sábado, 28 de febrero de 2015

Ensayo

De la actual censura al libre
pensamiento: el poder y los escritores


Una reflexión a propósito del incidente con dos escritores cubanos en un encuentro literario efectuado en Santa Cruz en noviembre pasado.



Virginia Ayllón

¿Desde cuándo o desde dónde comienza un hecho histórico? Digamos, ¿comienza el Mayo del 68 con las barricadas del Barrio Latino de París del 10 de mayo de ese año? Y, tal como Hollywood insiste, ¿se originó la II Guerra Mundial con el ataque de Pearl Harbor? Y, en el caso nuestro, ¿el 9 de abril inició la Revolución de 1952?
Una respuesta obvia, cierta y parcial es que todo hecho denominado como histórico es un proceso, resultado de sucesos anteriores y causa, a la vez, de nuevos acontecimientos que continúan armando el transcurso de la historia.
Pero decir que todo hecho es parte de un proceso es parcial, decía, porque deja de lado el poder (y la ideología), principal elemento que todo hecho histórico refleja. Entonces la explicación del Mayo del 68 se completa con la preeminencia marxista y existencialista de la época, y la Revolución del 52 por las ideologías del nacionalismo y el colonialismo. Estas ideologías, a su vez, no se explican sino por los hechos que las sustentaron; esto es, por el ejercicio del poder.
De ahí, el hecho histórico deviene en un artefacto que ensambla ideología y acontecimientos y en la historia no hay hechos sin ideología. Desde este punto de vista, la historia es la historia del ejercicio del poder. El hecho natural, genéricamente, no es histórico porque no tiene en su centro al poder. Hay que releer el ensayo “Meditación sobre la técnica” de Ortega y Gasset en el que desarrolla interesantes especulaciones sobre el discurrir del artefacto como soporte de la historia.
Quemar un libro, por ejemplo, es un hecho histórico que como todo artefacto tiene una faz material que se corresponde con otra -mental, digamos- y se arma o construye para cumplir una intención, una función. Entonces, este artefacto, la quema de un libro, de naturaleza híbrida porque es material y mental, simboliza una ideología.
Como todo artefacto, y siguiendo a Ortega y Gasset, éste proviene de actos técnicos que pretenden reformar una circunstancia. ¿Qué pretende reformar la quema de un libro, o qué simboliza este artefacto histórico? Normar el pensamiento, re-formar el pensamiento plural; esto es, censurar.
Debo reconocer que he acudido a tan intrincado seudo análisis para tratar de explicarme por qué la humanidad debe cometer una y otra vez las vergüenzas del pasado. Pareciera que si hay un proceso permanente en la historia es la estupidez humana, o como diría Camus: “la estupidez insiste siempre”.
Digo, si una de las primeras censuras al pensamiento está datada en el siglo II antes de nuestra era (la censura china a los textos del Tao), ¿cuánto más necesita el género humano para eliminar la censura al pensamiento?
Ni la Grecia creadora de la democracia se libró de este mal; Esquilo, Eurípides y Fidias la sufrieron. ¿Tenemos que volver a enumerar los casos de censura en épocas de dictadura? ¿O más atrás? ¿Tal vez el holocausto bibliográfico? ¿Ayudaría, quién sabe, recordar la destrucción de la Biblioteca Nacional de Sarajevo?, ¿faltan más ejemplos?, tengo muchos.
El caso es que el 8 de noviembre de 2014 la técnica empezó a crear un artefacto en Bolivia denominado censura al libre pensamiento. Dos escritores cubanos que debieron decir su palabra fueron callados. Es un hecho histórico, no cabe duda, ¿está iniciando un proceso?
Las fuerzas del orden (sic) son las llamadas a proteger “la razón del Estado”, pero de manera inconcebible, funcionarios de la cultura tomaron este papel, peligroso, peligrosísimo para un escritor (¿cómo te defenderé cuando te censuren?).
Demos beneficio a la duda porque este funcionario puede alegar que estamos haciendo grande un hecho en verdad pequeño y sin importancia; o que este incidente es insignificante frente a las “grandes obras” que se están haciendo en cultura, o que su recorrido como escritor es suficiente argumento contra esta diatriba.
Tal vez si hubiera manejado tales argumentos, podríamos dudar de su expertisse político. El caso es que su argumento fue que se calló a los dos escritores cubanos porque su presentación “se salía de la temática literaria”. Entonces callemos a García Márquez cuando se refiere a la política colombiana y debimos callar hace rato a Octavio Paz por sus reflexiones sobre México. ¿Volvemos a callar a Federico García Lorca y también a Reynaldo Arenas por “meterse en política”?
Con Homero Carvalho compartí una mesa de discusión en la última feria del libro, sobre “compromiso en la literatura” en la que yo expresé mi preocupación precisamente sobre el tema de dicha mesa y pregunté por qué debíamos discutir ese tema que se desarrolló con fuerza en la época de las dictaduras militares del 60 al 80 del pasado siglo.
Espero, decía yo en esa oportunidad, que en el contexto nacional no se estén desplegando tendencias -que suelen denominarse “políticas culturales”- de simpatía a lo que se llamó la “literatura comprometida”. Anecdótica mi premonición, más anecdótico aún que Homero estuviera sentado a mi lado. En fin.
Hay quienes quieren recordar al ahora exministro de Culturas de este Gobierno por su “excelente gestión”, yo lo recordaré por haber ordenado -o solo la obedeció, para el caso no importa- un hecho histórico (material e ideológico) que se llama censura al libre pensamiento.
Pero si se trata de recordar, mejor a Voltaire: “No estoy de acuerdo con lo que dices, pero defenderé con mi vida tu derecho a expresarlo”. Más contundente, Rosa Luxemburgo: “La libertad es siempre y exclusivamente libertad para el que piensa de manera diferente”.
Que el poder obnubila está probado. Tanto así que a Shi Huang Ti se lo recuerda como un emperador chino que realizó “grandes obras”. Cómo no, si le cabe la construcción de la Gran Muralla China. Poco se dice, sin embargo, de la destrucción que ordenó de todos los libros clásicos anteriores a su gobierno, todos, los de filosofía, poesía, historia. De lo que se deduce que hay que tener mucho cuidado con las “grandes obras”.


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