sábado, 26 de septiembre de 2015

Cafetín con gramófono

Piedra Imán


Una más de las legendarias revistas literarias -ideadas en La Paz-, de fugaz paso; esta vez tres números para el recuerdo.



Omar Rocha Velasco

A finales de los 90 nació Piedra Imán, rumbosa revista literaria, cuyos responsables fueron nueve hombrecitos sentados y una mujercita sentada -aunque en estricto recuento fueron dos.
No resulta ocioso, para el caso, copiar el nombre de los “hombrecitos sentados -y la mujercita en orden alfabético” tal y como aparecen en los créditos: Walter Chávez, Gilmar Gonzales, Alfonso Murillo, Ricardo Pérez Alcalá, Pablo Pérez, Jaime Taborga, Walter I. Vargas, Rubén Vargas, Alberto Villalpando y Blanca Wiethüchter (en el número dos salió Pablo Pérez y entraron Valeria Catoira y Marco Antonio Miranda; en el número tres salió Walter Chávez). A pesar del entusiasmo solo vieron la luz tres números, uno por año: 1997, 1998 y 1999.
Wiethüchter y Villalpando organizaban en su casa, ubicada en Los Pinos, proverbiales reuniones donde se hablaba de arte, se escuchaba música, se leía, se pasaba clases, se comía y se bebía. Mucha gente apegada a las “artes liberales”, pasó por esa casa tan receptiva, tan cordial, tan de grandes anfitriones… Además de todo lo mencionado, allí también se hacía una revista, por eso tuvo ese aire de cenáculo (en todo lo que de “comer en común” tiene esta palabra), de tribu (en todo lo que de “sensibilidad compartida” tiene esta palabra) y de divertimento (en todo lo que de “composición para un número reducido de instrumentos” tiene esta palabra).
El primer texto de la revista es un fragmento del monólogo de Segismundo en la Vida es sueño: “Es verdad, pues reprimamos / esta fiera condición, esta furia esta ambición / por si alguna vez soñamos. (…) ¿Qué es la vida? Una ilusión, / una sombra, /una ficción, / y el mayor bien es pequeño; / que toda la vida es sueño, / y los sueños, sueños son”. Una clara manifestación de sus filiaciones y, al mismo tiempo, una clara posición frente a sus afanes literarios del momento.
Por eso, tampoco resulta ocioso -solamente- copiar las diez razones que los hacedores de esta revista expusieron como fundamento de su hechura:
1. Para salvar el lenguaje de la tribu y/o salvar a la tribu del lenguaje. 2. Para aportar desde la altipampa nuestro granito de arena a la cultura universal, últimamente tan a menos venida.  3. Para demoler constructos. 4. Para ir cerrando espacios de diálogo. 5. en nuestra América mestiza hay, más o menos, 2.317 revistas literarias. ¡Es urgente una más! 6. A manera de hacer algo mientras llega el Anticristo. 7. @#$%^&*@#%@*%.edu. Kjarkas net. 8. Por atracción Magnética. 9. Para salvar a la escritura de la lectura. 10. Para resucitar compadres. 11. Porque Piedra Imán fija, lija y da esplendor. [sic.]
Algunas de las secciones de la revista tomaron su nombre de fragmentos o títulos de obras literarias bolivianas que los responsables consideraban importantes, este gesto dice mucho sobre el camino que emprendieron: “Peregrina paloma imaginaria”, poesía; “Chuapi punchaipi tutayarka”, ensayo; “Llovía a torrentes”, narrativa; “Nevando está”, partitura bonsái o pequeñas composiciones, especialmente para piano; “La lengua de Adán”, entrevistas, libros y autores.
Las otras secciones fueron “El corso infinito”, dividida, a su vez, en dos subsecciones: “El banquete de Platón”, dedicada a recetas originales  (donde destaca, de lejos, el Cus Cus andino), y “Peón ladino”, grandes partidas de ajedrez; “Gallería d’ art” (un tanto imprecisa porque en el primer y segundo números se publicaron dibujos/caricaturas de Ricardo Pérez Alcalá y en el tercer número una muestra de poemas de Erasmo Gutiérrez); “Vuelve Sebastiana”, cine y teatro; “De obstructos y otras construcciones”; y “Vidas y muertes”, homenajes.
La revista fue portadora de poemas, dibujos, pinturas y textos narrativos de los hombrecitos y mujercitas sentados, y también acogió a varios colaboradores que se movían alrededor de la esa generosa mesa.
Lo que dibujaron, escribieron y recogieron contorneó una perspectiva lúdica de la literatura, pero de ninguna manera poco rigurosa, al contrario, fueron muy conscientes de lo que estaban haciendo al adscribirse a una tradición literaria que se no se sentía atraída por los cantos de sirena del siglo XXI que sin nacer ya llevaba pañales -léase oleada post moderna-, ni por la insistencia de tendencias folklorizantes del arte -véase más arriba la séptima razón.

Una de las principales intenciones fue reunirse en torno a una sensibilidad artística preocupada por el valor intrínseco del hecho estético, más allá de los periodos, tiempos y fronteras -así, un poema de Darío convivía perfectamente con la recuperación de un fragmento de la prosa de Abel Alarcón y la reflexión sobre la narrativa de José Lezama Lima. Además la pasaban muy bien, claro. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario