El verdadero falso conejo
Una crónica literaria y gastronómica entorno a uno de los platillos bolivianos más sabrosos y tradicionales.
Alan
Castro Riveros
Familiarizando
con el falso conejo
En
una conversación de sobremesa dominguera en la que únicamente quedamos mi
abuelo y yo, le pregunté si recordaba alguna costumbre dominical que hubiese
compartido con su padre. Haciendo memoria y alargando un poco el silencio, mi
abuelo recordó la vez que había acompañado a su padre a cazar gatos. ¿A cazar gatos...?
Con
cierta reserva incitada por mi cara de confusión frente a ese recuerdo salvaje,
el abuelo se fue por las ramas y habló sobre el arma, el automóvil y el traje
de su padre. Pero finalmente, un poco asombrado por la claridad de sus memorias
y casi hablándose a sí mismo, dijo que su padre había logrado cazar al gato
antes del mediodía y lo habían llevado a la cocina para prepararlo como si
fuese conejo.
A
pesar de que aquel relato fue un golpe de
fantasía que había desatado miles de imágenes en mi cabeza (calles, patios
y cosas entre las que caminaban nostálgicos cazadores recién salidos del siglo
XIX, círculos de vecindad donde las señoras de mandil hablaban sin remedio de
los comegatos que pululaban en las incipientes
ciudades modernas de América Latina, gatos negros caminando cautelosamente
sobre los techos de tejas despintadas por el invierno); a pesar de todas esas
puertas que se abrían para entrar en una ciudad extraña y familiar de la
primera mitad del siglo XX, la imagen que persistió hasta prevalecer fue la de
mi bisabuelo guisando un gato a la olla en una rústica cocina de 1930, una
cocina cuya ventana daba al patio de un conventillo cercano a Churubamba.
Recuerdo
no haberme quedado solo en aquella sobremesa de domingo. El abuelo se quedó
dormido frente a mí, justo después de haberme transportado a presenciar y
comprender la bizarra génesis de un
verdadero falso conejo.
Gato
por liebre
Junto
con los niños envueltos, el falso conejo porta uno de los nombres más
enigmáticos y extravagantes de la gastronomía boliviana. Mientras los picantes,
los estofados y las sopas se nombran a sí mismas por lo que son, el falso conejo
se presenta ante todos como lo que no es. Podrá ser cualquier cosa, pero no es
conejo. De ahí que su nombre sea un detonante de la imaginación. Su absurda referencia
es apenas un perfil nublado y, por tanto, una historia secreta que tienta
detrás de un velo que la envuelve.
Cuando
escuchamos mencionar el nombre del falso conejo no podemos dejar de sentir que
en él palpita el espíritu más alumbrador del lenguaje popular, la misteriosa
vitalidad de nuestras formas de hablar.
La
historia del nombre del falso conejo es antigua, y habría que rastrearla en los
entresijos que cimentaron la lengua castellana allá en los últimos siglos de la
Edad Media, cuando en la península ibérica se construía una nueva Babel de
judíos, moros y cristianos; es decir, de las tres religiones más grandes del
planeta.
La
expresión “dar gato por liebre” nace en aquel mundo y podría ser el lema que
figure en la insignia heráldica del falso conejo. Esta frase aparece, por
ejemplo, en los romances de Quevedo, en las comedias de Lope de Vega o en los
bolsillos de Góngora. Y, por supuesto, en el capítulo XXVI de la segunda parte
de Don Quijote de la Mancha; es
decir, en el mero corazón de la lengua castellana.
No
nos sorprende, por lo tanto, que la expresión “dar gato por liebre” haya nacido
en las tabernas de los caminos que iban de la Edad Media al Siglo de Oro
español y a su esplendor barroco. Allí todas las apariencias engañaban y
desengañaban: un caballero andante era un loco, un molino un gigante, un pobre
labrador era escudero, las rameras doncellas, el señor de la tienda el Señor
del Castillo, una bacinica de orines el yelmo de Mambrino y un gato de taberna
el Conejo de Castilla.
Tal
el mundo babélico barroco -de masivo enredo entre idea y realidad- donde se
perfiló el nombre del fabuloso plato que ahora disfrutamos con el nombre de
falso conejo.
Del plato platónico al falso
falso conejo
Para
que haya aparecido el falso conejo, habrá tenido que haber antes un verdadero
conejo, aunque de él no quede más que su fantasmagoría. Cualquier comensal de
falso conejo adivina de entrada que esta receta debe ser una interpretación de
una receta de verdadero conejo. Sin embargo, sería absurdo señalar que se trata
de cualquier receta, porque el conejo, desde hace mucho tiempo y a lo largo de
la historia, se ha venido cocinando de mil maneras.
Si
echamos una ojeada al libro La
gastronomía en Potosí y Charcas (Beatriz Rossells, 1995) encontramos por lo
menos nueve recetas para preparar conejo. La única que podría pasar por receta
de falso conejo es la titulada -como no podía ser de otra manera- Conejos de Castilla. En esta receta que se
consolida en plenos aires virreinales de Charcas está el ahogado de cebolla y
zanahoria, el asado y -aún más importante- el apanado.
En
gran medida, el apanado del falso conejo es la substancia de su personalidad,
pues ahí ha quedado la señal de un antiguo intento (fallido) de parecer
verdadero conejo. Según sabemos, el apanado del filete de conejo es necesario
por la suavidad y ternura de esta carne. Si quisiéramos deshuesar un conejo y
prepararlo en lonjas asadas, resultaría difícil no destrozarlo. Por ello se
hace necesario compactar los asados con harina o pan molido. El apanado del
actual falso conejo es el recuerdo de un secreto original.
Por
otro lado, la primera versión boliviana del plato titulado Conejos de Castilla es el no menos extravagante Conejo estirado –al que ahora podríamos
denominar falso conejo de Castilla, porque no es de Castilla, sino que es el
famoso cuy, también conocido en los laboratorios como conejillo de Indias.
Es
decir, que el falso conejo pasó de conejo a conejillo, de conejillo a gato, y
de gato a pedazo de vaca. Su fuerza mimética y germinativa hace que el conejo
se pierda en el sinsentido de su propio nombre. Y del conejo no queda más que
un platónico marco representativo.
En
resumen, el Conejo de Castilla dio origen a dos variantes: el gato por liebre del
Siglo de Oro y el conejo estirado de Indias. El conejo estirado de Indias engendró
al verdadero falso conejo (una reencarnación del gato por liebre), y el
verdadero falso conejo engendró al falso falso conejo que, hoy por hoy, es uno
de los platos más apetecibles, sencillos y fantásticos de la gastronomía
boliviana.
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