lunes, 26 de junio de 2017

Comentario

Eduardo Mitre tras la poética
del retorno y la nostalgia

Una lectura de Las puertas del regreso. Nostalgia y reconciliación en la poesía hispanoamericana (Plural, 2017) el nuevo libro de Eduardo Mitre, un lúcido ensayo seguido de una antología de 26 poetas cuyas obras se vieron atravesadas por la ausencia y el regreso.



Martín Zelaya Sánchez

En su libro Viajes y otros viajes, Antonio Tabucchi escribe: “posar los pies en el mismo suelo durante toda la vida puede provocar un peligroso equívoco, el de hacernos creer que esa tierra nos pertenece”.
La ausencia -voluntaria, eventual; obligada, definitiva-, el regreso y, por consiguiente, la permanencia (arraigo o fugacidad) son temas trascendentales a la poesía de todos los tiempos -junto con muy pocos otros; amor/desamor, vida/muerte, etc.- y Eduardo Mitre, versado como pocos en la reflexión en torno a la poética -más allá de su innegable valía como vate- nos presenta un precioso libro dedicado a esto: Las puertas del regreso. Nostalgia y reconciliación en la poesía hispanoamericana (Plural, 2017).
“Este libro -explica el orureño en el prólogo- es un viaje por la experiencia del retorno en las obras de poetas hispanoamericanos contemporáneos. Va de Ramón López Velarde hasta autores como Pedro Shimose, Raúl Zurita y Jorge Galán, pasando por Huidobro, Neruda, Paz y otros clásicos de la poesía hispanoamericana de vanguardia”.
Pero además del estudio riguroso de estas búsquedas e intereses (ausencia-retorno) en poemas de 26 autores, Mitre, como bien nos tiene acostumbrados en libros como Pasos y voces, ofrece además una segunda parte con una antología en la que recoge las creaciones que lo inspiraron. Por ejemplo, No vive ya nadie, del enorme César Vallejo:

“-No vive ya nadie en la casa -me dices-; todos se han ido. La sala, el dormitorio, el patio, yacen despoblados. Nadie ya queda, pues todos han partido.
Y yo te digo: Cuando alguien se va, alguien queda. El punto por donde pasó un hombre, ya no está solo...”.

Vamos a trazar una breve lectura de las lecturas -valga la redundancia- de Mitre sobre los cuatro poetas bolivianos incluidos en el libro: Octavio Campero Echazú, Jaime Saenz, Pedro Shimose y Jesús Urzagasti, pero antes se hace necesario identificar rastros de ausencia y retorno en la vida y obra de este orureño de nacimiento, cochabambino de crianza y residente hace ya varias décadas en el exterior. En su artículo “La suma poética de Eduardo Mitre”, en el que Adolfo Cáceres Romero hace un sucinto recorrido por la trayectoria de su amigo, escribe:

“…Cochabamba era el vacío, la ausencia sin esperanza; pronto emprendió su primer exilio voluntario, en parte siguiendo el recorrido de [Edmundo] Camargo, sobre todo en Francia. Estuvo en Niza, hasta 1968, año en el que estalló la rebelión estudiantil; entonces, el Gobierno hostigó a los estudiantes hispanoamericanos. Mitre tuvo que abandonar ese país. Feliz retorno para nosotros. Puso en escena, en el teatro Adela Zamudio de Cochabamba, su poema escénico Pastor de una ausencia, que nunca fue publicado”.
Morada abre sus páginas con una cita de Octavio Paz: “es el centro del mundo cada cuarto”, verso muy significativo, por cierto, por cuanto el “cuarto” es la “morada” con la que Mitre anima recurrentemente varios de sus poemas, pues de algún modo le hace dueño de un espacio recobrado, a fuerza de vivir de sus añoradas experiencias, entre las cuales están: su hogar, sus libros y autores favoritos (…)”.

Los bolivianos
Después de repasar las “idas y venidas” en la vida y poesía de López Velarde, Mistral, Vallejo, Huidobro y Borges, Mitres recala en Octavio Campero Echazú. Se detiene en el poema Porque van diez años, un relato del desarraigo del migrante que parte en busca de un mejor destino (laboral, económico) y al volver a Tarija se hace patente su triple pérdida: de identidad (no se reconoce más), de reconocimiento (no lo aceptan más) y de amor (no lo esperan más).

“Porque van diez años / que dejé mi tierra, / ya nadie me quiere / conocer siquiera”.

Luego viene Jaime Saenz con su La piedra imán, “una experiencia de regreso o de varios regresos” a la eterna y única (para él) La Paz. Centrándose en especial en el capítulo XXV de esta prosa poética, Mitre identifica la imagen e idea predominante de “reincorporación”, palabra que aunque aparentemente daría cuenta de una contraposición al retorno fallido de Campero Echazú, en el fondo no. El pasado permanece, pero no existe; solo es memoria, solo es rememoración, un espectro, una irrealidad para el que vuelve, para el que intenta volver a él. A fin de cuentas, reflexiona Mitre, “el regreso al pasado es imposible, pero el pasado es decible, evocable, representable. El deseo apela a la escritura como a una piedra imán que lo atraiga al presente, y eso es lo que hace Jaime Saenz en su gran obra poética y narrativa: escribir (revivir) la ciudad y los habitantes de su infancia y juventud…”.

“Vuelvo de años. / Ya todo lo había olvidado, ya nada recordaba. / Y he aquí que ahora las cosas vuelven a ser las de antes, / y ya todo…”.

El tercer boliviano incluido en Las puertas del regreso es Pedro Shimose, a quien no duda en calificar de “poeta del exilio”. Se vale Mitre de varios poemas del beniano para destacar dos signos que marcan sendas etapas en su ars poetica: el dolor por la expulsión y la añoranza de su patria, y experiencia agridulce del retorno (momentáneo). Al contrario de Campero Echazú y Saenz, más pendientes de lo territorial-espacial, Shimose escribe siempre con el trasfondo del amor y un evidente “sentimiento de ajenidad” debido a la apropiación que en largos años hizo ya de su nuevo hogar, de su nueva patria de acogida, a la que, desde luego, también extraña-deja-retorna. “Nostalgia doble -escribe Mitre-: espacial por Madrid y temporal por la juventud, ligadas ambas a una presencia: la esposa”.

“A 10.000 kms. de ti, descubro / a un hombre / acostumbrado a otro país, / a otra ciudad, / a otras amistades. / Mi país: / humo de nostalgia, / casi un sueño…”.

Finalmente está Jesús Urzagasti. “Poeta del viaje -escribe el autor-,  Urzagasti también lo es de la permanencia, del viaje interior, de las raíces”. Como todo buen lector tanto de los versos como de la prosa del chaqueño, a Mitre le es fácil identificar una constante: el verbo “volver” como señal no ya solo del retorno, sino en esencia del desprendimiento. De Campo Pajoso al monte chaqueño, del monte chaqueño a La Paz, y de La Paz al mundo. Un periplo crucial, permanente, repetido… pero siempre con pasaje de retorno.
El trasfondo, el eje tangencial -a no olvidar- es siempre la muerte, viaje final y definitivo. El único sin retorno.

