Tamayo: relámpago y fantasma
38 años después de su edición original, Plural Editores reedita Yo fui el orgullo, uno de los mayores aportes de Mariano Baptista Gumucio a la literatura boliviana.
Gabriel Chávez Casazola
Dice Mariano Baptista Gumucio, al abrir las páginas de
Yo fui el orgullo, que hay libros que
nacen de un destello y otros de una obsesión, y que esta obra es una
combinación de ambos impulsos.
No podría ser de otra manera, tratándose de un libro
dedicado a Franz Tamayo, que es a la vez un relámpago y un fantasma en el
firmamento de la cultura boliviana. Un relámpago, por el lúcido vigor y la
energía de su escritura y de su actuación pública, que tantas veces chocaron
con la medianía de los otros y con la grisura de las circunstancias. Un fantasma,
porque de Tamayo lo que queda, para la mayoría, es apenas el nombre, el mito,
el Olimpo tonante de bronce, un rostro en un billete caro.
Para disipar ese fantasma y revivir aquel fulgor que
fue el astro y la cumbre, qué mejor que leer este libro donde el autor nos
ahorra el trabajo de hurgar en profundas hemerotecas, conseguir títulos que
difícilmente se encuentran y entrevistar a quienes tal vez ya no sea posible
saludar aquí en la tierra.
Es decir, tenemos entre manos un libro que nos ofrece
un Tamayo total, integral, aunque a la vez abordado desde diversos lugares y
miradas -el afecto íntimo de la esposa de décadas, la complicidad del amigo,
los recuerdos de quienes lo conocieron en la tribuna o en pijamas, la pluma
ácida de quienes polemizaron con él y a quienes destrozó con su verba potente,
la bilis de sus enemigos, la mirada de algunos contemporáneos o de quienes vinieron
después, desde el “Chueco” Céspedes hasta Óscar Únzaga de la Vega pasando por
Jaime Saenz- y todo enhebrado por el inteligente biógrafo que es Mariano
Baptista, de una manera que sin dejar de ir a fondo, resulta amena y atractiva,
sin inspirar sacrosanto respeto como el mito ni tedio como la contemplación del
mármol canónico.
Tal vez, entonces, este libro que Plural reedita con
acierto transcurridos 38 años de su primera edición, no haya sido sino una
manera que encontró su autor para resolver la curiosidad y acortar la distancia
que se creaban cuando, cada día de su vida de escolar, pasaba por la calle
Loayza rumbo al colegio La Salle y dirigiendo la mirada hacia arriba veía a
Franz Tamayo en su balcón, escrutando el infinito.
Estoy seguro de que quienes no habían leído antes Yo fui el orgullo. Vida y pensamiento de
Franz Tamayo, y ahora podrán hacerlo, en especial los muchos bolivianos que
vienen detrás nuestro, descubrirán aquí al hombre -ese relámpago- que se
esconde en el billete de 200 bolivianos (donde su fantasma sigue escrutando el
infinito) y, sin por ello mermarle un ápice a su estatura intelectual y
literaria, sino conociéndola y porque la han conocido, lo verán humano como era
y sabrán de las luces y las sombras de las que están hechos los mitos.
Para terminar, no quiero dejar de destacar esta faceta
de la varia labor del inquieto e
infatigable intelectual que es Baptista Gumucio: su pasión por el rescate de la
figura y obra de algunos de nuestros mejores compatriotas. Lo hizo con
Medinaceli, con Man Césped, con Tamayo, con Moreno y con tantos otros. En un tiempo en que tan fácilmente se fabrica
olvido, él urde, sigue urdiendo desde hace ya décadas, memoria colectiva.
Nunca habrá una medida justa para agradecerle a
Mariano esta tarea. Y en lo personal, le debo haberme enseñado que solo puede
florecer la obra con tesón y lejos del “encuevamiento” y los conformismos que
tanto afligieron a Tamayo, quien a pesar de todos los pesares sigue siendo el
orgullo, y en su poesía un mar que canta y canta con hondura.
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