona que, en términos literarios, es bastante más sensible a la ficción que a cualquier otra forma del discurso, aunque la crítica también ocupa una parte importante de mi vida.
Diría también que soy un autor de obra escasa -dos novelas- que escribí bastante joven, entre los 23 y los 27 años, y que durante los últimos cinco o seis años he dado una especie de viraje interior respecto a ella.
Podría mencionar también que me apasionan a partes iguales la literatura boliviana, la latinoamericana y la que se escribe por fuera del mapa del español. Que considero a la novela como el género literario por excelencia y que pocas cosas me han apasionado tanto, me han conmovido y puesto en crisis con tanta fuerza, como siete u ocho novelas que considero obras definitivas, territorios habitables y ejemplos a los que vuelvo siempre.
Indicaría también que pese a esto la poesía, para mí tan elusiva, es una parte central de mi experiencia lectora. Que no la escribo pero que la admiro profundamente y que la percibo como una de las formas más puras e intensas del conocimiento y la imaginación.
Y diría que estoy expectante, emocionado, feliz, porque hace un par de años me he embarcado en una etapa de escritura que considero más verdadera y desafiante que todo lo que hice antes, y que espero resulte en por lo menos un par de libros que puedan hablarle a alguien, que sean capaces de interpelar y conectarse con alguien, en el futuro medianamente cercano.

2
En principio, siento que vivir afuera te ayuda sobre todo en cuestiones de perspectiva, te permite tomarle una real medida a cuestiones como la identidad -esa que construimos día a día y que para cada quien es su Yo boliviano- y la identificación con esa vasta colectividad que llamamos país y que se traduce en una serie de aficiones, afecciones y ritos que son nuestra herencia y modo de ser nacionales.
Ese proceso de vivir afuera, de tomar distancia y empezar a ver las cosas desde lejos, ese tire y afloje con el propio país y los deseos, a veces, de dejarlo atrás -y así dejar atrás al que uno fue o es en ese país- o de tomarse un descanso de él, afectan invariablemente la percepción y, por lo tanto, también el trabajo creativo.
Por otra parte, me es difícil decir con cabalidad cómo el vivir afuera ha impactado mi proceso literario, simplemente intuyo que el permanente roce con otras culturas, otros lenguajes, otra gente y otras formas de entender el mundo, ensanchan y angostan la experiencia personal de distintas formas, y modifican nuestra forma de entender la literatura como un ejercicio de apertura al exterior y ensimismamiento obstinado a partes iguales.
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Claudio Ferrufino-Coqueugniot

1
Todo viene por mi pasión por la lectura, y quizá una habilidad para convertir lo que leía en realidades cercanas. Ese es un gran paso a la imaginación. De allí a la escritura hay otro. Lo demás es escuela, práctica.
¿Influencias? Diversas. Me gusta lo caótico de mis lecturas, que no incluyen necesariamente ficción. En realidad creo que leo un 20% de ficción y lo demás es ciencia, historia, ensayo, sociología, viajes, etnografía… Se refleja en mi obra, en mi aventura novelística donde se nota esta mixtura. Leer me motiva a leer más. Lo mismo escribir.

2
Vivir fuera de Bolivia afecta, claro, en el contexto, el entorno de lo que escribo. Cuando viajé era (qué presunción) un escritor “formado”. Había hecho algo de narrativa, un poco de cuento, era articulista y columnista.
Estados Unidos aporta universos, en primer lugar por donde comencé a trabajar. De noche trabajaba en el ghetto negro y el fin de semana estaba en la National Gallery o escribiendo sobre Malevich. Una rica dualidad que supo enriquecer ambos vértices de mi literature. Siempre admiré la “acción” de los escritores anglosajones y Estados Unidos me daba la oportunidad. La aproveché.
Estados Unidos no era para mí, aunque también, el de Reagan y la política exterior. Era el de Miller, de Kerouac, de Anderson, Faulkner, Caldwell. Fascinante. Aparte que fue un lugar que me dio acceso ilimitado a los intereses culturales que tenía, por muy poco o por nada. Otra vez, lo aproveché al máximo. Conocí y aprendí mucho. Viví y leí y eso para mí explica mis páginas.
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Emma Villazón

