domingo, 4 de junio de 2017

Libros

Mi hermano el Che

Juan Martín Guevara ha escrito una biografía suya y de Ernesto, apasionada, acrítica y enamorada del recuerdo



Ricard Bellveser 

Al publicar Mi hermano el Che (Alianza Editorial), Juan Martín Guevara nos ha desvelado una buena colección de secretos, nos ha dado noticias sobre la familia, el entorno revolucionario y las principales influencias del soldado, ha puesto ciertos asuntos en su sitio, ha humanizado al barbudo de mirada perdida y soñadora y nos ha hecho sonreír con su desconocimiento de la geografía, de la filosofía y de otras ciencias. Nadie es perfecto, ya lo sabemos, ni él lo quiere ser, pero así son las cosas.
Nos habla de su hermano “Ernestito”, “Fuser”, “Chancho” o “Che” con una admiración que se comprende porque la arrastra la sangre. Tenía 15 años -hoy es un simpático personaje de 73- cuando Fidel entró en La Habana y expulsó a Batista y lo envió con todos los demonios, y a partir de ese momento, siempre miró a hermano como líder, como filosofo de la revolución y como hombre del pueblo.
Nada o poco se sabe de la familia Guevara. Para empezar estaba formada por el padre, Ernesto, la madre Celia, y cinco hermanos, Celia, Roberto, Ana María, Juan Martín que es el más pequeño y el autor de la biografía, y Ernesto. La madre es el personaje de mayor peso ideológico si hemos de creer lo que asegura Juan Martín, mientras que el padre, un tipo interesante que crió a sus hijos en total libertad, pero que no entendió lo que había sucedido en Cuba y eso le produjo enfrentamientos con su hijo. El padre creyó que una vez ganada la guerra, él podía entrar en Cuba y comenzar a hacer negocios tan imaginativos como lucrativos y le correspondió a su hijo explicarle cómo iban a ser las cosas.
La madre, Celia, recibió amenazas, incluso de muerte, fue insultada en ocasiones, e incluso encarcelada en Argentina como estuvo encarcelado el propio Juan, según cuenta en el libro, circunstancia que atribuye al hecho de que Argentina es para el autor, un país muy de derechas, en donde el pensamiento libertador del Che no tenía ni tiene sitio.
Resulta curioso que desde que el periódico Clarín de Buenos Aires publicara la noticia de la muerte del Che Guevara, nadie de la familia se había atrevido a dejarse ver en actividades públicas relevantes. Desde aquel 9 de octubre de 1967, hará ahora, este año, cincuenta años, en que mataron a Ernesto, ninguno de ellos había explicado cómo era el Che, ni había escrito sobre ello, o había dado información, o había corregido errores de cuanto se ha dicho del personaje, un velo de silencio había envuelto a todo el grupo familiar, sin saberse muy bien por qué, lo que le da a este libro un valor añadido, y es el de la voz cercana, de quien vivió desde chico con él, compartió casa y juegos, educación y aventuras.
Cuenta el periodista Josep Catà en La Vanguardia, que cuando el Che iba a ser ejecutado en Bolivia, miró fijamente a su verdugo y le dijo: “Póngase sereno y apunte bien. Va a matar a un hombre”, en una elogiosa síntesis de ética, dignidad y valentía.
Esto puede justificar sobradamente la adoración que Juan Martín siente por su hermano, y que se traduce en el hecho de no encontrarle ningún defecto. El libro es una admirada inflamación de amor y fervor fraternal, una hagiografía más propia del santoral que de la vida ordinaria, y eso que no se detiene en las censuras a la URSS, que en su opinión traicionó las ideas revolucionarias del marxismo y del leninismo. Pero para él su hermano es intocable, el libro habla hipnotizado por su recuerdo y es algo que el lector ha de tener muy en cuenta. 
¿Por qué, 50 años después, uno de sus hermanos pone punto y final al silencio familiar y se desborda en la narración de historias, anécdotas, explicaciones a veces totalmente innecesarias? Según el autor, quiere con ello neutralizar tanto las mentiras que ha leído sobre su hermano como, algo peor, las cosas deformadas escritas por quienes no conocieron al personaje que él sí conoció, esa persona que vivió detrás del mito, a su sombra o en su interior, el joven que jugaba con Juan Martín como los hermanos mayores juegan con los pequeños.
Era muy divertido estar con él porque era muy ocurrente, -le confesó a la periodista de El Mundo, Núria López- siempre con humor negro, se reía de sí mismo y de los demás,  un humor que yo diría propio, nuestro, un humor argentino”.
Juan Martín dice que no es historiador, que no es filósofo, que tampoco es escritor aunque haya escrito un libro de 300 páginas, y que se ha visto en la necesidad de decir cuanto aquí cuenta. Para conocer los espacios de su hermano, fue en coche desde Buenos Aires al barranco La Quebrada del Yuro, y se decepcionó de ver en qué habían convertido los bolivianos la memoria de su hermano, en su opinión demasiado mercantilizada y frivolizada. Pero lo bien cierto es que tampoco parece que él mismo supiera dónde estaba, a juzgar por lo que cuenta a lo que hay que sumar otros disparates geográficos como afirmar que Uruguay es “el vecino del norte” de Argentina, cuando es de todos sabido que Uruguay está al oeste, o cuando dice que Rosario es la capital de Santa Fe, cuando, a menos que lo hayan cambiado ayer por la tarde, la capital es Santa Fe. En fin, pequeños despistes tal vez justificables.


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