Cuando hay que mostrar (y ver) el dolor
Intentamos leer aceptablemente la reciente propuesta de Carla Spinoza (y A ediciones). Sobe el mismo libro-objeto, libro-arte, reproducimos el breve texto de contratapa escrito por Fernando van de Wyngard.
Martín Zelaya Sánchez
Abres el libro Niña Roja y empiezas a revisarlo. Anonimato, desprendimiento,
terror. Es la puerta de entrada: fotografía con efectos, fotografía compuesta,
complejizada, intervenida. Imagen (temática) mediada por la transparencia que
la cubre.
Luego llega el telón rojo: ¿el dolor? Y la
sangre no se va más. ¿Desprendimiento, terror? 1.- La silla vacía; oportunidad,
derecho perdido. 2.- Desaparecer, se lee en la pizarra que ya no volverá a ver
alguna niña. 3.- Víctimas potenciales aún en la normalidad. 4.- Expuestas,
desprotegidas. 5.- El ojo se cierra ante una realidad. 6.- Todo es
mercantilizable: el horror total. 7.- El día que apagaron la luz. 8.- Cuando la
claridad expone y trae más dolor aún. 9.- La sombra se lo come todo. 10.-
¿Dónde están?: ¡protéjannos, hagan algo!
Niña Roja, la reciente propuesta de Carla Spinoza /
Universo Ulupika -un proyecto, por cierto, que arrancó tiempo atrás con un par
de performances y tiene aún colofón pendiente- se mostró en la reciente Bienal
Internacional del Arte, pero trasciende ahora en un libro-objeto propiciado por
A ediciones, junto a Kiosco, que además del trabajo conceptual y visual de
Spinoza, cuenta con la poesía de Inés púrpura.
Cierras el libro Niña Roja y tratas de asumir el planteamiento. No todo, en el arte
contemporáneo, es críptico o ultra-subjetivo. No tiene por qué serlo, más allá
de las tendencias. No toda creación artística debería responder solo y exclusivamente
a la búsqueda estética que, sin embargo, debería primar y trascender a
cualquier otro motivo.
En la narrativa boliviana de los últimos
lustros –por poner un ejemplo- se vive un fenómeno contundente: la mayoría y
los más aventajados escritores se alejaron definitiva y finalmente del peso de
la literatura política-sociológica-antropológica-comprometida, y ahora
simplemente se dedican a escribir persiguiendo su inquietud, instinto
(búsqueda); a contar historias de la mejor manera posible (estética). Y los
lectores lo agradecemos. (Pero, ¿y si la búsqueda estética de alguien se
realiza satisfactoriamente con un texto (objeto, pieza) que al contar su
historia se comprometa política-sociológica-antropológicamente?).
Si hay un arte que no debería rehuir del
todo (aunque generalmente ello es aconsejable) al agobio de la
realidad-cotidianidad obvia de la que de por sí no podemos huir, este arte es
-creemos- la plástica. Su ductilidad para una abstracción factible a diferentes
niveles la mantienen a salvo -creemos y esperamos- de lo eminentemente
discursivo (en su acepción menos amable), aunque todo depende mucho del pulso
del artista.
Revisas por segunda vez Niña Roja. Este trabajo de Universo
Ulupika llega y cumple; más aún, se justifica en su simple momento -menos de 10
minutos de ojeo-, en el que recuerda e interpela una verdad: la indefensión de
la mujer, de las niñas, de las adolescentes. Más allá de gustos y posiciones
cumple, decíamos, con la que considero debe ser la única y gran razón de los
libros-arte, perpetuar (no competir con) la exposición o puesta en escena.
Por lo demás, si despierta -aunque tan
arbitrariamente- las ganas de volver a pensar en el dilema de estética y
compromiso, se anota un punto más.
“Aquí están la casa / la familia / los
amigos / el empleo / las risas / los amores / que nunca habitarás”, dice el
poema inicial plasmado en un cuadernillo anexo.
--
Carla Spinoza / Universo Ulupika
Fernando van de Wyngard / filósofo
Esta publicación -que, en rigor es un libro
obra y no un testimonio o discurso que precisarían de puntos de apoyo
extratextuales- ha de entenderse como un momento de condensación (un
dispositivo entre otros) dentro de una obra mayor -de carácter exploratorio,
procesual y extendido- que involucra también lo relacional y lo performático. Busca
hacer de la investigación social un viaje de compromiso artístico con una
experiencia cuya elaboración pase por el propio cuerpo, a la vez que,
sumergiéndose en lo tremendo que ocultamos, termina desplazándola a ella misma insistente
y recurrentemente hacia las marginalidades del campo institucional del arte, aunque
resguardándose de renunciar a éste.
Una obra así asumida -que quiere
comprenderse como postura política, pero guardando el recato de no volverse una
denuncia (cayendo en la documentación y la exhortación manifiesta), ya
suficientemente garantizada por el desplazamiento que supone la escritura
lírica no propia sino encargada a una tercera persona-, busca mostrar, tras la
callada catástrofe que transversaliza a toda la sociedad y, por tanto, a cada
uno de sus integrantes, el propio problema de los regímenes que regulan los
flujos entre la visibilidad y la invisibilidad. Éstos son regímenes históricos,
siempre sujetos a ser dirigidos interesadamente a naturalizar la mirada; en
este caso, es el interés por mantener en la sombra la activa desaparición
forzada y cotidiana de innumerables mujeres-niñas, realidad a la que
convenientemente se le niega su salida a la luz, en sentido literal (como
privación de luz física para las víctimas) y metafórico (la no llegada a la luz
de la conciencia pública). De allí, la necesidad de exigir la negación
perceptiva del espectador en su testificación (en los performances) y de
intervenir y hacer divergir lo visual que pudieran revelar las imágenes (en el
libro).
Esta edición y los dos performances que la
precedieron, se inscriben, además, en el cierre de la Novena Bienal
Internacional de Arte Contemporáneo de Bolivia, en La Paz, noviembre de 2016.