domingo, 18 de junio de 2017

Entrevista

Paz Soldán: “El crecimiento espiritual
se refleja en lo que escribes”

“Soy un católico renegado, pero católico al fin”, dice el autor cochabambino en una conversación sobre Los días de la peste, su nueva novela en la que plantea una honda reflexión crítica sobre religión en un contexto de corrupción y degradación del poder.

 
Fotografía de Edmundo tomada por Liliana Colanzi.
Martín Zelaya Sánchez

No es muy frecuente que un escritor se anime a explicar y describir tan abierta y detalladamente algunos aspectos conceptuales y estructurales de una de sus obras… y menos si esta acaba de ser editada. Gracias, Edmundo.

- ¿Eres creyente? ¿Practicante de alguna religión…? ¿Cuál es tu idea, tu relación con lo espiritual?
- Soy católico cultural más que practicante. El catolicismo impregna casi todos mis actos desde la infancia (la cosa culposa, la parábola de los talentos, etc.). Soy un católico renegado, pero católico al fin; hay ciertas versiones populares y sincréticas del catolicismo que me interesan más que el oficial. Trato de vivir en armonía con mi entorno y creo que la práctica de la escritura tiene un lado espiritual muy fuerte que he tratado de desarrollar: dedicarme de lleno a la vocación que me ha tocado en suerte y saber que al hacerlo soy parte de una comunidad que me completa y trasciende. La escritura antes que nada es una mirada, y si no creces espiritualmente eso se refleja en lo que escribes.
Por cierto, crecer espiritualmente, no significa escribir cosas más amables. Puede, más bien, que sea al revés, que la escritura te haga llegar a zonas muy oscuras de la condición humana.

- Es indudable que la religión trasciende esta novela, al igual que ocurre con Iris y l Las visiones, tus anteriores libros, pero una concepción de lo religioso directamente ligada -creo- a lo social y político, un marcado interés tuyo desde Los vivos y los muertos y Norte. No se puede evitar un paralelismo de lo que sucede en Los Confines y La Casona con lo que ocurre hoy en día con el Estado Islámico… ¿O qué dices tú?
- Para decirlo en tono de metafísica popular, nuestras religiones bien seculares son. La religión nunca ha estado divorciada del mundo. Sus búsquedas espirituales están ancladas en la tierra. Me interesa explorar la relación de la religión con la violencia y el poder; las guerras de religión han marcado la historia del mundo, lo del Estado Islámico es solo el capítulo reciente de una larga historia. También quería explorar el lado no institucional de la religión, el lado pagano, el fervor popular conectado con deseos opuestos a los del altruismo y la caridad cristianos. Para crear a mi Innombrable pensé en la Santa Muerte o Malverde en México, en La virgen de los sicarios de Vallejo, figuras populares conectadas con el odio, la venganza, la muerte. La religión es una construcción de los hombres y termina mostrando todas nuestras virtudes y carencias, todo el abanico de nuestros deseos de luz y la atracción por el mal. 

- ¿Y en cuanto a un paralelismo de la crisis política-social de Los Confines y su Estado ausente, con la Bolivia de los últimos años antes del actual proceso?
- Pensaba más bien en novelar algo permanente desde nuestra fundación -incluso desde antes-, la relación de la capital con las provincias, nuestro centralismo a pesar de tantos proyectos y esbozos de autonomía regional.
Los Confines es una provincia alejada de la capital -el nombre lo dice todo-, ha desarrollado tradiciones culturales y políticas propias, pero a la vez depende de la capital, de un Estado que está pero al que se siente lejano. La crisis nace del intento de reconciliar lo que parece irreconciliable: cómo atender los deseos de una comunidad local y regional sin ir en contra de un proyecto nacional (o a la inversa). Prohibir un culto religioso, como ocurre en la novela, revela un montón de deseos y aspiraciones políticas.     

- Hablando del “universo” de tu escritura que se abrió con Iris, ¿se podría decir que la realidad de Los Confines y de la trama de esta nueva la novela es, digamos, una etapa previa a lo que viene luego en Iris? ¿Una realidad futura mediata, la de Los días de la peste, que marca el camino a lo que será el futuro lejano que vemos en Iris…?
- No lo había pensado así… pero ahora que lo dices, comencé Los días de la peste como una precuela de Iris. Después de escribir 70 páginas me di cuenta de que la novela no funcionaba porque me estaba repitiendo y decidí cambiar a un registro más realista, más contemporáneo. Puede que en ese su nacimiento como precuela hayan quedado en la versión final de la novela ciertos andamios que remiten a ese mundo anterior.

- Aunque en esta novela vuelves al realismo, como bien dices, hay ciertas semejanzas, ciertas estructuras narrativas y de lenguaje que –creo- sí pertenecen al universo Iris: lenguaje, modismos, neologismos, idiosincrasia de los personajes…
- No creo que quede el lenguaje de la novela anterior, pero sí una forma de acercarse al lenguaje y a los personajes. Con cada personaje que creaba me iba preguntando cuál era su lenguaje, cuál su particular forma de narrar el mundo a partir de ciertas palabras. Ese lenguaje influye mucho en la idiosincrasia del personaje. Es imposible diferenciarlos a todos, pero sí hubo un intento de preguntarme por el lado inestable del lenguaje. Para mí la novela es eso: no un intento de buscar un estilo homogéneo sino una exploración de diversos registros de escritura. 

