sábado, 27 de junio de 2015

Entrevista

Javier Moro: literatura para
hacer revivir la verdad

El escritor español, que será uno de los principales invitados de la próxima Feria del Libro paceña adelanta, en una entrevista exclusiva, sus intereses, búsquedas y tendencias literarias y se aventura a augurar una buena “historia boliviana” que le lleve a un próximo libro.



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Martín Zelaya Sánchez

Escribir fue siempre su vocación y oficio, pero recién pasada la mitad de su vida -a la edad en que ya muchos están consolidados en su carrera- Javier Moro empezó a escribir novelas, a explorar el infinito mundo de la ficción.
Apenas unos lustros antes de ganar el Premio Planeta, -hace cuatro años, a sus 56- uno de los galardones literarios más tradicionales y mejor dotados económicamente en el panorama hispanoamericano, Moro descubrió el verdadero filón de su pasión por las letras: la reconstrucción.
Así, como un “recreador de historias”, se describe este exitoso autor que será el invitado principal de la XX Feria Internacional del Libro de La Paz que se efectuará entre el 5 y el 16 de agosto próximos.
Hablando de literatura policial en específico, y de métodos literarios o costumbres a la hora de encarar el proceso creativo, en general, no pocos autores -Borges, para empezar- compararon la labor de un escritor con la de un investigador, un detective.
Primicia aparte –por la información de su llegada y por la entrevista que Moro nos concedió- tenemos la posibilidad, en los párrafos que siguen, de conocer la impronta y los afanes de un verdadero sabueso, un apasionado “historiador de realidades y ficciones”, si se permite este término.
Y es que eso es lo que hizo el autor en las ocho novelas que publicó en los últimos 23 años –la última presentada hace pocas semanas en Madrid- se valió de casos reales, casi siempre destacados episodios históricos sociales, para armar novelas que además de tener gran aceptación entre los lectores, se consolidaron -desde la primera que reconstruye los últimos días del famoso líder de los caucheros brasileños, Chico Mendes, hasta la más reciente que cuenta la increíble aventura de los pioneros navegantes que lograron popularizar la vacuna contra la viruela- como valiosos testimonios y homenajes a héroes anónimos que, como sabemos, son los más importantes.

- Publicó su primera novela a los 37 años, luego de dedicarse a la investigación, el audiovisual y el periodismo. Intuyo que no estaba en sus planes volverse un escritor de ficción, ¿cómo fue asumiendo esta vocación?
- Yo siempre he escrito. Empecé a publicar artículos de viaje a los 17 años en el “Dominical” de ABC. Luego hice guiones de cine, colaboraciones en prensa… y a los 35 años, después de vivir varios años en Hollywood escribiendo para cine, decidí escribir novelas en mi propio idioma, en español.
La literatura fue para mí una liberación porque en el mundo del cine uno siempre depende de los demás ya que cualquier proyecto exige la aportación de mucho dinero. Investigar para Senderos de libertad -mi primer libro- con un roturador y un bloc de notas, eso era para mí la libertad. Tuve la suerte de que funcionó lo suficiente como para seguir publicando… y así hasta hoy.

- Un rápido repaso a las temáticas de sus novelas refiere claramente a su biografía: viajes a lugares “exóticos” que marcaron su niñez, y estudios superiores en historia y antropología. ¿Cuánto de esas experiencias de vida hay en sus libros de ficción?
- El exotismo es lo cotidiano de los demás. Por mi formación de antropólogo siempre me han interesado las culturas distintas. Nunca he escrito literatura de viaje, mis libros son recreaciones de historias verídicas que han ocurrido en un lugar concreto. Me apoyo en una documentación exhaustiva, y allá donde me falta documentación, tengo que recurrir a la imaginación.
¿Cuánto hay de mí o de mis experiencias hay en mis libros? Bastante. Y es lógico, no se puede separar la visión del escritor de su propia persona, de sus circunstancias, de su lugar en el mundo.

- ¿Halla algunos paralelos entre su obra, y la de Le Clezio –el francés ganador del Nobel, y otro viajero incurable-, y Kapuscinski, maestro del periodismo investigativo y literario?
- Francamente no. Repito, lo mío no es literatura de viajes. Yo investigo y escribo al servicio de una historia. Una historia que ha ocurrido, y que intento reconstruir. No uso el método del historiador, sino el de la literatura, para acercarme a una verdad, para hacerla revivir. 

- ¿Y entonces cuánto de ficción tienen sus novelas? ¿Por ejemplo, en qué parte de la reconstrucción que hace sobre Chico Mendes, para Senderos de libertad, entra lo ficticio, lo novelesco?
- La ficción está en los diálogos, sobre todo. En las intimidades de las historias de amor. En algunos personajes que en realidad son un compendio de dos personajes reales. Cuando me pongo en el lugar del personaje e intento pensar como él lo hubiera hecho, eso es ficción. Aunque yo prefiero la palabra dramatizar.
En Senderos de libertad, he dramatizado la historia de Chico Mendes. Encontré uno de los pistoleros a sueldo que fue contratado para eliminarle pero que al final se echó atrás, y ese personaje es el elemento clave de la dramatización.

- Acaba de publicar A flor de piel, otra obra asentada en un hecho real pero de cariz inverosímil. ¿Qué le atrapó de esta aventura crucial para la historia de la medicina, por qué eligió ese suceso para novelar?
- Porque es una gran gesta humana, y es muy desconocida. Y es original: que la responsabilidad de difundir la vacuna por el mundo recayese en los hombros de los seres más frágiles de la sociedad -unos niños huérfanos- no deja de ser extraordinario. Y lo mejor, es que aquel viaje les salió bien. Hay tantos episodios negros en la historia de España que este me pareció digno de saberse.

- Evidentemente Asia es muy especial para usted –ambienta allí seis libros-, y después Sudamérica, sobre todo Brasil. ¿Qué tiene que tener un país, un lugar para que le cautive?
- Mi principal interés es una buena historia; lo demás importa poco. Independientemente de eso, me gusta mucho la India porque es un mundo más que un país. Un lugar donde se vive en varios siglos simultáneamente.
En principio, todo me interesa. Bolivia me interesa; ojalá pudiera encontrar una buena historia que tuviera a Bolivia de escenario, para así volver muchas veces.

