sábado, 20 de junio de 2015

Lector al sol

Al norte de los ríos del futuro


Pocas veces un libro me entusiasma tanto, confiesa el autor, antes de recomendar decididamente un poemario.



Sebastián Antezana

Quizás por un desgaste natural del músculo de la sorpresa, producto de años de lectura sistemática, o quizás por una deformación profesional -estudio y me dedico a la literatura desde hace más de una década y media-, a estas alturas no son muchos los libros que me causan un placer verdadero, total, que en la lectura me deslumbran o me provocan una revelación súbita y vertical.
Pero, como la literatura es, casi por definición -cuando es bien escrita-, una máquina de descolocamientos y puestas en crisis, de cuando en cuando me encuentro con autores o libros que se me concretan como pequeñas explosiones de felicidad o sorpresa entre las manos, lecturas que desafían, involucran, seducen o derrotan de golpe, con la contundencia de sus lenguajes, la originalidad de su propuesta formal y, en general, la profunda riqueza de sus planteamientos.  
Hace un año, en junio de 2014, me sucedió esto con un libro breve y hermoso compuesto a cuatro manos por el escritor Roque Larraquy (1975) y el diseñador gráfico Diego Ontivero (1979), ambos argentinos: Informe sobre ectoplasma animal.
Publicado por Eterna cadencia, la muy cuidada edición de este Informe… es una fantasía pseudocientífica que cubre la mayor parte del siglo XX argentino en forma de una hipnótica incursión al mundo de la ectografía, ciencia secundaria que estudia el ectoplasma, la materia que los animales dejan en su entorno cuando mueren.
Pese a su brillantez, no reseñaré aquí el libro de Larraquy y Ontivero, un poco por temas de espacio y otro poco porque ya lo mencioné en una anterior ocasión. Baste decir, sin embargo, que lo recomiendo enfáticamente.
La misma sensación de muy grata sorpresa, de completa felicidad lectora que encontré al leer el Informe…, se me acaba de presentar ahora, curiosamente un año después, en junio de este 2015, cuando terminé de leer el fantástico libro de poesía del peruano Jerónimo Pimentel (1978), titulado Al norte de los ríos del futuro.
Otra vez, como en el caso del libro publicado por Eterna Cadencia, la edición de la editorial Álbum del Universo Bakterial resulta un producto muy cuidado, un objeto visualmente atractivo -una prueba más de que muchas editoriales independientes del continente hacen un trabajo igual o mejor que el que llevan a cabo, con monotonía, las grandes editoriales- y un poemario que, desde mi óptica, es uno de los mejores que se han publicado en América Latina en años.
Al norte, entonces -en ese más allá geográfico-, de los ríos del futuro -esa clásica marca temporal-, se desarrolla la poética de Pimentel, un aparato casi narrativo que establece de entrada -bajo el subtítulo de “Poemas de anticipación”- un diálogo sostenido con la ciencia ficción, un buen número de referencias científicas y, en un nivel mayor, con mecanismos de representación -artística o no, literaria o no- que prueban ser endebles o poco sostenibles frente al peso de la estructura que configura el libro, no solo en términos de lenguaje sino también de política -“La democracia debe evitarse a toda costa” (poema 15)- y de historia -se menciona lo terriblemente fugaz de paradigmas como la Modernidad, frente a los cuales una opción viable, aunque peligrosa, es la poesía:
“El imperio del Yo / modela el mundo a voluntad / la palabra sobre las cosas / los músculos sobre las palabras… / sin embargo / mi palabra surca el foso e instala un régimen fascista en tu voz / he penetrado las Árdenas / he cruzado la línea Maginot / date cuenta / mi Yo de sitio asedia tu mirada y aspira tu aliento para poseerlo y / hacerse nuevo en tu sangre / con aplomo / para hacer fogatas con tus puertas caídas / para violar dulcemente a tu mujer / ¡Larga vida al Yo totalitario! / ¡Dios salve a este poema!” (poema 16).
La voz poética del libro, una especie de conciencia desplazada a un futuro especulado y distante del presente terrenal, pasa directamente por una puesta en crisis de discursos como el científico y el racional, como paradigmas que conducen a una civilización condenada a repetirse en versiones cada vez más irrelevantes y despiadadas:
“El fin evolutivo de la vida es aniquilar la vida, como lo supo Ward dos mil años después de Plauto… / El periodo que va de la industrialización a la desecación será recordado como funesto. E, irónicamente, fue el germen de salvación. La tecnología logró la satisfacción de las necesidades materiales a través de la colonización espacial y la indeterminación de la materia. El proceso se asemeja a la Hipótesis de Medea: la evolución permite la técnica que conlleva a la autodestrucción de la especie que genera la técnica… / Luego nacerá el próximo asesino y así hasta la siguiente desecación” (poema 22).
Pero Al norte… no es un ejercicio de desesperanza ni presenta una visión exclusivamente crítica de los referentes materiales a partir de los que se construye.
En realidad, se presenta como una serie de preguntas sobre las coordenadas que plantea en el título y que, desde cierta óptica, podrían verse como un replanteamiento de la negación foucaultiana del pensamiento utópico: ¿cómo pensar, cómo diseñar incluso si solo imaginariamente, el más allá y el futuro? ¿Cómo representarlos o construirlos con las condiciones materiales, políticas y económicas, del aquí y el presente?
La respuesta a estas preguntas, transversal y difuminada a lo largo de las páginas del poemario, parece sustentarse en un tipo de lenguaje específico, el de la poesía crítica o consciente:
“Cuando hubo fe en la materia, el hombre vio metales. / Cuando hubo fe en el espíritu, el hombre lo exterminó. / Lo que esconde esta miseria es fascinante: seducido por la autoconsciencia de su lenguaje, el telúrico renunció al entendimiento del resto /… El español peruano, dos veces campesino, no es el idioma indicado para la reflexión espacial” (poema 18).
¿Cuál lo es, entonces? ¿Cuál es el idioma indicado para la reflexión espacial y el asentamiento especulativo de las futuras coordenadas de lo real? “El poema lógico ha terminado”, indica Pimentel, “y a partir de aquí el color es el límite del borde”. Desde lo ilógico o lo irracional, entonces, desde el poema que desafía las convenciones científicas y políticas de aquí y el ahora, nos llega una última respuesta: “El poema está detrás de la puerta” (poema 25).

Hay mucho más que decir de este gran libro, desde luego. Por ahora, y a falta de más espacio para reseñarlo, baste dejar aquí sentada mi recomendación más sentida para todos sus potenciales lectores, los habituados a la poesía, a la narrativa realista, a la ciencia ficción y para todos los demás.

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