“No caminaron en vano los que un día partieron / aquí están de vuelta con todas sus palabras / y con un silencio muy antiguo en la mirada. / Pensé que nos íbamos a extraviar en el gran mundo / creí que todo se extraviaría en el gran ruido de los días / y que la noche nos esperaría con otra fachada / de modo que sufrí sin anticiparme / al milagro de las pérdidas…”.
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Epílogo
(Fragmentos)

Eduardo Mitre

(…) La figura arquetípica de Ulises propicia varios poemas de la selección, de manera más directa y recurrente en Borges y en Montejo, y va implícita en Raúl Zurita al enfrentarse al mar de desaparecidos de su patria. En los tres poetas, Ulises constituye un modelo afirmativo de la condición humana. Contrapuesta a la exultación del héroe, Olga Orozco asume una perspectiva crítica que proyecta sombras sobre el héroe, asimilándolo a la codicia, a la conquista del poder. Ulises ejemplificaría la hibris o desmesura tan reprobada por la filosofía y los trágicos griegos. (…)
En la mayoría de las experiencias del regreso predomina la decepción, el chasco derivado del choque entre la realidad añorada y la reencontrada, de tal manera que en casi todas se cumple el aserto que inspiró este libro: el mal del exilio es la nostalgia; el mal del retorno, la decepción”. La llegada comporta casi siempre un trauma por el carácter fantasmal que reviste el espacio del retorno y el consecuente desconcierto que se apodera del sujeto ante una realidad cambiada al punto de serle irreconocible. El regresado pisa un territorio minado de interrogaciones referentes tanto a su identidad como a su entorno transformado o trastornado: ¿Dónde estoy?, ¿a qué he venido?, ¿quién soy?, son preguntas recurrentes tanto en los poemas de Huidobro y Neruda como de Paz y Eugenio Montejo.

Territorialmente hablando, en varios poemas el retorno no traspasa el umbral de la casa, sino que se detiene a la puerta o en los alrededores, en el paisaje que la circunda. De ahí el suspenso o final abierto en que concluyen varios de ellos. Lo que sí hay, propiciadas por el retorno, son rememoraciones de la casa y de la infancia. En rigor, son reminiscencias: escenas y escenarios súbitamente alumbrados por la memoria en los cuales el sujeto vuelve a ser niño por un instante que se disipa ante la conciencia de la “blanca tempestad del arena”, que es el tiempo irrevocable e irreversible. Sin embargo, hay excepciones: la primera, la más clara, es la de Borges, en quien el regreso es un júbilo pausado. Otra es Regresó el caminante, de Neruda, cuyo vitalismo postula a una reconstrucción acorde con el progreso, y a una recuperación de su Temuco natal; finalmente: El estanque colmado, de José Galán, remata esa senda venturosa. La excepción más compleja y rica: la de Octavio Paz, por las múltiples perspectivas que abraza su escritura del retorno. Igualmente destacable la oscilación que distingue a los retornos en Benedetti y Pedro Shimose, en quienes al debate interior, incluso al rechazo que suscita el retorno, le sucede la reconciliación. (…)

Cartas

Carta de despedida


En su columna final, el autor despide a LetraSiete y recapitula la esencia de sus dos aportes periódicos: “Cafetín con gramófono” y “La pelusa que cae del ombligo”.



Omar Rocha Velasco 

Querido Martín,

Gracias por el espacio y por la tarea que emprendiste, participé del suplemento con dos columnas, “Cafetín con gramófono” y “La pelusa que cae del ombligo”, en la primera me dediqué a reseñar y comentar revistas literarias y culturales bolivianas, ya del siglo XIX, ya del siglo XX, ya del siglo XXI.
Como varios otros en Bolivia fui cautivado por esa inagotable tarea de trabajar con papeles amarillos y antiguos, un afán que cada vez tiene menos cabida en nuestro medio (y en otros, me imagino) donde la actualidad entra con paso de parada y la noticia de lo que está aconteciendo en el presente es lo que se prioriza. Siempre me acuerdo de algo que cuenta Carlos Medinaceli: sus peleas con las “ancuqueras” por los gangochos de papeles que vendían por arrobas, él quería ordenar esos papeles, reseñar revistas viejas, hacer una historia de la prensa en Bolivia y las ancuqueras querían hacer cucuruchos para vender sus golosinas, me imagino que la pelea era encarnizada, pienso que es una maravillosa escena cultural que explica muchas cosas que pasan en el país.
Hacer una historia de las revistas literarias en Bolivia es un anhelo extraño porque ya en sí mismo está presente el fracaso, la falta, la incompletitud, la impotencia. Cualquiera que se puso a buscar alguna revista antigua sabe que nuestro mal de archivo es no solamente el poder sobre el documento, su posesión, su retención o su interpretación, nuestro mal de archivo también tiene que ver con una precariedad exasperante. En todo caso está el afán, la tradición de una pretensión que suma y sigue y sigue.
Justo encontré una frase que la iba a poner en mi próxima columna, pertenece nada más y nada menos que a Ismael Sotomayor, otro de los grandes papelistas a quien debemos tener siempre debajo de la almohada: “Teniendo, como tengo, notas y materias suficientes inéditas, publicárase pronto la Historia del Periodismo y la Imprenta en La Paz, ensayo en el que trataré ampliamente de la evolución tipográfica de esta ciudad del Illimani”. [Sic.]
Ja, ja, ja, ¡qué maravilla! No dejo de festejar con aplausos y volteretas estas intenciones que, aunque no tuvieron concreción, entusiasman, hacen que las bodas de Camacho se lleven a cabo dentro de tu corazón. Por los textos que escribí pude sentirme parte de esa tradición, gracias por eso.
La otra columna fue más miscelánea, algunos apuntes, algunas reflexiones, algunos escozores. El nombre lo explica muy bien, quise ofrecer esas pelusas que algunas mañanas se han producido, sin saber cómo ni por qué, en tu ombligo. Más allá de la metáfora, esas pelusitas que puedes extraer haciendo una pinza con tu índice y tu pulgar, son una evidencia más de tu próxima muerte. Siempre he tenido la impresión de que es tu cuerpo que se va yendo cada día en forma de pelusita, así como cuando te despiertas y ves un cabello tuyo muy pegado a la sábana. Por eso puse como encabezado el siguiente texto:

Cada vez que dejo de estar solamente acostumbrado a estar vivo, veo caer una pelusa del ombligo, “muero y estoy” digo. Nada más hermoso que la sentencia de Anaximandro: “De allí mismo de donde las cosas brotan, allí encuentran también su destrucción, conforme a necesidad; pues ellas mismas se pagan mutuamente expiación y culpa por su injusticia, conforme al orden del tiempo”. Comparto y pergeño algunas palabras, entrego esas pelusas que caen de mi ombligo.

Gracias por dejarme compartir esos textos.
Quizá un afán más “periodístico” y más integrado al periódico sustituya a LetraSiete, no sabemos, aunque intuimos, en qué derivará el cambio anunciado, ojalá sea algo bueno. Lo que sí se puede decir es que LetraSiete fue agüita fresca en medio del desierto. Muchas gracias por eso.  
Los textos que se publican en los periódicos tienden a desaparecer rápidamente, ya lo decía Cortázar en su texto “diario a diario”: [un señor se encuentra en el banco de una plaza un diario, que en la mañana estuvo debajo de un brazo] luego se lo lleva a su casa y en el camino lo usa para empaquetar medio kilo de acelgas, que es para lo que sirven los diarios después de algunas excitantes metamorfosis. 
En nuestro medio quizá eso de las acelgas no sea tan cierto, lo que sí podemos imaginar es que los periódicos fácilmente se transforman en acolchonamiento para llauchas sabatinas o domingueras. Por eso me parece un gran acierto que los textos publicados en LetraSiete estén al alcance de cualquiera en la red, algo así como esas botellas perdidas que tienen un papelito que hará sentido en el futuro.

Un abrazo Martín.




Patio interior

Tres poemas chinos



La poesía china y la traducción, en general, fueron dos ejes capitales de esta columna. A modo de despedirse, y además de unos párrafos con una despedida explícita, el autor nos regala tres poemas por él traducidos.


Juan Cristóbal MacLean E.

Re traducidos de las versiones al inglés de Kenneth Rexroth, los dos primeros son de la poeta china Sun Yün-Feng (1764-1814) y el último de Du Fu (712-770).

Pasando por Chang-Te

El viaje del año pasado quise este lugar.
Hoy me gusta volver  aquí.
El mercado de pescado se sumerge
en azules sombras.
Veo elevarse el humo del té
desde el techo de paja
de una posada.

Las arenas del río y sus playas
se hunden en la blanca luna.
Los juncos de la orilla
aguardan verdes primaveras.

Pasa un poema dentro mío.
Hago parar un rato
el carruaje.
-



Yendo por los cerros

Viajo llena de añoranza
por culpa del Viento del Oeste
y con la polvareda de mi carro que se eleva
hacia las nubes del poniente
cuando ya zumban las últimas cigarras
entre las hojas amarillas.

Al ponerse el sol la sombra de un hombre
se agranda como un cerro.
Uno a uno los pájaros se esfuman.

Voy vagando sin dirección
Y nunca voy a casa.

Me detengo ante un arroyo y envidio al pescador
Sentado a sus anchas en su soledad
embebido en elegantes pensamientos.
-


El palacio de la flor de jade

Se enrosca el arroyo. Susurra el viento
entre los pinos. Escurridizas ratas
sobre los mosaicos. ¿Qué príncipe, hace mucho
construyó este palacio, ahora en ruinas
junto a los peñascos? En sus negros cuartos
fantasmas de hogueras. Los destrozados empedrados
ya sólo rastros. Diez mil instrumentos
silban y rugen. La tormenta dispersa
las enrojecidas hojas del otoño.
Las muchachas que danzaron
son polvo amarillento. Desvanecidas
sus mejillas maquilladas. Idos sus carruajes
de oro y también los cortesanos. De su gloria
sólo queda un caballo de piedra.

Me siento en el pasto y empiezo un poema
pero me sobrecoge la emoción. El futuro
imperceptible se desdibuja. ¿Quién
puede decir qué traerán los años?
--


Despedida. Hados y letras

Entre las definiciones de revistas, suplementos y afines, la de Gabriel Zaid es una de las más prácticas y que mejor cuadra con sus efectos: que sirven para elevar el nivel de la conversación ciudadana. Con la desaparición de LetraSiete, dicho nivel amenaza con bajar entre sus lectores, por mucho que lo haga en un grado mínimo y casi metafóricamente. Pero el problema no solo es de los lectores aficionados, para algunos de los cuales, iluso imagina uno,  disminuirá ahora el sabor de los domingos. El problema, quizá mayor, es más bien para todos los que escribíamos regularmente en el suplemento y que somos, no cabe duda, los primeros damnificados. ¿Qué haremos ahora? ¿Nos ofrecemos en masa y otra vez gratuitamente a seguir escribiendo/publicando en otra parte? ¿Cuál? ¿En otro país imaginario? ¿Dónde llevamos nuestra charla?
Eso es lo malo de los que crecimos a la sombra de periódicos, suplementos, columnas, etc. La maldita y dichosa suerte de quienes tuvimos que entregar la página hasta tal hora y punto. Y lo haces. No habiendo eso, quitado el compromiso y la pequeña obligación así (auto)impuesta, que inmediatamente ya se ponen a rondar las sombras de la pereza, la dispersión, la procrastinación. Habrá otros, seguramente, que dirán que escribir les arde tanto que no importa, que no pararán. En cuanto a mí concierne, debo confesar que ese no es mi caso. Lo cierto es que escribo solamente a la fuerza, solo tras haber sorteado todos los pequeños pretextos con que ir postergándolo, con una especie de furtiva indisposición. Eso sí, ya puesto uno a escribir y adentrado en las líneas, de pronto se halla cabalgando un potro veloz y arisco, al galope o a punto de caer, pero inventando otro horizonte, recorriendo senderos que uno mismo desconocía, sintiéndose vagabundamente cumplido al hacerlo.
En todo caso, ¡fue muy precioso, hasta ahora, sentarse en torno a la hoguera tipográfica! Con Rodolfo Ortiz, Omar Rocha, Gabriel Chávez, Alan Castro, Martín Zelaya y tantos más (horror: ¡puro hombres!)… 
Ahora, apagada esta hoguera, quizá  yo mismo resulto ser el que más corre el riesgo de enfriamiento y consiguiente bajón de temperatura, pues lo que vine haciendo en mi columna, Patio interior, en realidad y simplemente era escribir un libro por entregas. Hasta la anterior, todas ellas juntas y apretadas sumaban 97 páginas y media.  Normalmente, con la de hoy hubieran superado las 100 páginas. Pero la entrega de hoy no cuenta, pues ya no pertenece a la misma serie. El tema que hubiera tocado dentro de ella (ya escrito hasta la mitad, con el título de “Oralidad, escritura y paraíso”), hubiera sido más árido y urgentemente necesitado de continuación, así que no convenía ponerlo. Cabe solo despedirse.
Aparte de esa referida dubitación personal, y tomando muy en cuenta el desastre al que nos vemos enfrentados los antiguos escribientes de este ahora exsuplemento, no hay nada, como de costumbre en las horas malevas, que afrontarlas con unos latinajos. Por ejemplo este aforismo medieval:
Quod vitare nequis, audaci suspice mente, que es algo así como: ¡ya que jodida la cosa, con audacia piensa algo!
¿Y tendré yo mismo entonces la audacia necesaria para seguir por mi propia cuenta, parte a parte escribiendo ese libro, cuyo plan general y mapa estaban ya más o menos  claros?

