Una puerta mal cerrada
Fragmentos del prólogo de la antología Una melancolía optimista de Luis García Montero, publicada por la colección Agua Ardiente de Plural, que será presentada en La Paz este lunes 12 de junio.
Gabriel Chávez Casazola
La poesía es inútil, sólo sirve / para cortarle la cabeza a un rey / o
para seducir a una muchacha, apunta Luis
García Montero (Granada, España, 1958) y reivindica así el carácter felizmente
inservible de este oficio para propósitos utilitarios, esos que el mercado
espera de las cosas y de las personas para asignarles un valor, pero a la vez aquellos
que harían de la poesía una mera herramienta al servicio de otras causas. Sin
embargo, como al pasar, el poeta deja dicho también que la poesía no levita en
un nimbo irreal de pureza e imposibilidad: la propone eficaz para dos
quehaceres humanos no menores: descabezar y seducir.
Ese “descabezar” podría prestarse a interpretaciones
asaz utilitarias, mas queda claro en la obra y pensamiento de García Montero
que se refiere a la posibilidad de hacer prevalecer la propia conciencia sobre
la verdad coronada; esto es, a descabezar en nosotros mismos la autoridad de que
se envisten discursos y poderes que solemos aceptar de forma pasiva. En este
sentido, la poesía -escribirla, leerla- sería una invitación a pensar, puesto
que, como afirma en su ensayo “El oficio (Poesía y conciencia)”:
“(…) el poeta representa a cualquier
ser humano que pretende ser dueño de sus propias opiniones. Cuando alguien es
capaz de pasar unas horas, un día entero, detrás de una palabra precisa, además
de cumplir una tarea, asume un valor inseparable de su oficio: la necesidad de
pensar lo que dice, de hacerse responsable de su voz (…) El peligro de confundir la espontaneidad con
la verdad es una de las primeras lecciones que enseña la poesía. Aclarémoslo
una vez más: la poesía más sincera, frente a lo que se empeñan en demostrar los
simples charlatanes, no es un discurso espontáneo, un desahogo biográfico, algo
que sale del corazón como un vómito. El oficio implica artesanía, toma de
decisiones sobre las palabras, voluntad de conciencia, disposición de tiempo
para mirar y esperar”.
Oficio y artesanía, dos “palabras trasnochadas” y
“difíciles de reivindicar” -así las llama en ese mismo ensayo-, resultan recurrentes
en sus textos y entrevistas: “son palabras que necesito para explicar la
dedicación a la poesía, una dedicación que ha unido mi trabajo y mi tiempo de
ocio, la butaca más solitaria de mi casa y las calles más concurridas. (…)
El oficio apunta a la artesanía como relato humano,
como herencia: un saber aprendido a lo largo de los años y gracias a los
antepasados. La vocación supone una apuesta clara de vínculo social a través
del oficio, y no porque los compromisos externos invadan el ámbito propio, sino
porque la inquietud personal necesita abrirse, desarrollarse, romper la
frontera entre lo privado y lo público, salir de casa”.
Precisamente su poesía es un relato humano (ni ejercicio narcisista ni artificio críptico, como
tanta otra) que apuesta por salir de casa a buscar un lector, una lectora en
las calles de la urbe o las fronteras del mundo, pues el poeta es ciudadano en
la multitud -una persona como cualquier otra: Mi nombre es Luis, / soy español, / vivo en Madrid, / en el número uno,
calle Larra, / me dice usted la hora, por favor- aunque también un viajero
solitario (y, por tanto, libre) -soledad,
libertad, / dos palabras que suelen apoyarse / en los hombros heridos del
viajero- cuyo equipaje es el poema: “La poesía nos ayuda a interpelar
nuestra identidad y el orden de las cosas si la acompañamos hasta
el otro lado de las cosas. Ese es el equipaje de un oficio que se
encarna en la conciencia increpante del poeta: ‘Tal vez nos vamos de nosotros
mismos, pero queda casi siempre una puerta mal cerrada’”.
Una puerta mal cerrada “por la
que mirar hacia dentro” de la realidad; “dentro de ella y de nosotros mismos”,
poeta y lectores. Pues, como anotaba antes, la poesía de García Montero va
siempre en pos del otro, de los otros nosotros. Musita una confesión, abre un
diálogo íntimo, instaura una complicidad. Por eso, después de leerla nos queda
la impresión de haber terminado de conversar confiadamente con alguien cercano,
de haberle entendido y de haber sido entendidos. Son los suyos poemas que
relatan y que, a la vez, no sabemos del todo cómo, escuchan. Tal vez en esa
capacidad de silencioso -y a la par elocuente- diálogo resida el secreto del
alcance de su poética, que toca, que conmueve no solamente a ilustrados habitués del género sino a personas
comunes y corrientes a las que tiene algo que decirles. Y además algo
relevante, revelador en su cotidianeidad, en su aparente simpleza.
Escribo
“aparente” ya que, en realidad, nada hay más complejo que alcanzar la
simplicidad en poesía. El recurso encontrado por Luis García Montero y los
otros autores de la poesía de la experiencia -nacida en España en los años 80 del
siglo XX y cuya influencia, no exenta de polémica, irradia hasta hoy a sucesivas
generaciones de poetas de habla hispana que la reinventan-, es el de tratar a
la poesía como un género de ficción, no demasiado distante de la narrativa (que
al fin y al cabo es hija de la poesía, como tantos otros géneros).
(…)
Esta manera, a la par tan clásica y tan contemporánea, de comprender la verdad
poética -que además, de tal modo, se abre al conocimiento del tú desde el yo y
al hacerlo redescubre el yo para sí mismo, pero
también viceversa-, puede ser otra de las claves de la resonancia de la
poesía de García Montero en España y, con sorprendente vigor, en Latinoamérica,
donde muchos autores nos sentimos tributarios de su obra.
Hablamos
de una poesía -volvamos aquí al principio- capaz de descabezar y seducir. No crea
el lector que hemos extraviado en el camino de estas líneas ese último verbo.
La seducción es indispensable para instalar aquella complicidad de la que
hablábamos, ese puente al tú esencial
del que hablaba Antonio Machado. Ese tú esencial, ese cómplice, suele ser,
dentro de la verdad ficcional de su poesía, una mujer. De esta manera no solo
reivindica y renueva la lírica amatoria, encarnándola en la vida urbana y
cotidiana de fines del siglo XX y principios del siglo XXI, sino que nos
recuerda que la poesía y sus lectores no podemos quedarnos en la solitaria
libertad del viaje, con su melancolía, sin arribar a un puerto ajeno, a un
futuro posible compartido (…)
Una melancolía optimista, ha
querido titular Luis García Montero esta antología personal, el primer título
suyo que se publica en Bolivia, en la colección Agua Ardiente de Plural
Editores. Solo queda desear que este libro llame a muchas puertas, abra muchas
conversaciones íntimas, conmueva, en su sentido más hondo, a muchos lectores, y
que la poesía de García Montero siga trayéndonos, como hasta ahora, dignas noticias
de la vida.
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