sábado, 20 de junio de 2015

La palabra teleférica

El mataburros boliviano

Elogio de un clásico, el Diccionario de bolivianismos de Nicolás Fernández Naranjo y Dora Gómez de Fernández.



Juan Pablo Piñeiro

“Vistos al Illimani”, es un giro verbal boliviano que ha dejado de usarse hace un tiempo. Para entender plenamente su significado podemos tomar dos caminos, el de la teletransportación y el de la definición.
El primer camino a la vez se divide en dos opciones determinadas por la edad del lector. Si usted ha ido a la escuela en la década del 50 entonces apóyese en sus recuerdos para teletransportarse a algún colegio de la ciudad.
Si no, simplemente imagine que está caminando por el patio de algún establecimiento educativo junto a un compañero en el año 1957.  El compañero descubre que algo brilla en el suelo. De inmediato y con mucha habilidad  levanta un objeto. Es un trompo. Un trompo maravilloso. Entonces para asegurar la propiedad del juguete encontrado el compañero pronuncia el conjuro legitimador diciendo “vistos al Illimani”. Esto significa que ahora el trompo es suyo. Gracias a esta expresión cualquier escolar podía convertirse en el propietario verdadero de todo lo hallado.
El segundo camino para entender esta frase boliviana es el de la definición. En este caso lo que corresponde es consultar el Diccionario de bolivianismos de los esposos Nicolás Fernández Naranjo y Dora Gómez de Fernández.
El cuarto suplemento de este diccionario está dedicado a los giros verbales bolivianos y en la letra V, se puede leer la definición de “vistos al Illimani”. Dice: “expresión escolar con que se pretende legitimar la posesión de un objeto hallado”. La frase que se define a continuación es “volver estampilla” que claramente alude a una amenaza de paliza. Y así muchas más.
La primera edición del Diccionario de bolivianismos se agotó rápidamente debido a la sana curiosidad que a veces sentimos por entender las palabras que pronunciamos. Yo tengo la segunda edición publicada en 1967 por la editorial Los Amigos del Libro. Es recomendable leerla como si se tratara de un libro de poesía porque muchas de las palabras que son definidas poseen un manifiesto poder evocador. Evocan para revelar.
El Diccionario de bolivianismos puede ser leído también en una reunión de amigos, abriendo las páginas al azar para pulir la conversación mediante el humor. Si tenemos la suerte de embarcarnos en una seguidilla de definiciones maravillosas, seguramente terminaremos ahogados de risa.
La parte principal contiene las definiciones de palabras que han sido acuñadas en el castellano boliviano, así como también las acepciones que han adquirido palabras ya existentes al ser pronunciadas en estas tierras.
Así por ejemplo uno puede encontrar la definición de palabras como gualaycho, manazo, macana, chiripa o itapallo. Uno puede descubrir que la mayoría de estas palabras vienen del aymara o del quechua. Para muestra un botón, chiripa se define como “el resultado de una causalidad feliz”, y tiene su origen en la palabra aymara chiripa que significa pepa.
Como les decía, además de las palabras que nacen en el castellano boliviano, en el diccionario también están definidas las palabras que adquirieron nuevas acepciones por su uso en el país.
Un buen ejemplo es el verbo “chocolatear” que se define como “vocablo usado en cuarteles para indicar el castigo del chocolate”. O el uso de suspirar cuando uno se refiere al despilfarro de una fortuna: “en un mes ha hecho suspirar su herencia”. Así como la curiosa acepción de derramar, que se define como “perder algo por descuido”.
Por otro lado uno puede entender que si alguien trabaja para la “Compañía Vaguinson” seguramente es porque es un vago de siete suelas. Que un mirame-y-no-me-atoques es “una persona melindrosa, llena de embelecos y dengues”. Y que un moscamuerta es un “hipócrita, persona que procede con disimulo y picardía”. Y así cada definición marca un rumbo distinto y nos ofrece suculentas opciones para entender mejor las palabras que pronunciamos.
Además del corpus principal el diccionario posee siete suplementos muy interesantes. El primero hace un listado de palabras aymaras y quechuas de uso corriente en el castellano popular. Así uno encuentra las definiciones exactas de achuntar, tutuma, tijchar o thunkuña.
El segundo suplemento enfoca su atención en los paralogismos del verbo como los que se producen en el verbo coser que en su modo indicativo presente utiliza el “yo cuezo, tú cueses, él cuece y ellos cuecen”.
El tercer suplemento está destinado a los giros verbales bolivianos.  Entre ellos además del ya mencionado “vistos al Illimani”, se encuentran sabrosos giros como “sin asco”, “un kilo de cosas”, “jalar la lengua”, “echar una craneada”, “hasta por ahí nomás” o “estar de chaqui”. En la definición de la frase “irse al país de los calvos” se puede leer: “morirse, ir a dar con sus huesos al cementerio. Esta figura alude a que las calaveras son calvas”.
El cuarto suplemento es una selección de paremias bolivianas, nuevamente utilizando suculentas definiciones de paremias como “la venganza es chamuña”, “no hay hierba contra las jorobas” o “vamos a ver cuántos pares son tres botines”.
El quinto suplemento está dedicado a los vocablos aymaras y quechuas que son usados en el castellano popular de países americanos. Muchos podrán descubrir que la famosa “cancha” que aman los argentinos y en general todos los aficionados al fútbol viene de un vocablo quechua. Del aymara viene macurca, ojota o paspar, como muchas otras palabras.
El sexto suplemento es uno de los más extraordinarios del libro, es la sección dedicada al apodo boliviano. La precisión que tienen muchas definiciones sobre todo en lo que se refiere al apodo aymara, permite imaginarnos por lo menos a un conocido nuestro por cada apodo.
Kukuluruya es un apodo que significa “cara de pepa de durazno” y se aplica a un rostro surcado por arrugas y cicatrices. Un wakañawi (ojos de vaca) es una “persona de ojos grandes y mirada plácida y triste” y un tajmara (que es el sobrenombre que se puso Isaac Tamayo) es “un pobre diablo”. El séptimo suplemento está destinado a las incorrecciones fonéticas.
Este libro es una de las joyas de la literatura boliviana y hace mucho tiempo estaba con ganas de hacer antojar su lectura, ya que como dicen “más vale oler a burro que a muerto”.


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