Nada es seguro. Sin embargo nos queda, a todos los damnificados, confiar en las palabras de Virgilio: “Fata viam invenient”. Es decir: Los hados encontrarán el camino. ¡Salud!

Letra sincrónica

Twin Peaks y las continuidades

Si no es de la mano de David Lynch, ¿qué más esperamos para convencernos que lo mejor del mundo audiovisual estadounidense hoy, está en las teleseries?



Alan C. Riveros 


a Patricia Riveros con cariño

Telesistema boliviano
Alrededor de los diez años me encantaba la televisión. La veía donde fuese y a cualquier hora del día. Sin embargo, en las noches debía decidir entre dos opciones: la tele de los abuelos o la de mi mamá. Generalmente me decidía por los programas de mis abuelos, usualmente series gringas y telenovelas brasileras que duraban meses. Mi mamá, en cambio, prefería las películas y las series le parecían pueriles.
Así era la cosa, hasta que una vez en 1991 mi mamá puso al canal dos y empezó a ver Twin Peaks. Ambos coincidimos que esa serie era una maravilla y la esperábamos todos los domingos.
Aquel año, el cineasta Paolo Agazzi (actual director de la serie Sigo siendo el rey) era jefe de programación de TSB, canal dos. Agazzi, quien tuvo la amabilidad de recibirme hace algunos meses en su oficina de Sopocachi, me contó cómo encontró la serie en uno de los mercados de la época y el interés que le generó la idea de una serie de televisión dirigida por un director de cine.
“Vi Twin Peaks, había escuchado hablar, pero me llamaba la atención David Lynch. Y luego voy, me intereso y me dicen: ¿solo para Bolivia? Querían algo más. Y después me dicen que hay un distribuidor, Mario Bayá, que había dado la primera opción... A Twin Peaks nadie le daba bola porque eran ocho capítulos, no era telenovela... Entonces tuve que rogarle al señor Bayá casi un año para que concrete, porque él tenía la primera opción. Pero yo tenía la primera opción con él y claro, así fue como llegó Twin Peaks... Twin Peaks es la serie que empezó a redirigir las series, marcando la diferencia entre la soap opera o la sitcom. Y ese su ambiente, esos personajes raros... Es decir, le ha metido un toque no realista”, me explicó Agazzi.
Por supuesto, hace 25 años no sabíamos que aquella serie encarnaba un trastoque en el mundo de la televisión y, por oleaje, en el cine.

La influencias recíprocas
Twin Peaks se canceló en 1991. Aquí en Bolivia -en 1992- sencillamente dejó de emitirse de un domingo al otro. Junto con mi mamá estábamos tristes y coléricos. La cosa no podía quedar así. La serie había dejado muchos cabos sueltos. El final de la segunda temporada abría un nuevo mundo que queríamos conocer, más allá del misterio del asesinato de Laura Palmer ya revelado a mitad de temporada.
Lynch sabía que había dejado colgando algo muy grave en el aire, y en 1992 hizo la película Twin Peaks: Fire walk with me. Esta película lleva la trama de la serie a un misterio mayor. No la vi sino hasta los primeros años del siglo XXI, cuando descubrí el nombre del director y me interesé de verdad en el cine.
En todo caso, las influencias recíprocas entre una serie de televisión y una película siempre estuvieron presentes en la obra de Lynch. Cabe recordar que el director grabó un final para el episodio piloto de Twin Peaks en 1990. Este hubiese sido pasado como largometraje en caso de no ser aceptado para la producción de una serie. Las escenas para este “final” son precisamente las que le dieron el toque “no real” a la serie y permitieron su vigencia.
Por otro lado, Mulholland Drive, la película de Lynch más aclamada por la crítica, estaba pensada como el piloto de otra serie -que no fue aceptada. Lynch tuvo que filmar escenas extras y cerrar la historia. El fracaso de Mulholland Drive como serie le dio una estética singular al largometraje, y Lynch renovó un sistema creativo que llegó hasta su última película Inland Empire (2006). Respecto a las posibilidades creativas de la estética serial, Lynch dijo: “Me gusta la idea de una historia continuada... y la televisión es mucho más interesante que el cine ahora. Parece que el cine de autor se ha ido al cable”.

La estética serial y la historia del cine
Si uno le da una chequeada a la filmografía de David Lynch, intuye que un viaje por ella lo puede llevar desde el expresionismo alemán a las series de televisión, pasando por el road movie, los westerns y con retrovisor a la pintura. A lo largo de esa historia, de paso, se podría ver la continuidad de una estética inconfundible. Esto es posible gracias a la última temporada de Twin Peaks, estrenada el 21 de mayo de 2017.
Hace dos años se anunció el regreso de Twin Peaks, 25 años después de su estreno, confirmando así la frase que Laura Palmer le dice al detective Cooper en el capítulo final de la segunda temporada: “Te veré de nuevo en veinticinco años”. De hecho, David Lynch se animó a retomar la serie gracias a este oráculo.
Lynch pensó la nueva temporada de Twin Peaks como una gran película de dieciocho horas. Las dos primeras horas fueron estrenadas este año en Cannes, en medio de algunos puristas que buscan restringir los estrenos de producciones hechas por la televisión por paga. La tirria de los críticos con respecto a las series de televisión está basada en la supuesta falta de independencia de estas, pues tendrían un control comercial de los empresarios y no tanto de los realizadores. Sin embargo, para que Lynch aceptase la producción de la tercera temporada de Twin Peaks, pidió el control creativo total de la serie y hasta de su estrategia de marketing, confianza que nunca le dieron ni los críticos ni los distribuidores ni los empresarios de cine después de Inland Empire.
En una entrevista, Lynch dice: “Yo creo que los largometrajes están en problemas y el cine de autor está muerto. Que la televisión por cable sea el lugar para una historia continua es una cosa hermosa”. A tal afirmación, el entrevistador pregunta por qué piensa que el cine de autor está muriendo. Y Lynch responde: “No muriendo. Muerto”.
Por su lado, Paolo Agazzi me comentó lo siguiente: “El cine de Hollywood está en crisis. Puede haber los dibujitos animados, pero además de los superhéroes y alguna de terror... no tiene nada... Para mí el talento en este momento de Norteamérica está en las series”.

Epílogo
Un día a finales de los 80 mi mamá llegó a casa con una sonrisa de oreja a oreja después de ver El último emperador (Bertolucci) y comentó la película con detalle. Las veces que vamos a almorzar al Eli´s del Monje Campero, ella se entusiasma con la foto de Malcolm McDowell y aclama su actuación en La naranja mecánica (Kubrick). Sin embargo, ahora el cine le parece pueril y prefiere ver nuevamente Twin Peaks para engancharse con la tercera temporada, 25 años después.

***


La nueva televisión y la dirección que toma el cine no son las únicas cosas que han sido transformadas por la red y la accesibilidad informática. Muchos otros medios están en crisis mientras otros surgen o resurgen. En todo caso, hasta pronto a los lectores de esta columna.

