domingo, 7 de junio de 2015

Staccato

Jaime Mendoza Nava, el creador

Un tributo –y reseña de vida, a la vez- del destacado compositor boliviano, en el décimo aniversario de su partida.



Pablo Mendieta Paz

Hace diez años, el 31 de mayo de 2005, dejó de existir en el Centro Permanente Kaiser, en Woodland Hills, Los Ángeles quien sin lugar a dudas ha sido -y permanece en ese sitial- el compositor boliviano de mayor renombre en el contexto internacional de la música, consagrado desde su partida por organizaciones y personalidades del exterior que apreciaron y exaltaron el arte de Jaime Mendoza Nava, nacido en La Paz el 31 de diciembre de 1925.
Fue considerado un niño prodigio, pues sin estudios musicales, y con una inclinación innata al arte, a los 11 años formó una orquesta de menores que ejecutaba composiciones suyas dotadas de una técnica intuitiva y rica sonoridad que marcaban ya una inminente aptitud para la música.
Se cuenta que él mismo repetía que tales creaciones tempranas, infundidas de percepciones intimistas e instantáneas que afloraban naturalmente, presagiaron con certeza el rumbo que tomaría su vida.
Emprendió sus estudios musicales con Humberto Viscarra Monje quien, entre otros connotados maestros que favorecieron su formación, habría de iniciarlo con una marcada tendencia estética de acento nacionalista, quizás cercana a una relación de afinidad o semejanza con el estilo de Eduardo Caba, aunque ciertamente su enseñanza estaba dotada de una expresión aún más depurada en textura melódica y nitidez armónica que Mendoza Nava exteriorizó en sus trabajos preliminares y posteriores.  
Luego de proseguir sus estudios en conservatorios de Sudamérica, en particular de Argentina, perfeccionó su formación en piano, dirección coral y composición en la afamada Escuela Juilliard de Nueva York como discípulo de un insigne maestro de la talla de Robert Shaw quien, a su vez, fue alumno del gran artista Julius Herford, eminente preceptor de memorables artistas como Margaret Hillis, Roger Wagner y Elaine Brown.
De más está decir que en esa prestigiosa institución el maestro Jaime Mendoza Nava  amplificó considerablemente su desarrollo artístico.
Se incorporó luego al Conservatorio Real de Madrid donde, según aseguran ciertos estudiosos, culminó en un año el estudio de composición musical cuyo sistema y distribución de asignaturas se prolongaba a cinco.
Aunque no existe certidumbre acerca de esta inusual simplificación de sus estudios, lo evidente es que el artista, favorecido por su dotes de precocidad manifestadas en su infancia (que valga la repetición del concepto), cursó en menor tiempo del establecido la materia de composición implantada en el plan académico de estudios; lapso en el que obtuvo, como memoria de grado, el primer premio en composición con la obertura dramática Don Álvaro.
Este elevado galardón lo motivaría a componer La gran desnudez, obra basada en un hondo poema del filósofo y escritor español Eugenio D´ors -impulsor del movimiento denominado Novecentismo-, cuya abundancia en recursos musicales, nada rimbombantes ni arropada en estilizaciones inútiles y erróneamente efectistas, persuadió con entusiasmo al público español que descubrió a un boliviano, Jaime Mendoza Nava, sencillo pero talentoso, cuya creación fue determinante para estudiar con el maestro español Conrado del Campo, célebre compositor, violinista, pero sobre todo prominente educador de encumbrados artistas como el director de orquesta Ataúlfo Argenta, o el compositor Cristóbal Halffter, para mencionar solo a dos.
En sus estudios europeos, se unieron a Conrado del Campo el pianista y director de orquesta franco-suizo Alfred Cortot, extraordinario concertista que divulgó conocimientos mayores a Mendoza Nava.
Luego de esa provechosa experiencia siguió cursos de composición en París con Nadia Boulanger, la afamada maestra que inculcó en él los grandes secretos de la creación musical, como así lo hizo, entre muchos otros, con renombrados compositores como Walter Piston o Aaaron Copland. 
A su regreso a Bolivia, Jaime Mendoza Nava se declaró firme adepto al grupo europeo de “Los seis”, constituido por Arthur Honegger, Darius Milhaud, Francis Poulenc, Georges Auric, Louis Durey y Erik Satie.
La creación de su poema sinfónico Antawara, de sonoridad progresista, lo llevaría a plantear -en acuerdo con los otros artistas-  la constitución en Bolivia de un grupo similar a “Los seis”, integrado por Antonio Ibáñez, Néstor Olmos, Gustavo Navarre, Jaime Gallardo y Hugo Araníbar. No obstante, enfoques contrarios o diversos de cada cual, abortaron una idea que, rigurosamente encaminada, podría haber consumado una imperecedero movimiento musical.
Ya al frente de la Orquesta Sinfónica Nacional, Mendoza Nava, en estrecha colaboración con su primer director, el maestro alemán Erich Eisner, tuvo la virtud de conferir al elenco un estilo remozado y posibilitar la interpretación de las primeras audiciones en La Paz de obras escritas por eminentes creadores como Aaron Copland, Paul Hindemith, Darius Milhaud o Igor Stravinsky; amén de incluir en los programas obras suyas caracterizadas por acabada simetría y sencillez que remataban en singular elegancia, como son el Preludio sinfónico, la Suite andina para trío de viento, Estampas y estampillas para conjunto de chelos, la Sonata para corno y piano y el Preludio y fuga.
Posteriormente, respondiendo al llamado irrefrenable de dar a conocer su vena creativa en el extranjero, emigró a Los Ángeles en 1953. Contratado por la industria de Walt Disney, compuso música para series de televisión de la década de los 50, destacando los inolvidables temas de The Mickey Mouse Club y El Zorro.
Ante la excepcional calidad de su obra, en 1961 fue invitado a asumir la dirección musical de la United Productions of America. Más tarde, constituiría su propia compañía donde compuso la música de más de 200 películas de ciencia ficción, del género de terror y de aventuras; aunque, sin duda, su mayor logro, y de vigencia eterna, fue la puesta en música del histórico documental de una hora de la primera misión tripulada a la Luna por el Apolo 11.
La trascendental obra de Jaime Mendoza Nava, el creador por excelencia, encuentra espacios superlativos en nuestro país; un encumbrado talento en la apropiación del telurismo que se expone ricamente en el tratamiento de células rítmicas, en la pureza de líneas melódicas, en la unidad temática y en la inigualable plasticidad armónica.

Como compositor de música para el cine y la televisión destaca la exposición de sutiles efectos rítmicos y rico colorido armónico, los cuales, dependiendo del carácter de las cintas -fueran éstas de humor o de seriedad sonora- hallan permanente cobijo bajo un manto de ingenio, encanto y delicada expresión; cualidades, en fin, que lo conceptúan como eminente creador en su propia tierra -tal cual se ha definido- como asimismo en escenarios del exterior.

No hay comentarios:

Publicar un comentario