sábado, 27 de junio de 2015

Entrevista

Javier Moro: literatura para
hacer revivir la verdad

El escritor español, que será uno de los principales invitados de la próxima Feria del Libro paceña adelanta, en una entrevista exclusiva, sus intereses, búsquedas y tendencias literarias y se aventura a augurar una buena “historia boliviana” que le lleve a un próximo libro.



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Martín Zelaya Sánchez

Escribir fue siempre su vocación y oficio, pero recién pasada la mitad de su vida -a la edad en que ya muchos están consolidados en su carrera- Javier Moro empezó a escribir novelas, a explorar el infinito mundo de la ficción.
Apenas unos lustros antes de ganar el Premio Planeta, -hace cuatro años, a sus 56- uno de los galardones literarios más tradicionales y mejor dotados económicamente en el panorama hispanoamericano, Moro descubrió el verdadero filón de su pasión por las letras: la reconstrucción.
Así, como un “recreador de historias”, se describe este exitoso autor que será el invitado principal de la XX Feria Internacional del Libro de La Paz que se efectuará entre el 5 y el 16 de agosto próximos.
Hablando de literatura policial en específico, y de métodos literarios o costumbres a la hora de encarar el proceso creativo, en general, no pocos autores -Borges, para empezar- compararon la labor de un escritor con la de un investigador, un detective.
Primicia aparte –por la información de su llegada y por la entrevista que Moro nos concedió- tenemos la posibilidad, en los párrafos que siguen, de conocer la impronta y los afanes de un verdadero sabueso, un apasionado “historiador de realidades y ficciones”, si se permite este término.
Y es que eso es lo que hizo el autor en las ocho novelas que publicó en los últimos 23 años –la última presentada hace pocas semanas en Madrid- se valió de casos reales, casi siempre destacados episodios históricos sociales, para armar novelas que además de tener gran aceptación entre los lectores, se consolidaron -desde la primera que reconstruye los últimos días del famoso líder de los caucheros brasileños, Chico Mendes, hasta la más reciente que cuenta la increíble aventura de los pioneros navegantes que lograron popularizar la vacuna contra la viruela- como valiosos testimonios y homenajes a héroes anónimos que, como sabemos, son los más importantes.

- Publicó su primera novela a los 37 años, luego de dedicarse a la investigación, el audiovisual y el periodismo. Intuyo que no estaba en sus planes volverse un escritor de ficción, ¿cómo fue asumiendo esta vocación?
- Yo siempre he escrito. Empecé a publicar artículos de viaje a los 17 años en el “Dominical” de ABC. Luego hice guiones de cine, colaboraciones en prensa… y a los 35 años, después de vivir varios años en Hollywood escribiendo para cine, decidí escribir novelas en mi propio idioma, en español.
La literatura fue para mí una liberación porque en el mundo del cine uno siempre depende de los demás ya que cualquier proyecto exige la aportación de mucho dinero. Investigar para Senderos de libertad -mi primer libro- con un roturador y un bloc de notas, eso era para mí la libertad. Tuve la suerte de que funcionó lo suficiente como para seguir publicando… y así hasta hoy.

- Un rápido repaso a las temáticas de sus novelas refiere claramente a su biografía: viajes a lugares “exóticos” que marcaron su niñez, y estudios superiores en historia y antropología. ¿Cuánto de esas experiencias de vida hay en sus libros de ficción?
- El exotismo es lo cotidiano de los demás. Por mi formación de antropólogo siempre me han interesado las culturas distintas. Nunca he escrito literatura de viaje, mis libros son recreaciones de historias verídicas que han ocurrido en un lugar concreto. Me apoyo en una documentación exhaustiva, y allá donde me falta documentación, tengo que recurrir a la imaginación.
¿Cuánto hay de mí o de mis experiencias hay en mis libros? Bastante. Y es lógico, no se puede separar la visión del escritor de su propia persona, de sus circunstancias, de su lugar en el mundo.

