sábado, 12 de septiembre de 2015

Lector al sol

Coronel Lágrimas


“Una gran primera novela”, sentencia Antezana sobre esta breve e innovadora obra del costarricense Carlos Fonseca.



Sebastián Antezana 

Coronel Lágrimas (Anagrama, 2015), la primera novela del costarricense Carlos Fonseca (1987) es, a partes iguales, un acierto claro y una lectura compleja y desafiante. La novela, breve, laberíntica e intricada, desafía la ecuación monótona de la narrativa más tradicional -esa que tiene que ver con las constantes introducción, desarrollo y conclusión- y se presenta como un delicado desplazamiento, un intrigante lugar intermedio entre las corrientes del pensamiento y el relato.
La trama, en clave de comedia y de apariencia caótica, en realidad está construida a la manera de los ensayos de Montaigne, como un territorio en el que las digresiones marcan el ritmo poco uniforme en que las historias surgen, se mezclan con otras, desaparecen y vuelven (“Y es que en esta historia… abundan las líneas torcidas: nudos y alambres, espirales y cuerdas flojas, ecuaciones que se extienden a lo largo de una vida como la más riesgosa frontera”).
En la lectura, el lector es testigo de un día en la vida del coronel, un anciano exmatemático y hombre de guerra que, desde hace algunas décadas respecto al presente de la novela, vive recluido en una aristocrática casa en los Pirineos. Allí, entre los placeres burgueses de la glotonería, la siesta y la meditación, el complejo y pasional coronel -basado en el histórico matemático Alexander Grothendieck- dedica sus esfuerzos a la escritura de dos ambiciosos proyectos.
El primero de ellos es la composición de las biografías ficticias de “tres divas alquímicas” -Anna Maria Zieglerin, María la Hebrea y Cayetana Boamante-, tres mujeres de perfil esotérico, entre reales e imaginarias, que encarnan parte de las obsesiones del retirado personaje.
El segundo proyecto, de mayor envergadura, el gran proyecto de vida del coronel, es la escritura de lo que ha bautizado como Los Vértigos del Siglo, un esfuerzo notable que se concreta en una larga serie de aforismos, cartas y postales con las que pretende configurar “una especie de caleidoscopio bajo el cual mirar los eventos de un siglo”.
Como un tejido inacabado o como un complejo rizoma, la novela de Fonseca carece de un núcleo argumental y en su lugar se pueden apreciar una serie de constantes temáticas. Por ejemplo, la sistemática mención a un discípulo mexicano del coronel llamado Maximiliano Cienfuegos, que se encarga de desentrañar y editar -y fracasa y traiciona su misión al llevarla a cabo- la serie de postales codificadas que el coronel le envía a lo largo de los años, siempre desde el retiro; las matemáticas, como telón de fondo o lenguaje numérico que levanta la cabeza detrás del lenguaje escrito para cifrar y revelar a partes iguales las múltiples caras de la historia;  y, finalmente, una ecuación compleja, una intricada fórmula bajo la que se ocultarían las claves del desamor e incluso “el propio rostro del coronel”, una suerte de aleph aritmético que se presenta como la clave de la vida del personaje de esta novela plena de incógnitas y, al mismo tiempo, sin nunca revelarse su resultado, como su solución.
Así, en su retiro en los Pirineos desde el cual recuerda a su padre -Vladímir Vostokov, un anarquista que durante la década de los 20 viaja a México buscando asilo político- y a su madre -Chana Abramov, una aristócrata rusa emigrada que huye de España-, el ermitaño coronel se dedica a pasar revista al siglo XX, deteniéndose con especial énfasis en acontecimientos como la revolución de Octubre, la Guerra Civil Española, mayo del 68, el verano del amor californiano, la masacre de Tlatelolco, y otros.
Y, al hacerlo, hundido en la bañera o frente a la mesa del desayuno, descansando en uno de los sillones del estudio o atónito frente al televisor, entre sus múltiples enciclopedias y papeles, colecciones de insectos y cuadros de arte, objetos de museo y piezas musicales -que en conjunto se adivinan como un compendio obsesivo y fantástico de múltiples disciplinas, una “historia universal de las ciencias falsas”-, el coronel deja entrever los rasgos básicos de ese “alocado proyecto autobiográfico”, “la escritura de un catálogo megalomaníaco de vidas ajenas”, como una forma transversal de referirse a su vida. Entre recuerdos y obsesiones, entre amores perdidos y viejas fotografías de guerra, se lanza a un disparatado proyecto biográfico como forma de construir, sin realmente hacerlo, su autobiografía.
Durante toda la narración, el narrador, inteligentemente ubicado en la primera persona del plural, es capaz de fusionarse notablemente con los lectores, gracias a ese “nosotros” que tiene la capacidad de acercarse y alejarse a partes iguales del personaje en que se concentra (“Imagino que en un punto, de tanto acercarse, dejaremos de verlo y solo quedarán los pixeles de la tela de fondo, la atmósfera sin trama”; “Podríamos acercarnos un poco y ver su nombre pero preferimos no hacerlo: al coronel no le gusta su nombre”).
Actuando a veces como fisgón, como ávido científico ante un raro espécimen, y otras veces como observador discreto, capaz de tender un velo entre el personaje y los lectores, el espectral narrador de la novela nos hace cómplices de sus movimientos, dirigidos a atisbar sin disturbarla, y a veces a penetrar del todo, la privacidad de su personaje.  
Así, se trata de un narrador que cuestiona las fronteras tradicionales entre las esferas de lo público y lo privado, y que de esa manera, a un mismo tiempo, las reafirma y replantea, de modo que entendemos que, sin necesariamente perder sus cualidades características -sino más bien complejizándolas- el desarrollo de la intimidad se entiende aquí como el procesamiento privado de la suma y yuxtaposición de los grandes y pequeños acontecimientos públicos que suceden a lo largo de una vida, y que, en el otro extremo, lo que se cuece en la esfera pública -ese clásico terreno de la política, la generación de ideas y la germinación de la acción- es nada más que la suma de una serie de momentos de intensa privacidad.
Coronel Lágrimas, finalmente, es una novela sobre la memoria, sobre el problemático gesto de recordar, desde la distancia de la edad madura, los pormenores de una vida -amores, desgarramientos, risas, vicisitudes- que casi se adivina más imaginada que real, de una historia caleidoscópica que al contarse triza la linealidad de los hechos y la progresión del relato para mostrarse como un objeto complejo, poco diáfano, seductor y capaz de proporcionar varias buenas sorpresas en la lectura.

Una gran primera novela.

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