- Es, además de autor de ficción, guionista y productor de cine. ¿Cuán compatibles son para usted los lenguajes literario y cinematográfico?
- No me gusta escribir guiones, y no creo que escriba más. Es pura estructura, estás muy constreñido en el tiempo y si luego no encuentras a nadie que quiera invertir una suma de dinero colosal, aquello no hay quien lo lea y se queda para siempre en un cajón. Un libro tiene vida propia.

- Visitará Bolivia por primera vez. ¿Qué expectativas tiene? ¿Qué conoce de este país, qué quieres conocer?
- Me gustaría conocerlo todo, pero tengo poco tiempo. Me gustaría ver Potosí, Sucre y el Salar de Uyuni. Si me da tiempo, hacer una escapada a Cochabamba para ver el libro de la Catedral donde está registrada la muerte de uno de mis personajes, el doctor Salvany.

- ¿Qué tipo de literatura le interesa leer últimamente, y cuáles son sus libros y autores de cabecera de siempre?
- Leo de todo. Me gustan las buenas novelas históricas -este año he descubierto a Hillary Mantel y acabo de leer una novela muy bonita y bien escrita que se llama El miniaturista- y también la no ficción.
He releído hace poco Belmonte de Manuel Chaves Nogales, un gran autor español y no lo bastante conocido. Un autor que me gusta mucho es William Daláymple.
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A flor de piel
(Fragmento)

Javier Moro

I
La joven se abrió paso a empujones entre las bestias apretujadas en la entrada de su casa siempre en penumbra. Aparte de la peste habitual a orines, a sudor animal y a paja mojada, un tufo a mandrágora la puso sobre aviso. “¿El médico?”, se preguntó extrañada. Sólo se oía el resuello de la vaca y el piar de los polluelos que picaban el suelo afanosamente. Ninguna voz, ningún sonido humano, ningún ladrido salía del interior de la casa usualmente atestada de animales y gente. “Qué raro”, pensó Isabel.
Sabía que su madre estaba dentro, porque guardaba cama. Así que depositó en un altillo el manojo de berzas que su padre le había encargado recoger, se quitó los zuecos sucios de barro y empujó el portón. Olía a humo, a humedad y a rancio.
Entornó los ojos, que tardaron unos segundos en adaptarse a la oscuridad. El haz de luz que se filtraba por una grieta en uno de los muros le hizo descubrir, para su sorpresa, que toda la familia estaba presente en esta sola habitación que hacía de establo, cocina, pocilga, dormitorio, salón y hasta de enfermería.
En el catre de madera lleno de paja cubierta con una sábana de estopa, donde solían dormir todos juntos, yacía bocarriba una mujer de mediana edad que parecía una anciana. Su madre. La Ignacia. La que no paraba de trajinar, la que animaba a los demás, la que no se amedrentaba ni por el frío ni por el hambre, la que parecía inmortal. Sin embargo, llevaba tres días con calentura, escalofríos, vómitos y convulsiones. Isabel se asustó al ver que le habían salido manchas rojas en el rostro.
Arrodillado en el suelo, con un rosario en la mano, el cura don Cayetano Maza, un hombre grueso con mejillas encarnadas, mascullaba una oración. A Isabel se le revolvió el estómago. El párroco no solía entrar en las casas, no le gustaba restregarse ni con la pobreza ni con la enfermedad. La última vez que lo hizo fue cuando vino a bautizar al hermano recién nacido, pero cuando llegó, el bebé ya había muerto.
—¿Madre? —preguntó Isabel con voz trémula.
Vio que sus hermanas pequeñas, María y Francisca, lloraban en silencio. Juan, el mayor, contemplaba absorto el cuerpo yacente; a su lado estaba su padre, Jacobo Zendal, un campesino fibroso de piel curtida y arrugada, que levantó la vista hacia su hija. Tenía los ojos hinchados, febriles.
—¿Qué pasó? —preguntó Isabel.
En vez de contestar, el hombre le devolvió una mirada de impotencia. A su lado, la tía María, hermana de su madre, se encogió de hombros. El pequeño que llevaba en su regazo estiró los bracitos hacia Isabel, que le hizo un gesto de ternura.
—Viruela —dijo el médico—, viruela maligna.
Isabel paseó la mirada por su casa, que ni siquiera disponía de chimenea. El techo, las paredes y las vigas estaban negras de hollín. Sobre la cocina de leña se apilaban un par de cazos, un montón de platos, cucharones de madera y un cesto con ciruelas; dos cántaros, una silla y multitud de aperos y herramientas estaban desperdigados por el suelo, donde una cría de cerdo y varios polluelos deambulaban a su antojo. Isabel reparó en la rueca apoyada contra la cocina, esa rueca para hilar lino que no faltaba en las casas de Galicia y que había sido la inseparable compañera de su madre, y entonces, de pronto, tomó conciencia de la realidad. Su madre acababa de fallecer. Era el jueves 31 de julio de 1788. (…)
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Hoja de vida

Escritor Javier Moro Lapierre, nació en Madrid el 11 de febrero de 1955. Desde muy joven, viajó con su padre a países de África, Asia y América, experiencias que marcaron su vida y su vocación. Entre 1973 y 1978 estudió historia y antropología en la Universidad de Jussieu.

Trayectoria Colaborador asiduo en medios de prensa españoles y de otros países, ha trabajado como investigador en varios libros de ciencias sociales, y ljuego incursionó en el audiovisual, coproduciendo documentales y películas como Valentina y 1919: Crónica del alba.

Obra Senderos de libertad (1992), El pie de Jaipur (1995), Las montañas de Buda (1998),
Era medianoche en Bhopal, (2001), Pasión india (2005), El sari rojo (2008), El imperio eres tú (2011), A flor de piel (2015).


Libros

Paz Soldán lee y recomienda

El escritor boliviano publicará en Chile Segundas oportunidades, un compendio de artículos y ensayos sobre escritores y libros poco difundidos y que, en su criterio, valen la pena recuperar.



