domingo, 7 de junio de 2015

Lector al sol

Facsímil


Reseña del nuevo libro del chileno Alejandro Zambra, un “objeto literario” que sigue la estela de Queneau.



Sebastián Antezana

A pocos les corresponde el denominativo de “escritor de culto” tanto como a Raymond Queneau, genial autor francés que a varias décadas de su muerte goza de una entusiasta minoría de seguidores militantes de la causa que él supo encabezar en vida: asumir la literatura como un juego muy serio. 
En Ejercicios de estilo (1949), por ejemplo, quizás su libro más conocido, Queneau narra un incidente trivial, una anécdota mínima -un hombre va a la parada y toma el autobús-, de 99 maneras distintas, 99 formas de contar una misma historia.
Inspirado en El arte de la fuga, de Bach, Ejercicios de estilo es un libro de difícil clasificación, un texto que casi en solitario revolucionó la conciencia técnica de escritores y lectores, e hizo del ingenio y el humor no solo marcas registradas de su autor sino herramientas decisivas a la hora de componer aquello elusivo y fugaz que conocemos como el estilo literario.
El estilo como un motor creativo, así, es una de las características fundamentales del movimiento literario OuLiPo -Ouvroir de littérature potentielle (Taller de literatura potencial)-, del que Queneau fue uno de los fundadores.
Tras pasar por el Colegio de Patafísica, una sociedad de investigaciones eruditas e inútiles, Queneau fundó el OuLiPo junto a François Le Lionnais con el objetivo de -lo defino aquí a grandes rasgos- explorar las posibilidades formales del lenguaje y aplicar reglas matemáticas -aunque a veces de apariencia desopilante- al trabajo literario.
Ante los incrédulos y los atónitos, Queneau mismo se encargó de definir y defender la postura del grupo: “La inspiración, que consiste en obedecer ciegamente todo impulso, es en realidad una esclavitud. El clásico que escribe una tragedia observando unas reglas que él conoce es más libre que el poeta que escribe lo que le pasa por la cabeza y que está esclavo de otras reglas que ignora”. O, en otras palabras: la función del OuLiPo fue y es clara: buscar ataduras formales para así ser más –literariamente- libres.
En las antípodas del azar, la escritura automática y otras dinámicas de grupos como el surrealista, y crítico también a las exigencias de verosimilitud del realismo casi decimonónico que perduraba en Europa hasta bien entrado el siglo XX, el OuLiPo se fundó como una máquina lúdica muy seria que elabora y sigue el pie de la letra sus propias reglas. O, como otro de sus miembros lo indica: “Un oulipiano es una rata que construye ella misma el laberinto del cual se propone salir. ¿Un laberinto de qué? De palabras, sonidos, frases, párrafos, capítulos, bibliotecas, prosa, poesía y todo esto”.
Y todo esto, ahora, lo digo a cuenta de la aparición de Facsímil (Eterna Cadencia, 2015), última publicación del chileno Alejandro Zambra, una de las voces más sonadas de la actual narrativa latinoamericana. Luego de tres novelas y dos libros de cuentos, todos bastante difundidos, Zambra regresa con un objeto literario -cuyo título completo es Facsímil. Libro de ejercicios- que se inscribe en la estela dejada por Queneau y los miembros del OuLiPo, un texto que es, en efecto, un libro de ejercicios -de estilo, podríamos añadir- y que se presenta en un formato muy poco común.
En las primeras páginas de Facsímil podemos leer una especie de advertencia: “Las palabras facsímil y ensayo se asocian, en Chile, a la Prueba de Aptitud Académica -aplicada desde 1967 hasta 2002- y a la actual Prueba de Selección Universitaria o PSU, vale decir, a los exámenes de ingreso a la educación universitaria. La estructura de este libro se basa en la Prueba de Aptitud Verbal, en su modalidad vigente hasta 1994, que incluía noventa ejercicios de selección múltiple, distribuidos en cinco secciones”. Secciones que son -lo vemos en el índice del libro-: I. Término excluido; II. Plan de redacción; III. Uso de ilativos; IV. Eliminación de oraciones; y V. Comprensión de lectura.
A la manera de los 99 ejercicios de estilo de Queneau, los 90 ejercicios de Zambra ofrecen un planteamiento literario, exitoso, que parte de un seguimiento cercano a reglas que en un primer vistazo parecerían arbitrarias.
Bajo la forma de ejercicios de opciones múltiples y oraciones para completar, Facsímil habla, como toda la obra de Zambra, del pasado político, de las familias y la infancia, vicisitudes amorosas, la clase media chilena, la ley, las dictaduras y otros.
Y lo hace de tal forma que le da al lector la capacidad de formar sus propias pequeñas historias, sus propias ideas y recuerdos, su propia imaginación literaria, mediante esa capacidad que tiene el texto de presentarle opciones.
Por ejemplo, la segunda parte del libro, II. Plan de redacción, se inaugura con una instrucción: “En los ejercicios 25 a 36, marque la opción que corresponde al orden más adecuado para construir un buen esquema o plan de redacción”. Y a continuación nos ofrece ejercicios como este para que nosotros, lectores, los resolvamos:

25. Mil novecientos ochenta y tanto

1.                  Tu padre discutía con tu madre.
2.                  Tu madre discutía con tu hermano.
3.                  Tu hermano discutía con tu padre.
4.                  Casi siempre hacía frío.
5.                  No recuerdas nada más.

A)               2-3-1-4-5
B)                3-1-2-4-5
C)                4-1-2-3-5
D)               4-5-1-2-3
E)                5-1-2-3-4  

Parodiando la Prueba de Aptitud Verbal pre universitaria, que en Chile estuvo en vigencia desde fines de los 60 hasta principios de los 90, casi en paralelo al Gobierno dictatorial de Pinochet, Facsímil se presenta como un complejo aparato productor de ideas y sensaciones en el que el sentido está en constante crisis, alterado y alterable, uniendo las constelaciones de la historia política, la vida íntima y la memoria en un panorama formalmente curioso pero capaz de producir momentos de verdadera belleza pese a la aparente rigidez de su lenguaje.
Como Ejercicios de estilo, de Queneau, que parece reconocer como predecesor, incluso si lejano, Facsímil es un libro desafiante, que requiere de un compromiso lector quizás mayor al que demanda la narrativa tradicional, regida por la maquinaria a veces insulsa de la progresión lineal. Y, como la mayoría de la obra de Zambra, aquejada quizás solo por uno o dos puntos bajos, es un libro que vale la pena.


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