sábado, 28 de febrero de 2015

Nota de apertura

3600, dos años diversificando
el mercado editorial paceño

Portada de Periférica Blvd., uno de los libros
icónicos de la editorial 3600.


¿Qué objetivos persigue esta joven casa editora? ¿Cómo espera destacar en un mercado cada vez más complejo? ¿Qué la distingue de otras y qué iniciativas propone para ampliar el número de lectores e incentivar la mejora de la calidad de los autores locales?


Martín Zelaya Sánchez

Para decirlo en números: dos años de vigencia; 55 libros: 11 de cuentos, nueve novelas, seis de ensayo, uno de entrevistas. 10 libros infantiles, 17 poemarios y una novela gráfica.
Para decirlo en nombres: Adolfo Cárdenas, uno de los mejores narradores paceños; Matilde Casazola, emblemática poetisa y cantautora, y Juan Pablo Piñeiro, uno de los más destacados escritores bolivianos de la última década.
Para decirlo en títulos: Periférica Blvd., la novela boliviana más vendida en los últimos lustros, y Cuando Sara Chura despierte, la obra literaria más reciente entre las incluidas en la Biblioteca Boliviana del Bicentenario, acaso el más ambicioso canon de libros nacionales.
Pero hablar de la editorial 3600 es mucho más que esto. Luego de más de una década como parte de Gente Común, Marcel Ramírez tomó un nuevo rumbo y a inicios de 2013 conformó un nuevo equipo editorial. Así surgió 3600, una ambiciosa iniciativa que en poco más de 24 meses está ya consolidada por méritos propios en el panorama editorial-literario paceño y nacional.
No es fácil publicar -en nuestro medio, sobre todo, e incluso en muchos países de la región- a razón dos o más obras por mes y además -en esto hay que hacer énfasis- tomarse el trabajo de seleccionar cuidadosamente cada título y autor. Ese es el espíritu de 3600.
Esta semana se recuerdan dos años del proyecto, aunque, a decir verdad, todo empezó mucho antes. Marcel recuerda cómo a inicios de los 90 fundó Nuevo Milenio junto a los hermanos Paz Soldán, y a fines de esa década Gente Común junto a Ariel Mustafá.
Con estos antecedentes surge esta renovada empresa, el 19 de febrero de 2013 cuando el logotipo definitivo de 3600 se colocó en el primer libro: Forasteros en Flores, la edición XXXIX del Concurso Nacional de Literatura “Franz Tamayo”.
“El motivo de ser de la editorial -cuenta- siempre fue la difusión de voces de la literatura boliviana dentro del país. Es decir, el objetivo principal es dar la oportunidad al público nacional de conocer tanto a autores consagrados como a nuevas voces”.

La esencia, la diferencia
Pero si hay algo en lo que Ramírez quiere hacer énfasis es en la selección del catálogo y en el trabajo cuidado, minucioso y honesto en cada libro. “Me interesa ante todo la calidad, es por eso que si los directores de cada colección no aprueban un libro, sea del autor que sea, este no sale”, asegura.
Willy Camacho, director de la Colección Narrativa de 3600, comenta: “con el auge de las autopublicaciones, el lector se enfrenta actualmente a una oferta enorme, de modo que hoy más que nunca las editoriales deben ser referentes confiables. No se trata de publicar solo autores consagrados, sino de seguir promocionando escritores jóvenes, pero ayudándolos a pulir sus textos (a unos más, a otros menos), para que sus libros no desentonen (en términos de calidad literaria, no estilísticos ni estéticos)”.
Es por eso que aunque montar de la noche a la mañana una editorial independiente con estructura e infraestructura propias es casi imposible, Ramírez quiso dotar a su proyecto del mayor rigor posible y logró la valiosa colaboración de un equipo de especialistas que –aunque no en oficina, no con relación contractual formal- encabezan tres departamentos editoriales, en las áreas en las que 3600 tiene alcance.
Junto a Camacho, trabajan Claudia Pardo, en la Colección Poesía y Mariana Ruiz en la Colección Literatura Infantil y Juvenil.
“Si en algún momento -continúa Willy- sobre todo durante la pasada década, hubo editoriales que aceptaron acuerdos “especiales” de publicación (el autor pagaba parte, o incluso el total, del dinero requerido para la impresión), creo que esto ocurre cada vez menos, pues las editoriales bolivianas, para subsistir en un mercado global y descontrolado, necesitan distinguirse por la calidad de sus catálogos”.
En criterio de Pardo “las editoriales deben ser responsables de lo que publican y tomarse el trabajito de editar y exigir una labor rigurosa con los textos. Eso es muy sano para los jóvenes que están comenzando a escribir”.
Y eso es lo que buscan y privilegian en 3600. Es así que la función de Pardo consiste en “generar publicaciones y espacios de difusión para nuestra colección de poesía. La parte dura del trabajo es conseguir títulos de calidad. Así también estamos trabajando en construir espacios de difusión, en los que se pueda compartir poesía”.
Uno de estos espacios –muy importante-, es la revista 88 grados, proyecto medular de 3600, sobre el que Marcel dice:
“88 grados surge como una necesidad de tener un espacio de crítica y reflexión literaria, accesible y comprensible. Sin embargo, viendo que otros proyectos similares no han logrado tener continuidad, o se presentan en formatos más informales, el principal objetivo de la revista es llegar a trascender. Lleva un año de publicaciones, habiendo interactuado con bastantes escritores y críticos bolivianos”.
Al buen estilo de conocidas casas editoras europeas o estadounidenses –y en condiciones abismalmente diferentes- 3600 quiso crear de manera paralela a su aparato editorial un ala de difusión y contacto con el lector con el interés específico de generar más lectores e incentivar el gusto y curiosidad por lo que se escribe y edita hoy en día en Bolivia. Es decir, no se trata solo de generar oferta en libros, sino de trabajar porque cada vez haya más gente que los consuma… más lectores bolivianos.
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Willy Camacho: “Los libros pasan por filtros y un pulido final”

- ¿En qué consiste tu labor como director de la Colección Narrativa?
- Soy una especie de “último filtro” para tomar la decisión de publicar o no un texto. Mi deber es leer los textos que llegan a la editorial y determinar, bajo criterios estrictamente literarios (que por supuesto son subjetivos), el potencial de un libro.
Esto parece una cuestión de mercado más que de literatura, pero es necesario para mantener el nivel que nos exigimos. Hay libros que tienen mucho potencial (por su argumento, sus recursos técnicos, su profundidad reflexiva, su propuesta estética, etc.), pero que necesitan trabajo de edición; entonces, mi deber es hacer observaciones (a veces duras) para que, si el autor acepta, se realice el “pulido” final.

Luis Carlos Sanabria y yo trabajamos en la edición de los textos que la editorial ha decidido publicar. Este trabajo, en algunos casos, demanda varios meses, y en otros, un par de semanas. Es una labor que se realiza codo a codo con los autores, siempre respetando sus criterios.

- ¿Cómo evalúas, a partir de esta experiencia, la situación de la narrativa nacional actual?
- Creo que nuestra narrativa no es mejor ni peor que la del resto del mundo, pero es evidente que la mayoría de los nuevos escritores (todavía inéditos), pese a tener ideas interesantes y novedosas, no manejan con solvencia recursos y técnicas narrativas.
Para solucionar esto, es imprescindible que haya talleres narrativos, donde escritores como Adolfo Cárdenas, Homero Carvalho o Giovanna Rivero (por citar algunos ejemplos de una larga lista de autores con mucho oficio) compartan experiencias y conocimientos.

