Tamayo pudo ser Choquehuanca, Choquehuanca no pudo ser Tamayo
Una reflexión en torno a la revelación de los orígenes de Franz Tamayo.
Lupe Cajías
En el suplemento cultural “Semana” de Última Hora, en abril
de 1979, Mariano Baptista publicó una entrevista que tuvo el efecto de una
bomba silenciosa en los círculos literarios paceños: el gran Franz Tamayo -símbolo
del apogeo poético en la sede de gobierno- era hijo de indígenas.
Era conocido que Franz (Francisco) era el vástago mimado del
político y culto paceñísimo Isaac Tamayo y de una indígena del altiplano. La
novedad era conocer que también el padre, anónimo, era otro indígena de las
fincas de la familia Tamayo a orillas del Titicaca.
El “final inesperado” a los años de investigación del
periodista, historiador y biógrafo sobre la vida y la obra de Tamayo provocó la
protesta de la familia Tamayo. Hace poco, Baptista Gumucio reedito el libro Yo fui el orgullo (Plural, 2015)
incluyendo la entrevista mentada.
Isaac Tamayo era terrateniente y miembro del Partido
Conservador, el cual junto con el Partido Liberal, marcó el inicio de una época
distanciada de las primeras décadas caudillistas y militaristas de Bolivia.
Al mismo tiempo, participó en grupos de intelectuales que
debatían el futuro de ese país que no lograba ser nación y el llamado “asunto
indígena” que despertaba pasiones y polémicas en un contexto positivista y a la
vez de redescubrimiento de lo originario como base del orgullo nacional en
México, Guatemala, Perú y Bolivia.
Tamayo era considerado un indianista. Había expresado en
diferentes oportunidades su oposición a las corrientes europeístas que creían
en la exterminación del indio para llegar al progreso, extremos que se
avecinaban en el sur de la Argentina y en misiones “civilizatorias” hacia la
Amazonia, en el norte y hacia el Chaco, en el este.
Opinaba que el indígena podía ser el mejor boliviano si el
Estado le daba las condiciones de salubridad e higiene, educación y mucha
lectura, saberes y sabidurías acumuladas por la humanidad a lo largo de su
historia.
Isaac se casó inicialmente con una dama de la aristocracia
limeña. Sus dos primeros hijos murieron al poco de nacidos y él culpó esa
debilidad a la unión de la raza, de “dos polos positivos”, que no podían crear verdaderas
chispas. Se prometió entonces buscar una mujer labriega, joven, fuerte, y
probar a sus amigos (y enemigos) de la Sociedad Geográfica que una descendencia
con sangre aymara, pero instruida, sería lo mejor para Bolivia.
Encontró en Felicidad Solares el ejemplo de esposa que
buscaba y tuvo con ella a Franz, Max, Adriana, Herminia, Isaac, José y Elena.
El primogénito nació el 28 de febrero de 1879; la guerra y la pérdida del
Litoral habrían de marcar su vida desde esa cuna en la céntrica calle Mercado
de La Paz.
Cuando Isaac se enamoró de Felicidad no sabía que ella ya había
pasado una época de sirwiñacu con otro colono de apellido Choquehuanca. Ese
dato, ignorado por un siglo, lo reveló Max Escobari a Baptista Gumucio, poco
antes de morir. Escobari era hijo de Macario Escobari, correligionario e íntimo
amigo de Isaac, con quien habían compartido luchas políticas y la defensa del
indígena en diferentes escenarios.
El anciano llegó a la redacción de Ultima Hora para contar
lo que sabía por su padre y revelar el valiosísimo dato de la biografía de
Tamayo. Contó que Isaac aceptó cuando se enteró que la muchacha estaba encinta
de otro, pero desterró al supuesto progenitor a otra de sus haciendas en los
Yungas. Al parecer, le gustó la idea de dar la mejor educación posible al hijo
de dos aymaras y probar con más fuerza su teoría. De hecho, su preferido fue
siempre Francisco, al que llevó a sus viajes a Europa, alentó en sus lecturas y
estudios y protegió para garantizarle un espíritu universal. Físicamente era
más moreno que sus hermanos y poco parecido a los demás.
Me tocó, en uno de mis primeros reportajes de investigación,
seguir a la rama Choquehuanca en Coripata. Mariano, director del periódico, me
envió ahí para completar la entrevista a Max Escobari. Curiosamente descubrí
que efectivamente la finca había sido de los Tamayo, aunque no figuraba como
tal en otros registros, ni siquiera en los libros del más estudioso de la zona,
Xavier Albó.
Quedaban dos ramas de Choquehuanca, una de analfabetos, otra
sin domicilio conocido, pero nadie aseguraba dónde pudo quedar el antiguo colono
traído a la fuerza desde el altiplano.
Tamayo y los Choquehuanca
Por su parte, Franz Tamayo, también probó primero suerte con
una dama extranjera y la unión terminó pronto. Se casó con una chola, doña
Luisa Galindo, quien le dio los hijos deseados y le ayudó tanto en su obra como
en la administración de la famosa finca en Yaurichambi.
En diferentes oportunidades destacó la pureza racial de la
“india soberbia que era mi madre”. Nada de mestizaje, decía, ni de híbridos, ni
de mulas, sino la majestad de milenios que se acumulan en Palenque, en
Tiahuanaco. “Y aquí una vez más y para siempre: en mis venas y gracias a mi
madre, no hay una gota de birlochaje putrefacto”.
Desde muy joven alternó viajes por el país más profundo con
visitas a París. Abandonó las aulas escolares para recibir instrucción
personalizada y mucho más amplia y dominó varios idiomas. Fue periodista y
militante del Partido Radical. Publicó en El Diario su famosa Creación de la pedagogía nacional. Defendió
la causa marítima desde la poesía, el ensayo, el artículo de prensa y el debate
diplomático. Demostró en cualquier escenario ser un hombre sabio, culto,
político con propuestas, guía de juventudes.
Muy diferente a David Choquehuanca, formado con el apoyo de
las ONG, y que reemplazó los libros por las piedras. Ni culto universal, ni
sabio indígena. Representó la otra medalla: las personas sin formación no
pueden cumplir con solvencia funciones para las cuales no fueron capacitadas ni
quisieron capacitarse, mucho menos para puestos centrales como el Ministerio de
Relaciones Exteriores. Ni poeta ni maestro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario