sábado, 13 de junio de 2015

Sombras nada más

Tamayo: relámpago y fantasma


38 años después de su edición original, Plural Editores reedita Yo fui el orgullo, uno de los mayores aportes de Mariano Baptista Gumucio a la literatura boliviana.



Gabriel Chávez Casazola

Dice Mariano Baptista Gumucio, al abrir las páginas de Yo fui el orgullo, que hay libros que nacen de un destello y otros de una obsesión, y que esta obra es una combinación de ambos impulsos.
No podría ser de otra manera, tratándose de un libro dedicado a Franz Tamayo, que es a la vez un relámpago y un fantasma en el firmamento de la cultura boliviana. Un relámpago, por el lúcido vigor y la energía de su escritura y de su actuación pública, que tantas veces chocaron con la medianía de los otros y con la grisura de las circunstancias. Un fantasma, porque de Tamayo lo que queda, para la mayoría, es apenas el nombre, el mito, el Olimpo tonante de bronce, un rostro en un billete caro.
Para disipar ese fantasma y revivir aquel fulgor que fue el astro y la cumbre, qué mejor que leer este libro donde el autor nos ahorra el trabajo de hurgar en profundas hemerotecas, conseguir títulos que difícilmente se encuentran y entrevistar a quienes tal vez ya no sea posible saludar aquí en la tierra.
Es decir, tenemos entre manos un libro que nos ofrece un Tamayo total, integral, aunque a la vez abordado desde diversos lugares y miradas -el afecto íntimo de la esposa de décadas, la complicidad del amigo, los recuerdos de quienes lo conocieron en la tribuna o en pijamas, la pluma ácida de quienes polemizaron con él y a quienes destrozó con su verba potente, la bilis de sus enemigos, la mirada de algunos contemporáneos o de quienes vinieron después, desde el “Chueco” Céspedes hasta Óscar Únzaga de la Vega pasando por Jaime Saenz- y todo enhebrado por el inteligente biógrafo que es Mariano Baptista, de una manera que sin dejar de ir a fondo, resulta amena y atractiva, sin inspirar sacrosanto respeto como el mito ni tedio como la contemplación del mármol canónico.
Tal vez, entonces, este libro que Plural reedita con acierto transcurridos 38 años de su primera edición, no haya sido sino una manera que encontró su autor para resolver la curiosidad y acortar la distancia que se creaban cuando, cada día de su vida de escolar, pasaba por la calle Loayza rumbo al colegio La Salle y dirigiendo la mirada hacia arriba veía a Franz Tamayo en su balcón, escrutando el infinito.
Estoy seguro de que quienes no habían leído antes Yo fui el orgullo. Vida y pensamiento de Franz Tamayo, y ahora podrán hacerlo, en especial los muchos bolivianos que vienen detrás nuestro, descubrirán aquí al hombre -ese relámpago- que se esconde en el billete de 200 bolivianos (donde su fantasma sigue escrutando el infinito) y, sin por ello mermarle un ápice a su estatura intelectual y literaria, sino conociéndola y porque la han conocido, lo verán humano como era y sabrán de las luces y las sombras de las que están hechos los mitos.
Para terminar, no quiero dejar de destacar esta faceta de la varia labor del inquieto e infatigable intelectual que es Baptista Gumucio: su pasión por el rescate de la figura y obra de algunos de nuestros mejores compatriotas. Lo hizo con Medinaceli, con Man Césped, con Tamayo, con Moreno y con tantos otros.  En un tiempo en que tan fácilmente se fabrica olvido, él urde, sigue urdiendo desde hace ya décadas, memoria colectiva.
Nunca habrá una medida justa para agradecerle a Mariano esta tarea. Y en lo personal, le debo haberme enseñado que solo puede florecer la obra con tesón y lejos del “encuevamiento” y los conformismos que tanto afligieron a Tamayo, quien a pesar de todos los pesares sigue siendo el orgullo, y en su poesía un mar que canta y canta con hondura.


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