María José Ferrel 

¿Conoce al escritor Nikolai Leskov? ¿Y a Josefina Vicens, Clemente Palma o Nellie Campobello? ¿Alguna vez leyó a Jaime Saenz, Jesús Urzagasti o Hilda Mundy? Seguramente, a estos últimos tres, muchos en Bolivia sí los conocen y leyeron, pero ¿y en el resto de Sudamérica y del mundo?
El nuevo libro de Edmundo Paz Soldán Segundas oportunidades -que saldrá bajo el sello chileno UDP- explora, precisamente, la literatura de escritores poco conocidos.
Hace un par de años el blog Papeles perdidos del periódico El País le pidió a Paz Soldán que se hiciera cargo de una sección llamada Segundas oportunidades, en la que se ocupaban de hablar de grandes autores olvidados y de libros que, pese a su calidad, habían pasado desapercibidos entre tanta novedad; de esta manera nació el libro.
“Lo hice durante tres meses y me encantó. Estaba un poco cansado de los nombres de siempre y eso renovó mis lecturas. Por supuesto, esto no significa que estos autores sean completamente desconocidos”, explica y cita algunos ejemplos: Nikolai Leskov, un ruso que es muy antologado y respetado, “pero claro, si vamos a leer a un ruso del siglo XIX, antes que él están Tolstoi, Dostoievski, Chejov…”.
Uno de los textos del libro habla de la novelista, periodista, guionista y feminista mexicana Josefina Vicens; otro del peruano modernista Clemente Palma; y un tercero de la escritora, bailarina, coreógrafa y poeta mexicana Nellie Campobello, entre otros. De los bolivianos, están los ya citados Saenz, Urzagasti y Mundy, “que afuera apenas se conocen pero que en Bolivia son clásicos”.

UDP
El primer acercamiento entre UDP y Paz Soldán nació del pedido que le hizo Matías Rivas, director de la editorial, de armar una antología de los cuentos de Alberto Fuguet (llamada Juntos y solos).
“A Matías lo admiro porque ha hecho un gran trabajo con UDP, es un editor con una visión de largo alcance, pues en poco tiempo la ha convertido en una editorial de referencia. Por eso le propuse armar un libro con una selección de mis columnas y artículos”, comenta.
Rivas aceptó la propuesta y le pidió a Edmundo incorporarse en el trabajo para encontrarle una identidad a la obra. “Así que asignó a uno de sus editores de confianza, Alejandro Aliaga, para que revisara mis archivos y encontrara temas recurrentes a partir de los cuales armar el libro. Alejandro encontró el tema de las “segundas oportunidades”, y ahí nos pusimos a trabajar”.
El trabajo no solo consistió en seleccionar las columnas, sino en muchos casos reescribirlas, fusionarlas, convertirlas en ensayos y, claro, redactar no pocas más que se hacían imprescindibles.
Paz Soldán explica que Aliaga quería un tono más personal, por lo que parte de los ensayos tienen que ver con su propia experiencia como lector. “Nada de eso estaba y tuve que escribirlo. Fue un proceso que duró dos años y que luego terminó con otro editor, Álvaro Matus, leyendo el manuscrito y ajustando las tuercas. De verdad, un lujo el equipo de la UDP”.

Edmundo columnista y bloguero
Novelista y cuentista nato, no es casualidad que Paz Soldán publique un libro de ensayos y artículos. Además de ser un reconocido académico -publicó en Bolivia un estudio sobre Alcides Arguedas- hace ya algunos años incursionó en los medios.
“Tengo una columna quincenal en La Tercera (Chile) y una mensual en El Deber; la primera de tono más cultural, la otra más política. También escribo con regularidad en la revista Qué Pasa (Chile) y mantengo un blog en El boomeran (España). Escribo en otros lugares, como El País (España), pero más ocasionalmente”.
Aunque Iris, su última novela se publicó hace ya un par de años, el cochabambino no deja de dar de qué hablar en el ambiente literario-cultural hispanoamericano… ni mucho menos.
Hace poco prologó la edición chilena de Pirotecnia, de Hilda Mundy y, además de Segundas oportunidades, su agenda inmediata está más que frondosa.
Para este 2015 prepara una versión revisada de El delirio de Turing que se publicará en la editorial argentina Metalúcida; el próximo año saldrá en España, con Páginas de Espuma, su nuevo libro de cuentos Las visiones -“espero que tenga también una edición nacional”, confiesa-. En estos momentos se encuentra escribiendo una novela ambientada en una cárcel y armando una antología de sus cuentos para Almadía (México), que será publicada a principios de 2016. Sigue y contando. (ANF)


Letra sincrónica

El verdadero falso conejo

Una crónica literaria y gastronómica entorno a uno de los platillos bolivianos más sabrosos y tradicionales.



Alan Castro Riveros

Familiarizando con el falso conejo
En una conversación de sobremesa dominguera en la que únicamente quedamos mi abuelo y yo, le pregunté si recordaba alguna costumbre dominical que hubiese compartido con su padre. Haciendo memoria y alargando un poco el silencio, mi abuelo recordó la vez que había acompañado a su padre a cazar gatos. ¿A cazar gatos...?
Con cierta reserva incitada por mi cara de confusión frente a ese recuerdo salvaje, el abuelo se fue por las ramas y habló sobre el arma, el automóvil y el traje de su padre. Pero finalmente, un poco asombrado por la claridad de sus memorias y casi hablándose a sí mismo, dijo que su padre había logrado cazar al gato antes del mediodía y lo habían llevado a la cocina para prepararlo como si fuese conejo.
A pesar de que aquel relato fue un golpe de fantasía que había desatado miles de imágenes en mi cabeza (calles, patios y cosas entre las que caminaban nostálgicos cazadores recién salidos del siglo XIX, círculos de vecindad donde las señoras de mandil hablaban sin remedio de los comegatos que pululaban en las incipientes ciudades modernas de América Latina­, gatos negros caminando cautelosamente sobre los techos de tejas despintadas por el invierno); a pesar de todas esas puertas que se abrían para entrar en una ciudad extraña y familiar de la primera mitad del siglo XX, la imagen que persistió hasta prevalecer fue la de mi bisabuelo guisando un gato a la olla en una rústica cocina de 1930, una cocina cuya ventana daba al patio de un conventillo cercano a Churubamba.
Recuerdo no haberme quedado solo en aquella sobremesa de domingo. El abuelo se quedó dormido frente a mí, justo después de haberme transportado a presenciar y comprender la bizarra génesis de un verdadero falso conejo.

