Víctor Hugo sí, Víctor Hugo no
Mucho se habla y se especula sobre la vida y obra de Viscarra. Pocas personas tienen mayor autoridad en el tema que Virginia Ayllón, escritora, crítica y amiga cercana del desaparecido autor paceño.
Virginia
Ayllón
Hace
cuatro años, un editor cochabambino, posteó (palabra obligada) en su blog un
comentario laudatorio a la obra de Víctor Hugo Viscarra, mismo que terminaba
indicando que ciertas personas que “se dicen literatas”, especialmente la
suscrita, habíamos defenestrado y descalificado la obra de Viscarra.
Este
año, un artículo aparecido en un suplemento literario de Cochabamba aseguraba que
soy responsable, junto a Manuel Vargas, de “propagandizar el fanatismo y las modas
literarias que encumbran a Viscarra como el gran conocedor de los suburbios
pobres de la urbe paceña”. O sea, ¿Víctor Hugo sí? o ¿Víctor Hugo no?
Víctor
Hugo se calificaba a sí mismo como antropólogo o experto en antros, y siguiendo
esa retórica, dije alguna vez que había cierta actitud antropófaga con Víctor
Hugo, aludiendo a esa manía social que privilegia la mirada al personaje -una
mirada que traga- y no a la obra del escritor.
La
mejor explicación a esta actitud la he encontrado en las teorías de la
identidad, que indican que ésta se estructura con base en la creación del otro
para explicarse uno mismo. Esta certeza antropológica es también literaria,
especialmente narrativa, al menos en la que peligrosamente se acerca al
maniqueísmo de los personajes. A la vez hay sobresalientes obras, como algunas
de la novela de misterio en las que el investigador o la investigadora
encuentran en sí mismos abominables rasgos del delincuente que es su “otro”.
Pero
la antropofagia con Víctor Hugo ni era ni es del tipo literario, era simple
antojo y ganas de zamparse un bocado desconocido lleno de burdeles, cantinas,
perros y niños callejeros.
Quienes
defienden la literatura de Víctor Hugo porque sería testimonio fiel de los
mundos que le tocó vivir, flaco favor le hacen a su literatura porque la
desliteralizan; es decir la hacen valer por el referente y no por el cómo el
Víctor Hugo dibujó ese referente. Por ese efecto, Víctor Hugo deja de ser
escritor para ser periodista de investigación o fotógrafo.
Para
el extremo, hace como un año oí a alguien que públicamente y con bastante
soberbia reconoció no haber leído la obra de Víctor Hugo con el argumento de
que todo lo que allí estaba ya lo conocía por las farras que compartió con el
escritor.
Posiblemente
la arrogancia del Víctor Hugo también alimentó esa forma de leerlo; decía que
le “ganaba a Saenz” porque éste último no conocía ni la punta de lo que él
conocía de la ciudad nocturna. ¡Soberbia al máximo!
Por
el otro lado están quienes niegan todo carácter literario a su obra,
precisamente por su tono testimonial; o le niegan suficiencia testimonial
indicando que “hay otro mejores en describir el bajo mundo de La Paz”.
Para
mi gusto ni uno, ni lo otro. Como amiga personal hemos compartido con Víctor
Hugo varios momentos de nuestras vidas, desde las vicisitudes políticas, las
farras en los barrios bajos, lecturas, tristezas, alegrías, ferias del libro. O
sea, nada más ni nada menos que lo que se comparte con un amigo, muy querido
por cierto.
Precisamente
por esa amistad, no puedo conceder nada a favor o en contra de su literatura
que no sea mi convencimiento como lectora. Menos mal la vida me permitió, como
se dice popularmente, “decirle en su cara” lo que pensaba de su literatura y de
su actitud como escritor.
Le
alerté sobre los peligros de la fama de la que sí gozó en vida, de la soberbia
propia de alguien que no lee a los otros, o simplemente no lee (por eso fueron
hermosos los breves meses en que dejó de tomar y visitaba con fruición la
biblioteca del Humbertito Quino o la mía; leía desaforadamente, como quien
descubre la literatura).
El
grupo de antropófagos, que hacen del Víctor Hugo un “mito urbano”, prefiere Borracho estaba pero me acuerdo, precisamente
porque es el más testimonial, el “más duro”.
A
mi gusto, algunos cuentos de Relatos de
Víctor Hugo y especialmente otros de Alcoholatum
y otros drinks son muestra de un mejor trabajo literario. Asentada en estos
cuentos diría, o más bien repetiría, que la obra del Víctor Hugo es, en
general, autobiográfica pero con rasgos literarios importantes en muchas de sus
piezas.
Se
discute si la autobiografía, el testimonio, los diarios y la correspondencia
son literatura, justamente porque el objetivo de su producción no es ficcional;
todo lo contrario, estos textos expresan “una realidad”, la vivida, descrita o
percibida por los escribientes.
Claro
que el asunto no es simple porque muchas de estas piezas pueden contener
elementos literarios ya que “el escritor no sabe lo que escribe”; es decir
pueden tener cierto nivel de autonomía respecto de su creador. Por eso sirven
mucho para ejercicios de acercamiento a las condiciones en que escribió un
autor, el mundo en el que vivió cuando escribió, etc. También son útiles para
acercarse a la historia de determinadas literaturas ya que se ha demostrado que
algunos grupos subvalorados socialmente, en distintas épocas de su devenir
histórico, hacen uso de este tipo de textos para expresarse “literariamente”;
una especie de pre literatura.
Entonces,
la obra del Víctor Hugo puede servir para estudios sociológicos, claro que sí,
ya la historia de las ciencias sociales, especialmente en países como el
nuestro, ha validado a la literatura como fuente de investigación social e
histórica. También sería muy útil en estudios sobre la ciudad de La Paz, la
bohemia, los escritores paceños, los escritores “de los márgenes”, etc., etc.
Todo
eso está bien y vale, pero el análisis literario de su obra ha de ser con
claves literarias y no otras. Pondré un ejemplo: una cosa es decir que un gran
valor de Adela Zamudio fue su defensa de los derechos de las mujeres, y otra es
asegurar que Íntimas es una novela
que con maestría estructura sus personajes con base en la correspondencia entre
hombres y mujeres.
Y
no es casual que tome el ejemplo de Zamudio, escritora cuya obra se valoraba a
través de la pre-valoración de su persona. Es decir, a tan valiente mujer le
debía corresponder una excelsa literatura. Este ejercicio es peligroso y
maniqueo ya que ni todos los buenos son buenos escritores ni los buenos
escritores son todos bondad pura.
Es
decir, la literatura del Víctor Hugo no puede justificarse, defenestrarse,
ensalzarse o anularse por la vida que le tocó. Esto vale para los lectores como
para la crítica, la academia, etc., aunque, claro, lo peor es que no se lea su
obra porque con su vida ya basta. Víctor Hugo era, entre otras cosas, un
escritor, y a un escritor hay que leerlo.
¡Salud!,
y creo que lo más saludable en este caso es dejar tranquilas la vida y la
muerte del Víctor Hugo.
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