Sombras nada más

El (d)espacio de la muerte


Una lectura de El destello, de Claudia Peña Claros, cuento ganador del Premio “Franz Tamayo” 2016, recientemente publicado por Editorial 3600 junto a otros cuentos mencionados por el jurado.



Gabriel Chávez Casazola

¿En cuánto espacio puede caber la muerte de un hombre? ¿Es mensurable ese espacio? La literatura, que todo lo puede, puede también contener la muerte de un ser humano, en toda su minuciosidad y su extensión, en toda su anchura y su vacío. Pruebas al canto: El destello, de Claudia Peña Claros, recién retornada -y con felicidad- a la escritura, de la que tal vez nunca se había ido (¿o no es el poder, también, y sobre todo, una ficción?). 
En virtud a un destello (o varios) de su mente, toda la muerte de un hombre (que no es poca cosa) ha podido caber, plegarse y desplegarse, en unas pocas páginas. La minuciosa muerte de un hombre, o mejor, la vertiginosa -y a la vez lentísima- sucesión de últimos instantes -todos ellos, quién sabe, un mismo (y definitivo) instante- en que ese hombre se desmorona. Se desangra. Cae.
¿Es posible, entonces, atrapar el instante, más aún, el instante definitivo sin que se nos escurra entre las manos? Solo la poesía, ese destello, puede hacerlo, ella que escribe en el agua y es agua, agua que se escurre, como el tiempo, pues ella (y nosotros) no es (no somos) otra cosa sino tiempo escurriéndose entre las manos, entre los dedos de los pies, ramificándose hacia la punta de esos dedos / y volviendo sobre su eje / para abarcarlo todo con su electricidad, atravesando tubos delgados / tubos extensos / tubos perfectos en la filigrana que es el cuerpo, como anota la joven poeta Marcia Mendieta.
Poesía, he escrito. Pero, ¿no estamos aquí hablando de un cuento, inscrito en un libro de cuentos? Es que este destello se me antoja poesía al fin y al cabo, acaso narración poética, poema narrativo o tanto da, salvo por el cable a tierra del cierre del argumento que nos recuerda que es un cuento y que ganó un premio de cuento.
Filigrana, he escrito, y así está urdido este texto, en el que la voz ya madura de Claudia Peña recrea antiguas obsesiones -the call of the wild, la sangre, los caballos, el valor, la libertad, en suma- con precisión desenfadada. En El destello asistimos al vértigo del tiempo, a la precipitación de una historia de la que muchos, todos nosotros, podríamos ser protagonistas: la filigrana del morir, la historia universal de la muerte.
Mientras termino de escribir estas palabras, esta pequeña filigrana, veo a través de la ventana el cimbrearse de los árboles. “Los árboles, que todo lo ven, parecían suspendidos en el aire, ¿sienten apego los árboles?”, se pregunta Peña en este texto. 
¿Sienten apego los árboles?, me pregunto yo ahora. Y si un texto es capaz de dejarnos una pregunta sin respuesta en la cabeza es que sus “picos ardientes” han dado en el blanco. Que su destellar nos ha herido. ¿Y qué es la literatura, la poesía, sino herida que sana?

Por cierto -y así termino- durante estos últimos años, Martín Zelaya, editor de LetraSiete hasta hoy, nos ha contagiado domingo a domingo con ese non sancto remedio. Vayan las gracias para él y los abrazos. Después de todo, los poetas sentimos apego, quizás a la manera de los árboles. 

Etc.

El último mohicano



Una despedida que remite a un símbolo de los adioses que no son adioses.


Carlos Decker-Molina

En febrero de 1826 el escritor James Fenimore Cooper publicó su célebre novela The Last of the Mohicans: A Narative of 1757 que en español tiene un título muy conocido, por la película tal vez (El último mohicano) que sirve además como metáfora de un final no siempre feliz.
Letrita fue el último de los mohicanos, salió de la redacción con paso tambaleante cuando el resto del grupo ya se había ido a casa. La oscuridad lo invadió. Tenía que elegir entre quedarse quieto esperando o salir a tropezones en busca de la luz.  
La historia, la verdadera, se desarrolla en 1757, es una novela de aventuras de la guerra entre los colonizadores franceses y británicos que combatieron por el dominio de las colonias de lo que hoy es Estados Unidos. Durante esta guerra, los franceses de aliaron con las tribus nativas en contra de los colonos británicos establecidos en la región.  
Cooper embrolló los nombres de las tribus y su libro contribuyó a la confusión de periodistas e investigadores de la época, leyeron la novela como si se tratase de un libro de historia. Cooper creó una tribu literaria fusionando los nombres de dos comunidades reales, los mohegan y los mahican. Pero, en honor a la verdad, Cooper llamó a uno de sus principales personajes Uncas en homenaje al conocido sachem (líder principal de los mohegan). Cuando en 1842, el último descendiente por la línea masculina, John Uncas, murió, los diarios de la época lamentaron la extinción de la tribu. No se percataron que el pueblo mohegan aún existía. Incluso hoy en Wisconsin hay residuos de aquella gran tribu en la comunidad Stockbridge-Munsee.
No voy a embrollar los nombres de Fondo Negro y Letra Siete por el hecho de haber colaborado en ambos suplementos dirigidos por el mismo hombre. Uno podría ser el principio y el otro la continuación o son simplemente continuaciones de otros troncos periodísticos porque se advierte que corre la misma savia por prosas y versos que se publicaron en ambos.
Hay quienes sostienen que los suplementos literarios puros, en el sentido de que solo tocan temas de literatura, van camino a desaparecer. Es más, hay otros que vaticinan un mundo sin diarios de papel, universo en el que quedarán pocas revistas especializadas y diarios sin noticias sino con investigaciones, crónica, reportajes y análisis coyunturales, porque –dicen- las noticias llegan ya por la vía inteligente de los celulares.
La historia del periodismo está plagada de “muertes” no solo de suplementos. Hasta 1971 (año en que dejé Bolivia) tenía una colección de Presencia Literaria encima del ropero de mi dormitorio, hasta que algún Policía se la llevó en alguno de los muchos allanamientos de la época. El suplemento del tata Quirós periclitó igual que su casa periodística y mi colección, seguramente, sirvió para vender chicharrón.
Otra colección que fue a parar a un pozo ciego fue la de Opinión de Buenos Aires, de derecha en economía, liberal en política y de izquierda en cultura. El diario “para la inmensa minoría”, murió cuando secuestraron a Jacobo Timerman, aunque sobrevivió el título en manos de los generales.
Uno dirá que no hay que confundir desapariciones con secuestros o con cierres impuestos por dictaduras, mal-gobiernos, por el mercado o por la cibernética. Exacto, no es lo mismo, son solo vías que conducen al silencio, pero… no definitivo.
Hay algo importante en El último mohicano que quiero rescatar en esta hora de cierres y silencios, es la bravura del personaje Chingachgook: “Cuando Uncas siga mis pasos, no quedará ya nadie de la sangre de los sagamores, pues mi hijo es el último de los mohicanos”, pero, en la historia-historia la tribu sobrevivió y aunque muy pequeña radica hoy en Wisconsin.  
LetraSiete fenece (esta es la última entrega), pero el guerrero Martín Zelaya sigue en pie con la pluma en mano a falta de arco y fechas, aunque en el discurso sea el último de los mohicanos.
Mientras hayan Timermans, Quiroces, Zelayas los suplementos literarios no morirán de inanición porque se mantienen con la savia de estos emprendedores que siembran tomates en salares o plantan rosas en desiertos. Los suplementos son ellos, ustedes los lectores y un poco nosotros.
No se trata de escribir “LetraSiete, punto final”, no. Se trata de escribir “Letra Siete, coma, etcétera”.





