sábado, 19 de septiembre de 2015

Ensayo

La literatura como fuente científica


¿Cuán válido y oportuno es considerar a novelas o textos literarios como referentes de la sociología o la teoría social?



Virginia Ayllón

La literatura, especialmente la novela -aunque no exclusivamente-, es considerada como fuente de información válida para las ciencias sociales y las humanidades.
Son varias las investigaciones sociológicas, antropológicas y otras que se han realizado con base en la literatura. En el caso de Bolivia, me viene a la memoria, por ejemplo, La ciudad de los cholos: mestizaje y colonialidad siglos XIX y XX,  de la socióloga Ximena Soruco.
Esta tradición se inicia en el siglo XVII con las reflexiones de Hipólito Taine sobre el estatuto social de la literatura, especialmente su carácter de “copia” o “representación” de la sociedad. Esta concepción guió posteriores acercamientos, desde el positivismo hasta el marxismo y afincó en textos teóricos como, por ejemplo Sociología de la literatura del sociólogo francés Roberto Scarpit, quien desde un punto de vista marxista establece el porqué y el cómo la literatura se convierte en objeto de estudio social.
Pero en este ámbito destaca el revelador Las reglas del arte: génesis y estructura del campo literario del también sociólogo francés Pierre Bourdieu, quien a través del estudio del papel de la literatura de Flaubert y Baudelaire en el devenir literario, establece los componentes de lo que él denomina como “campo literario”, aplicando su propia teoría social del “campo”.
La lista de textos de elaboración teórica social con base en datos de la literatura es grande y solo a título de ejemplos panorámicos podemos nombrar El segundo sexo de la filósofa francesa Simone de Beauvoir quien asienta varios de sus conceptos en hechos retratados en la obra narrativa de su compatriota Colette (y un poco de la brasilera Clarice Lispector).
Desde otra escuela sociológica, la de los estudios poscoloniales, se puede ejemplificar con el análisis de la obra de Goethe (H.D. Auden y otros) en El lugar de la cultura del hindú Homi Bhabha, donde afirma que “el estudio de la literatura mundial podría ser el estudio del modo en que las culturas se reconocen a través de sus proyecciones en la ‘otredad’'’.
Es cierto también que el uso de la obra literaria como fuente de información para las ciencias ha contraído algunos dislates como la del primer momento del marxismo en que se valoraba la “información” que ésta contenía, dejando de lado la escritura o el hecho literario propiamente dicho, aspecto corregido en su versión posterior denominada como estructuralismo.
Se ha reconocido también que zonas sociales han sido dibujadas antes por la literatura que por las ciencias sociales y humanas. Tal es el caso, por ejemplo, de la ciudad en Bolivia, tema que en la literatura precede con mucho a la ciencia, especialmente las ciencias sociales.
Entregadas como estaban en explicar “lo rural”, la sociología y la antropología prácticamente descubrieron la ciudad casi paralelamente a la poesía de Saenz y la narrativa de Adolfo Cárdenas, después que la novela y el cuento entregaron sendas descripciones desde Arzans hasta American Visa de Recacochea o Alcoholatum y otros drinks de Viscarra, con un extendido catálogo de obras y autores en medio.
Ahora bien, solamente el texto de Bourdieu antes citado ha brindado elementos valiosos para cerrar cierto abismo entre los estudios que tienen a la literatura como fuente de información y los estudios literarios propiamente dichos. Este abismo que se especifica en la desconfianza de los estudios literarios al uso (a veces bastante discrecionales) de la literatura como fuente científica tiene su base, precisamente en la mirada no solo sesgada sino cercenada de la literatura, como si su función fuera meramente informativa. Esta tendencia olvida que el hecho literario es un conjunto homogéneo y nunca dividido entre lo que informa y cómo lo informa. Más bien, el hecho literario es únicamente el cómo y no el qué; esto es, el cómo se trabaja en el lenguaje cierta información, además, información siempre irreal.
Esta pulsión por lo real trasunta al arte en general y una difundida equivocada forma de leer el arte por acercarse o alejarse de la realidad. ¿No es ya molesta esa publicidad de películas “basadas en hechos reales”? 
Sucede, sin embargo, que la escritura es un hecho social -no podría ser de otro modo-, en que el escritor deviene, en palabras de la crítica literaria argentina Beatriz Sarlo, “en productor histórico de textos, es decir como figura cuya definición es colectiva, cuyo lugar en la vida social cambia, cuyas relaciones con el poder (político, religioso) es variable, cuya autonomía respecto del mercado o del patronazgo es también una construcción histórica”.
Por lo tanto, el escritor es portador de cierta información del momento histórico que lo produjo. Pero la vuelta de tuerca en el análisis de Sarlo, en coincidencia con el de Bourdieu, es que lo que la obra expresa no es la información propiamente dicha sino el horizonte ideológico y cultural de ese momento, diferencia más bien cualitativa.
Así Bourdieu considera que los valores de la vanguardia promovida por Flaubert y Baudelaire no se asientan preferentemente en su vida, bohemia o no, o en los temas de sus obras, sino y sobretodo en la estética que ambos escritores desarrollan en su obra, lo que a la vez conforma una ética de su escritura y también su vida, aspectos que constituyen, entre otros, el campo literario de esa época. Así, el foco de atención es a la obra en su conjunto y no a los “temas” que desarrolla.
Los estudios científicos con base en la literatura que se limitan a ejemplificar las teorías en juego con hechos narrados en la literatura repiten el inicial dislate marxista. Este erróneo camino también puede advertirse en la forma del resultado investigativo que permite advertir cuánto o cómo la fuente literaria ha impactado o no en el investigador.
Reconozco que es mucho pedir, pero hay estudios científicos que lo prueban. Pongo como ejemplo Las Claudinas: libros y sensibilidades a principios de siglo en Bolivia, del sociólogo Salvador Romero quien en forma de ensayo (esto es, en reflexión sobre la escritura, como bien apuntara Rubén Vargas) argumenta que la literatura no es reflejo de la sociedad sino el espacio en que se manifiestan los ideales y los intercambios sociales.
Para finalizar, hay que decir que sobre todo lo dicho se ubica el concepto de la autonomía literaria, que es el reducto de la creación literaria, concepto en el que, por supuesto creo firmemente.


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