sábado, 28 de febrero de 2015

Letra sincrónica

Los colores del Estuche original

Un libro de relatos e imágenes, un constante descifrar, sostiene Castro sobre la primera obra en prosa de Sulma Montero.


Alan Castro Riveros / Escritor


Finos recuerdos colman tu sonrisa / cuando emerge lo que callas.
Sulma Montero, Infancia

El poema
Mujer con muñecas (2007) e Infancia (2008) son dos libros de poesía e ilustración publicados por la serena colorista paceña Sulma Montero. En ambos libros, la escritura y la composición pictórica se entrelazan definitivamente.
La escritura transluce el aire de una inocencia que derrama nuevos signos sobre los jeroglíficos de un antiguo tapiz familiar. Las pinturas y collages precisan estos signos hasta alumbrarles un gesto y una sensibilidad. Ambos libros, cercanos al concepto del libro-objeto, han sido compuestos con la dedicación que solo entiende la materialización de una obra cuando ésta es un fragmento más del mundo físico de donde proviene y al que se dirige.
Infancia, por ejemplo, escribe un despertar. Este despertar se precisa aún más con la sutil diferencia que hay entre el collage que abre el libro y el que lo cierra. En el primero una niña mira de frente; en el segundo, la niña continúa mirando, pero esta vez su cabeza está inclinada.
Aunque sabemos que se trata de un mismo instante, este mínimo movimiento concede a la niña un aire pensativo. El detalle, entonces, abre un escenario donde el despertar de la mirada inocente es la realización minuciosa de un gesto capaz de consumar un incendio frente a la opacidad que no le corresponde.

Cada partícula luminiscente
Estuche original (2011) es el primer libro narrativo de Sulma, y, además de la diferencia formal de su escritura, no tiene ilustraciones interiores, aunque sí un recuadro incluido en la portada. (Y cabe decir que las portadas son centrales en su obra poética).
La ausencia de ilustraciones permite enfatizar la estética de la reencarnación de la inocencia solamente en la escritura y, por tanto, hace de esa física de girar la cabeza una óptica maniobrada con palabras. En este sentido, el estuche original es aquel que guarda los colores y las angulaciones del único mundo que importa repintar.
En Estuche original, el color del mundo que conservamos en la memoria, es el tono de una luz emergente, una paleta cromática que asoma y trenza sus matices en cualquier punto de lo cotidiano.
Cuando lo vemos pasar, el matiz es la sensación fugaz de un mundo perdido. Si lo seguimos hasta distinguir sus innumerables transformaciones, pronto se forman islotes luminosos que brillan en alguna inflexión de lo habitual. Estos pliegues se sostienen en habitantes radiantes y construcciones ondulatorias que emergen del primer rincón para alumbrar su alrededor.
Los fragmentos de una recordada composición de colores aparecen a la luz del día, en plena calle o en algún escondrijo de la casa, y vale sostener la mirada en ellos si queremos traer el color antiguo de lo recién pintado.
Los relatos de Estuche original se mantienen y avanzan en la luz reticular de ese mundo. Todos ellos están impulsados por una certeza a toda prueba: Hay algo en la naturaleza que necesita ser descifrado. Y en este tejido, descifrar es poblar de sentido aquellas frágiles acciones cotidianas a las que les suele faltar la convicción de ser un hilo imprescindible. Es así, que lo cotidiano aprende a hacerse creíble cuando toma para sí la certeza de una ficción ascendiendo a la tierra.

Deletreo
Deletreo lo que me conmueve y guardo el secreto.
Sulma Montero, Mujer con muñecas

El acto de descifrar se revela desde la primera página de Estuche original como el ejercicio de hacer preguntas y responderlas. Para conocer lo que conmueve al cuerpo, para dejarlo emerger de su misterio sin temblar, bastará entrevistarlo.
Es así, que el libro conecta sus doce estaciones a partir de la decisión de entrevistar, ya sea a una awicha, a una gárgola, a un retrato, a Abril Nené o al fantasma Luis. En Estuche original, las preguntas son las sombras de las palabras y las respuestas surgieron del deseo de responder a las preguntas. Para alcanzar las respuestas -dice la narradora- aprendí a sostenerme sobre un caprichoso trapecio, por eso hasta ahora paso de línea en línea como si se tratara de puentes, de sílaba en sílaba como un juego de silencios.
Por ejemplo, en el relato El color azul, una mujer despierta con la sensación de que el color del océano se ha instalado en su cuerpo. Atraída por los tonos azules de su cuarto y de la ciudad, ella camina por jardines y callejones hasta dar con el señor Milori, cuyas respuestas harán que el azul nunca más sea un color frío.
Por otro lado, en La puerta, un reportero insiste hasta hablar el lenguaje de una puerta de su infancia. Antes de atravesarla, se entera de que la puerta se llama Lila y que está abierta.

La paciencia con la que se desarrollan los relatos de Estuche original está también en la mirada que invita a los habitantes y sus construcciones a compartir su color genuino.

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