sábado, 26 de septiembre de 2015

Patio interior

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Los músicos románticos alemanes. Schubert, Brahms, pero sobre todo Schumann y su esposa Clara Wieck. 



Juan Cristóbal Mac Lean E.

Cuando procurábamos acercarnos al romanticismo alemán en las letras, llevados originalmente por una indagación sobre la poesía y su modo de comprender el mundo o la vida, inevitablemente lo hacíamos bajo una inescapable fatalidad urdida por la historia y las distancias.
Y, a la hora de dirigir nuestra atención a la música de entonces, fuertemente emparentada en su talante con el aura explícitamente poética que se cernía sobre los escritos que se trazaban, garrapateaban, lo cierto es que tratándose de ella, esa mencionada fatalidad signada por incomprensiones y distancias, levanta por un momento sus velos, inmediatamente se universaliza para cada corazón, para todo oído atento. Pues la música, por su propia naturaleza y cuando es grande, se desprende de sus orígenes, se independiza absolutamente de cualquier arraigo.
¿Pero es así, siempre fue así? No, pues precisamente la música, inicial y esencialmente es y fue más bien, como un lenguaje propio, esencial son e idioma de una tribu, comunidad, región, un acústico pacto común, espiritual vibración de pertenencia -a una tierra, a unas dadas manos, ciertos bailantes pasos.  No en vano se habla de músicas, por ejemplo, “étnicas”. Cuando se entonaba voces y tocaban instrumentos que  acompañaba o asistía la creación de mitos, cuentos o leyendas palabreras. Expresiones, digamos, de un terruño original y determinante, acotadas por el profundo arco cuyo trazo funda y delimita una sonora burbuja propia, de tal forma que fuera de ésta se hace todo inaudible, incomprensible y lo desborda. Sin embargo, pasado el tiempo y en una vasta región que resultó ser “occidente”, la música se universalizó, “objetivó” y trascendió sus orígenes temporales y geográficos.
En cuanto al romanticismo musical alemán, aquí nos interesan Schubert, Schumann, Brahms, visiblemente emparentados con los oleajes, movimientos y corrientes que trabajaban el romanticismo poético o literario.
Y es otra vez más Novalis quien nos permite entrar a ese espacio en el que músicos y poetas comparten un mismo aire. Lo hace al decir las siguientes, inagotables palabras: “La palabra misma de atmósfera (stimmung), indica la naturaleza musical de las cosas que presiden a los movimientos del alma. -La acústica del alma es todavía un dominio oscuro, aunque tal vez muy importante. Vibraciones harmónicas -y des armónicas”.
En cuanto a la palabra alemana stimmung, sin hacernos líos filológicos, anotemos las acepciones que reviste en varios diccionarios: tono, feeling, aire de corazón, atmósfera íntima o flotante, onda cierta, marea o aura, latido íntimo, etc.
Todas esas cosas o parecidas, dice Novalis, hablan en música y esa música está antes del alma aun, a ella misma la preceden. Luego ya también lanza algo muy terrible: “acústica del alma”, dice, reconociendo que todavía se trata de un “dominio oscuro”.
¿Es que la música toca un dominio oscuro o éste es tal porque aún no sabemos bien de qué se trata, cómo opera, cómo habremos de aprehenderlo, si tal cosa fuera dable? Es más probable que sea lo segundo. Y muy pronto habría quien se adentre, decididamente, por tal dominio y arroje grandes luces sobre él: Schopenhauer -pero ya hablaremos de sus grandes páginas dedicadas a la música. Volvamos de momento a los compositores que nos interesan.
De Schubert, dice Adorno (en un capítulo llamado Schubert, recogido en sus Escritos musicales) que no acaba de encuadrarse en el romanticismo. Él es el lírico de sí mismo, sigue Adorno, ¿pero acaso no podría decirse eso, y plenamente, de cualquiera de los citados más arriba?
Lo interesante de la concepción adorniana de lo lírico, en todo caso, es que en él no se trata de la “astilla de una realidad trascendente”, pues “en cuanto arte también lo lírico sigue siendo imagen de lo real, diferente de otras imágenes meramente porque su aparición está ligada con la irrupción de lo real mismo en su posibilidad”. Lo real, pues, desplegándose en la música. Son palabras inusuales, pues estamos habituados a creer que la música poco tiene que ver con la “realidad”. Adorno remata esto diciendo que se trata, en el paisaje schubertiano, de un momento “después de que las grandes formas de la existencia objetiva abdicaran hace mucho tiempo de su derecho autoritario”.
Esta conjunción de la música y lo real, en relación a la lírica, nos deja, por otra parte, a las puertas de uno de los pasajes más estremecedores en la historia de la música, aquel donde la misma música, el amor, la locura y la muerte, se entrelazaron fatalmente en el drama que vivieron, tocando y componiendo, estos grandes personajes de la música: Schumann, Clara Wieck y Brahms.
La historia es larga, tortuosa y llena de bemoles (nunca mejor usada tal palabra). La resumimos muy brevemente. Clara Wieck fue, como todos ellos, una niña prodigio de la música y es de las primeras o la primera mujer compositora de gran nivel. Schumann tenía 18 años cuando la conoció, ella nueve -y ya era una buena intérprete. Más tarde Schumann, asombrado, empezó a ir a la casa Wieck a tomar clases con el padre de Clara; ella, desde muy temprano, mantuvo un diario que no se ha perdido y en el que se puede seguir gran parte de los hechos.
Lo que empieza como un diálogo musical entre ambos pronto se troca en amor. Contra la oposición del padre de Clara, acaban casándose. Tienen varios hijos. Robert Schumann llega a ser bastante conocido, mantiene una publicación de crítica musical. Una tarde de verano, tocan la puerta. Abren a un joven desgreñado y hermoso, que viene, de pura devoción, a rendir homenaje a Schumann, a quien admira tanto. Se ponen a tocar el piano entre los tres, hasta el amanecer del día siguiente. El joven, bastante más joven que los Schumann, es Brahms.
Schumann escribe inmediatamente, en su revista, que ha nacido un nuevo genio de la música. Las visitas de Brahms se repiten. Pero, a todo esto, la locura empieza a hacerse cada vez más evidente en Schumann (para algunos críticos musicales ésta es evidente en muchos de sus compases), que un día acaba tirándose al Rin. Sobrevive, sin embargo y es internado en un sanatorio.
A Clara no la dejan visitarlo sino hasta dos días antes de su muerte, dos años después de su intento de suicidio (1856). Sin Robert, Clara había quedado sola, con sus siete hijos. Es entonces cuando Brahms, mucho menor, empieza a ayudarla, a hacerse cargo de ella y los niños. Pues Brahms, ya ampliamente aclamado, fue de los primeros compositores que empezó a ganar dinero gracias a la música. Ama con locura a Clara, que a su vez, y para poder mantener a sus hijos, va dando conciertos por toda Europa queriendo, sobre todo, tocar a Schumann, hacer que éste sea tan conocido como se merece.
¿Ama Clara a Brahms? A juzgar por lo que nos queda de la correspondencia que mantuvieron entre ambos, es seguro que lo hacía. ¿Consumaron su amor? Es algo que nunca sabremos, aunque la opinión de los entendidos es que nunca lo hicieron. Los conciertos de cada uno, las disputas secretas, los varios años de edad que los separaban, acaban alejándolos. Clara murió en 1892, Brahms en 1897.  Queda la música de todos ellos…


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