lunes, 12 de junio de 2017

Sombras nada más

Una puerta mal cerrada


Fragmentos del prólogo de la antología Una melancolía optimista de Luis García Montero, publicada por la colección Agua Ardiente de Plural, que será presentada en La Paz este lunes 12 de junio.  



Gabriel Chávez Casazola 

La poesía es inútil, sólo sirve / para cortarle la cabeza a un rey / o para seducir a una muchacha, apunta Luis García Montero (Granada, España, 1958) y reivindica así el carácter felizmente inservible de este oficio para propósitos utilitarios, esos que el mercado espera de las cosas y de las personas para asignarles un valor, pero a la vez aquellos que harían de la poesía una mera herramienta al servicio de otras causas. Sin embargo, como al pasar, el poeta deja dicho también que la poesía no levita en un nimbo irreal de pureza e imposibilidad: la propone eficaz para dos quehaceres humanos no menores: descabezar y seducir.  
Ese “descabezar” podría prestarse a interpretaciones asaz utilitarias, mas queda claro en la obra y pensamiento de García Montero que se refiere a la posibilidad de hacer prevalecer la propia conciencia sobre la verdad coronada; esto es, a descabezar en nosotros mismos la autoridad de que se envisten discursos y poderes que solemos aceptar de forma pasiva. En este sentido, la poesía -escribirla, leerla- sería una invitación a pensar, puesto que, como afirma en su ensayo “El oficio (Poesía y conciencia)”:
(…) el poeta representa a cualquier ser humano que pretende ser dueño de sus propias opiniones. Cuando alguien es capaz de pasar unas horas, un día entero, detrás de una palabra precisa, además de cumplir una tarea, asume un valor inseparable de su oficio: la necesidad de pensar lo que dice, de hacerse responsable de su voz (…)  El peligro de confundir la espontaneidad con la verdad es una de las primeras lecciones que enseña la poesía. Aclarémoslo una vez más: la poesía más sincera, frente a lo que se empeñan en demostrar los simples charlatanes, no es un discurso espontáneo, un desahogo biográfico, algo que sale del corazón como un vómito. El oficio implica artesanía, toma de decisiones sobre las palabras, voluntad de conciencia, disposición de tiempo para mirar y esperar”. 
Oficio y artesanía, dos “palabras trasnochadas” y “difíciles de reivindicar” -así las llama en ese mismo ensayo-, resultan recurrentes en sus textos y entrevistas: “son palabras que necesito para explicar la dedicación a la poesía, una dedicación que ha unido mi trabajo y mi tiempo de ocio, la butaca más solitaria de mi casa y las calles más concurridas. (…)
El oficio apunta a la artesanía como relato humano, como herencia: un saber aprendido a lo largo de los años y gracias a los antepasados. La vocación supone una apuesta clara de vínculo social a través del oficio, y no porque los compromisos externos invadan el ámbito propio, sino porque la inquietud personal necesita abrirse, desarrollarse, romper la frontera entre lo privado y lo público, salir de casa”.
Precisamente su poesía es un relato humano (ni ejercicio narcisista ni artificio críptico, como tanta otra) que apuesta por salir de casa a buscar un lector, una lectora en las calles de la urbe o las fronteras del mundo, pues el poeta es ciudadano en la multitud -una persona como cualquier otra: Mi nombre es Luis, / soy español, / vivo en Madrid, / en el número uno, calle Larra, / me dice usted la hora, por favor- aunque también un viajero solitario (y, por tanto, libre) -soledad, libertad, / dos palabras que suelen apoyarse / en los hombros heridos del viajero- cuyo equipaje es el poema: “La poesía nos ayuda a interpelar nuestra identidad y el orden de las cosas si la acompañamos hasta el otro lado de las cosas. Ese es el equipaje de un oficio que se encarna en la conciencia increpante del poeta: ‘Tal vez nos vamos de nosotros mismos, pero queda casi siempre una puerta mal cerrada’”.
Una puerta mal cerrada “por la que mirar hacia dentro” de la realidad; “dentro de ella y de nosotros mismos”, poeta y lectores. Pues, como anotaba antes, la poesía de García Montero va siempre en pos del otro, de los otros nosotros. Musita una confesión, abre un diálogo íntimo, instaura una complicidad. Por eso, después de leerla nos queda la impresión de haber terminado de conversar confiadamente con alguien cercano, de haberle entendido y de haber sido entendidos. Son los suyos poemas que relatan y que, a la vez, no sabemos del todo cómo, escuchan. Tal vez en esa capacidad de silencioso -y a la par elocuente- diálogo resida el secreto del alcance de su poética, que toca, que conmueve no solamente a ilustrados habitués del género sino a personas comunes y corrientes a las que tiene algo que decirles. Y además algo relevante, revelador en su cotidianeidad, en su aparente simpleza.
Escribo “aparente” ya que, en realidad, nada hay más complejo que alcanzar la simplicidad en poesía. El recurso encontrado por Luis García Montero y los otros autores de la poesía de la experiencia -nacida en España en los años 80 del siglo XX y cuya influencia, no exenta de polémica, irradia hasta hoy a sucesivas generaciones de poetas de habla hispana que la reinventan-, es el de tratar a la poesía como un género de ficción, no demasiado distante de la narrativa (que al fin y al cabo es hija de la poesía, como tantos otros géneros). 
(…) Esta manera, a la par tan clásica y tan contemporánea, de comprender la verdad poética -que además, de tal modo, se abre al conocimiento del tú desde el yo y al hacerlo redescubre el yo para sí mismo, pero también viceversa-, puede ser otra de las claves de la resonancia de la poesía de García Montero en España y, con sorprendente vigor, en Latinoamérica, donde muchos autores nos sentimos tributarios de su obra.
Hablamos de una poesía -volvamos aquí al principio- capaz de descabezar y seducir. No crea el lector que hemos extraviado en el camino de estas líneas ese último verbo. La seducción es indispensable para instalar aquella complicidad de la que hablábamos, ese puente al tú esencial del que hablaba Antonio Machado. Ese tú esencial, ese cómplice, suele ser, dentro de la verdad ficcional de su poesía, una mujer. De esta manera no solo reivindica y renueva la lírica amatoria, encarnándola en la vida urbana y cotidiana de fines del siglo XX y principios del siglo XXI, sino que nos recuerda que la poesía y sus lectores no podemos quedarnos en la solitaria libertad del viaje, con su melancolía, sin arribar a un puerto ajeno, a un futuro posible compartido (…)
Una melancolía optimista, ha querido titular Luis García Montero esta antología personal, el primer título suyo que se publica en Bolivia, en la colección Agua Ardiente de Plural Editores. Solo queda desear que este libro llame a muchas puertas, abra muchas conversaciones íntimas, conmueva, en su sentido más hondo, a muchos lectores, y que la poesía de García Montero siga trayéndonos, como hasta ahora, dignas noticias de la vida. 


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