1
Me pueden motivar muchas cosas, experiencias ajenas o personales, la literatura, fotografías, películas, el pasado. Eso sí la mayoría de las veces, aparece la poesía como un gran eco al que me siento llamada a responder.
Me fascinan los poemas que se salen de sí, como los chamanes o los ebrios; poemas donde hay un amor a la lengua que les permite jugar, o donde están desdiciéndose, o donde de algún modo resultan disruptivos con el lenguaje convencional que nos llega a todos, y nos ofrecen intersticios de otros sentidos y fuerzas.
Sigo los poemas que han renunciado a dar una verdad del mundo, a hablar de lo inefable y del alma; me inclino por los que dudan, tiemblan, hacen preguntas, y tienen ojos para lo bajo, lo cruel, lo que poco se atiende y poetiza. Leo, por eso, con pasión a Leónidas Lamborghini, Marosa di Giorgio, Héctor Viel Temperly, entre otros.

2
Pronto voy a cumplir cinco años en Santiago, y claro, desde luego que me he dejado permear o alimentar por las obras de algunos escritores nacidos en Chile, que han significado para mí grandes encuentros, como terremotos interiores, que me han hecho cuestionar mi propia escritura.
Escritores como Elvira Hernández, Guadalupe Santa Cruz, Andrés Ajens, Humberto Díaz Casanueva, Juan Luis Martínez, desarrollan escrituras donde la lengua está llevada hasta sus límites, donde en vez de mantener un dominio sobre la significación, se muestra la lengua en su desborde significativo y sonoro.
Este trabajo con el idioma me interesa mucho, no sé cuánto de eso habrá en lo que ahora escribo, pero le tengo una gran admiración. Por otro lado, vivir en Chile, cuya imagen a nivel internacional es de solvencia económica, pero a la vez donde se libran duras luchas por igualdad social, me ha llevado a tener siempre presente a Bolivia, y a tener nuevas lecturas sobre el país.
Y esto lo digo porque el desplazamiento geográfico creo que ha incidido en mi escritura, en el sentido de que también me parece importante lo que a nivel social se dice en la literatura (por más que se lo diga ambiguamente), y no me refiero a que el escritor deba repetir lo políticamente correcto, sino que el escritor está situado en un espacio que comparte con otros, y que este -al menos el buen escritor- tiene algo así como unas antenas para percibir situaciones que a nivel social todavía no tienen nombre.
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Giovanna Rivero

1
Escribo porque amo narrar. Si la escritura no hubiera sido posible, habría narrado igual de forma oral, o con gestos, o con sombras. Es mi forma de intervenir en el mundo y amasarlo a mi manera, desde mi sensibilidad, desde mis dolores y fantasmas.
¿Influencias? Precisamente los relatos orales que escuché de mis abuelos, las conversaciones de los adultos que en mi infancia yo interpretaba con un morbo ingenuo y salvaje; ese primer lenguaje, el murmullo de la vida misma, es mi principal influencia.
Luego vino la literatura en su forma y estructura, con sus distintos modelos, cruzada y cruzando otros lenguajes, con sus códigos menores y sus ambiciones más altas, y de ella nunca termino de aprender.
¿Qué busco al escribir? Que se haga el mundo otra vez. Un mundo, uno específico y diferente. Que a los personajes se les pueda sentir la respiración, el resuello, el mal aliento, los huesos. Que el lector sienta y admita que el conflicto que yo cuento podría perfectamente sucederle a él. Seguir indagando en lo humano es lo que pretendo. Rasgar, cada vez que escribo, el himen que divide la literatura de la “realidad” o de la vida, asumiéndolos como sinónimos injustos. O por lo menos intentarlo. Morir intentándolo. Esa es la ley del narrador.

2
A un nivel práctico, vivir en EEUU, en un ámbito académico, me ha habilitado una estructura más productiva que la que tenía en Santa Cruz. Mi manejo del tiempo, de la rutina y las obligaciones diarias me permitió en estos años dedicar un tiempo valioso, no residual, a la escritura y la lectura.
Pero creo que lo más importante tiene que ver con la inevitable desgarradura que implica el irse. Y si bien ahora la tecnología te da la ilusión de que estás cerca, de que hay un cotidiano que te incluye de a retazos, las distancias más peligrosas residen, justamente, en aquello que no se percibe en esa epidermis del contacto social. 
Es la acumulación de un tiempo que se va volviendo extrañeza y edad lo que impone su distancia. Entonces la imaginación ingresa a parchar las zonas ciegas. En mi caso, creo que mi literatura ha comenzado a chuparle la energía a los recuerdos. Y soy consciente de ello; por eso, cada vez que escribo desarrollo una pelea campal contra la nostalgia, pues si mi escritura cede a su influjo, que es irresistible como el mar de Ulises, puede anestesiarse, autocomplacerse en los mundos perdidos.
Prefiero, en este sentido, usar este sentirme siempre extranjera como una dinámica de vectores en contradicción, en tensión. Vivir afuera me da eso: un estado de alerta para intentar detectar las tensiones más sutiles, las que las culturas disfrazan con la mejor de sus inteligencias.
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Rodrigo Hasbún