- ¿Te animas a destacar dos o tres libros de Narrativa de 3600… cuáles y por qué?
- Aunque suene a muletilla de editor, creo que todos los libros publicados hasta el momento tiene sus virtudes particulares, por lo que destacar unos cuantos sería injusto. Sin embargo, si me animo a mencionar Madrid-Cochabamba. Cartografía del desastre, de Claudio Ferrufino-Coqueugniot y Pablo Cerezal, que publicaremos el próximo mes y que presenta decenas de textos breves, en los que resulta evidente el pulcro trabajo de lenguaje logrado por los autores.
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Claudia Pardo: “Se publica más poesía, pero poca de calidad”

- Imagino que en estos dos años leíste muchos poemarios… muchísimos más, seguramente de los que al final editaron. ¿Cómo evalúas, a partir de ello- la situación actual de la poesía boliviana?
- No sé si podría hablar de la “situación” porque no tengo una visión del panorama nacional, sino más bien local. Como sabes, en la mayoría de los casos las editoriales de cada región editan a sus poetas.
En ese sentido, podría decir que las publicaciones en el género de poesía han ido aumentando paulatinamente porque también se ha diversificado el trabajo editorial. Sin embargo, muy pocos trabajos destacan por la calidad. A los autores no les gusta recibir críticas ni editar su trabajo, por tal motivo, la calidad de las publicaciones es muy precaria.

- ¿Te animas a destacar dos o tres libros de poesía de 3600?
- Creo que hablar de “los mejores títulos” es relativo e injusto. Sin embargo podría hablar de dos títulos que están entre mis favoritos: Paninitaki, de Mauro Alwa, que me gusta mucho por su unidad y el trabajo formal con el lenguaje que, creo, es altamente sofisticado desde el diálogo entre el aymara y el castellano.
El segundo es Recetario amazónico de Dios, de Nicomedes Suárez, un libro diferente y arriesgado en muchas dimensiones.

- ¿Cómo ves el panorama editorial actual? ¿Coincides en que es tiempo de las editoriales independientes, “chicas”, alternativas, de las que persiguen otros objetivos antes que competir con las gigantes transnacionales?
- Creo que la oferta editorial se ha diversificado en nuestro medio porque imprimir de manera artesanal no es tan caro como en otros países. Existen muchas editoriales independientes y gran parte dedicadas la poesía.
Me parece que la gente joven se ha apropiado de los medios necesarios para publicar y dar visibilidad a su trabajo. Sin embargo, hay mucha oferta y muy poco rigor en el trabajo. Es importante darse cuenta de ello para comenzar a ser más críticos con nuestra producción.
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Mariana Ruiz: “Editamos el 24 % de obras de literatura infantil a nivel nacional”

- ¿En qué consiste tu labor en el área Infantil y Juvenil?
- Primero en pre-seleccionar las obras que se van a publicar, contactar a los ilustradores y supervisar el diseño, diagramación e impresión de cada libro.
Lo que intento buscar en una obra es, fundamentalmente, la sinceridad del autor; que tome en cuenta a su audiencia y no piense en impartir lecciones o ser moralista; que su lenguaje sea ameno, asequible y legible; que no descuide ni la ortografía ni la gramática porque éstas se aprenden leyendo y no por la memorización de sus reglas.

- Imagino que en estos dos años leíste muchos textos… muchísimos más fueron -seguramente- los que descartaron que los que al final editaron. ¿Cómo evalúas, a partir de ello- la situación de la literatura Infantil nacional actual?
- Según la Academia Boliviana de Literatura Infantil y Juvenil, en 2014 en el país se publicaron 25 libros para este público, 22 novedades -de las que 3600 publicó cuatro- y tres reediciones, de las que publicamos dos. Es decir, editamos seis de 25 libros, el 24 % de la producción de un año.
Las propuestas presentadas en Bolivia intentan ser atractivas e interesantes y hay excelentes libros para niños de todas las edades, a los que todos los chicos y chicas deberían acceder.

- ¿Qué cualidades debe tener hoy en día un buen libro para niños y jóvenes?
- Lo formal suma mucho. Si por razones de costos no se pueden tener ilustraciones a color, la portada por lo menos sí debe ser atractiva. Una buena narración puede hablar de todo, un lector suma experiencias a través de sus lecturas.

Como lectores queremos tener aventuras, viajar, imaginar otras vidas, divertirnos. La única diferencia entre un buen libro infantil y uno para adultos es la extensión y el nivel de complejidad de las referencias. El público juvenil marca la transición hacia la literatura universal, hay clásicos que son para todas las edades y que resuenan mejor cuando su lector es joven. 

Ensayo

De la actual censura al libre
pensamiento: el poder y los escritores


Una reflexión a propósito del incidente con dos escritores cubanos en un encuentro literario efectuado en Santa Cruz en noviembre pasado.



Virginia Ayllón

¿Desde cuándo o desde dónde comienza un hecho histórico? Digamos, ¿comienza el Mayo del 68 con las barricadas del Barrio Latino de París del 10 de mayo de ese año? Y, tal como Hollywood insiste, ¿se originó la II Guerra Mundial con el ataque de Pearl Harbor? Y, en el caso nuestro, ¿el 9 de abril inició la Revolución de 1952?
Una respuesta obvia, cierta y parcial es que todo hecho denominado como histórico es un proceso, resultado de sucesos anteriores y causa, a la vez, de nuevos acontecimientos que continúan armando el transcurso de la historia.
Pero decir que todo hecho es parte de un proceso es parcial, decía, porque deja de lado el poder (y la ideología), principal elemento que todo hecho histórico refleja. Entonces la explicación del Mayo del 68 se completa con la preeminencia marxista y existencialista de la época, y la Revolución del 52 por las ideologías del nacionalismo y el colonialismo. Estas ideologías, a su vez, no se explican sino por los hechos que las sustentaron; esto es, por el ejercicio del poder.
De ahí, el hecho histórico deviene en un artefacto que ensambla ideología y acontecimientos y en la historia no hay hechos sin ideología. Desde este punto de vista, la historia es la historia del ejercicio del poder. El hecho natural, genéricamente, no es histórico porque no tiene en su centro al poder. Hay que releer el ensayo “Meditación sobre la técnica” de Ortega y Gasset en el que desarrolla interesantes especulaciones sobre el discurrir del artefacto como soporte de la historia.
Quemar un libro, por ejemplo, es un hecho histórico que como todo artefacto tiene una faz material que se corresponde con otra -mental, digamos- y se arma o construye para cumplir una intención, una función. Entonces, este artefacto, la quema de un libro, de naturaleza híbrida porque es material y mental, simboliza una ideología.
Como todo artefacto, y siguiendo a Ortega y Gasset, éste proviene de actos técnicos que pretenden reformar una circunstancia. ¿Qué pretende reformar la quema de un libro, o qué simboliza este artefacto histórico? Normar el pensamiento, re-formar el pensamiento plural; esto es, censurar.
Debo reconocer que he acudido a tan intrincado seudo análisis para tratar de explicarme por qué la humanidad debe cometer una y otra vez las vergüenzas del pasado. Pareciera que si hay un proceso permanente en la historia es la estupidez humana, o como diría Camus: “la estupidez insiste siempre”.
Digo, si una de las primeras censuras al pensamiento está datada en el siglo II antes de nuestra era (la censura china a los textos del Tao), ¿cuánto más necesita el género humano para eliminar la censura al pensamiento?
Ni la Grecia creadora de la democracia se libró de este mal; Esquilo, Eurípides y Fidias la sufrieron. ¿Tenemos que volver a enumerar los casos de censura en épocas de dictadura? ¿O más atrás? ¿Tal vez el holocausto bibliográfico? ¿Ayudaría, quién sabe, recordar la destrucción de la Biblioteca Nacional de Sarajevo?, ¿faltan más ejemplos?, tengo muchos.
El caso es que el 8 de noviembre de 2014 la técnica empezó a crear un artefacto en Bolivia denominado censura al libre pensamiento. Dos escritores cubanos que debieron decir su palabra fueron callados. Es un hecho histórico, no cabe duda, ¿está iniciando un proceso?
Las fuerzas del orden (sic) son las llamadas a proteger “la razón del Estado”, pero de manera inconcebible, funcionarios de la cultura tomaron este papel, peligroso, peligrosísimo para un escritor (¿cómo te defenderé cuando te censuren?).
Demos beneficio a la duda porque este funcionario puede alegar que estamos haciendo grande un hecho en verdad pequeño y sin importancia; o que este incidente es insignificante frente a las “grandes obras” que se están haciendo en cultura, o que su recorrido como escritor es suficiente argumento contra esta diatriba.
Tal vez si hubiera manejado tales argumentos, podríamos dudar de su expertisse político. El caso es que su argumento fue que se calló a los dos escritores cubanos porque su presentación “se salía de la temática literaria”. Entonces callemos a García Márquez cuando se refiere a la política colombiana y debimos callar hace rato a Octavio Paz por sus reflexiones sobre México. ¿Volvemos a callar a Federico García Lorca y también a Reynaldo Arenas por “meterse en política”?
Con Homero Carvalho compartí una mesa de discusión en la última feria del libro, sobre “compromiso en la literatura” en la que yo expresé mi preocupación precisamente sobre el tema de dicha mesa y pregunté por qué debíamos discutir ese tema que se desarrolló con fuerza en la época de las dictaduras militares del 60 al 80 del pasado siglo.
Espero, decía yo en esa oportunidad, que en el contexto nacional no se estén desplegando tendencias -que suelen denominarse “políticas culturales”- de simpatía a lo que se llamó la “literatura comprometida”. Anecdótica mi premonición, más anecdótico aún que Homero estuviera sentado a mi lado. En fin.
Hay quienes quieren recordar al ahora exministro de Culturas de este Gobierno por su “excelente gestión”, yo lo recordaré por haber ordenado -o solo la obedeció, para el caso no importa- un hecho histórico (material e ideológico) que se llama censura al libre pensamiento.
Pero si se trata de recordar, mejor a Voltaire: “No estoy de acuerdo con lo que dices, pero defenderé con mi vida tu derecho a expresarlo”. Más contundente, Rosa Luxemburgo: “La libertad es siempre y exclusivamente libertad para el que piensa de manera diferente”.
Que el poder obnubila está probado. Tanto así que a Shi Huang Ti se lo recuerda como un emperador chino que realizó “grandes obras”. Cómo no, si le cabe la construcción de la Gran Muralla China. Poco se dice, sin embargo, de la destrucción que ordenó de todos los libros clásicos anteriores a su gobierno, todos, los de filosofía, poesía, historia. De lo que se deduce que hay que tener mucho cuidado con las “grandes obras”.