viernes, 23 de junio de 2017

Despedida

“Este adiós no maquilla un hasta luego”


Las opciones eran Siete Letras, Letra7 y alguna más, pero finalmente a fines de enero de 2014, se decidió que el nuevo suplemento literario se llamaría LetraSiete, para hacer juego con el nombre del diario que nos acogía, Página Siete, cuyo entonces recién nominado director, Juan Carlos Salazar, respaldó nuestra idea de apostar por la literatura y las artes desde un espacio semanal. Ya la iniciativa había sido avalada por el director anterior, meses atrás.

Desde un inicio -y eso debo agradecer a las jefaturas y directivos del periódico- se dio plena confianza e independencia al proyecto que en los tres años y medio de vida, ¡175 números!, no varió un ápice el concepto con el que fue diseñado: resaltar y anteponer el aporte de los colaboradores, los ensayos, reseñas, artículos y reflexiones de prestigiosos escritores, literatos y pensadores bolivianos y, unos pocos, de otros países; y dejar en segundo plano el trabajo periodístico, crítico del editor.
Es decir, la arriesgada propuesta alejada de lo convencional de un suplemento dominical de periódico y más propia de una revista, tuvo el visto bueno y, creemos, fue aceptada por los lectores.

No es necesario ya hablar de la crisis -las crisis-, las posturas e intereses de los dueños de los medios de comunicación, las búsquedas y necesidades de los lectores que determinan a las primeras, etc. Las decisiones, cuando son legítimas -un diario es una empresa privada y sus propietarios y altos cargos tienen derecho a llevar adelante lo que les convenga- no pueden más que acatarse.

LetraSiete circulará este domingo por última vez… un minuto de silencio por ella… y a seguir adelante. Quedan 175 números que, sabemos, no pocos coleccionan y guardan… queda un archivo digital que seguirá disponible y activo, recordando, reactualizando los cientos de textos aparecidos en este tiempo, la mayoría sin fecha de caducidad.... pero también generando material nuevo…

De LetraSiete, pasaremos entonces, estimados seguidores a Letra88, en este blog, en miras a un nuevo proyecto -un rescate más bien- que pronto saldrá a la luz.


Muchas gracias

domingo, 18 de junio de 2017

Entrevista

Paz Soldán: “El crecimiento espiritual
se refleja en lo que escribes”

“Soy un católico renegado, pero católico al fin”, dice el autor cochabambino en una conversación sobre Los días de la peste, su nueva novela en la que plantea una honda reflexión crítica sobre religión en un contexto de corrupción y degradación del poder.

 
Fotografía de Edmundo tomada por Liliana Colanzi.
Martín Zelaya Sánchez

No es muy frecuente que un escritor se anime a explicar y describir tan abierta y detalladamente algunos aspectos conceptuales y estructurales de una de sus obras… y menos si esta acaba de ser editada. Gracias, Edmundo.

- ¿Eres creyente? ¿Practicante de alguna religión…? ¿Cuál es tu idea, tu relación con lo espiritual?
- Soy católico cultural más que practicante. El catolicismo impregna casi todos mis actos desde la infancia (la cosa culposa, la parábola de los talentos, etc.). Soy un católico renegado, pero católico al fin; hay ciertas versiones populares y sincréticas del catolicismo que me interesan más que el oficial. Trato de vivir en armonía con mi entorno y creo que la práctica de la escritura tiene un lado espiritual muy fuerte que he tratado de desarrollar: dedicarme de lleno a la vocación que me ha tocado en suerte y saber que al hacerlo soy parte de una comunidad que me completa y trasciende. La escritura antes que nada es una mirada, y si no creces espiritualmente eso se refleja en lo que escribes.
Por cierto, crecer espiritualmente, no significa escribir cosas más amables. Puede, más bien, que sea al revés, que la escritura te haga llegar a zonas muy oscuras de la condición humana.

- Es indudable que la religión trasciende esta novela, al igual que ocurre con Iris y l Las visiones, tus anteriores libros, pero una concepción de lo religioso directamente ligada -creo- a lo social y político, un marcado interés tuyo desde Los vivos y los muertos y Norte. No se puede evitar un paralelismo de lo que sucede en Los Confines y La Casona con lo que ocurre hoy en día con el Estado Islámico… ¿O qué dices tú?
- Para decirlo en tono de metafísica popular, nuestras religiones bien seculares son. La religión nunca ha estado divorciada del mundo. Sus búsquedas espirituales están ancladas en la tierra. Me interesa explorar la relación de la religión con la violencia y el poder; las guerras de religión han marcado la historia del mundo, lo del Estado Islámico es solo el capítulo reciente de una larga historia. También quería explorar el lado no institucional de la religión, el lado pagano, el fervor popular conectado con deseos opuestos a los del altruismo y la caridad cristianos. Para crear a mi Innombrable pensé en la Santa Muerte o Malverde en México, en La virgen de los sicarios de Vallejo, figuras populares conectadas con el odio, la venganza, la muerte. La religión es una construcción de los hombres y termina mostrando todas nuestras virtudes y carencias, todo el abanico de nuestros deseos de luz y la atracción por el mal. 

- ¿Y en cuanto a un paralelismo de la crisis política-social de Los Confines y su Estado ausente, con la Bolivia de los últimos años antes del actual proceso?
- Pensaba más bien en novelar algo permanente desde nuestra fundación -incluso desde antes-, la relación de la capital con las provincias, nuestro centralismo a pesar de tantos proyectos y esbozos de autonomía regional.
Los Confines es una provincia alejada de la capital -el nombre lo dice todo-, ha desarrollado tradiciones culturales y políticas propias, pero a la vez depende de la capital, de un Estado que está pero al que se siente lejano. La crisis nace del intento de reconciliar lo que parece irreconciliable: cómo atender los deseos de una comunidad local y regional sin ir en contra de un proyecto nacional (o a la inversa). Prohibir un culto religioso, como ocurre en la novela, revela un montón de deseos y aspiraciones políticas.     