Gato por liebre
Junto con los niños envueltos, el falso conejo porta uno de los nombres más enigmáticos y extravagantes de la gastronomía boliviana. Mientras los picantes, los estofados y las sopas se nombran a sí mismas por lo que son, el falso conejo se presenta ante todos como lo que no es. Podrá ser cualquier cosa, pero no es conejo. De ahí que su nombre sea un detonante de la imaginación. Su absurda referencia es apenas un perfil nublado y, por tanto, una historia secreta que tienta detrás de un velo que la envuelve.
Cuando escuchamos mencionar el nombre del falso conejo no podemos dejar de sentir que en él palpita el espíritu más alumbrador del lenguaje popular, la misteriosa vitalidad de nuestras formas de hablar.
La historia del nombre del falso conejo es antigua, y habría que rastrearla en los entresijos que cimentaron la lengua castellana allá en los últimos siglos de la Edad Media, cuando en la península ibérica se construía una nueva Babel de judíos, moros y cristianos; es decir, de las tres religiones más grandes del planeta.
La expresión “dar gato por liebre” nace en aquel mundo y podría ser el lema que figure en la insignia heráldica del falso conejo. Esta frase aparece, por ejemplo, en los romances de Quevedo, en las comedias de Lope de Vega o en los bolsillos de Góngora. Y, por supuesto, en el capítulo XXVI de la segunda parte de Don Quijote de la Mancha; es decir, en el mero corazón de la lengua castellana.
No nos sorprende, por lo tanto, que la expresión “dar gato por liebre” haya nacido en las tabernas de los caminos que iban de la Edad Media al Siglo de Oro español y a su esplendor barroco. Allí todas las apariencias engañaban y desengañaban: un caballero andante era un loco, un molino un gigante, un pobre labrador era escudero, las rameras doncellas, el señor de la tienda el Señor del Castillo, una bacinica de orines el yelmo de Mambrino y un gato de taberna el Conejo de Castilla.
Tal el mundo babélico barroco -de masivo enredo entre idea y realidad- donde se perfiló el nombre del fabuloso plato que ahora disfrutamos con el nombre de falso conejo.

Del plato platónico al falso falso conejo
Para que haya aparecido el falso conejo, habrá tenido que haber antes un verdadero conejo, aunque de él no quede más que su fantasmagoría. Cualquier comensal de falso conejo adivina de entrada que esta receta debe ser una interpretación de una receta de verdadero conejo. Sin embargo, sería absurdo señalar que se trata de cualquier receta, porque el conejo, desde hace mucho tiempo y a lo largo de la historia, se ha venido cocinando de mil maneras.
Si echamos una ojeada al libro La gastronomía en Potosí y Charcas (Beatriz Rossells, 1995) encontramos por lo menos nueve recetas para preparar conejo. La única que podría pasar por receta de falso conejo es la titulada -como no podía ser de otra manera- Conejos de Castilla. En esta receta que se consolida en plenos aires virreinales de Charcas está el ahogado de cebolla y zanahoria, el asado y -aún más importante- el apanado.
En gran medida, el apanado del falso conejo es la substancia de su personalidad, pues ahí ha quedado la señal de un antiguo intento (fallido) de parecer verdadero conejo. Según sabemos, el apanado del filete de conejo es necesario por la suavidad y ternura de esta carne. Si quisiéramos deshuesar un conejo y prepararlo en lonjas asadas, resultaría difícil no destrozarlo. Por ello se hace necesario compactar los asados con harina o pan molido. El apanado del actual falso conejo es el recuerdo de un secreto original.
Por otro lado, la primera versión boliviana del plato titulado Conejos de Castilla es el no menos extravagante Conejo estirado –al que ahora podríamos denominar falso conejo de Castilla, porque no es de Castilla, sino que es el famoso cuy, también conocido en los laboratorios como conejillo de Indias.
Es decir, que el falso conejo pasó de conejo a conejillo, de conejillo a gato, y de gato a pedazo de vaca. Su fuerza mimética y germinativa hace que el conejo se pierda en el sinsentido de su propio nombre. Y del conejo no queda más que un platónico marco representativo.

En resumen, el Conejo de Castilla dio origen a dos variantes: el gato por liebre del Siglo de Oro y el conejo estirado de Indias. El conejo estirado de Indias engendró al verdadero falso conejo (una reencarnación del gato por liebre), y el verdadero falso conejo engendró al falso falso conejo que, hoy por hoy, es uno de los platos más apetecibles, sencillos y fantásticos de la gastronomía boliviana.

Patio interior

El romanticismo y sus derivas


Un ensayo de transición –parte de la serie conocida por quienes siguen al autor- entre romanticismo como tal, romanticismo literario, y romanticismo musical.



Juan Cristóbal Mac Lean E. 