ALTIplaneando

Imágenes, colores, visiones: 4 pintores orureños


Reseña de una exposición colectiva de Romero, Zarzuela, Véliz y Alandia, cuatro artistas plásticos orureños.



Edwin Guzmán Ortiz  

Una tierra: Oruro. El aniversario: 10 de febrero. Una pasión común: la pintura. Motivos suficientes para aglutinar a cuatro pintores orureños, a cuatro visiones creativas, cuatro caminos que habiendo partido de aquella ciudad, y después de largo periplo y búsquedas personales, confluyen en una exposición de pintura en el Centro Pedagógico y Cultural Portales de Cochabamba.
Se trata de Ricardo Romero, Erasmo Zarzuela, Max Véliz y Orlando Alandia. Artistas de considerable trayectoria que en la presente exposición (abierta hasta el 15 de marzo) conjugan sus lienzos para mostrar lo particular, en el marco de una feliz confluencia.
Sobre ese eje que cruza al altiplano: altitud y horizonte, lo alto y lo plano, encarnan los más vehementes imaginarios, y nada mejor que los artistas para capturarlos y tornarlos visibles. Reinventando sus personajes, coloreándolos, bordándolos de frisos ancestrales, tramando su espacio y, a través de un soplo mágico, otorgándoles el resplandor de la existencia.
Del recóndito paritorio del taller -siempre ubicuo y existencial- las pinturas se abren camino al público. Todavía impregnadas por la obsesiva mirada del artista y por los fantasmas que las prefiguraron. Helas, plenas de carnaval, jaladas de la cultura popular, brotadas del viento y el silencio del altiplano, o conjugadas desde una filosofía del espacio.
Ricardo Romero Flores es probablemente uno de los pintores bolivianos que ha representado con mayor pasión e imaginación al altiplano y sus criaturas, incluso desde su larga estancia en Europa.
La monumental gravedad de la altipampa, su horizonte inviolado alberga seres que emergen gracias al pincel insaciable del pintor, siendo ella un personaje más en la tesitura de los lienzos. Desde su aparente quietud exhala símbolos y personajes que a través de su fuerza milenaria pregnan el espacio y lo subvierten.
Trátese del poder transgresivo de la fiesta, músicos que se alzan altivos sobre la pampa, tropas de diablos incendiando con su paso el velo de los vientos, o la bicicleta, el colectivo que atraviesan lontananza en pos de innominados destinos.
Hecha de contrastes, su pintura transfigura los ocres del altiplano con crepúsculos de intensidad solar, la fijeza del paisaje vibra con seres que liberan esa energía recóndita de los andes, la fragmentación coexiste con la concreción de la pampa y las montañas yacentes.
Los oleos de Romero no invitan al recogimiento, sino a enfrentar lo andino desde la pasión y una conciencia sensible que -metonímicamente- se infiere por la implosiva fuerza de sus imágenes. Su pintura comulga con una identidad que nos toca y nos convoca, y nada mejor que sus cuadros para mostrarnos esa vocación de incesante develamiento que conlleva el arte. 
La pintura de Erasmo Zarzuela -“Premio Obra de Vida 2013”, del Salón Pedro Domingo Murillo- se halla colmada de imágenes, símbolos, presencias de la cultura popular de Oruro y del ethos que la anima. En ella, se percibe una reinvención de la tradición resaltando su capacidad de recrear el universo de nuestra cultura, a través de una visión y práctica renovadas en el arte.
El color en sus manos adquiere una riqueza excepcional, no se trata de la trama impresionista ni del efecto expresionista al uso, sino de formas y espacios que se conquistan por la coexistencia de trazos imprevisibles, manchas, asociaciones de tonos y el juego inesperado de matices que terminan creando atmósferas plenas de intensidad.
Pero no es solo el color el protagonista exclusivo de  su trama pictórica. Remontando la perspectiva científica impuesta por el Renacimiento, y en consonancia con los pisos ecológicos de la topología andina, los cuadros también conjugan una espacialidad basada en planos complementarios, en zonas concebidas bajo una apetencia multiperspectivista.
La pintura de Erasmo no pretende subrayar la tensión de polaridades, más bien mostrar  el mestizaje cultural a través de un intrincado palimpsesto desde la óptica de la cultura popular.
Max Véliz, pintor, escultor, muralista y xilografista, ha sido acreedor al Primer Único en Arte Cinético del Salón Murillo (1972). Buena parte de su obra pictórica se alimenta de la tradición de ese Oruro festivo y carnavalesco. Danzarines, músicos y la entrada son retratados a través de un espíritu ávido de representar el momento exultante de la fiesta.
Recatado en el manejo del color, donde prevalecen los ocres conjugados con un azul metálico, en sus temas se impone incidir de manera predominante la expresión, de ahí es que los personajes destaquen esa condición formal, es más, alejados de una estética realista.
En otros lienzos, funde el lenguaje del grabado y de este modo interfecunda técnicas tradicionalmente autónomas. Véliz ha realizado una indagación sistemática sobre los símbolos y representaciones de la cultura andina, no es extraño por ello que muchas de sus pinturas -como sus esculturas- sean portadoras de esta herencia procedente de las antiguas civilizaciones que habitaron el planalto, mas, en una perspectiva de recreación y bajo una concepción artística personal.
La primera impresión que suscitan los lienzos de Orlando Alandia es el color. Sus cuadros proyectan  bloques cromáticos dominantes que conjugados traman una coalición de espacios en los que la figuración cuadrangular se impone.
Espacios entre espacios, cópula de espacios, espacios encapsulados, espacios abiertos a otros espacios. El ojo -entre el zoom/in y el zoom/out- además revela una trama exquisita donde una retícula polícroma late en medio del color dominante.
Otra vez el color en tonos vitales que van del rojo carmesí, al azul eléctrico, la mancha disruptiva, a momentos con apariencias de tejidos, una trama que no cede al silencio topológico. No líneas terminantes, fronteras porosas; no dispersión, un orden  de subjetivo equilibrio. Es más: la presencia de grafías, símbolos, tachaduras y el ícono recurrente de un laberinto connotan el ser espacial. Por lo mismo, la pintura de Alandia no es solo una provocación a ver sino a pensar: el afuera racional frente el adentro sensorial.
El afuera de la extrañeza y de lo ajeno (que nos enajena), el adentro de la identidad y su procelosa búsqueda metaforizada en el laberinto y su personaje arquetípico, el minotauro. 
El artista, de este modo, sincréticamente funde su perspicacia literaria (Borges, Durrenmatt) con el enunciado plástico y por si fuera poco, con el sonido que se eleva producto de la inmersión en el espacio pictórico.