- Hablando del “universo” de tu escritura que se abrió con Iris, ¿se podría decir que la realidad de Los Confines y de la trama de esta nueva la novela es, digamos, una etapa previa a lo que viene luego en Iris? ¿Una realidad futura mediata, la de Los días de la peste, que marca el camino a lo que será el futuro lejano que vemos en Iris…?
- No lo había pensado así… pero ahora que lo dices, comencé Los días de la peste como una precuela de Iris. Después de escribir 70 páginas me di cuenta de que la novela no funcionaba porque me estaba repitiendo y decidí cambiar a un registro más realista, más contemporáneo. Puede que en ese su nacimiento como precuela hayan quedado en la versión final de la novela ciertos andamios que remiten a ese mundo anterior.

- Aunque en esta novela vuelves al realismo, como bien dices, hay ciertas semejanzas, ciertas estructuras narrativas y de lenguaje que –creo- sí pertenecen al universo Iris: lenguaje, modismos, neologismos, idiosincrasia de los personajes…
- No creo que quede el lenguaje de la novela anterior, pero sí una forma de acercarse al lenguaje y a los personajes. Con cada personaje que creaba me iba preguntando cuál era su lenguaje, cuál su particular forma de narrar el mundo a partir de ciertas palabras. Ese lenguaje influye mucho en la idiosincrasia del personaje. Es imposible diferenciarlos a todos, pero sí hubo un intento de preguntarme por el lado inestable del lenguaje. Para mí la novela es eso: no un intento de buscar un estilo homogéneo sino una exploración de diversos registros de escritura. 

- Hablemos un poco de la estructura y proceso de creación. Es una novela de 30 personajes, dividida en segmentos en los que cada uno toma protagonismo, alternadamente. ¿Condiciona el personaje, su imagen y personalidad a la trama? ¿Escribiste la novela a partir de las características o identidad de Rigo, la doctora, Lya… etc., o más bien adaptaste sus historias a lo que querías contar?
- Quería representar el hacinamiento de una cárcel a través de la aparición de múltiples voces. La novela no es solo lo que cuenta sino cómo lo cuenta. Quería que esas voces no dejaran de proliferar. En mi idea inicial, el punto de vista era como una cámara en travelling, en constante movimiento: una escena comenzaba a ser narrada a partir de la mirada de un personaje, continuaba tomando el punto de vista de otro personaje, y terminaba con otra perspectiva. Luego me di cuenta de que esa proliferación debía ser controlada: necesitaba un hilo central conductor (Rigo), ciertos personajes secundarios y otros más lejanos. Uno propone, y luego la misma novela te obliga a ajustar ciertas cosas.

 - Otra idea que trasciende es la corrupción política, social e individual; la degradación ética, moral. El más reciente premio nacional de novela en Bolivia se vale del recurso de la enfermedad como metáfora de este tipo de crisis. ¿Concebiste de un modo cercano a esto el letal virus que devasta a la población de La Casona y Los Confines?
- La cárcel es un espacio en el que se puede ver bien nuestra relación con la ley y el poder: cómo buscamos darle la vuelta a la ley, cómo se distribuye el poder, etc. Somos, desde la Colonia, el territorio en el que funciona eso de que “la ley se acata pero no se cumple”. Quería mostrar eso en mi Casona: un microcosmos, una ciudad dentro de la ciudad, un mundo con sus propias leyes y un vocabulario particular. La intención era explorar cómo circulaba el poder en ese espacio; como se creaban relaciones que permitían la construcción de una comunidad; cómo la violencia podía ser una forma de lenguaje e inscripción de un deseo y una autoridad en los cuerpos de los demás; cómo funcionaban la fe y la religión más allá de las instituciones; y cómo, a partir de sus arbitrariedades y caprichos, trabaja la ley en nuestro inconsciente (preguntas que no nacieron con la novela, sino que fueron surgiendo a medida que escribía sus diferentes versiones). El virus es el que permite el estado de excepción dentro del estado de excepción, el que nos revela cuán modernos y tradicionales podemos ser a la vez.
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Los días de la peste
(Fragmento)

Edmundo Paz Soldán


[La Jovera]
(…) La Jovera se persignó delante de la efigie de la Innombrable. No había dejado de ser católica, de hecho había visitado por la mañana la capilla del cura Benítez, que quedaba cerca, pero Ma Estrella la atraía porque era una re-bel-de que prefería acostarse con muertos y con animales, ¡atrevida!, a acostarse con otros dioses, por eso el templo dedicado a ella en el pueblo solía estar lleno a todas horas. A veces pagaba a los pacos para que la dejaran salir por unas horas a visitar el templo. Uno la acompañaba, Krupa casi siempre porque buscaba cualquier excusa para salir, la última vez un jovencito bien dable. Krupa caminaba a un metro de ella, ni se te ocurra intentar escaparte, repetía bien noico, en vano porque la Jovera no quería escaparse. Lo único que ansiaba era agradecerle a Ma Estrella por ser tan buena con ella, por cuidarla. A la vuelta, Krupa la metía a empujones en un cuarto de trastos al lado de la sala de los pacos y la obligaba a chupársela. Un problema Krupa, pero qué podía hacerle, casi todos eran iguales.
Hincada, la Jovera aspiró el tonchi hasta agotarlo. Se le había ido la mano. No importaba. Vería cómo conseguir tela para comprarle más a Lya. Se vendería un par de noches, pero no estaba tan fácil. Todos querían metérsela gratis, su culpa por ser tan generosa. A partir de ahora pediría que se res-pe-ta-ra la tarifa. Hizo una mueca. Ni ella se lo creía.
Extrañaba a 43, que era su cafisho y la protegía, pero el imbécil había abusado de un niño y los pacos lo tuvieron que meter a una celda del confinamiento solitario. Hasta que se calmen las cosas, dijeron, pero la Jovera sabía que no se calmarían.
¿Qué diría la Casona? Era la pregunta que flotaba en la cabeza de todos antes de cada acto. Nada bueno. Los códigos de la prisión debían respetarse, y los abusamenores estaban en el último es-ca-la-fón. 43 no duraría mucho si lo devolvían al tercer patio, los presos lo matarían. Pero tampoco duraría mucho ahí donde estaba, los pacos le darían canela hasta reventarlo. Estaba bien jodido 43.
Pronunció los cincuenta y ocho nombres de Ma Estrella de corrido, como era costumbre, hasta perder la noción de lo que estaba diciendo y entrar en trance. Se fijó en el vestido rojo, en la falda larga que le llegaba a los pies, con rostros de carachupas bordados con hilo amarillo y serigrafías de personajes populares de telenovelas y de la vida real. En esas serigrafías no encontró la cara de Barbi, la asesina confesa. Sugeriría que la incluyeran, había hecho méritos suficientes.
Los ojos vidriosos cambiaban de colores y fosforecían en la penumbra. Ojos que se abrían más y más e intentaban tragarla y zas, se la tragaban. ¿Eres la estatua o eres la diosa?, preguntó, mientras daba vueltas por el espacio exterior, empujada por una corriente de viento danzarina. ¿Creaste al hombre que te hizo y al hacerlo le diste un conducto para crearte como diosa? ¿O eres una simple estatua y es mi fe la que te convierte en otra cosa?
Se deslumbró con las estrellas y los planetas que cruzaban a su lado y estuvo a punto de agarrarse de la cola de un cometa. La vida: agarrarse de la cola de un cometa.
Y ella, ¿lo había hecho? Y si sí, ¿estaba bien agarrada? (…)


Reseña

El virus de la religión

Apuntes en torno a Los días de la peste (Malpaso, 2017), la nueva novela de Edmundo Paz Soldán.