- ¿Halla algunos paralelos entre su obra, y la de Le Clezio –el francés ganador del Nobel, y otro viajero incurable-, y Kapuscinski, maestro del periodismo investigativo y literario?
- Francamente no. Repito, lo mío no es literatura de viajes. Yo investigo y escribo al servicio de una historia. Una historia que ha ocurrido, y que intento reconstruir. No uso el método del historiador, sino el de la literatura, para acercarme a una verdad, para hacerla revivir. 

- ¿Y entonces cuánto de ficción tienen sus novelas? ¿Por ejemplo, en qué parte de la reconstrucción que hace sobre Chico Mendes, para Senderos de libertad, entra lo ficticio, lo novelesco?
- La ficción está en los diálogos, sobre todo. En las intimidades de las historias de amor. En algunos personajes que en realidad son un compendio de dos personajes reales. Cuando me pongo en el lugar del personaje e intento pensar como él lo hubiera hecho, eso es ficción. Aunque yo prefiero la palabra dramatizar.
En Senderos de libertad, he dramatizado la historia de Chico Mendes. Encontré uno de los pistoleros a sueldo que fue contratado para eliminarle pero que al final se echó atrás, y ese personaje es el elemento clave de la dramatización.

- Acaba de publicar A flor de piel, otra obra asentada en un hecho real pero de cariz inverosímil. ¿Qué le atrapó de esta aventura crucial para la historia de la medicina, por qué eligió ese suceso para novelar?
- Porque es una gran gesta humana, y es muy desconocida. Y es original: que la responsabilidad de difundir la vacuna por el mundo recayese en los hombros de los seres más frágiles de la sociedad -unos niños huérfanos- no deja de ser extraordinario. Y lo mejor, es que aquel viaje les salió bien. Hay tantos episodios negros en la historia de España que este me pareció digno de saberse.

- Evidentemente Asia es muy especial para usted –ambienta allí seis libros-, y después Sudamérica, sobre todo Brasil. ¿Qué tiene que tener un país, un lugar para que le cautive?
- Mi principal interés es una buena historia; lo demás importa poco. Independientemente de eso, me gusta mucho la India porque es un mundo más que un país. Un lugar donde se vive en varios siglos simultáneamente.
En principio, todo me interesa. Bolivia me interesa; ojalá pudiera encontrar una buena historia que tuviera a Bolivia de escenario, para así volver muchas veces.

- Es, además de autor de ficción, guionista y productor de cine. ¿Cuán compatibles son para usted los lenguajes literario y cinematográfico?
- No me gusta escribir guiones, y no creo que escriba más. Es pura estructura, estás muy constreñido en el tiempo y si luego no encuentras a nadie que quiera invertir una suma de dinero colosal, aquello no hay quien lo lea y se queda para siempre en un cajón. Un libro tiene vida propia.

- Visitará Bolivia por primera vez. ¿Qué expectativas tiene? ¿Qué conoce de este país, qué quieres conocer?
- Me gustaría conocerlo todo, pero tengo poco tiempo. Me gustaría ver Potosí, Sucre y el Salar de Uyuni. Si me da tiempo, hacer una escapada a Cochabamba para ver el libro de la Catedral donde está registrada la muerte de uno de mis personajes, el doctor Salvany.

- ¿Qué tipo de literatura le interesa leer últimamente, y cuáles son sus libros y autores de cabecera de siempre?
- Leo de todo. Me gustan las buenas novelas históricas -este año he descubierto a Hillary Mantel y acabo de leer una novela muy bonita y bien escrita que se llama El miniaturista- y también la no ficción.
He releído hace poco Belmonte de Manuel Chaves Nogales, un gran autor español y no lo bastante conocido. Un autor que me gusta mucho es William Daláymple.
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A flor de piel
(Fragmento)

