Los sueños del picapedrero
Fragmento del texto que el autor leyó en la inauguración, en Cochabamba, de una muestra de arte de Gonzalo Ribero.
Mario
Argandoña Yáñez
Son
50 años de trabajo y más de 1.200 cuadros. Su actividad es inagotable, como un
demiurgo hace y deshace firmamentos imaginarios en experimentos sin fin: usó conchas
en el Brasil, y batik en el África; esculpió granito en Tolomosa, amasó y
horneó cerámicas, tomó innumerables fotografías, y atrapó los brillos del salar
Tunupa, con arenas, oro y plata. Día a día Gonzalo Ribero crea bellezas
efímeras de pétalos, semillas, guijarros, pedazos de metal y madera, o de velas
que chorrean grutas misteriosas.
En
este ambiente prodigioso, resalta el interés apasionado por las piedras, solo
equiparable a la convicción aymara de que somos los hijos de las piedras.
Gonzalo vive el ensueño petrificante y milenario del planeta en su formación,
cuando las piedras reinaban sobre los cuatro elementos ancestrales en una sorda
armonía de luchas descomunales.
Con
las palabras del conocimiento, las piedras se refieren a los residuos duros,
fríos e inertes de un pasado sin memoria. Pero con las palabras valorizantes de
la imaginación preludian los ensueños de la creatividad. En la imaginación material
rige la dialéctica de lo duro y lo blando, que da a las cosas una ambivalencia que
puede sentir hostilidad hipócrita en lo blando, o franca provocación en lo duro,
a la que respondemos con el apronte de nuestro coraje o nuestra fuga.
La
dura resistencia de la piedra se transmuta en imaginación contra las cosas, y la agresividad va a lo profundo, a la intimidad
de los contrastes. Así tomamos
conciencia de los enigmas de la energía que nos convierte en seres dinámicos frente
a la potencia del universo y con las certidumbres de nuestras fuerzas y
destrezas.
En
cuanto intervienen las manos, surge el sueño de la voluntad, prefigurada en la
acción sobre la materia. El impulso infantil, violento y destructor contra las
cosas, deviene virtud con las destrezas lentamente adquiridas en el trabajo cuidadoso
y constructor.
Con
las manos armadas de cincel y martillo, atacamos a la piedra para desbastarla y
después seguimos las labores pacientes del pulimiento. Pero si las manos están
vacías, las piedras son demasiado duras y guardamos nuestras fuerzas. Entonces
las cosas se exhiben sobre un fondo de universo, donde el espectáculo de la realidad
es visto a través de metáforas que dilatan la imaginación a perspectivas
cósmicas.
La
imaginación creadora trasciende las sensaciones para valorizar los colores y
las formas. Esta valorización es la dialéctica de la vida y la muerte, el amor
y el odio, lo bello y lo feo, la paz del nirvana y la guerra de la creación. Lejos
de la simple utilidad, los valores luchan entre sí. La materia, espejo de
nuestra energía, refleja el sueño de la voluntad que anticipa la acción futura,
que cambiará la realidad objetiva en el marco de un universo valorizado. Cuando
se actúa con el sueño de la voluntad, el tiempo se
materializa como un tiempo activo, bifurcado en el esfuerzo del artista y la
resistencia de la materia.
La
imaginación creadora se opone a la simple fantasía que valora la soledad y el relajamiento, y se opone a la
imaginación que repite lo percibido y se somete a las normas sociales.
Una
creación no reproduce, sino que produce en el reino de la irrealidad,
triunfando sobre cualquier fijación pasada. No es lo mismo la imagen que describe una
belleza estancada en su plenitud, y la imagen que no describe, sino que sugiere
la sustancia de la materia, sus fuerzas y valores. La imaginación material une
a la materia con el trabajador y devuelve vida a las oportunidades perdidas.
El
trabajo creativo es la más plena realización humana, porque apuntando a una meta
propia, integra las fuerzas del trabajador y de la realidad en una oposición complementaria.
Pero es necesario redoblar la atención para captar la energía prospectiva de la
imaginación creadora, para reconocer la aventura que rompe con la percepción
sensorial y la verdad social. Tal aventura empezó con el batán.
Un
día de esos, mientras Gonzalo pintaba muros, se le presentó la visión del batán
en una intuición instantánea que contenía todas las posibilidades y
ambivalencias del universo, que le dio permiso para crear un mundo nuevo, y le
hizo responsable de conservar viviente ese impulso naciente, que daba valor y
sentido a un destino encadenado al futuro de acción. Es así que pasado y futuro
se unieron en la intuición.
El
paso desde los archivos del pasado a los propósitos del futuro se enriquece con
los valores artísticos de universalidad y valentía. Convocadas por la memoria
afloran a la conciencia multitud de imágenes que al constituirse en ideas y
plasmarse en los colores y las formas, acrisolan la irresistible fuerza
expresiva e intersubjetiva de la creación artística. Desde ese momento la
imaginación, el pensamiento y el entusiasmo caminan juntos por la senda del
trabajo y del esfuerzo que organiza la excitación dinámica, para construir un
nuevo cosmos.
Aunque
Gonzalo parece atado a la piedra, supera las apariencias sensibles con ensueños
que imaginan un cosmos centrado silenciosamente alrededor de sus batanes y las piedras.
Su ensueño invade, traslada y modifica la sustancia de los cuatro elementos primigenios.
La imaginación terrestre que avizora
diamantes, metales y piedras, aporta vivencias inmutables de solidez y
peso con el único futuro de caer abajo y más abajo. Los otros elementos son
volubles en su connubio de fuerzas y sustancias: Pinta la esencia luminosa y
caliente de las hogueras. Hace correr la fluidez del agua y la detiene en los
glaciares. Atrapa el alma libre y ligera del aire, en las brisas y torbellinos.
Gonzalo
hace sentir la dureza y la duración de las piedras en imágenes geométricas, angulosas
e inmóviles, fijas en la parte inferior
de algunos cuadros. El batán ocupa generalmente el centro de la pintura y de la
imaginación, puede levitar en la claridad aérea contra su propia vocación de
caída. Se intercambian de los valores imaginarios de la tierra y del cielo, en la
correspondencia comunicativa de las sustancias que se transforman. El amplio espacio
remanente está colmado por atmósferas diáfanas, luminosas y volanderas, u
oscuras y tormentosas, que envuelven a los astros y a los aires.
Los
cuadros de Gonzalo convocan enjambres de connotaciones, en las que cada batán,
cada piedra, es un surtidor de ensueños y energías que propagan lo ético y lo
estético, por encima de lo útil y cotidiano.
Ninguna
sustancia permanece inerte. El artista encarna las potencias que recibe de la
materia dinamizando los trazos rectos de la dureza, junto a las curvas y
círculos del espacio y de lo blando. Las superficies se hunden en la doble orientación
hacia el interior de la piedra y la intimidad del sujeto actuante. En la
lectura de estos cuadros hay que resistir el llamado de temas conscientes,
razonables y objetivos, para restablecer las ensoñaciones de los colores, que
de repente nos descubren las energías secretas que preparan nuevos universos. Si
le restituimos su onirismo, la imaginación creadora nos mostrará muchos otros
sueños en estas bodas de oro con el arte.
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