domingo, 4 de junio de 2017

La palabra teleférica

Desapareciendo en la neblina

El escritor despide LetraSiete y no oculta su pesimismo ante la desaparición de uno de los pocos espacios que la prensa boliviana dedica aún a la literatura.




Juan Pablo Piñeiro 

Uno de los regalos más importantes que me dio mi abuela cuando todavía estaba en este mundo fue la colección de suplementos de Presencia literaria que pudo recolectar durante los años de su publicación. Una verdadera joya. Todavía me impresiona la calidad, la profundidad y la prolijidad de aquel suplemento dirigido por Jesús Urzagasti. 
Con mucha naturalidad alternan en sus páginas colaboraciones exclusivas de escritores bolivianos y también de extranjeros. Uno puede toparse con textos maravillosos si se sienta una tarde a hurgar sus ya envejecidos números.
Como todo suplemento literario, se convirtió en una cápsula que atraviesa el tiempo, un baúl de letras que se instala en el presente fugaz de un periódico para trascender al futuro.
A lo largo de nuestra historia hemos tenido la suerte de contar con suplementos enteramente dedicados a la literatura que no solo cumplieron una labor informativa sino que además se constituyeron en espacios de encuentro y de debate.
En el siglo XXI resaltan en La Paz, las publicaciones de Fondo Negro y del El Juguete rabioso, en su primera etapa. También El Malpensante, Tendencias y Al pie de la letra. Si bien Tendencias de La Razón no es estrictamente literaria, agarró un alto vuelo cuando fue dirigida con mucha categoría por Rubén Vargas. Vuelo que se desvaneció  con su partida.
Hace un tiempo en Santa Cruz el semanario La Brújula de El Deber fue transformado en una revista cultural de publicación mensual, reduciendo a la mínima expresión el espacio destinado a la literatura en los periódicos de la capital cruceña. Solo faltaría que después se convierta en una publicación anual.
En Cochabamba está La Ramona del periódico Opinión, que si bien no es una publicación estrictamente literaria se ha convertido en un bastión cultural gracias al compromiso estoico de sus editores y muy a pesar de todos los obstáculos.
El suplemento El Duende que se publica quincenalmente en el periódico La Patria de Oruro es actualmente el referente nacional en cuanto a suplementos literarios. Primero por la cantidad de años que está en circulación y segundo porque nace del desprendimiento del ingeniero Luis Urquieta, un empresario orureño que siempre ha apostado por la cultura. El Duende se mantiene mientras otros caen y ojalá se siga manteniendo por mucho tiempo, atrincherado en el espacio que se ha ganado a puro pulso.
En Chuquisaca gozan del privilegio de contar con el suplemento Puño y letra en el periódico Correo del Sur. Este suplemento está dirigido por Alex Aillón y es un esfuerzo notable por mantener un escaparate literario en la capital del país. Por lo menos en la capital.
En La Paz, en cambio, estamos fritos. Contábamos todos estos años con LetraSiete, dirigido con mucha dedicación por Martín Zelaya. Lamentablemente hace poco nos informaron que el periódico Página Siete tomó la decisión de que este suplemento sea asimilado por una revista semanal que incluya todas las publicaciones dominicales. No dudo de que las razones de los directivos del periódico son comprensibles, y es que con la masificación del internet los diarios impresos alrededor del mundo han enfrentado diversas crisis y se han visto en la necesidad de reinventarse o desaparecer. Así nomás es.
Sin embargo, el hecho de que el suplemento LetraSiete sea asimilado por una revista semanal (a pesar de que prometieron el mismo número de páginas) hará que pierda su autonomía y su carácter literario. Después de un tiempo, con seguridad terminará diluido para dar paso a otro tipo de noticias.
Cuando nos comunicaron esta triste noticia, algunos escritores sugirieron enviar una carta firmada por la mayor cantidad de personas relacionadas a la literatura, para pedir que se reconsidere esta decisión. A pesar de que firmaré esta carta y estoy de acuerdo plenamente con lo que expone, me temo que soy un poco más pesimista y no creo que la carta funcione. Soy pesimista porque sé que este no es un hecho aislado. Las cosas en el mundo están así, y en nuestro país están mucho peor. ¿Cuántos bolivianos leerán más de un libro de literatura al año? Ojalá nunca hagan una encuesta seria al respecto porque seguro necesitaremos muchos años para salir de la depresión.
El otro día estaba escuchando al responsable de un plan de lectura del gobierno y casi me caigo de la silla cuando dijo que la gente lee mucho más de lo que se piensa. Explicó que gracias a las redes sociales, uno siempre está escribiendo y leyendo. Al principio me entró una descontrolada indignación porque alguien que supuestamente tiene la tarea de promover la lectura de libros nos venga a decir semejante cosa, pero después me di cuenta de que tiene razón. Creo que a eso es a lo único que podemos aspirar por el momento, a que por lo menos no nos olvidemos del lenguaje escrito como instrumento de comunicación.
Seguramente después vendrá toda esa historia de que uno lee para aprender cosas, para conocer otros lugares o para ser más culto. Justificando que en las ferias del libro se vendan textos técnicos de ingeniería, de medicina y hasta de decoración del hogar. Si uno lee por estas razones tranquilamente puede recurrir al internet y evitarse la fatiga de abrir un libro.
Nadie me quita de la cabeza el temor de que más temprano que tarde se producirá un “genocidio” de la información virtual, un webcidio. Cualquier día de estos las grandes corporaciones nos pedirán un pago para ingresar a nuestras cuentas personales. Secuestrarán nuestra información y la información del mundo. Y si algo así no ocurre seguramente un desastre natural o un atentado harán que desparezca de un golpe todo lo que hemos almacenado en el internet.
Entonces quedarán los libros, como células independientes que envejecen y se transforman junto al mundo. Y entenderemos que al leer un libro no solo nos estamos informando o conociendo. Estamos transformándonos en otro para encontrar en ese otro, lo que en verdad somos. Es decir estamos aprendiendo a comprender. Y para mi ese es el regalo de la literatura.

Por el momento me despido de este suplemento, agradeciendo la oportunidad de participar en él y felicitando a Martín Zelaya por su gran trabajo. Mi columna se llamaba hasta hoy La palabra teleférica. Estos días vi varias fotos de cabinas del teleférico desapareciendo en la neblina. Por algo será. 

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