En la anterior entrega estábamos dando por terminada nuestra incursión en el romanticismo literario y decíamos que habríamos de concluir echando una mirada al romanticismo musical. Pero, pensándolo bien, aún quedan algunos importantes aspectos que mencionar sobre el romanticismo y habría algo de injusto en que los pasemos por alto, de manera que el tema de la música queda para la siguiente.
Entre las primeras cosas que hay que tomar muy en cuenta es que la existencia de la literatura misma, como tal, es un invento del romanticismo, del romanticismo en cuanto empresa teórica.
Esto es muy importante: si bien se toma el romanticismo como irrupción del irracionalismo, como apartamiento de todas las barreras, vocación por el desorden, exaltación del sueño, realización de la poesía, debemos recordar que se trata de un movimiento que nació al lado de la filosofía y los filósofos.
Es imposible pensarlo sin Kant, Fichte, Schelling. Y aunque sea en última instancia reacio al idealismo alemán, harina de otro costal según Heidegger, no es menos cierto que se impulsó al lado de este, puerta a puerta, y que incluso los románticos se sienten, también, unos nuevos filósofos, llegando a ocupar ese centro en que el filósofo y el poeta serían indistinguibles.
Sin embargo lo verdaderamente sorprendente, dice Blanchot, no es “la exaltación del delirio, sino todo lo contrario, la pasión de pensar y la exigencia, casi abstracta, planteada por la poesía, de reflejarse y cumplirse por su reflexión”. Después de todo, los hermanos Schlegel venían de la filología, ya una rigurosa disciplina entonces. Y dentro del romanticismo como empresa teórica, también levantó vuelo, aunque de forma distinta a como la conocemos hoy, nada menos que la crítica literaria. Recordemos, nada más el título del joven Walter Benjamin: El concepto de crítica de arte en el romanticismo alemán.
A la hora de la verdad, hasta las carreras de literatura de todo el mundo, por ejemplo la de La Paz -la única en toda Bolivia, conste- muy bien podrían reconocer a August Wilhelm Schlegel como a uno de sus santos patrones. Sus Lecciones sobre la literatura y el arte impartidas en la universidad de Berlín entre 1801 y 1802, en efecto, fueron las primeras en dictarse en una universidad. Dada su importancia para lo que hablamos ahora, permítasenos esta larga cita de Nancy/Lacoue:
“Pero queda por comprender aún la razón por la cual el romanticismo iba a ser el primer movimiento literario en exigir, para al mismo tiempo perderse y realizarse en ese movimiento, pasar a la Universidad -su paso a la universalidad- inaugurando de este modo toda la historia moderna de la literatura en la Universidad (o de la Universidad en la literatura) que como cada quien sabe, aun cuando sea para negarlo, está lejos de haber llegado a su término”.
Y esta es otra más de las tantas paradojas que acosan el romanticismo: deja o provoca que el arte, la literatura, queden fijados en la universidad, donde se impondrá la fuerza de la academia y el orden en las salas, cuando, al mismo tiempo, se trata del movimiento sin alto y sin conclusión del estremecimiento abierto que entonces agitaba el espíritu, de una palabra inacabada e infinita, de un proyecto, en fin, que apelaba a la vida toda y exigía la entrega completa a la poesía, dejando que este término rebalse en sí mismo.
Pero esa no es, con todo, su paradoja más notable. El libro Romanticismo de Safranski, es muy bueno en este sentido: se divide en dos partes: el romanticismo, la primera, y lo romántico la segunda.
El romanticismo, en su mejor sentido, se refiere al de Jena o temprano, mientras lo romántico abarca hoy todos los colores de una paleta que invadió el mundo. En el libro de Safranski se siguen todas las derivaciones y románticos impulsos, a veces contra, a veces a guisa de reactualizaciones, que se dieron desde entonces, pasando por Hegel, Nietzsche, Wagner… Nadie queda a un lado. Ni Rilke ni Stefan George, ni Thomas Mann… ni el nazismo.
En el caso de éste último, se trata de un fenómeno extraordinario y al que tampoco somos ajenos: el del romanticismo político. Cuando Paul Tillich, el gran teólogo, descubría orígenes románticos en el nacionalsocialismo, definía aquel “como una actitud del espíritu que, en lugar de entregarse a la aventura de la autodeterminación, intenta encontrar refugio en los ‘poderes originarios’ del suelo, del linaje y de la sociedad transmitida, con sus costumbres y estatutos”. Tal como ocurre en muchos indigenismos latinoamericanos.
Y así el nazismo abrevó en conceptos o ideas que primero el romanticismo había avizorado: pueblo, cultura popular, folklore… O puede ser también romántico, en política, tomar las armas, anular la legalidad. Sin embargo, los daños que pueda haber causado en política el ímpetu romántico, no son los mayores.
Y, otra vez: al mismo tiempo, del romanticismo proviene lo mejor del legado “humanista” de Occidente pero también provienen las tendencias y oleajes más detestables. Está Wagner, sí, pero en parte por culpa de Wagner, también está lo peor del bolero y está Julio Iglesias y, en general, toda esa música horrenda llamada “romántico latinoamericano” que con todo y dicho sea de paso, no es tan acústicamente repulsiva como la tecnocumbia o música chicha, chicha cumbia, etc.
Se trata, como en tantos otros casos, del paso del romanticismo a lo romántico, que es el paso del sentimiento al sentimentalismo, de la poesía a lo poético, de los rigores de la libertad a las autocomplacencias del yo mismo, de la belleza al kitch… La ambivalencia que se juega es enorme y plagada de contradicciones: se podrá encontrar un lado romántico en un oso de peluche regalado o en las esculturas de Jeff Koons, pero, al mismo tiempo, el impulso del proto romanticismo de Jena también estará presente en lo mejor del arte contemporáneo.
Y ahora, ya que nos hemos referido a la (mala) música, y seguiremos hablando de música, consideremos este un buen momento para sacar a relucir una preciosa cita de Kant que debiera imprimirse por millones y divulgarse en todas las ciudades y pueblos del mundo: “Hay en la música una falta de urbanidad, y es que, sobre todo según la naturaleza de sus instrumentos, extiende su influencia más allá de lo que se desea (sobre la vecindad) y de ese modo se impone, y por tanto perjudica a la libertad de los que están fuera de la reunión musical, cosa que no hacen las artes que hablan a los ojos, puesto que basta apartar la vista, si no se quiere recibir sus impresiones”.
Y eso fue dicho ¡antes de que existieran parlantes, luz eléctrica…! En una nota a pie de página, agrega: “Los que se han recomendado en las devociones de casa al cantar cánticos espirituales, no han considerado que imponían una gran incomodidad con esa ruidosa devoción, obligando a la vecindad…”.
¡Nada menos que Kant dijo eso! Quien no lo crea, que busque en la  Crítica del juicio. Ed. El Ateneo, Bs. Aires 1951, pag. 334.



Etc.

Ciao Umberto Eco


Entre contar sus peripecias en su reciente viaje a Milán, el autor reseña la nueva novela del reconocido autor y semiólogo italiano.