Javier Moro

I
La joven se abrió paso a empujones entre las bestias apretujadas en la entrada de su casa siempre en penumbra. Aparte de la peste habitual a orines, a sudor animal y a paja mojada, un tufo a mandrágora la puso sobre aviso. “¿El médico?”, se preguntó extrañada. Sólo se oía el resuello de la vaca y el piar de los polluelos que picaban el suelo afanosamente. Ninguna voz, ningún sonido humano, ningún ladrido salía del interior de la casa usualmente atestada de animales y gente. “Qué raro”, pensó Isabel.
Sabía que su madre estaba dentro, porque guardaba cama. Así que depositó en un altillo el manojo de berzas que su padre le había encargado recoger, se quitó los zuecos sucios de barro y empujó el portón. Olía a humo, a humedad y a rancio.
Entornó los ojos, que tardaron unos segundos en adaptarse a la oscuridad. El haz de luz que se filtraba por una grieta en uno de los muros le hizo descubrir, para su sorpresa, que toda la familia estaba presente en esta sola habitación que hacía de establo, cocina, pocilga, dormitorio, salón y hasta de enfermería.
En el catre de madera lleno de paja cubierta con una sábana de estopa, donde solían dormir todos juntos, yacía bocarriba una mujer de mediana edad que parecía una anciana. Su madre. La Ignacia. La que no paraba de trajinar, la que animaba a los demás, la que no se amedrentaba ni por el frío ni por el hambre, la que parecía inmortal. Sin embargo, llevaba tres días con calentura, escalofríos, vómitos y convulsiones. Isabel se asustó al ver que le habían salido manchas rojas en el rostro.
Arrodillado en el suelo, con un rosario en la mano, el cura don Cayetano Maza, un hombre grueso con mejillas encarnadas, mascullaba una oración. A Isabel se le revolvió el estómago. El párroco no solía entrar en las casas, no le gustaba restregarse ni con la pobreza ni con la enfermedad. La última vez que lo hizo fue cuando vino a bautizar al hermano recién nacido, pero cuando llegó, el bebé ya había muerto.
—¿Madre? —preguntó Isabel con voz trémula.
Vio que sus hermanas pequeñas, María y Francisca, lloraban en silencio. Juan, el mayor, contemplaba absorto el cuerpo yacente; a su lado estaba su padre, Jacobo Zendal, un campesino fibroso de piel curtida y arrugada, que levantó la vista hacia su hija. Tenía los ojos hinchados, febriles.
—¿Qué pasó? —preguntó Isabel.
En vez de contestar, el hombre le devolvió una mirada de impotencia. A su lado, la tía María, hermana de su madre, se encogió de hombros. El pequeño que llevaba en su regazo estiró los bracitos hacia Isabel, que le hizo un gesto de ternura.
—Viruela —dijo el médico—, viruela maligna.
Isabel paseó la mirada por su casa, que ni siquiera disponía de chimenea. El techo, las paredes y las vigas estaban negras de hollín. Sobre la cocina de leña se apilaban un par de cazos, un montón de platos, cucharones de madera y un cesto con ciruelas; dos cántaros, una silla y multitud de aperos y herramientas estaban desperdigados por el suelo, donde una cría de cerdo y varios polluelos deambulaban a su antojo. Isabel reparó en la rueca apoyada contra la cocina, esa rueca para hilar lino que no faltaba en las casas de Galicia y que había sido la inseparable compañera de su madre, y entonces, de pronto, tomó conciencia de la realidad. Su madre acababa de fallecer. Era el jueves 31 de julio de 1788. (…)
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Hoja de vida

Escritor Javier Moro Lapierre, nació en Madrid el 11 de febrero de 1955. Desde muy joven, viajó con su padre a países de África, Asia y América, experiencias que marcaron su vida y su vocación. Entre 1973 y 1978 estudió historia y antropología en la Universidad de Jussieu.

Trayectoria Colaborador asiduo en medios de prensa españoles y de otros países, ha trabajado como investigador en varios libros de ciencias sociales, y ljuego incursionó en el audiovisual, coproduciendo documentales y películas como Valentina y 1919: Crónica del alba.

Obra Senderos de libertad (1992), El pie de Jaipur (1995), Las montañas de Buda (1998),
Era medianoche en Bhopal, (2001), Pasión india (2005), El sari rojo (2008), El imperio eres tú (2011), A flor de piel (2015).


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