Tres poemas chinos
La poesía china y la traducción, en general, fueron dos ejes capitales de esta columna. A modo de despedirse, y además de unos párrafos con una despedida explícita, el autor nos regala tres poemas por él traducidos.
Juan Cristóbal MacLean E.
Re traducidos de las versiones al inglés de Kenneth Rexroth, los dos
primeros son de la poeta china Sun Yün-Feng (1764-1814) y el último de Du Fu
(712-770).
Pasando por Chang-Te
El viaje del año pasado quise este lugar.
Hoy me gusta volver aquí.
El mercado de pescado se sumerge
en azules sombras.
Veo elevarse el humo del té
desde el techo de paja
de una posada.
Las arenas del río y sus playas
se hunden en la blanca luna.
Los juncos de la orilla
aguardan verdes primaveras.
Pasa un poema dentro mío.
Hago parar un rato
el carruaje.
-
Yendo por los cerros
Viajo llena de añoranza
por culpa del Viento del Oeste
y con la polvareda de mi carro que se eleva
hacia las nubes del poniente
cuando ya zumban las últimas cigarras
entre las hojas amarillas.
Al ponerse el sol la sombra de un hombre
se agranda como un cerro.
Uno a uno los pájaros se esfuman.
Voy vagando sin dirección
Y nunca voy a casa.
Me detengo ante un arroyo y envidio al pescador
Sentado a sus anchas en su soledad
embebido en elegantes pensamientos.
-
El palacio de la flor de jade
Se enrosca el arroyo. Susurra el viento
entre los pinos. Escurridizas ratas
sobre los mosaicos. ¿Qué príncipe, hace mucho
construyó este palacio, ahora en ruinas
junto a los peñascos? En sus negros cuartos
fantasmas de hogueras. Los destrozados empedrados
ya sólo rastros. Diez mil instrumentos
silban y rugen. La tormenta dispersa
las enrojecidas hojas del otoño.
Las muchachas que danzaron
son polvo amarillento. Desvanecidas
sus mejillas maquilladas. Idos sus carruajes
de oro y también los cortesanos. De su gloria
sólo queda un caballo de piedra.
Me siento en el pasto y empiezo un poema
pero me sobrecoge la emoción. El futuro
imperceptible se desdibuja. ¿Quién
puede decir qué traerán los años?
--
Despedida. Hados y letras
Entre
las definiciones de revistas, suplementos y afines, la de Gabriel Zaid es una
de las más prácticas y que mejor cuadra con sus efectos: que sirven para elevar
el nivel de la conversación ciudadana. Con la desaparición de LetraSiete, dicho
nivel amenaza con bajar entre sus lectores, por mucho que lo haga en un grado
mínimo y casi metafóricamente. Pero el problema no solo es de los lectores
aficionados, para algunos de los cuales, iluso imagina uno, disminuirá ahora el sabor de los domingos. El
problema, quizá mayor, es más bien para todos los que escribíamos regularmente
en el suplemento y que somos, no cabe duda, los primeros damnificados. ¿Qué haremos
ahora? ¿Nos ofrecemos en masa y otra vez gratuitamente a seguir
escribiendo/publicando en otra parte? ¿Cuál? ¿En otro país imaginario? ¿Dónde
llevamos nuestra charla?
Eso
es lo malo de los que crecimos a la sombra de periódicos, suplementos,
columnas, etc. La maldita y dichosa suerte de quienes tuvimos que entregar la
página hasta tal hora y punto. Y lo haces. No habiendo eso, quitado el
compromiso y la pequeña obligación así (auto)impuesta, que inmediatamente ya se
ponen a rondar las sombras de la pereza, la dispersión, la procrastinación.
Habrá otros, seguramente, que dirán que escribir les arde tanto que no importa,
que no pararán. En cuanto a mí concierne, debo confesar que ese no es mi caso.
Lo cierto es que escribo solamente a la fuerza, solo tras haber sorteado todos
los pequeños pretextos con que ir postergándolo, con una especie de furtiva
indisposición. Eso sí, ya puesto uno a escribir y adentrado en las líneas, de
pronto se halla cabalgando un potro veloz y arisco, al galope o a punto de
caer, pero inventando otro horizonte, recorriendo senderos que uno mismo
desconocía, sintiéndose vagabundamente cumplido al hacerlo.
En
todo caso, ¡fue muy precioso, hasta ahora, sentarse en torno a la hoguera
tipográfica! Con Rodolfo Ortiz, Omar Rocha, Gabriel Chávez, Alan Castro, Martín
Zelaya y tantos más (horror: ¡puro hombres!)…
Ahora,
apagada esta hoguera, quizá yo mismo resulto
ser el que más corre el riesgo de enfriamiento y consiguiente bajón de
temperatura, pues lo que vine haciendo en mi columna, Patio interior, en
realidad y simplemente era escribir un libro por entregas. Hasta la anterior,
todas ellas juntas y apretadas sumaban 97 páginas y media. Normalmente, con la de hoy hubieran superado
las 100 páginas. Pero la entrega de hoy no cuenta, pues ya no pertenece a la
misma serie. El tema que hubiera tocado dentro de ella (ya escrito hasta la
mitad, con el título de “Oralidad, escritura y paraíso”), hubiera sido más
árido y urgentemente necesitado de continuación, así que no convenía ponerlo.
Cabe solo despedirse.
Aparte
de esa referida dubitación personal, y tomando muy en cuenta el desastre al que
nos vemos enfrentados los antiguos escribientes de este ahora exsuplemento, no
hay nada, como de costumbre en las horas malevas, que afrontarlas con unos
latinajos. Por ejemplo este aforismo medieval:
Quod vitare nequis, audaci
suspice mente,
que es algo así como: ¡ya que jodida la cosa, con audacia piensa algo!
¿Y
tendré yo mismo entonces la audacia necesaria para seguir por mi propia cuenta,
parte a parte escribiendo ese libro, cuyo plan general y mapa estaban ya más o
menos claros?
Nada
es seguro. Sin embargo nos queda, a todos los damnificados, confiar en las
palabras de Virgilio: “Fata viam
invenient”. Es decir: Los hados encontrarán el camino. ¡Salud!
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