Carlos Decker-Molina

La nueva novela de Umberto Eco se desarrolla en las llamadas “cinco calles” de Milán, la parte quizá más vieja y hermosa de la ciudad que, lamentablemente, se conoce más por la Galería Vittorio Emmanuelle, atiborrada de turistas con mucho dinero.
Mi reciente viaje a Milán tenía un plan literario y de ser posible encontrar al profesore, porque es la ciudad donde radica. Al no tener respuesta de su agente me propuse que el encuentro tenga la sensación de la casualidad.
Me enteré de los sitios que frecuenta, como por ejemplo, el anticuario que tendría que estar al lado del Piccolo Teatro. El dueño era una excorresponsal  italiano en Moscú de los tiempos de la URSS.
Lamentablemente fui informado, tarde, que el corresponsal está muerto y el sitio preferido de Eco ha desaparecido. Pero… mi informante me advirtió que aquellos viejos clientes bibliómanos del anticuario se van a beber un Negroni o un Campari con soda en el bar Milano. Allí me atrincheré en espera del profesore.
Pedí un Negroni *, abrí la primera página de Número cero, la última novela del semiólogo y novelista Umberto Eco y comencé una travesía literaria que se desarrolla justamente entre vía del Bollo, vía Santa Marta, vía Santa Maria Podone, vía Santa Maria Fulcorina y vía Boccherto, es decir, las “cinco calles”.
Cada vuelta de página miraba a la puerta de bar para divisar la silueta del escritor, algunas veces quedé turbado porque la ansiedad me hacía ver Ecos en otros parroquianos del bar.
Seguí leyendo la novela que, según su autor, le salió con ritmo de jazz, porque las otras eran “como una sinfonía de Mahler”; pienso que la compara con el jazz porque el periodismo, como argumento, obliga a escribir como lo hacen los periodistas de Número cero, y ello implica cierta velocidad.
Vuelvo a observar y veo un pequeño grupo de japoneses que entran en el bar, muy bulliciosos guiados por una dama que tiene en sus manos un banderita amarilla que debe ser el color y el símbolo de la oficina de turismo. Como no me los imagino lectores, los descarto como posibles concurrentes, además miran y se van.
Cuando sigo avanzando en la lectura encuentro una jugada maestra de Eco, pues, en la novela el periodista Braggadocios decide investigar una idea descabellada, está “informado” que Mussolini está vivo, vive en Argentina y está dispuesto a volver a Italia para devolverle su grandeza.
Número cero, es una radiografía sobre lo peor del periodismo, la participación directa o indirecta del poder y su concubinato con la mafia y consiguiente corrupción.
Sigo esperando el arribo de Eco al Bar Milán, me propuse preguntar al camarero cuando vino por quinta vez a decirme si quería un Negroni más. Cuando escuchó mi pregunta se río y me dijo que Il profesore suele ir a comer al Ristorante Quattro Mori, “tiene un hermoso jardín” o Al Matarel en una transversal a Corso Garibaldi. “Si no llegó para el aperitivo, ya no viene aquí”. Y, “¿le traigo un Negroni más?”.
A propósito de sitios donde comer, los periodistas de Número cero comen en la Taverna Moriggi que tiene muy mala comida de acuerdo a una periodista que entrevistó a Eco.
Perdón por el desorden, pero la impaciencia de la espera, la insistencia del camarero y la lectura de la novela hicieron que olvide decirles que Número cero comienza con la creación de un ejemplar de prueba de un periódico. El empresario, que hace recuerdo a Berlusconi, decide la creación del medio en 1992.
Lo interesante de la empresa es el concepto con el que emerge, no nace con la intención de informar sino como herramienta de poder para meter presión, desacreditar a políticos rivales, patrocinar y especular con complots y conspiraciones.
En el lanzamiento de la novela Umberto Eco dijo a una agencia de prensa algo muy importante que los que ejercemos la profesión debemos tener en cuenta cuándo la política nos tienta: “esta es mi manera de contribuir a clarificar algunas cosas. El intelectual no puede hacer nada más, no puede hacer la revolución. Las revoluciones hechas por intelectuales son  siempre muy peligrosas”.
Uno de los personajes de la novela define el perfil del diario: “no son las noticias las que hacen al periódico, sino el periódico el que hace las noticias y, saber juntar cuatro noticias distintas significa proponerle al lector una quinta noticia”.
Según Eco, la novela está situada en 1992, porque ese año nació Manos limpias lo que hizo suponer que se abría el combate contra la corrupción, pero llegó Il Caballieri y las corrupción empeoró y los medios, capturados por él, se convirtieron en lo que es Número cero en la novela.
No me agrada que me cuenten el final de una novela y tampoco suelo hacerlo, pero ésta tiene un final que es una moraleja, inevitable de remarcar, porque la gente, el lector, sigue votando por los Berlusconis en sus respetivos países. Hace algunos años, a quien revelase información o descubriera algo importante, le podía costar la vida, “hoy, cuando afloran los nombres de corruptos o defraudadores y se sabe más, a la gente no le importa nada, puesto que solo van a la cárcel los ladrones de pollos”.
Salí del Bar Milán y tomé un taxi, para llegar a tiempo, Al Matarel con la ilusión de encontrar a Umberto Eco comiendo un Rissotto alla milanese con osobuco.
Pasé revista con la mirada y no estaba el semiólogo, ensayista y novelista. Me atreví a preguntar y a mentir (todos tenemos un Berlusconi adentro al que hay que tenerle miedo más que al Caballieri), dije que tenía una entrevista con el profesore. “No puede ser porque hoy es el turno del Ristorante Quattro Mori que está en Lago María Callas”.
Me ubiqué en una café cercano, pedí un maquiato y seguí leyendo Número cero, una novela que recomiendo aunque es un Eco distinto al del El nombre de la rosa, y más cercano al del Cementerio de Praga.

*Receta del Negroni

1 medida de Martini roso
1 medida de Campari
1 medida de Gin

Hielo picado y ¡salud!

Sombras nada más

Sobre el filo de las hojas


Reseña de El filo de las hojas (3600), el más reciente poemario de la escritora paceña Jessica Freudenthal.



Gabriel Chávez Casazola

La obra de Jessica Freudenthal ocupa un lugar distinto en la poesía boliviana actual. Si bien no deja de tener ciertos filamentos tendidos hacia nuestra tradición poética, con la que dialoga de manera puntual y musitada, su voz explora, hurga, en la que aquí es casi una terra incognita: las comisuras del lenguaje, sus resquicios, las hendiduras entre la representación verbal y lo representado, los intersticios entre el nombre y lo que el nombre nombra, las imposibilidades del decir, acaso comprendiendo, con Emily Dickinson,  que It is the Ultimate of Talk  / The Impotence to Tell  (la última palabra / dice de la impotencia de decir, según la traducción de José Manuel Arango).
Sí, en El filo de las hojas Jessica Freudenthal nos dice, y es más, nos muestra (pues aquí las palabras y el silencio se despliegan y repliegan más allá de lo convencional, como hilvanando un imaginario -es decir, un repertorio de imágenes- verbal) que el lenguaje es una trampa que nos escribe, que somos pedazos de palabras, efecto, no causa, apenas un campo semántico reductible, limitado con y por la muerte y que la muerte no es palabra, que no puede traducirse, tan solo ser tachada o tachadura (o una página en blanco).
¿La existencia será palabra, entonces? Esa perplejidad, acaso esa expectativa, parecieran acechar en las emboscadas que esta escritura nos tiende, pues no se nos ofrece a una inteligibilidad inmediata.
Como toda la buena poesía del lenguaje (pues hay otra que-ahí-se-queda) pide ser ahondada. O a veces, quiere ser solamente percibida como límite -escritura sobre el filo de las hojas, andadura al ras de la navaja, exploración del borde- y no precisamente comprendida.
Retorno al origen y a la pregunta por el mal, a dilemas y mitos arcanos, a mujeres y entelequias femeninas, de Judit a Ifigenia y de Beatriz a Ofelia, víctimas reales de un monstruo imaginario o víctimas imaginarias de un monstruo real (la poeta dice haber concebido el libro, aunque no tuve esa primera lectura, como la historia de un asesino en serie), esta poesía oscura se halla hendida en su fondo por el sentido, como el mar que Nietzsche quiso para su Zarathustra.  

Después de todo, contemplando esa grieta, tal vez Jessica esté equivocada y sea sencillo / mostrar la belleza / aquello que debería / permanecer oculto pero sale a la luz, como el ser debajo del lenguaje, como la existencia más allá de la última palabra que diga de la impotencia de decir.

sábado, 20 de junio de 2015

Parhelio

Borda a bordo de La Mariposa Mundial


La revista literaria La Mariposa Mundial acaba de lanzar su número 22, que en gran parte está dedicado a Arturo Borda con textos inéditos, estudios y abundante material descubierto y/o trabajado por Rodolfo Ortiz, quien también presentó una “edición boliviana” de Nonato Lyra, obra inédita de Borda que el año pasado salió en 30 ejemplares casi experimentales de la mano de la Universidad de Pittsburgh. El escritor e investigador comparte un texto explicativo y un fragmento inédito de Borda.


[Las ruinas de Borda] 


Rodolfo Ortiz 

Cada diez números, según esconde el enigma, La Mariposa Mundial retorna a Borda, sin haberlo dejado nunca. El año 2000, el número 2 publicó una “Autobiografía”, que regresa ahora distinta como Separata; diez números luego o diez números antes, en el 11/12, Borda vuelve en cinco textos que leen su obra y también en una vieja Separata de El Loco que emerge como un ramillete de cuarenta y cuatro páginas de azafrán. A esta muestra, rara en su especie, acompañó un conjunto de dibujos y fotografías que Martha Cajías creó y diseñó para la ocasión. Diez números luego, en este número 22, Borda aparece en el esplendor de sus ruinas, de algunas. Saúl A. Katari, que por su lado apareció en el número 5, citaría para coleto de muchos que “el misterio nos precede, se opera en nos y nos sigue”. Eso mismo parece haber impulsado este retorno; volver con los mismos ojos pero no siempre con la misma mirada, pues claro, Borda es también el tiempo transcurrido de las lecturas que soportó.
Desde 1997 hasta hoy, desde 1937 hasta hoy, desde 1901 hasta hoy, diversas escrituras y lecturas han experimentado sus vueltas de trenza, y también de Fini Lager. Hoy, en principio, ponemos la sombra del dedo en el corazón de los archivos de este escritor de crujido y rotura, ya al fin en parte aparecidos y apareciendo también en forma de rotura y crujido. Hay una “necia futileza -advierte Katari- de los eternos y graves problemas en que mariposeando inconstante y hábilmente se sumerge El Loco”. Avistamos que tal futileza se consagra en la necedad de una pesquisa que se aviva en el secreto de su abierta aventura. Y hay que reconocer que por esto mismo hemos advenido en kataristas muy por el margen de la calaña de kataristas. Siempre estamos rondando la policía adobados de expedientes y papelería de fusil. Este número, por sí mismo revienta en esa impronta de imprenta, de arte forense que germina su día a día con su noche noche siempre en basural. El Loco, diríamos como afilados reskataristas, ahora y en segundo, llama a la casuística de sus ruinas y por ese abismo este número tiene, al decir, un predicho: hacer hablar al esqueleto, cuando no todo se dice y del todo (más que menos aquí) nada. ¡¡Arriba corazones!!

Addenda 2015
De los archivos abiertos y remendados se han rescatado partes, en algún caso fragmentos. Se transcriben cuatro textos dispersos que apenas anuncian la centena de fragmentos de El Loco que Borda publicó en periódicos y revistas locales, a veces por entregas en forma de folletín, a veces sueltos, casi siempre en versiones que luego ajustó, corrigió, reescribió. Esta reducida muestra es de por sí una puerta abierta para el trabajo de una edición anotada de El Loco, a todas luces impostergable. El epistolario de Borda, de 200 cartas (alrededor), se condensa aquí en 2, escritas por los padres de Arturo, José Borda y Leonor Gozálvez, en marzo y abril de 1919. Este año antimirabilis Borda divagaba en Buenos Aires, Marof lo encuentra, un tal De Roali lo estafa, pierde 78 cuadros, anhela un viaje a Europa, no hay plata, hay huelgas en Buenos Aires, todo fracasa, al punto que su retorno a La Paz es inminente y decisivo. Este periplo quedó intensamente reescrito por el autor y no aquí. Un año antes, en 1918, Borda consigue un pasaporte para viajar a Buenos Aires con la ayuda del intendente de la Policía de Seguridad, Justo Cusicanqui, a cuya institución retribuye con el cuadro “Filicidio”, tan frontal y subversivo como El Loco y Nonato Lyra. Finalmente, junto al epistolario mencionado más arriba se publican tres entrevistas dispersas en periódicos de antaño que abren el interludio de voces repartidas en el tiempo que empezamos a oír; en sincronía con un manuscrito con boceto que aparece de aquí en su poco a poco de desarchivo. Todo lo demás, Marof, Saenz, Canaday, Villegas, y lectores de la laguna más contemporánea, llegan para adherirse a la constelación descentrada que nos gusta apodar “Constelación Arturo Borda”. El acto es político, sin duda, y de ancla nonatista; hacerse cargo mirando atrás para entreverar en el presente.
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Desesperación a Juan Capriles

Calibán

La insatisfacción espiritual, esa angurria de no se sabe qué; ese vacío infinito, cuyo nombre no hay con qué llenarlo, es una desesperación de atragantarse amor, almas y carne: es hambre y sed de cielo y tierra.
Así mi alma se extiende fuera de mí con millares de manos ultrasutiles; pero todo lo que trae y echa en mi espíritu es nada mi vacío que aumenta más y más en vértigo, sin limitación. Nada [m]e sacia: ni el sol y la noche; ni el amor y el odio, ni dagas y besos, y ni el llanto y la sangre.
Cada vez me dilato más sutilmente en la inmensidad; pero cuanto más come y bebe mi alma, tanto más mi vacío se irrita y crece.
Y lo horroroso de esta tragedia es que aquella insatisfacción arrolla a mi cuerpo; al paladar, al esófago y la tráquea; a la médula, el corazón y los nervios; a los intestinos, el sexo y los pulmones......... Así que mujeres a millares; nicotinas, opio y ajenjo; elíxires, huesos y carnes a toneladas no me bastan.........; porque esta es la angurria desesperante que me retuerce y aniquila en mis propias fuerzas. Necesito atragantarme de infinito y eternidad, devorando los espacios en una carrera más desenfrenada que las de Aquiles y Atalanta; pero todo es en vano: aquí he de morir, en este mismo punto, mudo, inmóvil y petrificado. Esta es mi maldición. [sic]


Nota.- Publicado en el periódico paceño El Fígaro el 23 de mayo de 1918. El texto aparece luego en El Loco (1966), en las páginas 263-64, con notables modificaciones. Borda firmó varios textos políticos y fragmentos de El Loco con este pseudónimo en revistas y periódicos de la época. / R.O.
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[Noticia importante]

La tarde del 21 de noviembre de 2014, 30 ejemplares de prueba y 5 de pre-prueba del manuscrito Nonato Lyra de Arturo Borda se imprimían en una Expresso Book Machine de la Universidad de Pittsburgh. Una veintena de esos ejemplares llegaron a la ciudad de La Paz en diciembre de ese mismo año. Los ejemplares de Nonato Lyra fueron expuestos y distribuidos entre cercanos durante una fiesta zapateada en la peña discoteca gigante casa Kurmi, exprimer domicilio de Guillermo Borda (pariente de Arturo) la noche del martes 16 de diciembre de aquel año en su último curso. El periplo fue aventurar una impresión remota de esta obra, para con ella tentar su impresión definitiva en La Paz, fuente del manuscrito original. Y así sucedió o sucederá o está sucediendo, para felicidad de unos y desangramiento de otros, pues esta versión prima y sellada, querida siempre, trae consigo sus erratas, cinco, siete, nueve, trece, mil… que describimos in progress para noticia de quienes celosamente guardan uno o dos o hasta cien mil ejemplares de aquella primogénita hechura. Se han obviado aquí los ajustes al uso del arcaísmo “al través” y algunos sic erat scriptum de la trascripción diplomática que seguro están en la impresión de La Paz.

“ FE DE ERRATAS”

Página y línea
Donde dice
Debe decir
Página 1 – Línea 15
«la ciudad de Chile»
«Chile»
Página 3 – Línea 19
«prolonga»
«articula»
Página 13 – Pie de imagen
«alternando en la casa de su tío»
«alternando ahí mismo en la casa de Guillermo»
Páginas 14 y 15 – Línea 1
«Un día, que sin saber qué hacer, me fui a vagar»
«Un día en que sin saber qué hacer me fui a vagar»
Página 17 – Línea 4 (desde abajo)
«votar»
«botar»
Página 19 – Línea 1
«vote»
«bote»
Página 33 – Última línea
«sonso»
«zonzo»
Página 49 – Línea 3
«ni para qué!»
«¡Ni para qué!»
Página 61 – Línea 3
«mi»
«mí»
Página 66 – Línea 3
«impre sión»
«impresión»
Página 85 – Línea 5 (desde abajo)
«como en ahora»
«como ahora»
Página 87 – Línea 4
«no encontramos»
«¿no encontramos»
Página 89 – Línea 4 (desde abajo)
«adaptarse»
«adaptarme»
Página 93 – Línea 7 (desde abajo)
«sin porqué»
«sin por qué»
Página 101 – Línea 5 (desde abajo)
«Pero nosotros»
«¿Pero nosotros»
Página 103 – Línea 11
«volatines»
«volantines»
Página 105 – Línea 1 (desde abajo)
«nomas»
«nomás»
Página 107 – Línea 8
«– Naturalmente»
«–Naturalmente»
Página 113 – Líneas 9, 21 y 23
«[fuertes]», «auto análisis» y «nugatorio»
«fuertes», «autoanálisis» y «nugatorio!»
Página 121 – Línea 5 (desde abajo)
«éste»
«este»
Página 129 – Línea 6
«[estuvo]»
«estuvo»
Página 140 – Línea 16
«niños»
«ninos»
Página 141 – Línea 10
«cuantos»
«cuántos»
Página 143 – Línea 9
«brotado mi tristeza»
«brotado en mi tristeza»
Página 146 y 147 – Línea 10
«(invet…ramos?)» e «insistiríamos»
«(inve…ramos?)»
Página 149 – Línea 4
«Las Mil y una noches»
«Las mil y una noches»
Página 157 – Línea 8
«vuelve»
«vuelven»
Página 177 – Línea 7
«cancha.»
«cancha!»
Página 183 – Línea 2
«magister»
«magíster»
Página 188 – Líneas 5 y 6 (desde abajo)
«con con ciencia infusa y difusa – –»
«–con con ciencia infusa y difusa–»
Página 189 – Línea 6 (desde abajo)
«con ciencia infusa y difusa –»
«–con ciencia infusa y difusa–»
Página 201 – Línea 1
«siempre soñando?»
«¿siempre soñando?»
Página 203 – Línea 7
«La Iliada»
«La Ilíada»