“No siempre sucede igual. A veces es una imagen la que me dispara las ganas de escribir, otras veces la persistencia de algún sentimiento o un recuerdo que no quiere irse, una frase suelta y su música, algo que escuché por ahí. Cualquiera de esas vías desencadena un proceso invariablemente misterioso, donde nunca sé a dónde iré a parar. Escribo a tientas, yo mismo descubriendo en qué consisten las guerras de los personajes, cómo funcionan sus afectos. De a poco voy encontrando algunas pistas pero en general todo resulta muy incierto, al menos hasta que termino una primera versión. A partir de ese punto, con algo más de distancia, voy definiendo los contornos de la historia y de todo lo que está en juego en ella”.

“Los libros (cuando están bien hechos) son artefactos peligrosos: derrumban certidumbres, atentan contra la velocidad de los tiempos, nos acercan a otras formas de mirar y sentir y nos ayudan a ahondar en nuestras propias maneras de mirar y sentir. Son maquinitas misteriosas que ofrecen la posibilidad de transformar nuestro entendimiento de los otros y nuestra percepción de las cosas, de multiplicar la realidad, de ordenarla o desordenarla, de volverla aún más compleja de lo que ya es.
Prefiero leer en papel y es lo que hago la mayor parte del tiempo, pero a veces también recurro a los libros electrónicos y últimamente he escuchado unos cuantos audiolibros. En contra de los prejuicios que la rodean, esta última me pareció una experiencia fascinante. Es un formato que me devolvió con toda su contundencia al acto primigenio de la narración, a la escena fundamental de alguien compartiendo una historia en voz alta”.



lunes, 17 de febrero de 2014

Adelanto de la nueva novela de Giovanna Rivero

Un pequeño fragmento de 98 segundos sin sombra... a modo de adelanto de la entrevista exclusiva con la autora cruceña que se publicará el jueves en el primer número de LetraSiete:

Antes de salir de casa le pedí a la niñera que cuidara mucho a mi hermanito y que no dejara entrar a ninguna mujer ni aunque le pareciera la madrina de Cenicienta. Clara Luz no estaba para nadie.
Me hice un nudo gitano con la mantilla y me monté en la bicicleta con rumbo a la casa del naranjal. La sensación de que hacía algo prohibido no era tan honda como la felicidad. Creo que solo cuando vi por primera vez a mi hermanito había sentido esa falta de aire que no asfixia, sino que pide más, hambre de aire, hambre de oxígeno para un corazón desaforado.
Pasé por la canchita en diagonal al boliche del español, donde algunos chicos de la escuela Don Bosco de Muyurina jugaban fútbol. “¡Morticia!”, me gritaron. Lanzaron la pelota en mi dirección, pero la esquivé rápido y pasó por sobre mi hombro como una bala cobarde. Ni siquiera me mosqueé en mostrarles el dedo mayor para que se lo metieran donde sabemos, toda yo iba muy por delante de la bicicleta. Eran mis piernas las que pedaleaban con una fuerza que nadie asociaría con mis canillas huesudas, pero la vista se adelantaba a lo físico, soñaba, proyectaba alucinaciones con la técnica de las filminas: Luz sobre una pared y luego una imagen. Así mismo.
Llegué por fin a la casa y apoyé la bici contra la Ford desvencijada. Toqué tres veces. Dos segundos y milésimas. Nunca habíamos acordado que yo tocaría tres veces a modo de un código secreto, pero lo hice. El impulso que tenía de ponerlo todo dentro de un código secreto era muy grande. En realidad, siempre tuve cosas privadas a las que ni siquiera Clara Luz tenía acceso, y no me refiero al diario. Cráteres, ojos de agua, lagos pantanosos en los que hundo mis deseos más… atroces.  Era increíble el modo en que había podido sobrevivir sin que papá entrara a los espacios escondidos de mi alma con su tristeza violenta, su voz de Lázaro y sus ronquidos de cloaca.

La puerta se abrió. Sentí náuseas.