- Hablemos un poco de la estructura y proceso de creación. Es una novela de 30 personajes, dividida en segmentos en los que cada uno toma protagonismo, alternadamente. ¿Condiciona el personaje, su imagen y personalidad a la trama? ¿Escribiste la novela a partir de las características o identidad de Rigo, la doctora, Lya… etc., o más bien adaptaste sus historias a lo que querías contar?
- Quería representar el hacinamiento de una cárcel a través de la aparición de múltiples voces. La novela no es solo lo que cuenta sino cómo lo cuenta. Quería que esas voces no dejaran de proliferar. En mi idea inicial, el punto de vista era como una cámara en travelling, en constante movimiento: una escena comenzaba a ser narrada a partir de la mirada de un personaje, continuaba tomando el punto de vista de otro personaje, y terminaba con otra perspectiva. Luego me di cuenta de que esa proliferación debía ser controlada: necesitaba un hilo central conductor (Rigo), ciertos personajes secundarios y otros más lejanos. Uno propone, y luego la misma novela te obliga a ajustar ciertas cosas.

 - Otra idea que trasciende es la corrupción política, social e individual; la degradación ética, moral. El más reciente premio nacional de novela en Bolivia se vale del recurso de la enfermedad como metáfora de este tipo de crisis. ¿Concebiste de un modo cercano a esto el letal virus que devasta a la población de La Casona y Los Confines?
- La cárcel es un espacio en el que se puede ver bien nuestra relación con la ley y el poder: cómo buscamos darle la vuelta a la ley, cómo se distribuye el poder, etc. Somos, desde la Colonia, el territorio en el que funciona eso de que “la ley se acata pero no se cumple”. Quería mostrar eso en mi Casona: un microcosmos, una ciudad dentro de la ciudad, un mundo con sus propias leyes y un vocabulario particular. La intención era explorar cómo circulaba el poder en ese espacio; como se creaban relaciones que permitían la construcción de una comunidad; cómo la violencia podía ser una forma de lenguaje e inscripción de un deseo y una autoridad en los cuerpos de los demás; cómo funcionaban la fe y la religión más allá de las instituciones; y cómo, a partir de sus arbitrariedades y caprichos, trabaja la ley en nuestro inconsciente (preguntas que no nacieron con la novela, sino que fueron surgiendo a medida que escribía sus diferentes versiones). El virus es el que permite el estado de excepción dentro del estado de excepción, el que nos revela cuán modernos y tradicionales podemos ser a la vez.
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Los días de la peste
(Fragmento)

Edmundo Paz Soldán


[La Jovera]
(…) La Jovera se persignó delante de la efigie de la Innombrable. No había dejado de ser católica, de hecho había visitado por la mañana la capilla del cura Benítez, que quedaba cerca, pero Ma Estrella la atraía porque era una re-bel-de que prefería acostarse con muertos y con animales, ¡atrevida!, a acostarse con otros dioses, por eso el templo dedicado a ella en el pueblo solía estar lleno a todas horas. A veces pagaba a los pacos para que la dejaran salir por unas horas a visitar el templo. Uno la acompañaba, Krupa casi siempre porque buscaba cualquier excusa para salir, la última vez un jovencito bien dable. Krupa caminaba a un metro de ella, ni se te ocurra intentar escaparte, repetía bien noico, en vano porque la Jovera no quería escaparse. Lo único que ansiaba era agradecerle a Ma Estrella por ser tan buena con ella, por cuidarla. A la vuelta, Krupa la metía a empujones en un cuarto de trastos al lado de la sala de los pacos y la obligaba a chupársela. Un problema Krupa, pero qué podía hacerle, casi todos eran iguales.
Hincada, la Jovera aspiró el tonchi hasta agotarlo. Se le había ido la mano. No importaba. Vería cómo conseguir tela para comprarle más a Lya. Se vendería un par de noches, pero no estaba tan fácil. Todos querían metérsela gratis, su culpa por ser tan generosa. A partir de ahora pediría que se res-pe-ta-ra la tarifa. Hizo una mueca. Ni ella se lo creía.
Extrañaba a 43, que era su cafisho y la protegía, pero el imbécil había abusado de un niño y los pacos lo tuvieron que meter a una celda del confinamiento solitario. Hasta que se calmen las cosas, dijeron, pero la Jovera sabía que no se calmarían.
¿Qué diría la Casona? Era la pregunta que flotaba en la cabeza de todos antes de cada acto. Nada bueno. Los códigos de la prisión debían respetarse, y los abusamenores estaban en el último es-ca-la-fón. 43 no duraría mucho si lo devolvían al tercer patio, los presos lo matarían. Pero tampoco duraría mucho ahí donde estaba, los pacos le darían canela hasta reventarlo. Estaba bien jodido 43.
Pronunció los cincuenta y ocho nombres de Ma Estrella de corrido, como era costumbre, hasta perder la noción de lo que estaba diciendo y entrar en trance. Se fijó en el vestido rojo, en la falda larga que le llegaba a los pies, con rostros de carachupas bordados con hilo amarillo y serigrafías de personajes populares de telenovelas y de la vida real. En esas serigrafías no encontró la cara de Barbi, la asesina confesa. Sugeriría que la incluyeran, había hecho méritos suficientes.
Los ojos vidriosos cambiaban de colores y fosforecían en la penumbra. Ojos que se abrían más y más e intentaban tragarla y zas, se la tragaban. ¿Eres la estatua o eres la diosa?, preguntó, mientras daba vueltas por el espacio exterior, empujada por una corriente de viento danzarina. ¿Creaste al hombre que te hizo y al hacerlo le diste un conducto para crearte como diosa? ¿O eres una simple estatua y es mi fe la que te convierte en otra cosa?
Se deslumbró con las estrellas y los planetas que cruzaban a su lado y estuvo a punto de agarrarse de la cola de un cometa. La vida: agarrarse de la cola de un cometa.
Y ella, ¿lo había hecho? Y si sí, ¿estaba bien agarrada? (…)


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