La literatura como fuente científica
¿Cuán válido y oportuno es considerar a novelas o textos literarios como referentes de la sociología o la teoría social?
Virginia
Ayllón
La
literatura, especialmente la novela -aunque no exclusivamente-, es considerada
como fuente de información válida para las ciencias sociales y las humanidades.
Son
varias las investigaciones sociológicas, antropológicas y otras que se han
realizado con base en la literatura. En el caso de Bolivia, me viene a la
memoria, por ejemplo, La ciudad de los
cholos: mestizaje y colonialidad siglos XIX y XX, de la socióloga Ximena Soruco.
Esta
tradición se inicia en el siglo XVII con las reflexiones de Hipólito Taine
sobre el estatuto social de la literatura, especialmente su carácter de “copia”
o “representación” de la sociedad. Esta concepción guió posteriores
acercamientos, desde el positivismo hasta el marxismo y afincó en textos
teóricos como, por ejemplo Sociología de
la literatura del sociólogo francés Roberto Scarpit, quien desde un punto
de vista marxista establece el porqué y el cómo la literatura se convierte en
objeto de estudio social.
Pero
en este ámbito destaca el revelador Las
reglas del arte: génesis y estructura del campo literario del también sociólogo
francés Pierre Bourdieu, quien a través del estudio del papel de la literatura
de Flaubert y Baudelaire en el devenir literario, establece los componentes de
lo que él denomina como “campo literario”, aplicando su propia teoría social
del “campo”.
La
lista de textos de elaboración teórica social con base en datos de la
literatura es grande y solo a título de ejemplos panorámicos podemos nombrar El segundo sexo de la filósofa francesa
Simone de Beauvoir quien asienta varios de sus conceptos en hechos retratados
en la obra narrativa de su compatriota Colette (y un poco de la brasilera
Clarice Lispector).
Desde
otra escuela sociológica, la de los estudios poscoloniales, se puede
ejemplificar con el análisis de la obra de Goethe (H.D. Auden y otros) en El lugar de la cultura del hindú Homi
Bhabha, donde afirma que “el estudio de la literatura mundial podría ser el
estudio del modo en que las culturas se reconocen a través de sus proyecciones
en la ‘otredad’'’.
Es
cierto también que el uso de la obra literaria como fuente de información para
las ciencias ha contraído algunos dislates como la del primer momento del
marxismo en que se valoraba la “información” que ésta contenía, dejando de lado
la escritura o el hecho literario propiamente dicho, aspecto corregido en su
versión posterior denominada como estructuralismo.
Se
ha reconocido también que zonas sociales han sido dibujadas antes por la
literatura que por las ciencias sociales y humanas. Tal es el caso, por
ejemplo, de la ciudad en Bolivia, tema que en la literatura precede con mucho a
la ciencia, especialmente las ciencias sociales.
Entregadas
como estaban en explicar “lo rural”, la sociología y la antropología
prácticamente descubrieron la ciudad casi paralelamente a la poesía de Saenz y
la narrativa de Adolfo Cárdenas, después que la novela y el cuento entregaron
sendas descripciones desde Arzans hasta American
Visa de Recacochea o Alcoholatum y
otros drinks de Viscarra, con un extendido catálogo de obras y autores en
medio.
Ahora
bien, solamente el texto de Bourdieu antes citado ha brindado elementos
valiosos para cerrar cierto abismo entre los estudios que tienen a la
literatura como fuente de información y los estudios literarios propiamente
dichos. Este abismo que se especifica en la desconfianza de los estudios literarios
al uso (a veces bastante discrecionales) de la literatura como fuente
científica tiene su base, precisamente en la mirada no solo sesgada sino
cercenada de la literatura, como si su función fuera meramente informativa.
Esta tendencia olvida que el hecho literario es un conjunto homogéneo y nunca
dividido entre lo que informa y cómo lo informa. Más bien, el hecho literario
es únicamente el cómo y no el qué; esto es, el cómo se trabaja en el lenguaje
cierta información, además, información siempre irreal.
Esta
pulsión por lo real trasunta al arte en general y una difundida equivocada
forma de leer el arte por acercarse o alejarse de la realidad. ¿No es ya
molesta esa publicidad de películas “basadas en hechos reales”?
Sucede,
sin embargo, que la escritura es un hecho social -no podría ser de otro modo-,
en que el escritor deviene, en palabras de la crítica literaria argentina
Beatriz Sarlo, “en productor histórico de textos, es decir como figura cuya
definición es colectiva, cuyo lugar en la vida social cambia, cuyas relaciones
con el poder (político, religioso) es variable, cuya autonomía respecto del
mercado o del patronazgo es también una construcción histórica”.
Por
lo tanto, el escritor es portador de cierta información del momento histórico
que lo produjo. Pero la vuelta de tuerca en el análisis de Sarlo, en
coincidencia con el de Bourdieu, es que lo que la obra expresa no es la
información propiamente dicha sino el horizonte ideológico y cultural de ese
momento, diferencia más bien cualitativa.
Así
Bourdieu considera que los valores de la vanguardia promovida por Flaubert y
Baudelaire no se asientan preferentemente en su vida, bohemia o no, o en los
temas de sus obras, sino y sobretodo en la estética que ambos escritores
desarrollan en su obra, lo que a la vez conforma una ética de su escritura y
también su vida, aspectos que constituyen, entre otros, el campo literario de
esa época. Así, el foco de atención es a la obra en su conjunto y no a los
“temas” que desarrolla.
Los
estudios científicos con base en la literatura que se limitan a ejemplificar
las teorías en juego con hechos narrados en la literatura repiten el inicial
dislate marxista. Este erróneo camino también puede advertirse en la forma del
resultado investigativo que permite advertir cuánto o cómo la fuente literaria
ha impactado o no en el investigador.
Reconozco
que es mucho pedir, pero hay estudios científicos que lo prueban. Pongo como
ejemplo Las Claudinas: libros y
sensibilidades a principios de siglo en Bolivia, del sociólogo Salvador
Romero quien en forma de ensayo (esto es, en reflexión sobre la escritura, como
bien apuntara Rubén Vargas) argumenta que la literatura no es reflejo de la
sociedad sino el espacio en que se manifiestan los ideales y los intercambios
sociales.
Para
finalizar, hay que decir que sobre todo lo dicho se ubica el concepto de la
autonomía literaria, que es el reducto de la creación literaria, concepto en el
que, por supuesto creo firmemente.
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