sábado, 19 de septiembre de 2015

La palabra teleférica

Una triste desaparición

Reflexiones y propósitos en torno a la partida de la poeta cruceña Emma Villazón.


Juan Pablo Piñeiro

La última vez que escribí en esta columna resalté la calidad de la última Feria Internacional del Libro de La Paz. No era para menos, sigo creyendo que gracias a la visión que se imprimió al programa cultural tuvimos la suerte de disfrutar de un gran encuentro literario.
Personalmente yo estaba muy feliz por haber compartido con varios colegas y amigos. Lamentablemente lo que no sabía mientras escribía ese artículo, es que un par de días después de que la feria terminara la poeta Emma Villazón iba a despedirse de la vida con los ojos bien abiertos a la luz de las montañas.
Ella estaba de paso, vivía en Chile, había estado aquí de invitada para la feria, había estado en Santa Cruz para la familia, y en el tránsito entre Santa Cruz y su regreso, vino a dejar algo a las montañas, vino a dejar su mayor enigma, vino a dejar sus llaves, y vino a dejar el único momento que uno posee para descifrar aquella historia que le pertenece a cada uno.
A pesar de que yo la conocía poco y tan solo había leído unos cuantos poemas suyos, la noticia me entristeció profundamente. Me quitó por un momento la esperanza. Es muy triste que gente tan luminosa parta de súbito dejando un rastro doloroso. Es muy triste que se vaya tan joven. Es muy triste, pero es así. Todos tenemos un día, y quién sabe si lo hemos elegido antes de ser nada, para que toda la vida sintamos que no depende de nosotros. O como me decía Jesús Urzagasti: “siempre sucede lo mejor”. Y siempre es siempre.
El año pasado fui invitado a la Feria Internacional del Libro de Santiago de Chile. Me sorprendió un poco porque no sabía muy bien de cómo se les había ocurrido invitarme. Cuando estuve allá tuve la suerte de conocer algunas editoriales muy interesantes, entre ellas la editorial Mandrágora de Marcelo Mendoza. El editor fue muy amable conmigo y me regaló dos libros del gran poeta Enrique Gómez-Correa. Uno se lo regalé a un amigo y el otro lo llevo conmigo, titula Madre-Tiniebla.
La cosa es que Marcelo me contó que él era parte de la Cámara del Libro de Santiago y que gracias a su sugerencia me habían invitado. Lo lindo es que lo había hecho después de consultar a una paisana mía que era amiga suya, Emma Villazón. Ella le había sugerido mi presencia. Yo estaba agradecido, no solo porque me tomó en cuenta sino por la humildad de no decírmelo.
Aquella vez no nos encontramos pero me quedé pensando. Yo me considero una persona que tiene mucha esperanza en este país porque sé que en medio de tanta oscuridad brillan las luces más fuertes. Me conmueven y me enorgullecen muchos cambios que estamos llevando a cabo.
Lo que me desilusiona, lo que me quita la esperanza es no poder dejar de ver cómo somos cuando nos conformamos. Aquí es muy fácil conformarse. Me entristece lo que veo en las universidades, en la Policía, en el fútbol, en las instituciones públicas, en las empresas privadas y prácticamente en todo lado (la justicia no tiene remedio). Cualquiera que esté en el puesto de decidir algo termina optando por favorecer a sus allegados o favorecerse a sí mismo. Es una especie de impuesto canalla el que se cobra. El que te da algo te cobra. No importan los méritos. No importa ninguna ética. Lo triste es que las universidades, allí donde nos formamos, son criaderos de este comportamiento.
¿Por qué actuamos así? Ya vamos siglos reproduciendo la misma mediocridad. Hay catedráticos que no tienen la menor idea de lo que están enseñando pero están ahí porque a alguien le conviene o alguien se beneficia, y si se sabe mover como un lagarto puede llegar muy lejos sin haber partido de ninguna parte.
Por eso me parecen tan valiosas las personas como Emma. Porque en medio de toda esta mediocridad se toman en serio la vida y se toman en serio la escritura. Para mí eso es mucho, porque escribir es difícil, y hay que valorar a todo aquel que toma esa decisión. Pero lo que realmente es difícil es no conformarse. Y ella parece que no se conformaba.
La última ponencia que hizo sobre la poesía boliviana me sorprendió por la lucidez y sobre todo por la conciencia crítica, esa conciencia crítica que surge después de mucha pasión, de mucho trabajo y de mucha lectura. Emma sabía lo fácil que es que a cualquiera le digan poeta, y lo difícil que es escribir para un verdadero poeta. Eso se reflejaba en su humilde generosidad.
Cuando un escritor muere, muchos aprovechan la situación para escribir sobre él (en este caso, sobre ella). Muchos aunque no la hayan leído o valorado en vida, seguramente ahora podrían hacer una oda en su honor. En cambio los verdaderos amigos, las personas que la amaban y valoraban escribirán poco o nada. Quién sabe si nunca podrán decir una palabra al respecto. Conozco a algunas de las amigas cercanas de Emma y sé que realmente su partida las llenó de tristeza. Yo no era su amigo y la leí muy poco. No quiero ser un farsante, lo digo humildemente. Lamento mucho la pérdida de esta generosa colega y mi única intención es agradecer por su camino y por su poesía.
En uno de los poemas de Madre Tiniebla de Enrique Gómez-Correa, aquel libro que me traje de Chile gracias a ella, están escritos unos versos poderosos que quisiera citar a manera de homenaje:

“Los heridos que deja la soledad / o la tiniebla / terminan siempre por irradiar luz / Una luz incandescente capaz de / hacer resistir los embates de las olas / O tal vez desafiar los cielos cruzados / por relámpagos y crueles / escarabajos / Allí el sol cumple con sus obligaciones/ conyugales / y la luna se deleita a sus anchas / en los juegos del amor y del mar / porque ahora pueden abrirse puertas / y ventanas / para que entre el calor / que dora las espigas transparentes / de las almas incontaminadas / entre las cuales suelen contarte / a ti”.

Creo que esa es la luz de la poesía, la luz del talismán que lo transforma todo, la luz que se hace posible cuando se construyen puertas y ventanas. Me alegra saber que ahora la obra de Emma Villazón será leída con la atención que merece. Lo que me entristece es que para eso haya tenido que desaparecer.


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