domingo, 18 de junio de 2017

Desde la butaca

Tamayo pudo ser Choquehuanca, Choquehuanca no pudo ser Tamayo


Una reflexión en torno a la revelación de los orígenes de Franz Tamayo.

Lupe Cajías  

En el suplemento cultural “Semana” de Última Hora, en abril de 1979, Mariano Baptista publicó una entrevista que tuvo el efecto de una bomba silenciosa en los círculos literarios paceños: el gran Franz Tamayo -símbolo del apogeo poético en la sede de gobierno- era hijo de indígenas.
Era conocido que Franz (Francisco) era el vástago mimado del político y culto paceñísimo Isaac Tamayo y de una indígena del altiplano. La novedad era conocer que también el padre, anónimo, era otro indígena de las fincas de la familia Tamayo a orillas del Titicaca.
El “final inesperado” a los años de investigación del periodista, historiador y biógrafo sobre la vida y la obra de Tamayo provocó la protesta de la familia Tamayo. Hace poco, Baptista Gumucio reedito el libro Yo fui el orgullo (Plural, 2015) incluyendo la entrevista mentada.
Isaac Tamayo era terrateniente y miembro del Partido Conservador, el cual junto con el Partido Liberal, marcó el inicio de una época distanciada de las primeras décadas caudillistas y militaristas de Bolivia.
Al mismo tiempo, participó en grupos de intelectuales que debatían el futuro de ese país que no lograba ser nación y el llamado “asunto indígena” que despertaba pasiones y polémicas en un contexto positivista y a la vez de redescubrimiento de lo originario como base del orgullo nacional en México, Guatemala, Perú y Bolivia.
Tamayo era considerado un indianista. Había expresado en diferentes oportunidades su oposición a las corrientes europeístas que creían en la exterminación del indio para llegar al progreso, extremos que se avecinaban en el sur de la Argentina y en misiones “civilizatorias” hacia la Amazonia, en el norte y hacia el Chaco, en el este.
Opinaba que el indígena podía ser el mejor boliviano si el Estado le daba las condiciones de salubridad e higiene, educación y mucha lectura, saberes y sabidurías acumuladas por la humanidad a lo largo de su historia.
Isaac se casó inicialmente con una dama de la aristocracia limeña. Sus dos primeros hijos murieron al poco de nacidos y él culpó esa debilidad a la unión de la raza, de “dos polos positivos”, que no podían crear verdaderas chispas. Se prometió entonces buscar una mujer labriega, joven, fuerte, y probar a sus amigos (y enemigos) de la Sociedad Geográfica que una descendencia con sangre aymara, pero instruida, sería lo mejor para Bolivia.
Encontró en Felicidad Solares el ejemplo de esposa que buscaba y tuvo con ella a Franz, Max, Adriana, Herminia, Isaac, José y Elena. El primogénito nació el 28 de febrero de 1879; la guerra y la pérdida del Litoral habrían de marcar su vida desde esa cuna en la céntrica calle Mercado de La Paz.
Cuando Isaac se enamoró de Felicidad no sabía que ella ya había pasado una época de sirwiñacu con otro colono de apellido Choquehuanca. Ese dato, ignorado por un siglo, lo reveló Max Escobari a Baptista Gumucio, poco antes de morir. Escobari era hijo de Macario Escobari, correligionario e íntimo amigo de Isaac, con quien habían compartido luchas políticas y la defensa del indígena en diferentes escenarios.
El anciano llegó a la redacción de Ultima Hora para contar lo que sabía por su padre y revelar el valiosísimo dato de la biografía de Tamayo. Contó que Isaac aceptó cuando se enteró que la muchacha estaba encinta de otro, pero desterró al supuesto progenitor a otra de sus haciendas en los Yungas. Al parecer, le gustó la idea de dar la mejor educación posible al hijo de dos aymaras y probar con más fuerza su teoría. De hecho, su preferido fue siempre Francisco, al que llevó a sus viajes a Europa, alentó en sus lecturas y estudios y protegió para garantizarle un espíritu universal. Físicamente era más moreno que sus hermanos y poco parecido a los demás.
Me tocó, en uno de mis primeros reportajes de investigación, seguir a la rama Choquehuanca en Coripata. Mariano, director del periódico, me envió ahí para completar la entrevista a Max Escobari. Curiosamente descubrí que efectivamente la finca había sido de los Tamayo, aunque no figuraba como tal en otros registros, ni siquiera en los libros del más estudioso de la zona, Xavier Albó.
Quedaban dos ramas de Choquehuanca, una de analfabetos, otra sin domicilio conocido, pero nadie aseguraba dónde pudo quedar el antiguo colono traído a la fuerza desde el altiplano.

Tamayo y los Choquehuanca
Por su parte, Franz Tamayo, también probó primero suerte con una dama extranjera y la unión terminó pronto. Se casó con una chola, doña Luisa Galindo, quien le dio los hijos deseados y le ayudó tanto en su obra como en la administración de la famosa finca en Yaurichambi.
En diferentes oportunidades destacó la pureza racial de la “india soberbia que era mi madre”. Nada de mestizaje, decía, ni de híbridos, ni de mulas, sino la majestad de milenios que se acumulan en Palenque, en Tiahuanaco. “Y aquí una vez más y para siempre: en mis venas y gracias a mi madre, no hay una gota de birlochaje putrefacto”.
Desde muy joven alternó viajes por el país más profundo con visitas a París. Abandonó las aulas escolares para recibir instrucción personalizada y mucho más amplia y dominó varios idiomas. Fue periodista y militante del Partido Radical. Publicó en El Diario su famosa Creación de la pedagogía nacional. Defendió la causa marítima desde la poesía, el ensayo, el artículo de prensa y el debate diplomático. Demostró en cualquier escenario ser un hombre sabio, culto, político con propuestas, guía de juventudes.
Muy diferente a David Choquehuanca, formado con el apoyo de las ONG, y que reemplazó los libros por las piedras. Ni culto universal, ni sabio indígena. Representó la otra medalla: las personas sin formación no pueden cumplir con solvencia funciones para las cuales no fueron capacitadas ni quisieron capacitarse, mucho menos para puestos centrales como el Ministerio de Relaciones Exteriores. Ni poeta ni maestro.


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