Cuatro pintores, cuatro cosmovisiones creativas, cuyas obras han trascendido las fronteras de Bolivia; acreedores de diferentes premios, compartiendo hoy un mismo espacio, y un mismo deseo de dialogar con el público desde su verdad plasmada en los cuadros.

Patio interior

La entrada en literatura

Un nuevo ciclo. A modo de una clase magistral, el autor traza una introducción sobre lo que discurrirá en la serie de artículos que se abre hoy: el romanticismo de pe a pa.



Juan Cristóbal Mac Lean E. 

Ahora que por fin vamos a hablar del romanticismo, sobre todo del llamado primer romanticismo alemán, o romanticismo de Jena, es necesario que antes nos entendamos, un poco siquiera, sobre las palabras romanticismo, romántico.
Seamos cuidadosos aquí, pues esos términos o palabras quedaron con el tiempo tonta y totalmente contaminados, mucho, por indeseadas adherencias, aunque ciertamente por ellos mismos suscitadas.
Se suele entender hoy, acercándonos al lenguaje coloquial, que lo romántico es un pegajoso dejo de sentimientos y sentimentalismo, una melancolía heroica, un fantaseo amoroso y más o menos trágico, popularmente ferviente, vecino al lagrimón. En el verdaderamente peor de los casos, así, tuviéramos por ejemplo la “música romántica latinoamericana”. Y bien, es necesario que nos deshagamos tajantemente de tales brumas, tales ideas.
El romanticismo, o primer romanticismo que nos ocupará pertenece a otro reino totalmente distante y distinto, e incluso a otras brumas -pero brumas e ideas al fin, aunque esta vez deban ir ambas subrayadas, tanto por las oscuridades o dificultades inherentes a su naturaleza como al sitio de la Idea en sus escritos.
Y una vez más: ¿por qué es tan necesario que nos refiramos aquí a ese romanticismo? Si lo que inicialmente anima estas entregas concierne finalmente a la suerte de la poesía, sobre todo a su suerte actual ¿por qué es tan imprescindible remontarnos al romanticismo alemán, ya de más de dos siglos?
A riesgo de adelantarnos, diremos que ese momento, a un tiempo fugaz y sin embargo nunca del todo cerrado, es el que fundó, de una vez por todas y tal como lo conocemos ahora, el hecho literario. La poesía, a su vez, se encontró liberada y en una nueva relación con sus contenidos, elevada a un rango total, mientras hacía su aparición la crítica en el sentido que hoy se le puede dar a esa palabra en el campo literario.
El romanticismo, también podríamos decir, fue fundamentalmente un gran estremecimiento que sacudió de arriba abajo el pensamiento, el arte, la filosofía y la poesía. Sus palabras fueron el infinito, lo absoluto y se hizo una exigencia de vida, se estrelló contra todo orden reinante y quiso llegar hasta el fondo más secreto de la propia subjetividad.
Y si bien la propia palabra de romanticismo es problemática, fue apenas usada por los mismo románticos, podemos sin embargo leer adelantándonos, al principio del famoso Fragmento 116 de la revista Athenaum (fragmento atribuido a Friederich Schlegel) esta tirada programática, ambiciosa:
“La poesía romántica es una poesía universal y progresiva. Su determinación no es solo volver a reunir todos los géneros separados de la poesía y poner en contacto a la poesía con la filosofía y la retórica. Ella quiere, y además debe, ora mezclar, ora fusionar poesía y prosa, genialidad y crítica, poesía artificial y poesía natural, hacer a la poesía viva y social y a la vida y a la sociedad poéticas…”.
En esa cita ya percibimos algo del talante que rodeó esa empresa. ¿Y quién era ese Schlegel, ¿qué era esa revista Athenaum? Demos, muy de pasada, algunas informaciones elementales (quien quiera más datos no tiene más que remitirse a Wikipedia).
Digamos que nos referimos a ese tiempo que va de 1790 a 1820 y a una constelación extraordinaria, como pocas hubieron en la historia, de “grandes hombres” y grandes músicos.
Ya viejo y aún en todos sus cabales, está vivo Kant (que muere en 1804 y no es en absoluto romántico, aunque hasta cierto punto sea él quien disparó el tiro de partida) y tras suyo están los filósofos, Fichte y Shelling, muy próximos al romanticismo. Y Hegel no anda lejos aunque más tarde, en su Estética, está catastróficamente (lo dice Blanchot) opuesto al romanticismo. Es decir, en cuanto a la filosofía, estamos en el meollo del gran idealismo alemán.
En la acera del frente, en Weimar, está Goethe, que oscila entre la simpatía y el escepticismo. Y ahora los propiamente románticos: primero los hermanos Schlegel (August y Friederich) y a su lado vemos al tan joven y absolutamente brillante Novalis, y están Ludwig Tieck y Wackenroder; cerca también está Hölderlin, de quien nadie sabe muy bien hasta qué punto, siempre indeciso, se lo incluye o no entre los románticos.
Y, quién creyera, contemos esto al margen: en 1796, Hegel le dedicó una oda (¡) a Hölderlin. Pero luego, y más allá aún, no dejemos de mencionar a los otros románticos alemanes (que, para Cioran, tocan lo más alto a lo que haya llegado Occidente): los músicos románticos, sobre todo gran la triada de Brahms, Shubert y Shumannn -de los que posiblemente hablemos más tarde.
Aunque no entre los románticos, todavía está Beethoven. No olvidemos, tampoco, que entre los posteriormente llamados como el círculo romántico de Jena y que se reúnen en casa de August Schlegel, destacan dos bellas mujeres: Carolina y Dorothea. Son todos extraordinariamente jóvenes, son todos unos portentos, son todos hermosos. Hacen cenas, ríen y discuten, escriben, inventan algo que ni ellos mismo saben bien qué es.
Alemania ni siquiera es un país aún, las ciudades son pequeñas, los bosques son umbríos, altos y cerrados. Aún se siente por doquier el agitado temblor de la revolución francesa y pronto serán los cañones de Napoleón los que retumbarán en los paisajes.
Si bien el oleaje que despertó el romanticismo temprano aún mantiene las aguas agitadas, la verdad es que él mismo, en lo mejor de su andadura, fue un fenómeno tan deslumbrante como breve.
Sunch’u luminarias. Jean-Luc Nancy y Philippe Laoue Labarthe resumen muy bien el “proyecto” romántico, “es decir ese breve, intenso y fulgurante momento de escritura (apenas dos años, unos centenares de páginas) que inaugura por sí sola toda una época, pero que se agita al no poder captar su esencia, y que no habrá encontrado finalmente más definición que un lugar (Jena) y una revista (Athenaum)”.
Eso lo dicen estos dos grandes filósofos franceses, allegados a Derrida pero con extraordinarias obras propias, en esa joya de libro que es El absoluto literario. Teoría de la literatura del romanticismo alemán (Eterna Cadencia Editora, Buenos Aires 2012).
Lo extraordinario de este libro es que contiene una valiosísima y seguramente única antología traducida de los grandes escritos de ese primer romanticismo, de piezas sacadas sobre todo de la revista Athenaum con lo que, dicen los autores, se llenó una gran vacío que había en Francia; en todo caso, gracias a ello y a la excelente traducción al castellano del libro, también nosotros resultamos beneficiarios de tan importante hecho editorial.
Cada una de las partes traducidas por estos autores (y luego retraducidas desde el francés), en este libro de 540 páginas, está precedida de una introducción que analiza los puntos esenciales.
Otros libros que nos acompañarán en este recorrido son: El concepto de crítica de arte en el romanticismo alemán, de Walter Benjamin (Península 1984) y finalmente Romanticismo. Una odisea del espíritu alemán, de Rudiger Safransky (Tusquets 2009).

