Al norte de los ríos del futuro
Pocas veces un libro me entusiasma tanto, confiesa el autor, antes de recomendar decididamente un poemario.
Sebastián
Antezana
Quizás
por un desgaste natural del músculo de la sorpresa, producto de años de lectura
sistemática, o quizás por una deformación profesional -estudio y me dedico a la
literatura desde hace más de una década y media-, a estas alturas no son muchos
los libros que me causan un placer verdadero, total, que en la lectura me deslumbran
o me provocan una revelación súbita y vertical.
Pero,
como la literatura es, casi por definición -cuando es bien escrita-, una
máquina de descolocamientos y puestas en crisis, de cuando en cuando me encuentro
con autores o libros que se me concretan como pequeñas explosiones de felicidad
o sorpresa entre las manos, lecturas que desafían, involucran, seducen o
derrotan de golpe, con la contundencia de sus lenguajes, la originalidad de su
propuesta formal y, en general, la profunda riqueza de sus planteamientos.
Hace
un año, en junio de 2014, me sucedió esto con un libro breve y hermoso
compuesto a cuatro manos por el escritor Roque Larraquy (1975) y el diseñador
gráfico Diego Ontivero (1979), ambos argentinos: Informe sobre ectoplasma animal.
Publicado
por Eterna cadencia, la muy cuidada edición de este Informe… es una fantasía pseudocientífica que cubre la mayor parte
del siglo XX argentino en forma de una hipnótica incursión al mundo de la
ectografía, ciencia secundaria que estudia el ectoplasma, la materia que los
animales dejan en su entorno cuando mueren.
Pese
a su brillantez, no reseñaré aquí el libro de Larraquy y Ontivero, un poco por
temas de espacio y otro poco porque ya lo mencioné en una anterior ocasión. Baste
decir, sin embargo, que lo recomiendo enfáticamente.
La
misma sensación de muy grata sorpresa, de completa felicidad lectora que
encontré al leer el Informe…, se me
acaba de presentar ahora, curiosamente un año después, en junio de este 2015,
cuando terminé de leer el fantástico libro de poesía del peruano Jerónimo
Pimentel (1978), titulado Al norte de los
ríos del futuro.
Otra
vez, como en el caso del libro publicado por Eterna Cadencia, la edición de la
editorial Álbum del Universo Bakterial resulta un producto muy cuidado, un
objeto visualmente atractivo -una prueba más de que muchas editoriales
independientes del continente hacen un trabajo igual o mejor que el que llevan
a cabo, con monotonía, las grandes editoriales- y un poemario que, desde mi
óptica, es uno de los mejores que se han publicado en América Latina en años.
Al
norte, entonces -en ese más allá geográfico-, de los ríos del futuro -esa
clásica marca temporal-, se desarrolla la poética de Pimentel, un aparato casi
narrativo que establece de entrada -bajo el subtítulo de “Poemas de
anticipación”- un diálogo sostenido con la ciencia ficción, un buen número de
referencias científicas y, en un nivel mayor, con mecanismos de representación
-artística o no, literaria o no- que prueban ser endebles o poco sostenibles
frente al peso de la estructura que configura el libro, no solo en términos de
lenguaje sino también de política -“La democracia debe evitarse a toda costa”
(poema 15)- y de historia -se menciona lo terriblemente fugaz de paradigmas
como la Modernidad, frente a los cuales una opción viable, aunque peligrosa, es
la poesía:
“El
imperio del Yo / modela el mundo a voluntad / la palabra sobre las cosas / los
músculos sobre las palabras… / sin embargo / mi palabra surca el foso e instala
un régimen fascista en tu voz / he penetrado las Árdenas / he cruzado la línea
Maginot / date cuenta / mi Yo de sitio asedia tu mirada y aspira tu aliento
para poseerlo y / hacerse nuevo en tu sangre / con aplomo / para hacer fogatas
con tus puertas caídas / para violar dulcemente a tu mujer / ¡Larga vida al Yo
totalitario! / ¡Dios salve a este poema!” (poema 16).
La
voz poética del libro, una especie de conciencia desplazada a un futuro
especulado y distante del presente terrenal, pasa directamente por una puesta
en crisis de discursos como el científico y el racional, como paradigmas que
conducen a una civilización condenada a repetirse en versiones cada vez más
irrelevantes y despiadadas:
“El
fin evolutivo de la vida es aniquilar la vida, como lo supo Ward dos mil años
después de Plauto… / El periodo que va de la industrialización a la desecación
será recordado como funesto. E, irónicamente, fue el germen de salvación. La
tecnología logró la satisfacción de las necesidades materiales a través de la
colonización espacial y la indeterminación de la materia. El proceso se asemeja
a la Hipótesis de Medea: la evolución permite la técnica que conlleva a la
autodestrucción de la especie que genera la técnica… / Luego nacerá el próximo
asesino y así hasta la siguiente desecación” (poema 22).
Pero
Al norte… no es un ejercicio de
desesperanza ni presenta una visión exclusivamente crítica de los referentes
materiales a partir de los que se construye.
En
realidad, se presenta como una serie de preguntas sobre las coordenadas que
plantea en el título y que, desde cierta óptica, podrían verse como un
replanteamiento de la negación foucaultiana del pensamiento utópico: ¿cómo
pensar, cómo diseñar incluso si solo imaginariamente, el más allá y el futuro?
¿Cómo representarlos o construirlos con las condiciones materiales, políticas y
económicas, del aquí y el presente?
La
respuesta a estas preguntas, transversal y difuminada a lo largo de las páginas
del poemario, parece sustentarse en un tipo de lenguaje específico, el de la
poesía crítica o consciente:
“Cuando
hubo fe en la materia, el hombre vio metales. / Cuando hubo fe en el espíritu,
el hombre lo exterminó. / Lo que esconde esta miseria es fascinante: seducido
por la autoconsciencia de su lenguaje, el telúrico renunció al entendimiento
del resto /… El español peruano, dos veces campesino, no es el idioma indicado
para la reflexión espacial” (poema 18).
¿Cuál
lo es, entonces? ¿Cuál es el idioma indicado para la reflexión espacial y el
asentamiento especulativo de las futuras coordenadas de lo real? “El poema
lógico ha terminado”, indica Pimentel, “y a partir de aquí el color es el
límite del borde”. Desde lo ilógico o lo irracional, entonces, desde el poema
que desafía las convenciones científicas y políticas de aquí y el ahora, nos
llega una última respuesta: “El poema está detrás de la puerta” (poema 25).
Hay
mucho más que decir de este gran libro, desde luego. Por ahora, y a falta de
más espacio para reseñarlo, baste dejar aquí sentada mi recomendación más
sentida para todos sus potenciales lectores, los habituados a la poesía, a la
narrativa realista, a la ciencia ficción y para todos los demás.
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