Facsímil
Reseña del nuevo libro del chileno Alejandro Zambra, un “objeto literario” que sigue la estela de Queneau.
Sebastián
Antezana
A
pocos les corresponde el denominativo de “escritor de culto” tanto como a
Raymond Queneau, genial autor francés que a varias décadas de su muerte goza de
una entusiasta minoría de seguidores militantes de la causa que él supo
encabezar en vida: asumir la literatura como un juego muy serio.
En
Ejercicios de estilo (1949), por
ejemplo, quizás su libro más conocido, Queneau narra un incidente trivial, una
anécdota mínima -un hombre va a la parada y toma el autobús-, de 99 maneras
distintas, 99 formas de contar una misma historia.
Inspirado
en El arte de la fuga, de Bach, Ejercicios de estilo es un libro de
difícil clasificación, un texto que casi en solitario revolucionó la conciencia
técnica de escritores y lectores, e hizo del ingenio y el humor no solo marcas
registradas de su autor sino herramientas decisivas a la hora de componer
aquello elusivo y fugaz que conocemos como el estilo literario.
El
estilo como un motor creativo, así, es una de las características fundamentales
del movimiento literario OuLiPo -Ouvroir
de littérature potentielle (Taller de literatura potencial)-, del que
Queneau fue uno de los fundadores.
Tras
pasar por el Colegio de Patafísica, una sociedad de investigaciones eruditas e
inútiles, Queneau fundó el OuLiPo junto a François Le Lionnais con el objetivo
de -lo defino aquí a grandes rasgos- explorar las posibilidades formales del
lenguaje y aplicar reglas matemáticas -aunque a veces de apariencia desopilante-
al trabajo literario.
Ante
los incrédulos y los atónitos, Queneau mismo se encargó de definir y defender
la postura del grupo: “La inspiración, que consiste en obedecer ciegamente todo
impulso, es en realidad una esclavitud. El clásico que escribe una tragedia
observando unas reglas que él conoce es más libre que el poeta que escribe lo
que le pasa por la cabeza y que está esclavo de otras reglas que ignora”. O, en
otras palabras: la función del OuLiPo fue y es clara: buscar ataduras formales para
así ser más –literariamente- libres.
En
las antípodas del azar, la escritura automática y otras dinámicas de grupos
como el surrealista, y crítico también a las exigencias de verosimilitud del
realismo casi decimonónico que perduraba en Europa hasta bien entrado el siglo
XX, el OuLiPo se fundó como una máquina lúdica muy seria que elabora y sigue el
pie de la letra sus propias reglas. O, como otro de sus miembros lo indica: “Un
oulipiano es una rata que construye ella misma el laberinto del cual se propone
salir. ¿Un laberinto de qué? De palabras, sonidos, frases, párrafos, capítulos,
bibliotecas, prosa, poesía y todo esto”.
Y
todo esto, ahora, lo digo a cuenta de la aparición de Facsímil (Eterna Cadencia, 2015), última publicación del chileno
Alejandro Zambra, una de las voces más sonadas de la actual narrativa
latinoamericana. Luego de tres novelas y dos libros de cuentos, todos bastante
difundidos, Zambra regresa con un objeto literario -cuyo título completo es Facsímil. Libro de ejercicios- que se
inscribe en la estela dejada por Queneau y los miembros del OuLiPo, un texto
que es, en efecto, un libro de ejercicios -de estilo, podríamos añadir- y que
se presenta en un formato muy poco común.
En
las primeras páginas de Facsímil podemos
leer una especie de advertencia: “Las palabras facsímil y ensayo se asocian, en
Chile, a la Prueba de Aptitud Académica -aplicada desde 1967 hasta 2002- y a la
actual Prueba de Selección Universitaria o PSU, vale decir, a los exámenes de
ingreso a la educación universitaria. La estructura de este libro se basa en la
Prueba de Aptitud Verbal, en su modalidad vigente hasta 1994, que incluía
noventa ejercicios de selección múltiple, distribuidos en cinco secciones”.
Secciones que son -lo vemos en el índice del libro-: I. Término excluido; II.
Plan de redacción; III. Uso de ilativos; IV. Eliminación de oraciones; y V.
Comprensión de lectura.
A
la manera de los 99 ejercicios de estilo de Queneau, los 90 ejercicios de
Zambra ofrecen un planteamiento literario, exitoso, que parte de un seguimiento
cercano a reglas que en un primer vistazo parecerían arbitrarias.
Bajo
la forma de ejercicios de opciones múltiples y oraciones para completar, Facsímil habla, como toda la obra de
Zambra, del pasado político, de las familias y la infancia, vicisitudes
amorosas, la clase media chilena, la ley, las dictaduras y otros.
Y
lo hace de tal forma que le da al lector la capacidad de formar sus propias
pequeñas historias, sus propias ideas y recuerdos, su propia imaginación
literaria, mediante esa capacidad que tiene el texto de presentarle opciones.
Por
ejemplo, la segunda parte del libro, II. Plan de redacción, se inaugura con una
instrucción: “En los ejercicios 25 a 36, marque la opción que corresponde al
orden más adecuado para construir un buen esquema o plan de redacción”. Y a
continuación nos ofrece ejercicios como este para que nosotros, lectores, los
resolvamos:
25. Mil novecientos ochenta y
tanto
1.
Tu padre discutía con tu madre.
2.
Tu madre discutía con tu hermano.
3.
Tu hermano discutía con tu padre.
4.
Casi siempre hacía frío.
5.
No recuerdas nada más.
A)
2-3-1-4-5
B)
3-1-2-4-5
C)
4-1-2-3-5
D)
4-5-1-2-3
E)
5-1-2-3-4
Parodiando
la Prueba de Aptitud Verbal pre universitaria, que en Chile estuvo en vigencia
desde fines de los 60 hasta principios de los 90, casi en paralelo al Gobierno
dictatorial de Pinochet, Facsímil se
presenta como un complejo aparato productor de ideas y sensaciones en el que el
sentido está en constante crisis, alterado y alterable, uniendo las
constelaciones de la historia política, la vida íntima y la memoria en un
panorama formalmente curioso pero capaz de producir momentos de verdadera
belleza pese a la aparente rigidez de su lenguaje.
Como
Ejercicios de estilo, de Queneau, que
parece reconocer como predecesor, incluso si lejano, Facsímil es un libro desafiante, que requiere de un compromiso lector
quizás mayor al que demanda la narrativa tradicional, regida por la maquinaria
a veces insulsa de la progresión lineal. Y, como la mayoría de la obra de
Zambra, aquejada quizás solo por uno o dos puntos bajos, es un libro que vale
la pena.
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