Titanes en el ring
Una tarde de catch en Buenos Aires. Un universo simbólico en el que se baten sobre el cuadrilátero el eterno Martín Karadagián y Roland Barthes. Texto publicado originalmente en Tiempo Argentino.
Fotografía: Eduardo Sarapura. |
Nicolás G. Recoaro
“No, señor, al vestuario no se puede entrar. Esa es una regla
que aprendí de Karadagián. Se pierde la magia”, dispara, con cara de pocos
amigos, el fornido Sergio Rocky Rolando.
El pope de la Federación Argentina de Catch (FAC) cuida
hasta el último de los detalles antes de que comience la primera pelea de la tarde
en el Club Checandone, del sur de Buenos Aires: desde el volumen de los
parlantes hasta la elasticidad de las cuerdas que marcan las fronteras del
ring. En las gradas, improvisadas en la canchita de futbol 5, una jauría de
pibes pelea por un lugar junto al cuadrilátero. “Vine con mis nietos. Me gusta
el catch desde la época de Titanes en el Ring, en los 60 mi viejo tenía la
única tele blanco y negro del barrio, y se juntaban todos los vecinos en casa a
ver las peleas”, confiesa Mirtha, emperifollada de gala para el evento. No muy
lejos, Rocky Rolando se baña en Off para combatir la marabunta de mosquitos que
invade Villa Domínico. Ya suena un inoxidable clásico del filme de su tocayo
Balboa. Rolando se calza una campera adornada con tiras de cuero y un gorro
oscuro haciendo juego. Sube, toma el micrófono, traga saliva y agita a la masa:
“¿¡Quieren ver lucha!?”. Le responde el grito ensordecedor de los chicos de
Domínico. El gladiador eleva los brazos al cielo y dice: “¡Bienvenidos a la
magia del catch!”.
Mitologías
En los años 50, el semiólogo Roland Barthes decía que la
virtud del catch radicaba en ser un espectáculo excesivo, que abrigaba un
énfasis semejante al de los teatros antiguos. Ese universo que llegó hace
décadas a estos pagos con el nombre de catch
as catch can enfrenta en combates desiguales al deporte y el show business; la batalla primal del
bien contra el mal y el glamour mediatizado; la transpiración del gimnasio y la
sutil interpretación actoral; los millones que mueven las troupes del norte del continente frente al ring destartalado de un
club barrial del Conurbano; el recuerdo nostálgico de los héroes de la infancia
y el presente inverosímil de banales culturistas que parecen sacados de un videogame.
“El catch en Argentina revive por temporadas. Fíjese que
100% Lucha fue un éxito tremendo hace unos cinco o seis años y ahora ni figura.
Este rubro tiene esas cosas raras, no es constante. Eso sí, tiene mucha
historia”, asegura Rocky, mientras la Tortuga Ninja y el Payaso Torombolo hacen
su ingreso estelar. La primera justa es en versión australiana: cuatro hombres,
dos contra dos. Sus retadores llegan del Lejano Oriente: el calvo Faraón Malif
Anum y el Sheik del Sahara.
Rocky Rolando lleva más de 30 años dando cátedra en la sede
de la FAC, frente al Parque Chacabuco. Es un hombre con mil y una batallas.
Arrancó en el mítico Titanes, donde le puso el cuerpo a Mister Moto, el
Centauro Moderno. “Era muy pibe, había que bancarse los golpes de los
veteranos. El que más aguantaba, se ganaba un lugar”, infla el pecho. Sobre el
ring, el Faraón madruga a la Tortuga con una patada voladora.
¡Es una lucha!
La leyenda dice que por la década del 30 llegó a estas
pampas un grupo de bravos luchadores comandados por un conde polaco llamado
Karol Nowina. Ni lento ni perezoso, el conde trabó amistad con Pepe Lectoure.
Juntos cranearon el primer campeonato argentino. Entre bailes de carnaval
amenizados por la Orquesta Guardia Vieja y las veladas de box, los catchers
comenzaron a ganarse su espacio en el Luna Park. Los combates eran bastante
violentos: el cuadrilátero semejaba un matadero. “Acá nadie hace que se pega.
Acá se pelea en serio”, asevera Rocky. Sobre el ring, el Hombre Araña arremete
con patadas fulminantes que moldean las costillas del enmascarado Guerrillero.
La receta del catch apto para todo público que nace con
Titanes en el Ring es la fórmula a la que las troupes locales le siguen pasando
el plumero. “Pero ojo -se ataja Rolando-, a mí no me gustaba la última etapa
del ciclo, que exponía a gente grande, fuera de estado. Ahí me decidí a
arrancar como productor”. Su hija Luana lo asiste en sus shows: “Es como ser
hija de un súper héroe retirado. Ahora papá casi no sube al ring, conoce sus
límites”.
A diferencia de las versiones hardcore de Estados Unidos y México, los enfrentamientos locales
todavía guardan ciertas reticencias con las opciones de lucha extrema. “Los
mexicanos son muy bravos, y si no les pegás, se enojan. En un combate contra el
Santo, un famoso luchador de allá, el tipo de arranque me metió una patada que
casi me saca los pulmones. Ahí nomás, me calenté, lo levanté como un papelito y
lo tiré afuera del ring. Puede creer que después se acercó y me dijo: ‘Bien,
gringo’. Y yo le respondí: ‘Yo soy argentino, gringos son los yanquis’. El Santo
se pensó que iba a arrugar”, recuerda Rocky.
La batalla de Villa
Domínico
Sobre el ring desfilan el acrobático Señor de los Cielos; el
chef francés Kave y su palo de amasar; Adriano, el pastor evangélico brasileño;
Herco Wisky, el pibe fiestero; y el engreído español Don Diego. “Todos
personajes que salen de la cabeza de Rocky. El tipo te escanea, charla con vos
y te marca un rol. Es como la tarea de un escritor”, arriesga Ariel, un pupilo
de Rolando que le pone el cuerpo al fiero Pablo Chacal Gaviria.
Más allá de la ficción, sobre el cuadrilátero llegó la hora
de la verdad. El Arcángel defiende su título frente a un retador dominicano de
músculo y panza generosos. Tras un buen arranque del campeón, el caribeño
bailotea y responde con cortitos y un inoxidable tackle al cuello. El Arcángel
agoniza. La lucha parece definida, pero de repente, la hecatombe, la debacle
total: una docena de gladiadores muestra sus destrezas en un todos contra
todos. Rolando hace valer su peso pesado y cierra la batahola general a fuerza
de piñas y patadas. Al fin, el Arcángel retiene la corona de milagro.
Luego de las fotos con sus fanáticos, los luchadores se
arremangan y comienzan a desarmar el esqueleto del ring, antes de que caiga la
noche en Domínico. La lucha continúa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario