Ese obscuro objeto del deseo
La cultura y el arte en la sociedad actual, o mejor, en el imaginario, en las preferencias y priorizaciones de quienes ostentan el poder (al menos cierto poder de decisión) en la sociedad actual.
Edwin Guzmán Ortiz
Aun
no se ha terminado de valorizar el rol que cumplen los espacios culturales en
los procesos de desarrollo del país. Artistas, intelectuales, culturólogos,
gestores culturales y algunas instituciones del rubro se han ocupado de este
delicado tema, pero todavía no con el impacto necesario, y con limitada
incidencia en el conjunto de la sociedad.
De
este modo, todavía prevalece una concepción instrumental del arte y la cultura,
como un negocio a secas, algo que en términos generales no pasa de ser un
adorno, un “inteligente motivo” de distinción social, un hobby… en fin,
incluso, algo finalmente prescindible. Claro, frente a las profesiones
liberales y la avidez del aparato institucional, el arte es un agente superfluo
y con frecuencia incómodo.
Una
comprensión integral del desarrollo reconoce un lugar expectable al arte y la
cultura en la historia de los pueblos. Es más, los asume como articuladores
multidimensionales de la sociedad, como el rostro que otorga identidad y
expresa los valores y fundamentos más profundos, traduciendo el ethos de la sociedad. Un arte y una
cultura, en su más democrática comprensión, donde la manifestación de todas las
identidades estéticas halle el espacio necesario para expresarse y reconocerse.
La
comprensión del arte como un fenómeno autónomo tiende a crear la idea de un
espacio cerrado en el que subsiste simplemente a través de prácticas
solipsistas. En ese marco, sería un fenómeno elitesco, irreductible a una mayor
población de receptores. La difusión del arte es una tarea que compromete a
todo espíritu inteligente; de un arte que sea disfrutado por todos, sin
diferencias ni jerarquías, hecho que por supuesto supone educación y fomento
permanentes.
Su
amplitud y poder de irradiación atraviesa la ciencia, la religión, las
humanidades, las instituciones y la vida social en su más compleja y gravitante
existencia. Habrá de saberse, ¿cuánto ha iluminado la Comedia humana de Balzac en el pensamiento de Marx, abriéndole los
ojos a la lectura de la realidad social del capitalismo bisoño de la época?
En
el caso de Freud, no son ajenos los estudios que revelan la incidencia que
tuvieron las tragedias griegas y la novela en sus investigaciones sobre las
emociones y la teoría del inconsciente.
Ernesto Sabato ha fluctuado creativamente entre la física contemporánea y la
novela psicológica. Foucault y Zizek no dejaron de navegar en su nave
filosófica sobre las aguas generosas de una amplia textualidad literaria,
enriqueciendo sus argumentos, abriendo nuevos hiatos, recreando los sentidos,
incidiendo en la comprensión de otras dimensiones infrecuentes del análisis
filosófico, y dotando a su discurso del don elucidatorio de la visión
literaria.
Esta
referencia es apenas una pincelada a lo que puede al arte, desde la literatura,
en el desarrollo del pensamiento, y, ¡cuándo no!, como aparato crítico de
briosos escalpelos.
Ya
Pierre Bordieu había rebasado la comprensión reduccionista del capital, en
términos exclusivamente económicos. Otros capitales, como el simbólico,
contribuyen además a la configuración de campos que hacen a la dinámica de
relaciones de poder que estructuran la sociedad. En Bolivia, ¿qué incidencia
tiene el campo intelectual, frente al campo político y económico, en la
construcción de nuestra historia contemporánea?
Bolivia
acusa los últimos años un crecimiento notable en el desarrollo de la actividad
intelectual y literaria. La presencia de pensadores políticos y sociales de
marca mundial es una constante en la escena pública, ergo: algo nuevo se agita
en el imaginario y el pensamiento bolivianos. Asimismo, es un escenario
permanente de eventos literarios, nacionales e internacionales. Encuentros de
poetas, narradores, ferias de libro dan cabida a la presencia de prestigiosos
poetas, escritores e intelectuales de diferente procedencia. Como nunca antes, lecturas,
el diálogo y la interacción crítica han puesto en escena un cúmulo de temas que
además de ponderar el hecho literario han sido y son cauces de elucidación
temática y problemática a partir de un múltiples de obras.
Se
suma a esta realidad el crecimiento editorial en el que tienen cabida nuevos
poetas, narradores y géneros afines, como los cómics, rebasando las iniciativas
tradicionales y la situación cultural del pasado. Una nueva pléyade de
escritores y escritoras bolivianos emerge con reconocimiento internacional.
Obras que, por supuesto, requieren opinión y crítica, que buscan ser difundidas
y promocionadas; en fin, que demandan plataformas de lanzamiento y acercamiento
con el público lector. Aquí cabe recordar aquella premisa de que la literatura
halla su feliz consumación en el acto de la lectura; a propósito,
metafóricamente, Borges señalaba “el
sabor de la manzana no está en el fruto, sino en el contacto del fruto con el
paladar”.
No
siempre ha sido optimista la opinión acerca del crecimiento de los lectores en
nuestra sociedad, ahora incluso, con la francachela de las redes sociales. Sin
embargo, precisamente las ferias y una apreciación general evidencia que si
bien no es posible hablar de un crecimiento integral de este peligroso y excitante
hábito, al menos se reconoce que hay grupos y colectivos -felizmente jóvenes-
que gozan de esta práctica gratificante. No solo lectores monotemáticos -claro
indicador de cambio cualitativo-, muchos redimensionando su pensamiento social
y político a través de la lectura de poesía, novela y ensayo, lo que por
supuesto contrasta con el expertiz tradicional de la política que pulula en los
media, orondo, monocorde y unidimensional. Como si no tuviéramos una tradición
de la más respetable con Franz Tamayo, Carlos Medinaceli, Augusto Céspedes, Marcelo Quiroga San Cruz, René Zavaleta
Mercado… que jamás dejaron de pensar al margen de ese background creativo que acompañó su vida y su obra.
Esa
vieja y consumada pregunta de ¿para qué sirve la literatura?, podría tener su
correlato en otra acaso impopular: ¿para qué sirve el fútbol?, o pretenciosa:
¿para qué sirven los gimnasios que trabajan cuerpos esculturales de personas
que no tienen nada que decir?
Esta
realidad insomne, esa lluvia saludable que fecunda lo cotidiano, esos pedazos
de historia que nos aluden, esa enfermedad de la perfección tienen el mérito de
arrastrar esas viejas palabras que nos desbaratan y nos construyen. De palabras
que -como los viejos juglares y los bailes del carnaval- requieren de
escenarios para lanzarse a la exploración de la verdad, como decía el
inolvidable Kafka.
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