Sobre los libros de arte
Texto que el autor trabajó a propósito de la presentación de un libro sobre la pintura de Gilka Wara Libermann.
Pedro
Querejazu Leytón
La
presentación de un libro de arte es el resultado de muchas tareas
interrelacionadas, entre ellas la de ser autor; es también una transacción y
una intermediación entre lo que se quiere y lo que se puede.
Los
libros normales están llenos de textos, tienen letras y palabras, pero no son
las palabras. La palabra es la palabra, no la escritura. Un libro de arte es una
transacción más compleja aún. Es mostrar en láminas lo que no se puede poner en
láminas. Una pintura es una pintura, no es una lámina impresa.
Hacer
un libro implica una serie encadenada de pequeñas y grandes decisiones hasta
llegar al producto final. Mucha gente me considera curador de arte, aunque yo me
defino como historiador del arte que, como parte de su desempeño, hace libros
de arte.
Antes
de iniciar la colección de la que ahora presentamos el tomo dedicado a Gilka
Wara Libermann, edité y produje varios otros libros de arte. Pintura boliviana del siglo XX (1989), La Placa (1990), Las misiones jesuíticas de Chiquitos (1995);
El dibujo en Bolivia (1996), Los pintores bolivianos en la Guerra del Chaco, en el libro Chaco
trágico, flora doliente y angustia de los hombres (2008).
He editado y producido dos libros de fotografía: La Paz, ciudad de luz, magia y tradición
(1991) y
Luigi Domenico Gismondi. Un fotógrafo italiano en La Paz (2009), además de colaborar en otros como: Fotografía Max. T. Vargas Arequipa y La Paz
(2015).
Durante
cuatro años, 2001-2005, trabajé en la Organización Internacional del “Convenio
Andrés Bello”, en Bogotá, Colombia, como coordinador del área de Cultura. Como
parte del trabajo tuve que realizar muchos viajes y a diversos sitios, y entonces
vi con claridad la importancia de los libros de arte, por lo cual reforcé mi
intención de seguir produciéndolos.
Los
libros son una necesidad, y, como parte de las intermediaciones culturales, son
una manera fundamental de construir memoria. Cuando un artista expone su obra,
lo común es que a veces se haga un folleto o catálogo, pero la mayoría de las
veces no. Como muchos investigadores, he padecido para conseguir datos sobre
artistas, sobre sus obras expuestas en tal o cual oportunidad y lugar y,
eventualmente, el paradero de las mismas. Por eso he insistido constantemente
en que todas las exposiciones individuales y colectivas deben tener catálogos porque
en el largo plazo son referentes circunstanciales del quehacer artístico, con
los cuales se construye esa memoria.
Durante
la experiencia en Andrés Bello pude ver que en países vecinos, hasta los
artistas más jóvenes cuentan con libros publicados sobre su obra, no se diga de
artistas de larga trayectoria y renombre. ¿Cuántos hay en Bolivia sobre Marina
Núñez del Prado, María Luisa Pacheco, Arturo Borda, Cecilio Guzmán de Rojas,
por citar los artistas más renombrados y conocidos?
Por
eso, al retornar al país, propuse a varias personas y entidades un plan para producir
una colección de libros de arte y editar uno por año, referidos preferentemente
a los artistas jóvenes.
Así
se inició la colección y se publicaron: Guiomar
Mesa (2009), Keiko González (2011),
editados por la Fundación esART; Yolanda
de Aguirre (2012), Arte contemporáneo en Bolivia,
1970-2013. Crítica, ensayos, estudios (2013), y ahora: Gilka Wara Libermann. 1985-2014.
El nuevo libro
Gilka
Wara me pidió que le ayudase a producir un libro sobre su obra. Acepté su encargo
y empecé la tarea recopilando, revisando y analizando todo el material que ella
me entregó, tanto catálogos, revistas, periódicos, como textos referidos a su
obra, de autores como Julio de la Vega, Yolanda Bedregal, Armando Godínez,
Mario Ríos Gastelú, Elizabeth Salgueiro y otros.
También
me entregó archivos con las fotografías de sus obras reunidas en carpetas
correspondientes a cada exposición, que hubo que revisar, limpiar y adecuar.
Un
artista en el desempeño de su tarea es capaz de hacer mezclas infinitas de
colores cuyo resultado son las obras de arte. Al tratarse de un libro de arte,
las fotografías son una intermediación trascendental, pues su calidad y
resolución son determinantes para lograr un resultado óptimo. Con relación a
esto, se sabe que el ojo humano de una persona es capaz de distinguir 30.000
colores y que un ojo entrenado, como el de un o una artista, es capaz de
distinguir 70.000 colores. Una fotografía no reproduce esa riquísima variedad
de matices y tampoco una imprenta.
Las
películas analógicas de fotografía y los sensores digitales registran los
colores con base en tres capas o lectores: azul, cyan y verde. La combinación
resultante puede ser muy grande y variada, pero nunca tan alta como la del ojo
humano. Las imprentas trabajan con cuatro colores: amarillo, rojo, azul y negro,
que combinados pueden dar también una amplia gama de matices. En algunos casos
las imprentas pueden recurrir a desdoblar las capas de color y añadir otros
para multiplicar las variantes en las gamas cromáticas, pero por muy ricas que
estas sean, son menores que las de la fotografía y están muy por debajo de las
posibilidades de percepción del ser humano.
Por
eso es que hablo de transacciones, por las complicaciones implícitas en el
proceso de ir adaptando lo ideal dentro de lo posible. Uno quisiera reducir la
obra original, con toda su riqueza, y ponerla en una página, pero eso no es
posible, además de que con solo reducirla de tamaño ya se estaría haciendo una
intervención y una transacción perversa, y ahí entra la fotografía.
En
el proceso editorial hay que seleccionar las mejores imágenes de las mejores
obras; hay que reunir los textos preexistentes y editarlos, acotarlos, escribir
nuevos textos, construir una hoja de vida detallada y precisa y una
bibliografía comprobada; en otras palabras, pensar el libro de manera armónica.
Eso es lo que he hecho en el caso del libro recién presentado.
Creo
que el libro ha quedado bien. Es un buen libro. Sin embargo, nunca dejo de
tener claro que es una transacción entre lo deseable y lo posible.
No
obstante las limitaciones descritas, un libro de este tipo tiene la gran virtud
de mostrar lo que un artista ha hecho. Es como un camino, cuyo tránsito siempre
es de doble vía: no se tiene a las obras delante de uno, pero en contraposición
se tiene la posibilidad de mirar y ver de manera casi simultánea muchas de
ellas reunidas y de poder hacerlo una y otra vez. Por eso los libros son una
maravilla y son la construcción de la memoria.
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