Piedra Imán
Una más de las legendarias revistas literarias -ideadas en La Paz-, de fugaz paso; esta vez tres números para el recuerdo.
Omar Rocha Velasco
A finales de los 90 nació Piedra Imán, rumbosa revista literaria, cuyos responsables fueron nueve
hombrecitos sentados y una mujercita sentada -aunque en estricto recuento
fueron dos.
No resulta ocioso, para el caso, copiar el nombre de
los “hombrecitos sentados -y la mujercita en orden alfabético” tal y como
aparecen en los créditos: Walter Chávez, Gilmar Gonzales, Alfonso Murillo,
Ricardo Pérez Alcalá, Pablo Pérez, Jaime Taborga, Walter I. Vargas, Rubén
Vargas, Alberto Villalpando y Blanca Wiethüchter (en el número dos salió Pablo
Pérez y entraron Valeria Catoira y Marco Antonio Miranda; en el número tres
salió Walter Chávez). A pesar del entusiasmo solo vieron la luz tres números, uno
por año: 1997, 1998 y 1999.
Wiethüchter y Villalpando organizaban en su casa,
ubicada en Los Pinos, proverbiales reuniones donde se hablaba de arte, se
escuchaba música, se leía, se pasaba clases, se comía y se bebía. Mucha gente apegada
a las “artes liberales”, pasó por esa casa tan receptiva, tan cordial, tan de
grandes anfitriones… Además de todo lo mencionado, allí también se hacía una
revista, por eso tuvo ese aire de cenáculo (en todo lo que de “comer en común”
tiene esta palabra), de tribu (en todo lo que de “sensibilidad compartida”
tiene esta palabra) y de divertimento (en todo lo que de “composición para un
número reducido de instrumentos” tiene esta palabra).
El primer texto de la revista es un fragmento del monólogo
de Segismundo en la Vida es sueño:
“Es verdad, pues reprimamos / esta fiera condición, esta furia esta ambición /
por si alguna vez soñamos. (…) ¿Qué es la vida? Una ilusión, / una sombra, /una
ficción, / y el mayor bien es pequeño; / que toda la vida es sueño, / y los
sueños, sueños son”. Una clara manifestación de sus filiaciones y, al mismo
tiempo, una clara posición frente a sus afanes literarios del momento.
Por eso, tampoco resulta ocioso -solamente- copiar las
diez razones que los hacedores de esta revista expusieron como fundamento de su
hechura:
1. Para salvar el lenguaje de la tribu y/o salvar a la
tribu del lenguaje. 2. Para aportar desde la altipampa nuestro granito de arena
a la cultura universal, últimamente tan a menos venida. 3. Para demoler constructos. 4. Para ir
cerrando espacios de diálogo. 5. en nuestra América mestiza hay, más o menos, 2.317
revistas literarias. ¡Es urgente una más! 6. A manera de hacer algo mientras
llega el Anticristo. 7. @#$%^&*@#%@*%.edu. Kjarkas net. 8. Por atracción
Magnética. 9. Para salvar a la escritura de la lectura. 10. Para resucitar
compadres. 11. Porque Piedra Imán
fija, lija y da esplendor. [sic.]
Algunas de las secciones de la revista tomaron su
nombre de fragmentos o títulos de obras literarias bolivianas que los
responsables consideraban importantes, este gesto dice mucho sobre el camino
que emprendieron: “Peregrina paloma imaginaria”, poesía; “Chuapi punchaipi
tutayarka”, ensayo; “Llovía a torrentes”, narrativa; “Nevando está”, partitura
bonsái o pequeñas composiciones, especialmente para piano; “La lengua de Adán”,
entrevistas, libros y autores.
Las otras secciones fueron “El corso infinito”,
dividida, a su vez, en dos subsecciones: “El banquete de Platón”, dedicada a
recetas originales (donde destaca, de
lejos, el Cus Cus andino), y “Peón ladino”, grandes partidas de ajedrez; “Gallería
d’ art” (un tanto imprecisa porque en el primer y segundo números se publicaron
dibujos/caricaturas de Ricardo Pérez Alcalá y en el tercer número una muestra
de poemas de Erasmo Gutiérrez); “Vuelve Sebastiana”, cine y teatro; “De
obstructos y otras construcciones”; y “Vidas y muertes”, homenajes.
La revista fue portadora de poemas, dibujos, pinturas
y textos narrativos de los hombrecitos y mujercitas sentados, y también acogió
a varios colaboradores que se movían alrededor de la esa generosa mesa.
Lo que dibujaron, escribieron y recogieron contorneó
una perspectiva lúdica de la literatura, pero de ninguna manera poco rigurosa,
al contrario, fueron muy conscientes de lo que estaban haciendo al adscribirse
a una tradición literaria que se no se sentía atraída por los cantos de sirena del
siglo XXI que sin nacer ya llevaba pañales -léase oleada post moderna-, ni por la
insistencia de tendencias folklorizantes del arte -véase más arriba la séptima
razón.
Una de las principales intenciones fue reunirse en
torno a una sensibilidad artística preocupada por el valor intrínseco del hecho
estético, más allá de los periodos, tiempos y fronteras -así, un poema de Darío
convivía perfectamente con la recuperación de un fragmento de la prosa de Abel
Alarcón y la reflexión sobre la narrativa de José Lezama Lima. Además la
pasaban muy bien, claro.
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