En el orden en que han sido mencionados, esos libros serán desde ahora AL, CA y R, como los citaremos en las entregas que vendrán. Aparte, está el deslumbrante capítulo El Athenaum de Maurice Blanchot, en el libro El diálogo inconcluso. Con tal bagaje, pues, a caminar…

Letra sincrónica

Los colores del Estuche original

Un libro de relatos e imágenes, un constante descifrar, sostiene Castro sobre la primera obra en prosa de Sulma Montero.


Alan Castro Riveros / Escritor


Finos recuerdos colman tu sonrisa / cuando emerge lo que callas.
Sulma Montero, Infancia

El poema
Mujer con muñecas (2007) e Infancia (2008) son dos libros de poesía e ilustración publicados por la serena colorista paceña Sulma Montero. En ambos libros, la escritura y la composición pictórica se entrelazan definitivamente.
La escritura transluce el aire de una inocencia que derrama nuevos signos sobre los jeroglíficos de un antiguo tapiz familiar. Las pinturas y collages precisan estos signos hasta alumbrarles un gesto y una sensibilidad. Ambos libros, cercanos al concepto del libro-objeto, han sido compuestos con la dedicación que solo entiende la materialización de una obra cuando ésta es un fragmento más del mundo físico de donde proviene y al que se dirige.
Infancia, por ejemplo, escribe un despertar. Este despertar se precisa aún más con la sutil diferencia que hay entre el collage que abre el libro y el que lo cierra. En el primero una niña mira de frente; en el segundo, la niña continúa mirando, pero esta vez su cabeza está inclinada.
Aunque sabemos que se trata de un mismo instante, este mínimo movimiento concede a la niña un aire pensativo. El detalle, entonces, abre un escenario donde el despertar de la mirada inocente es la realización minuciosa de un gesto capaz de consumar un incendio frente a la opacidad que no le corresponde.

Cada partícula luminiscente
Estuche original (2011) es el primer libro narrativo de Sulma, y, además de la diferencia formal de su escritura, no tiene ilustraciones interiores, aunque sí un recuadro incluido en la portada. (Y cabe decir que las portadas son centrales en su obra poética).
La ausencia de ilustraciones permite enfatizar la estética de la reencarnación de la inocencia solamente en la escritura y, por tanto, hace de esa física de girar la cabeza una óptica maniobrada con palabras. En este sentido, el estuche original es aquel que guarda los colores y las angulaciones del único mundo que importa repintar.
En Estuche original, el color del mundo que conservamos en la memoria, es el tono de una luz emergente, una paleta cromática que asoma y trenza sus matices en cualquier punto de lo cotidiano.
Cuando lo vemos pasar, el matiz es la sensación fugaz de un mundo perdido. Si lo seguimos hasta distinguir sus innumerables transformaciones, pronto se forman islotes luminosos que brillan en alguna inflexión de lo habitual. Estos pliegues se sostienen en habitantes radiantes y construcciones ondulatorias que emergen del primer rincón para alumbrar su alrededor.
Los fragmentos de una recordada composición de colores aparecen a la luz del día, en plena calle o en algún escondrijo de la casa, y vale sostener la mirada en ellos si queremos traer el color antiguo de lo recién pintado.
Los relatos de Estuche original se mantienen y avanzan en la luz reticular de ese mundo. Todos ellos están impulsados por una certeza a toda prueba: Hay algo en la naturaleza que necesita ser descifrado. Y en este tejido, descifrar es poblar de sentido aquellas frágiles acciones cotidianas a las que les suele faltar la convicción de ser un hilo imprescindible. Es así, que lo cotidiano aprende a hacerse creíble cuando toma para sí la certeza de una ficción ascendiendo a la tierra.

Deletreo
Deletreo lo que me conmueve y guardo el secreto.
Sulma Montero, Mujer con muñecas

El acto de descifrar se revela desde la primera página de Estuche original como el ejercicio de hacer preguntas y responderlas. Para conocer lo que conmueve al cuerpo, para dejarlo emerger de su misterio sin temblar, bastará entrevistarlo.
Es así, que el libro conecta sus doce estaciones a partir de la decisión de entrevistar, ya sea a una awicha, a una gárgola, a un retrato, a Abril Nené o al fantasma Luis. En Estuche original, las preguntas son las sombras de las palabras y las respuestas surgieron del deseo de responder a las preguntas. Para alcanzar las respuestas -dice la narradora- aprendí a sostenerme sobre un caprichoso trapecio, por eso hasta ahora paso de línea en línea como si se tratara de puentes, de sílaba en sílaba como un juego de silencios.
Por ejemplo, en el relato El color azul, una mujer despierta con la sensación de que el color del océano se ha instalado en su cuerpo. Atraída por los tonos azules de su cuarto y de la ciudad, ella camina por jardines y callejones hasta dar con el señor Milori, cuyas respuestas harán que el azul nunca más sea un color frío.
Por otro lado, en La puerta, un reportero insiste hasta hablar el lenguaje de una puerta de su infancia. Antes de atravesarla, se entera de que la puerta se llama Lila y que está abierta.

La paciencia con la que se desarrollan los relatos de Estuche original está también en la mirada que invita a los habitantes y sus construcciones a compartir su color genuino.

Cafetín con gramófono

La cigarra mágica


Una revista de cultural artística, de corte marxista, en plena época de las dictaduras militares.


 Omar Rocha Velasco


La cigarra mágica fue una revista que tuvo la intención de liderar un movimiento cultural involucrando a varios leguajes y varias expresiones artísticas, por eso se concibió como una “revista vestida de periódico”.
El centro de documentación en el que encontré la revista tiene tres números (estoy casi seguro que son los únicos que salieron), el primero salió en noviembre de 1977, el segundo en mayo de 1978 y el último en julio/agosto de 1979.
La dirección en el primer número fue colectiva: José Roberto Arze, Pedro Sánchez y Rafael Oriana. En el segundo número los directores fueron José Roberto Arze, Rafael Archondo y Rafael Oriana. El tercer número lo dirigieron sólo José Roberto Arze y Rafael Oriana.
El texto que inicia la revista plantea de sopetón una perspectiva combativa, “estamos arrojando una piedra en los cristales de lo que se supone cultura nacional”.
El contexto era adverso para cualquier iniciativa artístico/cultural pues se vivía un desfile militar cruento que alternaba en la silla presidencial (un dato al respecto: cada número de la revista salió con un presidente distinto, Banzer, Pereda y Padilla); hablar de “cultura nacional” estaba de moda, se intentó por todos los medios construir y forzar la mirada para imaginar una sola Bolivia, una “cultura nacional”, etc. Ahora sabemos que los desmentidos fueron costosos, insistentes y constantes.
Los fundadores de la revistas fueron conscientes de que no se trataba de estrellarse contra la cristalería entera: “no se trata de armarse caballeros y embestir contra todo y contra todos ni de ser los más corrosivos y anárquicos negadores del legado espiritual, de los legados arquetípicos y de los aportes auténticos a nuestra cultura (…) No somos iconoclastas que decapiten a los iconoclastas de ayer, para erigirse nuevos vicarios de las musas…”.
Los componentes se consideraron trabajadores de la cultura más que artistas o creadores. El arte para ellos era una crítica de la realidad y por eso se debía al pueblo y era para el pueblo, el artista, por ende, tenía el deber de luchar por la transformación social. Los trabajadores de la cultura “usufructúan” o “crean” y frente a esas alternativas ellos pretendieron elegir la segunda. Relacionaron el primer ámbito con el “santo oficio” y las “academias” (¿alusión velada a la dictadura ya que estaba en juego su vida?).
Los artistas y escritores se concebían como aquellas personas que debían tener un rol activo en la sociedad, involucrándose en sus problemas y no reservándose para una élite intelectual. Según esta perspectiva el artista no creaba “para” el pueblo sino “desde” el pueblo.
Uno de los aspectos centrales de la revista fue la creación del comité promotor del “Primer Encuentro Nacional de los trabajadores del arte y la cultura”, este comité se guió bajo el principio de que los artistas no actúan en función del placer estético y tienen la necesidad de reunirse para defender los “aspectos positivos de la tradición cultural del país que se ve amenazada por intereses foráneos”.  
Los que firmaron como parte de este comité en febrero de 1978 fueron: Silvia Mercedes Ávila, José Roberto Arze, René Bascopé Aspiazu, Ramiro Cuentas, German Gutiérrez, Jaime Nisttahuz, Guido Orías, Eduardo Nogales, Víctor Prado, Humberto Quino, Ronald Roa y Félix Salazar Gonzales.
En el número 3 salió publicada la declaración del encuentro al que convocaron; destacan algunas ideas fuerza de ribetes marxistas:

·                    Los artistas no producen bienes suntuarios para deleite de pocos, su obra cumple su cometido cuando el receptor es partícipe activo: se sensibiliza, se apasiona, se conmueve, cambia.
·                    El arte vincula con la vida, con lo cotidiano.
·                    La deshumanización y la alienación están “oficializadas” hay que luchar contra ellas.
·                    Lo nuevo es la consolidación de las raíces, cultivarlas y proyectarlas creativamente es hacerlas universales.
·                    No puede haber arte que se sustraiga a factores ideológicos.
·                    Arte por el arte = máscara evasiva.
·                    La obra trasciende el autor y se convierte en patrimonio social.
·                    El país es capitalista, dependiente y atrasado, el compromiso histórico del artista es la transformación de esa realidad.


La cigarra mágica fue un esfuerzo que en la década del 70 seguramente puso en peligro la vida de colaboradores y directores, más allá de un entusiasmo un compromiso, una militancia y una confianza en la capacidad transformadora de la palabra… en fin, una revista vestida de periódico.

sábado, 21 de febrero de 2015

La palabra teleférica

Ecos del Pocomani

“Mando esta nota –dice el autor- con la esperanza de que mientras la revisan, los lectores puedan acceder al YouTube”. La Anata, el otro lado del carnaval en Bolivia.



Juan Pablo Piñeiro

Alvis continental, un continente musical. Me maravilla esa frase. Se la puede leer en algunos videos que circulan en la red.
Y es que a veces quisiera que el que me está leyendo pudiese ver los videos que estoy mirando, sobre todo ahora en carnaval, que en vez de festejar estoy escribiendo esto. Así sería mucho más fácil describir algunas imágenes que se encuentran escondidas en videos subidos al YouTube y dialogar con ellas.
Para lograr esto tendría que escribir una especie de columna con pauteo virtual, algo que parece muy complicado y además le quita tiempo al lector. Sin embargo, conozco a tanta gente que le gusta lo complicado, sobre todo si le quita tiempo, que pienso que no sería mala idea hacer un experimento. Además solo puedo quedar mal al tratar de describir la música de los fabulosos Ecos del Pocomani, cuando el lector la puede escuchar.
Es verdad que internet en nuestro país es restrictivo pero también es verdad que siempre aparece una oportunidad para entrar a la red. Yo mismo tengo que esperar un montón para cargar los videos, así que no tengo por qué no intentar escribir este texto con pauteo virtual.
Ecos del Pocomani es la tarqueada que proviene de Santiago de Huayllamarca, capital de Nor Carangas en Oruro, más propiamente del ayllu Pampa Parco. Huaylla significa pradera, pero su significado está cargado del color verde. En algunos videos se reconoce al lugar como “Jardín Botánico del Altiplano”. Naturalmente en un lugar donde el verde cobra semejante preponderancia la fiesta de la Anata se la vive a plenitud.
Muchos nunca entenderemos la Anata porque no hemos nacido con la tierra en nuestras manos. En Pampa Parco así han nacido, por eso la papa escarbada por el yapuchiri es prueba suficiente de que el mundo está naciendo de nuevo. Esto es la Anata, es el tiempo previo a la cosecha y coincide agrícola y litúrgicamente con el carnaval.
Con banderas blancas e hipnóticos bailes se visita a toda la comunidad al ritmo de la tarqueada recibida por el maestro mayor por parte del Sereno, en alguna laguna de la montaña. Se bendicen los alimentos y los animales, se agradece a la tierra y se incentiva a los jóvenes a que bailen en pareja.
En esa bandera blanca está la pureza de la tierra. Pero veamos y escuchemos un poco a los famosos Ecos del Pocomani, que naturalmente llevan ese nombre en honor a los silenciosos ecos que se producen en la montaña que cuida el lugar, el Pocomani.
Si buscan en YouTube el siguiente video “tarqueada huayllamarca (nor carangas) Oruro Bolivia (parte 5)” descubrirán más allá de las imágenes que se filman en la ciudad, retazos de la alegría y de la misteriosa sintonía que tienen los pobladores del lugar con las fuerzas renovadoras de la naturaleza.
Están conectados. ¿De qué otra manera podemos describir sino el rostro de la mamita que aparece bailando en el minuto 2:49, y que posteriormente sale del medio de la banda en el 3:12? Eso es estar conectado.
O cómo podríamos nombrar entonces la mirada lejana y misteriosa de los soldados que aparecen en el 4:15, o la simpatía del personaje de celeste, que muy alegre, aparece saludando encima de todos, en el 0:45. A este señor nos referiremos más adelante.
Viendo este video seguramente me darán la razón cuando digo que la banda Ecos del Pocomani tiene mucha fuerza, y acompaña con maestría la ceremonia antigua que se lleva a cabo con la alegría uniformada en los trajes de las mujeres y de los músicos.
Pero, por qué no conocemos un poco mejor a estos fabulosos intérpretes. Si buscan en el YouTube la dirección que les sugerí anteriormente, solamente que poniendo parte 6 en lugar de parte 5, encontrarán un video donde se describe mejor el talante de estos músicos.
Cabe recordar aquí que otra manera de acceder a estos videos es buscar la cuenta de Cholanko, que al parecer es un arquitecto que a la vez se dedica a filmar los rituales de su comunidad y en especial las actividades de los poderosos Ecos del Pocomani.
Una vez me dijeron que la mejor manera de conocer a un músico es verlo cruzar un puente, por eso nada mejor que ver a los integrantes de la banda cruzando de a uno por un pequeño puente colgante. Para esto observe todo lo que sucede a partir del 0:27, en especial preste atención al alegre personaje que pasa en el 0:55. Es notorio por la forma en que sonríe y que camina, el orgullo que siente por ser parte de los Ecos de Pocomani.
La Anata es poderosa porque por breves instantes parece que el mundo estuviera ahí para poseerlo todo. La energía telúrica muchas veces desborda y en ciertos momentos manda a sentar a cualquiera como manda a sentar al hombre que aparece agarrando una ofrenda en el 1:58.
Ahora aquí se toma con cerveza, se toma con alcohol,  hay lugares, sin embargo, en los que todavía se conectan con chicha, chicha de la tierra. En el fondo quizás lo único que se repite es que como antes todos toman lo mismo, nadie se corre. Si no mire la celeridad con que la mamita toma lo que le ofrecen en el 3:43.
Nunca falta el alegre que aprovecha para repetirse, en este caso nuestro compañero de celeste que apareció en en el primer video y que en este segundo ejecuta su cordial saludo en el 5:17.
Esa es la magia de la Anata, dicen que significa juego, pero está claro que hay algo más, algo que no debería pasar tan desapercibido, esa Anata está conectada a la tierra, a la lluvia y a la comunidad. Es un juego místico.
Antes de terminar este viaje por la red es mi deber mostrarles uno de los temas emblemáticos de los Ecos del Pocomani. Está dedicado a todos los residentes bolivianos en Chile, Argentina, Brasil, Perú y España. Está inspirado en el vehículo que reemplaza a la ancestral chicha.
Para buscarlo deben ingresar en el YouTube: “Ecos del Pocomani cerveza”. “Cerveza, cerveza, otra vez cerveza” son las primeras líneas de esta alegre composición dedicada también a los propios integrantes de la banda. Por eso son muy lindos los gestos de los músicos que toman un traguito en el 0:41, en el 0:50 y en el 1:53.

Les dejo con el video, pidiéndoles que cuando lleguen al 3:28, cuando lleguen a esos arenales, sientan esa sed, ese chaqui, el chaqui de un continente musical que ha festejado un carnaval más.

Parhelio

Conitzer

Apuntes del autor-editor en torno al libro en preparación -en La Mariposa Mundial- del escritor Juan Conitzer.



Rodolfo Ortiz 

Esta columna finalmente, sin razón de ser, terminará en citas largas, irresponsables. Primero, por ejemplo, esto que digo sobre el último libro de Juan Conitzer, en preparación hacia sus Escritos completos, y en suma un fragmento por pura algarabía. Este es el último libro que publicó Juan Conitzer. Lo tengo aquí, en las manos, en el bolsillo, otra vez en las manos. Complejo y abundante en sus apenas 58 páginas, y otras tantas previas o posteriores, no incluidas, o sí. Este libro consigna el sello Yolanda Francisca Editores. La Paz, 2008. Mabel Fava, hacia el final de esta edición, me entregó unas hojas sueltas, en Sopocachi, que ordenándolas en cotejo resultaron ser las versiones preliminares de este libro. Maravillosas versiones. Ya el afán y la sorpresa, el resto vital, callaron la aventura de sus secuencias, variantes, vacilaciones, que al cabo a veces desechadas, incorporadas apenas, solo podrían decir del alma de un escritor, no de su futuro. Todo esto, que ameritaría un trabajo en sí mismo abierto y detallado de una obra dada para la destrucción de un lector, vuelve en una pureza relativa; a cierta hora en la que las manos pasan las hojas para no (más) escribir. Se halla un libro. Y en tratándose de un libro único, y desde el cual Conitzer comprende la voz unísona de su práctica, no hay soslayo posible a tal equiparación. En una versión dice, por ejemplo, en primera persona: No voy a morir, ni mucho menos; escribo e ilustro, ilustro y escribo, publico y distribuyo, mi corazón se hace cada día más cristalino. Cuando en la otra versión escuchamos, desde otra parte y a la par: No vas a morir ni mucho menos, escribes e ilustras, ilustras y escribes, publicas y distribuyes, eso hace que tu corazón sea más cristalino cada día. En este último libro participó como “colabor(r)ador número uno” su hijo Cristian Conitzer. El libro tiene dos inscripciones en la tapa/cuadro (la segunda transcrita más abajo) y también una hoja suelta con textos que el autor adjuntó luego de la impresión de los ejemplares y que indica, casi al final, que “[E]ste libro se terminó de imprimir el 6 de octubre de 1999”. Según indican los hijos, al unísono, esta publicación reúne los últimos textos escritos por su padre. Y por sí sola, habría que decir, sus hojas como siempre nunca las últimas, asaz y otrora. El libro por lo mismo se titula ¡Como esté!, un nombre tajante, mordaz, de empapelado y traspapelado, que llega del humo de una locomotora con locomotor de papel. En algún momento este libro se llamó ¡Como sea!, ya en sí tajante, según una hoja preliminar lo confirma, pero en suma es que ambos, ese sea y ese esté, el ojo navegando a contrapelo, sea así en este día, de martes, y de otros.


Comentario

Exhibición de cuerpos

Crítica del libro The corpse exhibition (2014) del narrador iraquí Hassan Blasim, un conjunto de relatos sobre la guerra y el horror.



Alfonso Gumucio Dagron

Mi amigo Raúl Teixidó, escritor boliviano que radica desde hace muchos años en Iguala, Cataluña, suele hacerme magníficos regalos: libros que él selecciona y que me envía luego de haberlos leído y forrado con extremo cuidado. Muchos de esos libros son en inglés, idioma que domina a la perfección, en buena parte gracias a la persistencia de sus lecturas.
Uno de los libros que me envió recientemente me quitó el sueño y me tuvo de mal humor una semana, aunque quizás no fue la única causa. Se trata de The corpse exhibition (2014) del narrador iraquí Hassan Blasim, un libro de relatos capaz de sorprender en cada página y de quitar el aliento al lector. Este ha sido para mí un descubrimiento formidable. Leí la traducción del árabe al inglés porque lamentablemente no existe aún una versión en castellano.  
Refugiado en Finlandia desde 2004, Blasim es cineasta además de escritor, lo cual no sorprende pues sus relatos son secuencias de imágenes tan vívidas que no necesitan adjetivos.
No tenemos idea de lo que es la crueldad. Aunque leamos en los diarios sobre la guerra o veamos en televisión imágenes que nos conmueven, nada de ello nos adentra tanto en la vivencia cotidiana de las víctimas como la literatura.
En The corpse exhibition aparece de cuerpo entero toda la barbarie, contada de la manera más natural (si acaso cabe ese término), a través de los ojos de personajes que viven la mutilación y la muerte de manera cotidiana, resignada y también creativa… la crudeza de las descripciones se compensa con la magia de las situaciones narradas.
La incertidumbre y la noción de una vida con un horizonte de 24 horas es el hilo conductor de los cuentos. Del cielo pueden caer bombas en cualquier momento, y de la tierra pueden surgir asesinos despiadados en forma de milicias, de soldados iraquíes o gringos, todos igualmente peligrosos. La guerra es el imperio de la no-ley, de la arbitrariedad. Todo es posible y normal.
La sociedad está dividida, el país desintegrado por la política, por la historia y por la cultura. En cada familia hay muertos, mutilados y los que desaparecen en cualquier momento para siempre. Las cicatrices se exhiben indecorosamente y no impiden que la vida, el fútbol, el salón de té o la carnicería, sigan existiendo.
El país destruido e invadido no tiene futuro, sus fronteras solo pueden ofrecer muerte. Los personajes de estos relatos detestaban al dictador (Sadam Hussein) pero detestan tanto o más a los invasores de Estados Unidos.
No se crea sin embargo que esta suma de relatos es un catálogo de horrores insoportables, porque hay en cada uno de ellos una dimensión fantástica y un arte de narrar que apasiona y sorprende. Nada sobra, cada narración es concisa, tallada como una escultura de mármol. Los 14 cuentos del libro son parábolas y cada uno tiene un leit motiv, algún hilo conductor que captura el interés del lector y lo hace fácilmente cómplice hasta el final.
El primer cuento, que da el título al libro, es extraordinario: una organización secreta contrata a asesinos para que cometan sus crímenes con sentido artístico y exhiban los cuerpos de sus víctimas de manera creativa.
En otro, un funcionario del gobierno con veleidades literarias recibe del frente de guerra relatos de un soldado anónimo, tan extraordinarios que decide publicarlos como si fueran suyos, pero no sospecha las consecuencias de su acto. En otro, personajes que huyen de la guerra a través de un bosque caen en un profundo agujero donde los acoge un extraño personaje.
A medida que avanza el libro, avanza la guerra. Hay una secuencia lógica en los cuentos: dictadura, guerra con Kuwait, invasión gringa y ocupación… exilio.
Un cuento narra la transformación social y física que experimenta un barrio muy pobre de la ciudad simplemente porque una mañana aparecen de la nada dos jóvenes rubios que todos los días atraviesan al trote las calles, fascinando a los pobladores que aguardan la repetición de ese acontecimiento cotidiano. En otro relato, una familia tiene el poder mental de hacer desaparecer cuchillos, sin saber a ciencia cierta por qué.
Todas las narraciones son metáforas sobre el terror, un terror que se abate al azar, pero que también puede caer sobre los personajes que no saben ubicarse en el bando correcto en el momento correcto, como le sucede al compositor de canciones patrióticas que pierde la noción del tiempo en que vive, y termina decapitado. A todos les toca una ración de muerte.
La guerra hace pausas pero no el terror. En uno de los cuentos situados durante la invasión gringa, a las puertas de Radio Memoria se instala una línea interminable de personas que quieren contar la más horrible experiencia vivida durante el conflicto, a cambio de un premio. En otro, el conductor de ambulancia de un hospital es secuestrado junto a seis cabezas de decapitados, para servir de elemento de propaganda a milicias extremistas que lo mantienen como rehén y lo filman representando a diversos personajes: traidor kurdo, cristiano infiel, terrorista saudita, espía iraní…
Hacia el final del libro, los dos últimos cuentos ocurren en el exilio. En uno de ellos un refugiado ejemplar, casado con holandesa, que adopta el nombre de “Carlos Fuentes” para evitar el estigma, termina enloquecido y se suicida, atrapado por los recuerdos de la guerra, incapaz de asumir completamente su nueva vida e identidad.
Y en otro relato magistral, un iraquí refugiado en Finlandia, despierta un día con una sonrisa que no logra borrar de su rostro a medida que pasa el día, un rictus congelado que le acarrea más de un problema.
En estos relatos la fuerza testimonial se articula de manera simbiótica a la realidad inventada por el autor, con una maestría y una pasión que suelen estar ausentes en las crónicas de guerra. Una vez más la literatura supera a la realidad pero la hace insoslayable. ¿Se puede escribir literatura bella con el horror de la muerte? Blasim prueba que es posible y lo hace con una gran destreza.


