domingo, 18 de junio de 2017

ALTIplaneando

Ese obscuro objeto del deseo


La cultura y el arte en la sociedad actual, o mejor, en el imaginario, en las preferencias y priorizaciones de quienes ostentan el poder (al menos cierto poder de decisión) en la sociedad actual.



Edwin Guzmán Ortiz 

Aun no se ha terminado de valorizar el rol que cumplen los espacios culturales en los procesos de desarrollo del país. Artistas, intelectuales, culturólogos, gestores culturales y algunas instituciones del rubro se han ocupado de este delicado tema, pero todavía no con el impacto necesario, y con limitada incidencia en el conjunto de la sociedad.
De este modo, todavía prevalece una concepción instrumental del arte y la cultura, como un negocio a secas, algo que en términos generales no pasa de ser un adorno, un “inteligente motivo” de distinción social, un hobby… en fin, incluso, algo finalmente prescindible. Claro, frente a las profesiones liberales y la avidez del aparato institucional, el arte es un agente superfluo y con frecuencia incómodo.
Una comprensión integral del desarrollo reconoce un lugar expectable al arte y la cultura en la historia de los pueblos. Es más, los asume como articuladores multidimensionales de la sociedad, como el rostro que otorga identidad y expresa los valores y fundamentos más profundos, traduciendo el ethos de la sociedad. Un arte y una cultura, en su más democrática comprensión, donde la manifestación de todas las identidades estéticas halle el espacio necesario para expresarse y reconocerse.
La comprensión del arte como un fenómeno autónomo tiende a crear la idea de un espacio cerrado en el que subsiste simplemente a través de prácticas solipsistas. En ese marco, sería un fenómeno elitesco, irreductible a una mayor población de receptores. La difusión del arte es una tarea que compromete a todo espíritu inteligente; de un arte que sea disfrutado por todos, sin diferencias ni jerarquías, hecho que por supuesto supone educación y fomento permanentes. 
Su amplitud y poder de irradiación atraviesa la ciencia, la religión, las humanidades, las instituciones y la vida social en su más compleja y gravitante existencia. Habrá de saberse, ¿cuánto ha iluminado la Comedia humana de Balzac en el pensamiento de Marx, abriéndole los ojos a la lectura de la realidad social del capitalismo bisoño de la época?
En el caso de Freud, no son ajenos los estudios que revelan la incidencia que tuvieron las tragedias griegas y la novela en sus investigaciones sobre las emociones y la teoría  del inconsciente. Ernesto Sabato ha fluctuado creativamente entre la física contemporánea y la novela psicológica. Foucault y Zizek no dejaron de navegar en su nave filosófica sobre las aguas generosas de una amplia textualidad literaria, enriqueciendo sus argumentos, abriendo nuevos hiatos, recreando los sentidos, incidiendo en la comprensión de otras dimensiones infrecuentes del análisis filosófico, y dotando a su discurso del don elucidatorio de la visión literaria.
Esta referencia es apenas una pincelada a lo que puede al arte, desde la literatura, en el desarrollo del pensamiento, y, ¡cuándo no!, como aparato crítico de briosos escalpelos.   
Ya Pierre Bordieu había rebasado la comprensión reduccionista del capital, en términos exclusivamente económicos. Otros capitales, como el simbólico, contribuyen además a la configuración de campos que hacen a la dinámica de relaciones de poder que estructuran la sociedad. En Bolivia, ¿qué incidencia tiene el campo intelectual, frente al campo político y económico, en la construcción de nuestra historia contemporánea?
Bolivia acusa los últimos años un crecimiento notable en el desarrollo de la actividad intelectual y literaria. La presencia de pensadores políticos y sociales de marca mundial es una constante en la escena pública, ergo: algo nuevo se agita en el imaginario y el pensamiento bolivianos. Asimismo, es un escenario permanente de eventos literarios, nacionales e internacionales. Encuentros de poetas, narradores, ferias de libro dan cabida a la presencia de prestigiosos poetas, escritores e intelectuales de diferente procedencia. Como nunca antes, lecturas, el diálogo y la interacción crítica han puesto en escena un cúmulo de temas que además de ponderar el hecho literario han sido y son cauces de elucidación temática y problemática a partir de un múltiples de obras.
Se suma a esta realidad el crecimiento editorial en el que tienen cabida nuevos poetas, narradores y géneros afines, como los cómics, rebasando las iniciativas tradicionales y la situación cultural del pasado. Una nueva pléyade de escritores y escritoras bolivianos emerge con reconocimiento internacional. Obras que, por supuesto, requieren opinión y crítica, que buscan ser difundidas y promocionadas; en fin, que demandan plataformas de lanzamiento y acercamiento con el público lector. Aquí cabe recordar aquella premisa de que la literatura halla su feliz consumación en el acto de la lectura; a propósito, metafóricamente, Borges señalaba “el sabor de la manzana no está en el fruto, sino en el contacto del fruto con el paladar”.  
No siempre ha sido optimista la opinión acerca del crecimiento de los lectores en nuestra sociedad, ahora incluso, con la francachela de las redes sociales. Sin embargo, precisamente las ferias y una apreciación general evidencia que si bien no es posible hablar de un crecimiento integral de este peligroso y excitante hábito, al menos se reconoce que hay grupos y colectivos -felizmente jóvenes- que gozan de esta práctica gratificante. No solo lectores monotemáticos -claro indicador de cambio cualitativo-, muchos redimensionando su pensamiento social y político a través de la lectura de poesía, novela y ensayo, lo que por supuesto contrasta con el expertiz tradicional de la política que pulula en los media, orondo, monocorde y unidimensional. Como si no tuviéramos una tradición de la más respetable con Franz Tamayo, Carlos Medinaceli, Augusto Céspedes,  Marcelo Quiroga San Cruz, René Zavaleta Mercado… que jamás dejaron de pensar al margen de ese background creativo que acompañó su vida y su obra.
Esa vieja y consumada pregunta de ¿para qué sirve la literatura?, podría tener su correlato en otra acaso impopular: ¿para qué sirve el fútbol?, o pretenciosa: ¿para qué sirven los gimnasios que trabajan cuerpos esculturales de personas que no tienen nada que decir?   

Esta realidad insomne, esa lluvia saludable que fecunda lo cotidiano, esos pedazos de historia que nos aluden, esa enfermedad de la perfección tienen el mérito de arrastrar esas viejas palabras que nos desbaratan y nos construyen. De palabras que -como los viejos juglares y los bailes del carnaval- requieren de escenarios para lanzarse a la exploración de la verdad, como decía el inolvidable Kafka.

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