Apuntes sobre caminar -en La Paz-
¿Qué significa todo el entorno/contexto/circunstancia que rodea el simple y cotidiano acto de caminar? ¿Qué influencia y determinancia individual y social tiene?
Sebastián
Antezana
Hace
unos días, sin mucho que hacer, caminaba por una simpática carretera que,
contorneándolo, prácticamente marca el final del territorio administrativo de
la pequeña ciudad en la que vivo. 6 de la tarde, sol todavía alto, bastante
humedad, no demasiado calor pero calor… en fin, un buen momento para pasear.
Pero, sobre todo, un buen lugar para pasear. Porque esa es una de las
características de la ciudad en la que vivo -marcada aquí y allá, entre el
cemento y sus pequeños edificios, por lagos, lindas caídas de agua, colinas pintorescas
y mucha vegetación y verde por todas partes-, es una ciudad que provoca
caminarla.
Y
mientras lo hacía, despreocupado y casi liviano, pensaba entre otras cosas, e
inevitablemente, en cómo se presenta para esta actividad nuestra alta sede. Y
al hacerlo recordaba también todo el rollo de la Internacional Situacionista
(IS).
A
la cabeza de Guy Debord, los situacionistas fueron un grupo de intelectuales
revolucionarios que durante dos décadas, a mediados del siglo pasado -desde los
50 hasta los 70-, se dedicaron a repensar y replantear política y
artísticamente situaciones cotidianas de la vida social, con el fin de luchar
contra el sistema de clases que, lo sabemos, hoy sigue perfectamente vigente.
Entre
los muchos planteamientos de los situacionistas, hay uno que, pese a décadas de
postmarxismo, continúa siendo interesante y viene a cuenta de lo que decía al
empezar el artículo: la psicogeografía. Es decir, los intentos de procesar, y
provocar, las formas en que distintos ambientes geográficos -territorios,
ciudades, barrios, incluso calles- inciden en el comportamiento y la
imaginación.
Enfrentarse
a una ciudad desde un punto de vista psicogeográfico es hacerlo necesariamente
con una actitud abierta, dispuesta a no regirse por los mandatos verticales de
las grandes avenidas y los manzanos cuadriculados, sin detenerse a descansar solo
en los parques o plazas -espacios predestinados, “controlados”, para el ocio-, no
diseñando el propio trayecto al andar sino dejando que la ciudad, en su
multiplicidad oculta, lo diseñe para uno.
Enfrentarse
a una ciudad desde un punto de vista psicogeográfico, entonces, es sobre todo
caminarla, atravesar sus diferentes espacios a pie, generando un modo de
relacionarse con el espacio y, así, un modo de pensar, una verdadera individualidad,
que la posmodernidad -preocupada por los desplazamientos de las grandes masas y
las mercancías- tiende a excluir.
En
una línea similar a la de Michel de Certeau, quien propone caminar la ciudad libremente,
como modo de oponerse al poder político, corporativo e institucional que la
construye y ordena, y frente al uso disciplinario del espacio impuesto por personajes
como el barón Haussmann -quien a mediados del siglo XIX, y a pedido de Napoleón
III, reconstruyó gran parte de París y la transformó en la urbe que hoy es,
imponente y militarista y diseñada para el control de masas-, los situacionistas
proponen un concepto clave, la “deriva”, un caminar sin rumbo y sin objetivo por
las ciudades, como forma de re-experimentar la vida urbana.
Debord
define así la deriva: “En la deriva una o más personas, por un cierto periodo
de tiempo, abandonan sus relaciones, sus motivaciones usuales para el
movimiento y la acción, su actividades laborales y de ocio, y se dejan llevar
por los atractivos del terreno en que están y lo que allí encuentran… Pero la
deriva incluye, al mismo tiempo, este abandono y su contradicción necesaria: el
dominio de las variantes psicogeográficas mediante el conocimiento y cálculo de
sus posibilidades”.
Entre
los polos del naufragio urbano y el pensamiento político, entonces, la deriva
psicogeográfica, el pensar y caminar ciudades abiertos al efecto que sus
barrios, calles y accidentes provocan en nosotros es, así, una actividad clásicamente
antieconómica, que no tiene más objetivo que el de subvertir la lógica
utilitarista de nuestros movimientos urbanos, destinados siempre a la ganancia
de capital, la acumulación, el cuidado de reservas y el control ciudadano.
A
medias gesto político y performance, la deriva es instrumento útil para
repensar las formas en que están
diseñadas/construidas/improvisadas/continuamente cambiando las ciudades que
habitamos y visitamos. Para replantear las directrices -siempre de orden
ideológico- con que se construyen las grandes avenidas y monumentos -marciales,
solemnes, casi castrenses-, las plazas que están aquí en lugar de estar allá -y
que así conducen nuestros pasos a áreas especialmente diseñadas no para que
elijamos hacer un alto, sino para que tengamos que hacer un alto en el camino-,
los descampados que, paradójicamente, sirven de lugar de desencuentro en vez de
espacio de encuentro, los nudos imposibles al tránsito.
En
esa luz, ¿cómo podríamos pensar a La Paz -por nombrar solo una ciudad del país?
¿Es una ciudad que se presta al tránsito a pie? ¿Es un espacio diseñado para el
placer, el encuentro, el control, la supervivencia? ¿Cómo nos relacionamos con
ese espacio urbano a medias agreste y abigarrado, que ofrece contrastes tan notables
en parte por su cercanía con la naturaleza? ¿Qué efecto producen en nosotros
sus calles angostas, sus plazas intempestivas e insuficientes, sus subidas
inalcanzables, su cemento maltrecho? Y, además, ¿cómo contrarrestarlo? ¿Cómo
replantear ese efecto y, así, replantear los discursos políticos y culturales
que nos vinculan? ¿Cómo abandonarse a la deriva en La Paz y, así, revolucionar
el tejido social que nos contiene?
La
IS de Debord es también gestora de otro concepto útil: détournement. Desviación o desvío, détournement es la técnica situacionista mediante la cual un objeto
-tradicional pero no exclusivamente artístico- se transforma en una variación –política-
de sí mismo que contiene una crítica o un argumento antagónico al propuesto por
el original.
Entender
psicogeograficamente La Paz, entonces, implicaría primero un detournament, una desviación consciente,
un desvío no físico sino ideológico que nos conduciría a esa deriva
situacionista que, a su vez, nos permitiría replantearnos nuestros modos de vida
y relacionamiento en el ámbito urbano, como habitantes -y transitantes- de un
espacio que nos afectaría en la misma medida en que nosotros lo afectaríamos.
Finalmente,
como agentes políticos capaces de incidir, mediante el básico ejercicio de
caminar, en los mecanismos y estrategias ciudadanas -fiestas, desfiles,
marchas, manifestaciones, calles cerradas, tomadas, etc.- mediante las que el
poder nos condiciona.
Por
ejemplo, ¿por qué la ciudadanía solo ocupa las calles -física y, por lo tanto,
políticamente- en el famoso “Día del peatón”? ¿Por qué solo dejamos la ciudad y
salimos al campo -Río Abajo, Lipari, Valencia- en fin de semana? ¿Qué
estrategias del mercado nos obligan a visitar sistemáticamente el mismo
circuito de barrios, calles, restaurantes, negocios, oficinas? ¿Qué papel
jugamos realmente nosotros, los ciudadanos? ¿Cómo tomamos o dejamos que nos
tomen quienes dirigen la ciudad y sus claroscuras intenciones?
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