Libros

La actualidad de Las uvas de la ira

La novela de John Steinbeck se publicó hace 75 años y su protagonista, Tom Joad, es ya un icono de libertad. Le ha compuesto canciones Bruce Springteen o Woody Guthrie.



Ricard Bellveser

La idea estoica de que vivir es volver a ver, es decir, de que nuestra existencia está atrapada en un rizo que hace que todo se repita en el eterno retorno de lo idéntico, la expuso Friedrich Nietzsche en Así habló Zaratustra, aunque con anterioridad ya la había manifestado en La gaya ciencia.
Según esta forma de entender las cosas, en la vida no nos sucede nada nuevo, sino que la existencia es una constante repetición, los mismos acontecimientos vuelven a suceder exactamente como habían sucedido antes, incluso los pensamientos que los produjeron.
Esta idea, hoy convertida en tópico literario, parece confirmarse a diario. Hace ahora 75 años, tres cuartos de siglo, en 1940, el escritor norteamericano John Steinbeck (Salinas, 1904 – Nueva York, 1968) obtuvo el Premio Pulitzer por su novela Las uvas de la ira[1] (The grapes of wrath), nacida en las tripas de la Gran Depresión, en unos tiempos de enorme parecido a los que han atravesado recientemente las economías occidentales, principalmente las europeas y la norteamericana.
La historia que aquí se cuenta, podría ajustarse a la realidad de hoy en muchos países, con tan sólo algunos pequeños retoques que la actualizaran.
La novela sucede en la década de los años 30, con el crack de 1929 de fondo, en el corazón de EEUU, cuando pequeños productores agrícolas, modestos granjeros y campesinos, fueron desahuciados de sus tierras y obligados a emigrar de Oklahoma a California a causa de la crisis económica, las tormentas de polvo, la gran sequía, y la insaciable voracidad de los bancos, que los convirtieron en okies, emigrantes en su propio país, emigrantes de la cosecha.
Recuerda a Bertolt Berch y su cuento en verso sobre los soldados nazis que iban llamando a la puerta de los vecinos y se los llevaban presos. Nadie se metía con ellos porque “tendrán sus razones” para hacer lo que hacían, por lo que actuaban con total impunidad, hasta que un día los nudillos suenan en tu propia puerta y ya no se puede esperar la solidaridad que no se ha dado antes.
Estados Unidos había estado explotando hasta la extenuación a mexicanos, chinos, italianos, ante la mirada indiferente de todos, porque eran emigrantes y “extranjeros” y cada cual debería resolverse su vida, pero ahora les tocaba a ellos y nadie podía detener la explotación de los vecinos por los propios vecinos.
Cómo olvidar la versión de esta novela, pasada al cine por John Ford, en la que la apesadumbrada mirada de Henry Fonda nos sigue estremeciendo, o la novela que le siguió Al este del Edén (1952) también de Steinbeck, que también tuvo versión cinematográfica y que le fue allanando a su autor el camino hacia en Premio Nobel de Literatura que obtuvo en 1962.
Una gran novela es sobre todo la que tiene un gran protagonista. Algunos novelistas han firmado historias inolvidables, pero sin embargo muchos de ellos no nos han dejado un personaje para la memoria.
No es este caso. El protagonista de Las uvas de la ira es Tom Joad, que representa él mismo la justicia social y la rebelión ante el nuevo y deprimido mundo, al que Woody Guthrie canta en su famosa canción La balada de Tom Joad, o a quien Bruce Springteen dedicó su disco The Ghost of Tom Joad, que recientemente acaba de versionar, con Tom Morillo, en su álbum High Hopes, lo que demuestra hasta dónde caló su personalidad, que ya ha escapado de la literatura para convertirse en un referente generacional.
Claro que todo tiene sus precedentes. En 1936 el The San Francisco News, encargó a Steinbeck una serie de reportajes sobre estos movimientos migratorios. Steinbeck escribió y publicó siete artículos que tituló “The harvest Gypsies” (“Los vagabundos de la cosecha”, que posteriormente han sido recogidos en libro, con ese mismo título)[2] y que sin duda alguna están en la base de la novela, porque el novelista estuvo con ellos por la ruta 66, comprobó cómo el camino estaba saturado de familias que iban hacia California como el que va al Dorado o a la conquista del Oeste; decenas de miles de personas, más de 150.000 se llegó a decir, que se ofrecían a trabajar o recoger la cosecha por lo que les quisieran dar, por unos platos de comida para sus hijos, y cómo su hambre y sus miserias fueron materia de explotación aprovechando que carecían de cualquier derecho como trabajadores.
Steinbeck dio testimonio periodístico de ello. Es un ejemplo de literatura de denuncia, literatura social, que tuvo éxito en el primer tercio del siglo pasado, con obras tan significativas como Manhatan Transfer (1925) de John Dos Passos, o Cosecha roja de Dassiell Hammett, en un momento en el que un grupo de escritores optaron por comprometerse ante lo que estaba sucediendo a su alrededor, y se negaron a ponerse de perfil en obediencia a las consignas supuestamente “patrióticas” que desde ciertos sectores se les estaban dando.
La lectura de esta novela, 75 años después, parece señalarnos que la vida retorna de un modo idéntico y eternamente, ahora en Europa y en EEUU, esta presión migratoria viene de fuera de sus fronteras, por un lado, y también del interior que, como en el caso de la novela de Steinbeck, han de hacer frente a la situación más dolorosa posible cual es el desarraigo: expulsar a un hombre que está pegado a su tierra y su familia, separarle de ese arraigo y obligarle a partir hacia no sabe dónde.
Todo se repite y si no es de un modo idéntico, al menos sí nos indica que el hombre tropieza en la misma piedra cuantas veces pasa por el mismo camino, pisa los mismos charcos y comete los mismos errores, ojalá no eternamente.


[1] Hay ediciones modernas de la novela. Destacable es la de Alianza Editorial, Madrid, 2012.

[2] Hay una edición reciente, muy recomendable, con prólogo de Eduardo Jordà en Libros del Asteroide.