lunes, 26 de junio de 2017

Etc.

El último mohicano



Una despedida que remite a un símbolo de los adioses que no son adioses.


Carlos Decker-Molina

En febrero de 1826 el escritor James Fenimore Cooper publicó su célebre novela The Last of the Mohicans: A Narative of 1757 que en español tiene un título muy conocido, por la película tal vez (El último mohicano) que sirve además como metáfora de un final no siempre feliz.
Letrita fue el último de los mohicanos, salió de la redacción con paso tambaleante cuando el resto del grupo ya se había ido a casa. La oscuridad lo invadió. Tenía que elegir entre quedarse quieto esperando o salir a tropezones en busca de la luz.  
La historia, la verdadera, se desarrolla en 1757, es una novela de aventuras de la guerra entre los colonizadores franceses y británicos que combatieron por el dominio de las colonias de lo que hoy es Estados Unidos. Durante esta guerra, los franceses de aliaron con las tribus nativas en contra de los colonos británicos establecidos en la región.  
Cooper embrolló los nombres de las tribus y su libro contribuyó a la confusión de periodistas e investigadores de la época, leyeron la novela como si se tratase de un libro de historia. Cooper creó una tribu literaria fusionando los nombres de dos comunidades reales, los mohegan y los mahican. Pero, en honor a la verdad, Cooper llamó a uno de sus principales personajes Uncas en homenaje al conocido sachem (líder principal de los mohegan). Cuando en 1842, el último descendiente por la línea masculina, John Uncas, murió, los diarios de la época lamentaron la extinción de la tribu. No se percataron que el pueblo mohegan aún existía. Incluso hoy en Wisconsin hay residuos de aquella gran tribu en la comunidad Stockbridge-Munsee.
No voy a embrollar los nombres de Fondo Negro y Letra Siete por el hecho de haber colaborado en ambos suplementos dirigidos por el mismo hombre. Uno podría ser el principio y el otro la continuación o son simplemente continuaciones de otros troncos periodísticos porque se advierte que corre la misma savia por prosas y versos que se publicaron en ambos.
Hay quienes sostienen que los suplementos literarios puros, en el sentido de que solo tocan temas de literatura, van camino a desaparecer. Es más, hay otros que vaticinan un mundo sin diarios de papel, universo en el que quedarán pocas revistas especializadas y diarios sin noticias sino con investigaciones, crónica, reportajes y análisis coyunturales, porque –dicen- las noticias llegan ya por la vía inteligente de los celulares.
La historia del periodismo está plagada de “muertes” no solo de suplementos. Hasta 1971 (año en que dejé Bolivia) tenía una colección de Presencia Literaria encima del ropero de mi dormitorio, hasta que algún Policía se la llevó en alguno de los muchos allanamientos de la época. El suplemento del tata Quirós periclitó igual que su casa periodística y mi colección, seguramente, sirvió para vender chicharrón.
Otra colección que fue a parar a un pozo ciego fue la de Opinión de Buenos Aires, de derecha en economía, liberal en política y de izquierda en cultura. El diario “para la inmensa minoría”, murió cuando secuestraron a Jacobo Timerman, aunque sobrevivió el título en manos de los generales.
Uno dirá que no hay que confundir desapariciones con secuestros o con cierres impuestos por dictaduras, mal-gobiernos, por el mercado o por la cibernética. Exacto, no es lo mismo, son solo vías que conducen al silencio, pero… no definitivo.
Hay algo importante en El último mohicano que quiero rescatar en esta hora de cierres y silencios, es la bravura del personaje Chingachgook: “Cuando Uncas siga mis pasos, no quedará ya nadie de la sangre de los sagamores, pues mi hijo es el último de los mohicanos”, pero, en la historia-historia la tribu sobrevivió y aunque muy pequeña radica hoy en Wisconsin.  
LetraSiete fenece (esta es la última entrega), pero el guerrero Martín Zelaya sigue en pie con la pluma en mano a falta de arco y fechas, aunque en el discurso sea el último de los mohicanos.
Mientras hayan Timermans, Quiroces, Zelayas los suplementos literarios no morirán de inanición porque se mantienen con la savia de estos emprendedores que siembran tomates en salares o plantan rosas en desiertos. Los suplementos son ellos, ustedes los lectores y un poco nosotros.
No se trata de escribir “LetraSiete, punto final”, no. Se trata de escribir “Letra Siete, coma, etcétera”.





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