El último mohicano
Una despedida que remite a un símbolo de los adioses que no son adioses.
Carlos Decker-Molina
En febrero de 1826 el escritor James Fenimore Cooper publicó
su célebre novela The Last of the
Mohicans: A Narative of 1757 que en español tiene un título muy conocido,
por la película tal vez (El último
mohicano) que sirve además como metáfora de un final no siempre feliz.
Letrita fue el último de los mohicanos, salió de la
redacción con paso tambaleante cuando el resto del grupo ya se había ido a
casa. La oscuridad lo invadió. Tenía que elegir entre quedarse quieto esperando
o salir a tropezones en busca de la luz.
La historia, la verdadera, se desarrolla en 1757, es
una novela de aventuras de la guerra entre los colonizadores franceses y
británicos que combatieron por el dominio de las colonias de lo que hoy es
Estados Unidos. Durante esta guerra, los franceses de aliaron con las tribus
nativas en contra de los colonos británicos establecidos en la región.
Cooper embrolló los nombres de las tribus y su libro
contribuyó a la confusión de periodistas e investigadores de la época, leyeron
la novela como si se tratase de un libro de historia. Cooper creó una tribu
literaria fusionando los nombres de dos comunidades reales, los mohegan y los
mahican. Pero, en honor a la verdad, Cooper llamó a uno de sus principales
personajes Uncas en homenaje al conocido sachem (líder principal de los mohegan).
Cuando en 1842, el último descendiente por la línea masculina, John Uncas,
murió, los diarios de la época lamentaron la extinción de la tribu. No se
percataron que el pueblo mohegan aún existía. Incluso hoy en Wisconsin hay
residuos de aquella gran tribu en la comunidad Stockbridge-Munsee.
No voy a embrollar los nombres de Fondo Negro y Letra
Siete por el hecho de haber colaborado en ambos suplementos dirigidos por el
mismo hombre. Uno podría ser el principio y el otro la continuación o son
simplemente continuaciones de otros troncos periodísticos porque se advierte
que corre la misma savia por prosas y versos que se publicaron en ambos.
Hay quienes sostienen que los suplementos literarios
puros, en el sentido de que solo tocan temas de literatura, van camino a
desaparecer. Es más, hay otros que vaticinan un mundo sin diarios de papel,
universo en el que quedarán pocas revistas especializadas y diarios sin
noticias sino con investigaciones, crónica, reportajes y análisis coyunturales,
porque –dicen- las noticias llegan ya por la vía inteligente de los celulares.
La historia del periodismo está plagada de “muertes” no
solo de suplementos. Hasta 1971 (año en que dejé Bolivia) tenía una colección
de Presencia Literaria encima del ropero de mi dormitorio, hasta que algún Policía
se la llevó en alguno de los muchos allanamientos de la época. El suplemento
del tata Quirós periclitó igual que su casa periodística y mi colección,
seguramente, sirvió para vender chicharrón.
Otra colección que fue a parar a un pozo ciego fue la de
Opinión de Buenos Aires, de derecha en economía, liberal en política y de
izquierda en cultura. El diario “para la inmensa minoría”, murió cuando
secuestraron a Jacobo Timerman, aunque sobrevivió el título en manos de los
generales.
Uno dirá que no hay que confundir desapariciones con
secuestros o con cierres impuestos por dictaduras, mal-gobiernos, por el
mercado o por la cibernética. Exacto, no es lo mismo, son solo vías que conducen
al silencio, pero… no definitivo.
Hay algo importante en El último mohicano que quiero rescatar en esta hora de cierres y
silencios, es la bravura del personaje Chingachgook: “Cuando Uncas siga mis
pasos, no quedará ya nadie de la sangre de los sagamores, pues mi hijo es el
último de los mohicanos”, pero, en la historia-historia la tribu sobrevivió y
aunque muy pequeña radica hoy en Wisconsin.
LetraSiete fenece (esta es la última entrega), pero el
guerrero Martín Zelaya sigue en pie con la pluma en mano a falta de arco y
fechas, aunque en el discurso sea el último de los mohicanos.
Mientras hayan Timermans, Quiroces, Zelayas los suplementos
literarios no morirán de inanición porque se mantienen con la savia de estos
emprendedores que siembran tomates en salares o plantan rosas en desiertos. Los
suplementos son ellos, ustedes los lectores y un poco nosotros.
No se trata de escribir “LetraSiete, punto final”, no.
Se trata de escribir “Letra Siete, coma, etcétera”.
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