Martín Zelaya Sánchez

“¿Creaste al hombre que te hizo y al hacerlo le diste un conducto para crearte como diosa? ¿O eres una simpe estatua y es mi fe la que te convierte en otra cosa?” (Pág. 39). Esta interrogante de la Jovera -una prostituta decadente- uno de los treinta y pico personajes de Los días de la peste, muy bien puede sintetizar la esencia de la nueva novela de Edmundo Paz Soldán que acaba de salir en España con Malpaso y que pronto editará en el país Nuevo Milenio.
Una honda reflexión sobre la fe y la religión, sobre su rol capital en el desarrollo histórico de la humanidad (¿la involución en la evolución?), es el eje de esta obra en la que el autor trabajó los últimos tres años y en la que, por lógica interrelación, también se habla de corrupción, violencia y marginalidad.
Separado, ora por completo, ora no del todo, del universo plasmado en su anterior novela y en su reciente libro de cuentos (Iris y Las visiones, respectivamente), Paz Soldán recala en un realismo anclado en una ambientación incierta (Los Confines, provincia recóndita de un país latinoamericano indeterminado) y en un aparente futuro mediato lo que, de la mano de una devastadora epidemia que trasciende toda la trama, connota un cierto cariz apocalíptico.
Ambientación incierta, decíamos, aunque en los hechos, bien puede advertirse más bien todo lo contrario: las 325 páginas de la novela -salvo contadas referencias a una olvidada y decadente ciudad- se desarrollan en La Casona, una cárcel ciudadela, un microcosmos tan infinito que de no conocer los bolivianos el penal de San Pedro de La Paz, bien podríamos dar por disparatado o puramente ficticio. Aun así, es difícil no ligarlo con el Brincadero de La torre y el jardín de Alberto Chimal: un edificio imposible, multidimensional, eterno. Puestos a hablar de referencias, si bien una reseña del libro aparecida en España bien lo emparenta con Lituma en los Andes, de Vargas Llosa, se me ocurren mejores vínculos con El señor Presidente, de Asturias: la capacidad de abstraer el estado límite mental y espiritual ante el horror de la prisión y la tortura-, y Ensayo sobre la ceguera, de Saramago: la extrema decadencia física y moral.
En una atmósfera casi aislada y hermética (otra relación con Iris) se filtran algunas referencias mundanas (un muñeco del Capitán América, por citar algo) y no pocos guiños a Bolivia: “…el Jefazo hace diez años que ya era Presidente” (65); “Los Confines era el lugar en que todos los noes se convertían en quizás, y las decisiones inflexibles tenían infinitas excepciones. Era la lógica del lugar y había que vivir con ella”. (232); varios bolivianismos como wawa y taparanku y una referencia cultural a las ñatitas, a través de las santitas: cráneos de animales o humanos utilizados para honrar a la Innombrable.
Resumamos: un letal virus con altísima mortalidad quiebra la rutina de La Casona, pero lejos de focalizarse allí el argumento, sirve de trasfondo al verdadero quid: la debacle real se desata cuando las autoridades regionales deciden prohibir el culto a la Innombrable o Ma Estrella, no ya solo por la amenaza de esta creciente religión para con la Iglesia Católica, sino por la afrenta que supone para los verdaderos poderes político y económico. Es así como el emergente líder opositor y religioso es “desaparecido” en el recóndito y clandestino quinto patio del panóptico.
Novela de personajes, destaca en Los días de la peste la velocidad y ritmo impuestos por la estructura narrativa: los nombres de los más de 30 personajes encabezan fragmentos, desde un par de párrafos hasta un par de páginas, que se reparten en varios capítulos divididos en tres partes.
Rigo, un nuevo reo esquizofrénico, disparatado pero lúcido cuando amerita; Lya, una adolescente rebelde y víctima por triple partida, que recorre sus últimos días en los pasillos de un presidio voluntario; Lillo, preso millonario que maneja la economía de la cárcel, y por lo tanto la corrupta y violenta cotidianidad; el Gobernador pusilánime, el Tullido líder; 43, el pederasta despreciado por los despreciables; el Tiralíneas, diler paranoico; la doctora incansable en su oficio ante su fracasada vida personal y una cuadrilla de criminales parias y guardias mediocres.
Aunque la gran mayoría de los protagonistas intervienen mediados por la voz del narrador, un par lo hacen en primera persona y Rigo -uno de los centrales- en una delirante primera persona en plural. Este diseño le permite al autor desarrollar un estilo fragmentario, suelto, ágil: frases breves, a veces palabras sueltas hilvanadas por puntos aparte, muy al modo saenzeano; es decir, logra simplificar su prosa (en el buen sentido), dotándola de claridad, fluidez y velocidad en momentos específicos como descripciones largas, escenas complejas y diálogos.
Por último, volvamos a lo primero. Edmundo Paz Soldán se confiesa “católico cultural” y ello debe tomarse en cuenta, pese a su descarnada crítica al dogmatismo religioso y a toda la corrupción, violencia, desarraigo y deslegitimación que este conlleva.
Así, los lógicos escepticismo y coherencia de la doctora -mujer de ciencia al fin-: “No había dioses ni diosas y estaba bien que fuera así. La única verdad consistía en que segundos después de su muerte ya no quedaría nada de ella. Sería cremada y no flotaría en el aire ningún espíritu que la representara”. (213), contrastan con el incomprensible (intolerable, insostenible) sinsentido del fanatismo religioso. Comenta Rigo de su particular secta, reñida incluso con Ma Estrella: “Nuestra religión nos impedía matar a ningún ser vivo y eso incluía a los virus. Todo, hasta lo más pequeño, decía la Exégesis, muestra un orden, un sentido y un significado, todo en el mundo biológico es armonía, todo melodía”. (219)
En su trance de fe promovido por la “sustancia violeta” (una suerte de ayahuasca que permite la trascendencia en un “éxtasis místico”), la Jovera llega a una epifanía simple pero crucial: “la vida es agarrarse a la cola de un cometa”. (39)
La vida… de eso trata, finalmente, Los días de la peste… de la vida desde todas sus posibilidades e imposibilidades. “El motor de la vida eran los virus. La enfermedad antes que el remedio” (111), dice la doctora. “Es nuestra culpa por desequilibrar el mundo. Vivir es desequilibrarlo” (235), sentencia Rigo.